Whitney G., nacida en Tennessee en 1988, es una escritora estadounidense reconocida por su trabajo en el género de la novela romántica contemporánea. Su carrera se distingue por haber alcanzado las listas de superventas de The New York Times y USA Today.
Su trayectoria profesional incluye la cofundación de The Indie Tea, una plataforma dedicada a impulsar y apoyar a escritores independientes en el género romántico. Esta iniciativa refleja su compromiso con la comunidad literaria independiente, fortaleciendo las redes de autores que publican de manera autónoma.
En su bibliografía destacan obras como Fiesta de empresa, Turbulencias, Carter y Arizona, Mi jefe, Mi jefe otra vez y Enséñame el camino, títulos que han consolidado su presencia en el mercado editorial romántico contemporáneo.
La narrativa de Whitney G. se caracteriza por la creación de personajes alfa masculinos y el desarrollo de tramas románticas ambientadas en grandes ciudades. Sus historias combinan elementos de romance contemporáneo con situaciones laborales y profesionales, como se evidencia en sus obras sobre relaciones en el entorno empresarial, donde explora las dinámicas de poder y atracción entre sus protagonistas a través de escenas sexuales muy explícitas y subidas de tono.
Su estilo narrativo se distingue por la combinación de romance y tensión en escenarios urbanos contemporáneos. La autora ha construido una sólida base de lectores a través de su presencia en múltiples plataformas digitales, donde mantiene una conexión constante con su audiencia mediante la interacción en redes sociales y su sitio web oficial. Recientemente, debido a su maternidad, se ha enfocado en la publicación de novelas eróticas cortas en digital, como uno de sus últimos lanzamientos: Veintidós mensajes
Lo único que puedo sentir es dolor, por dentro y por fuera, y por fin sé por qué la gente dice que puedes morir por un corazón roto.
De repente su boca asalta la mía y me estrecha contra él. Saboreo en su lengua los días y las noches que nos hemos perdido, siento su anhelo en la rudeza con la que me trata.
—No te deseo, Genevieve —anuncia, mirándome a los ojos—. De verdad.
—Muy bien —respondo, con el corazón hecho pedazos—. Gracias por decírmelo. Nunca...
—Te necesito. —Frena mi respuesta con un beso—. Te necesito, joder...
No puedo confiar en que no grites —susurra contra mi cuello; hace que me gire de cara a la estantería, se desliza en mi interior desde atrás y me tapa la boca. En esa postura lo siento más profundamente.
Me llevó apenas dos semanas darme cuenta de que combinar las palabras «alumno», «profesor» y «relación» solo acaba bien en las novelas románticas, y me paso la semana siguiente agotada por todas las noches en vela.
Me corro con su nombre en los labios, con su boca enterrada en el hueco de mi cuello. Él llega también al clímax en ese instante, aferrándose a mí como si no quisiera soltarme nunca.
Me cogió el bajo del vestido y me lo quitó. Después siguieron las bragas y el sujetador, que desabrochó con facilidad; me levantó y me metió suavemente en la bañera.
Cuando las burbujas llegaron a mis pechos, encendió unas velas alrededor del borde y me sirvió una copa de vino.
—Abre los ojos, Christina —musitó—. Quiero que mires mientras follamos —dijo, pero yo mantuve los ojos cerrados. Me tiró del pelo con más fuerza y me dio una palmada en el culo, obligándome a abrir los ojos, que encontraron los suyos a través del reflejo; contemplé nuestros cuerpos entrelazados, cómo follábamos.