La trilogía Los habitantes del aire sigue a Jude Duarte, una mortal criada en el peligroso mundo de Faerie, donde lucha por ganar poder y respeto en una corte llena de intrigas, traiciones y seres inmortales. A lo largo de los libros, Jude manipula, conspira y enfrenta a los fae, mientras se ve envuelta en una compleja relación de odio y atracción con el príncipe Cardan. Con giros inesperados y un desenlace épico, la saga explora el precio del poder, la ambición y el amor en un reino donde la belleza y la crueldad van de la mano.
La trilogía Los habitantes del aire sigue a Jude Duarte, una mortal criada en el peligroso mundo de Faerie, donde lucha por ganar poder y respeto en una corte llena de intrigas, traiciones y seres inmortales. A lo largo de los libros, Jude manipula, conspira y enfrenta a los fae, mientras se ve envuelta en una compleja relación de odio y atracción con el príncipe Cardan. Con giros inesperados y un
Podemos maldecirte para que te consumas por el deseo de oír una canción que jamás volverás a escuchar o por recibir una palabra amable de mis labios.
Si salas nuestra comida, destruyes cualquier posible encantamiento que contenga. Si te pones las medias del revés, nadie podrá hacer que yerres el camino. Si te llenas los bolsillos de bayas secas, nadie podrá influir en tu mente.
Podría concederte el poder para cautivar a todo el que te mire. Podría ponerte una manchita justo aquí —me toca la frente —, y cualquiera que la viera se enamoraría sin remedio. Podría darte una espada mágica capaz de cercenar la luz de las estrellas.
El deseo es algo curioso. En cuanto se satisface, se transforma. Si conseguimos hilo dorado, deseamos la aguja de oro.
La ambición es muy curiosa: puedes contraerla como si fuera una fiebre, pero no es tan fácil desprenderte de ella.
Negro como los ojos del rey de Elfhame.
El rey supremo es un símbolo viviente, un corazón palpitante, un astro sobre el que está escrito el futuro de Elfhame. Sin duda habrás advertido que, desde que comenzó su reinado, las islas han cambiado. Las tormentas se desatan más rápido. Los colores se han vuelto más vividos, los olores más penetrantes... Cuando se emborracha, sus súbditos se sienten achispados sin saber por qué. Cuando se derrama su sangre, algo germina.
Quizá estaría bien. Quizá no tendría que seguir asustada de todas esas cosas que me han dado miedo desde pequeña: miedo a sentirme mermada, menoscabada, hundida. Tal vez podría adquirir un poquito de magia.
[…] lo único que deseo es fundirme con él en un abrazo. Quiero ahogar mis penas entre sus brazoss. Quiero que me diga algo impropio de él, como, por ejemplo, que todo saldrá bien.
Cardan me besa más fuerte.
—Te odio —susurro al contacto con sus labios—. Te odio tanto que a veces no puedo pensar en otra cosa.
Es como preguntarle a alguien si le gusta la corona de estrellas que acabas de extraer del cielo.
No hay banquete demasiado copioso para un hambriento
Los tratos con feéricos tienen una mala fama bien merecida. Casi siempre tienen letra pequeña. Sí, de primeras suenan muy bien. Por ejemplo, teprometen que serás feliz el resto de tu vida, pero entonces disfrutas de una noche estupenda y luego te mueres por la mañana. O te prometen que perderás peso, entonces llega alguien y te corta una pierna.
Si pudieras alargar mucho la mano, ¿podrías acaso arrancar la luna del cielo?
Da igual con qué fantaseara en aquel entonces, ahora soy yo el que suplicaría de rodillas para recibir una palabra bonita de tus labios. —Sus ojos negros están cargados de deseo—. Eres mi condena eterna.
Puede que desear que alguien te quiera no sea lo peor del mundo, aunque no seas correspondido. Aunque te duela. Puede que la debilidad forme parte de la esencia del ser humano.
Me repito que no pasa nada por desear algo que puede hacerte daño.
Lo echo de menos, y el dolor de su ausencia es como un abismo en el que ansío dejarme caer.
Pienso en su sonrisa veleidosa.
Pienso en cómo detestaría verse atrapado de este modo. En lo injusto que sería que yo lo mantuviera sometido de este modo y pretendiera llamarlo amor.