*ADVERTENCIA: NO LEAS LA SINOPSIS DE ESTA NOVELA.
Es mejor que vayas a ciegas, en serio…
Pero si sientes la imperiosa necesidad de hacerlo, aquí la tienes:
Tenía que haber sido más listo; tenía que haberla dejado en paz…
Me dijo que tenía veintiún años, pero era mentira.
Le llevaba una década, y, aunque era madura para su edad, debí mantener las distancias.
O intentarlo, al menos.
No había demasiados sitios donde esconderse en el campus, y sí un montón de sitios donde podían pillarnos.
Nunca quise que ocurriera: yo era su profesor y ella debía ser solo mi alumna.
Pero cuatro años después nos volvimos a encontrar…
Lo único que puedo sentir es dolor, por dentro y por fuera, y por fin sé por qué la gente dice que puedes morir por un corazón roto.
De repente su boca asalta la mía y me estrecha contra él. Saboreo en su lengua los días y las noches que nos hemos perdido, siento su anhelo en la rudeza con la que me trata.
—No te deseo, Genevieve —anuncia, mirándome a los ojos—. De verdad.
—Muy bien —respondo, con el corazón hecho pedazos—. Gracias por decírmelo. Nunca...
—Te necesito. —Frena mi respuesta con un beso—. Te necesito, joder...
No puedo confiar en que no grites —susurra contra mi cuello; hace que me gire de cara a la estantería, se desliza en mi interior desde atrás y me tapa la boca. En esa postura lo siento más profundamente.
Me llevó apenas dos semanas darme cuenta de que combinar las palabras «alumno», «profesor» y «relación» solo acaba bien en las novelas románticas, y me paso la semana siguiente agotada por todas las noches en vela.
Me corro con su nombre en los labios, con su boca enterrada en el hueco de mi cuello. Él llega también al clímax en ese instante, aferrándose a mí como si no quisiera soltarme nunca.