A lo largo de los tiempos, la fascinación que los humanos hemos sentido por los seres sobrenaturales ha sido un tema de fértil inspiración para todo tipo de obras audiovisuales, libros apasionantes y poemas recitados bajo la luz de la luna. No es de extrañar que idealicemos a estas figuras, ya que solemos construirlas a nuestra imagen y semejanza, sin aquellos atributos que nos hacen repelir nuestra propia fragilidad: son hermosos sin esfuerzo, espectacularmente fuertes e inteligentes y. a menudo, inmortales.
No es por ello de extrañar que sagas como Los habitantes del aire, o Una corte de rosas y espinas hayan tenido tantísimo éxito en el público convencional. En ellas, mujeres jóvenes como yo o como quizás tú, lector, demuestran un ingenio y una agudeza tal que acaban en un romance perfecto con estos seres superiores.
Pero ¿por qué estos romances imposibles entre humanos y seres sobrenaturales siguen cautivando a generaciones de lectores? Quizás se deba a que, en el fondo, estas historias hablan de nuestras propias luchas internas: el deseo de trascender los límites impuestos por la realidad, la atracción hacia lo desconocido y la eterna búsqueda de algo más allá de lo mundano. En este artículo, exploraremos el origen de estos romances, los elementos clave que los definen y su evolución en la literatura fantástica actual, para entender por qué el amor prohibido entre humanos y seres feéricos sigue siendo una constante poderosa en el imaginario literario colectivo.
Desde tiempos inmemoriales, los seres feéricos han tenido un lugar privilegiado en las supersticiones de diferentes culturas. En algunas partes del norte de Europa como Irlanda y Escocia, no es extraño ver a sus habitantes dejando un plato de leche en las repisas de las ventanas por la noche para alimentar a las hadas y Tiktok está lleno de mujeres previniendo a incautos senderistas de no tomar nada que encuentren en los bosques con aspecto precioso por si se trata de un artefacto de las hadas que luego regresen para cobrarse.
Así, en la mitología celta, conoceremos a las Leanan Sidhe, unas musas feéricas que inspiraban a los poetas y artistas, a menudo a costa de su propia vida, ya que aquellos que realizaban un pacto con estas hadas eran bendecidos con talentos extraordinarios, pero al mismo tiempo, caían en una espiral de agotamiento que los llevaba a la muerte. Estas musas eran asímismo una advertencia popular sobre los peligros de rendirse por completo a alguna pasión.
Otra figura prominente en la mitología galesa es la del Gwragedd Annwn, las hadas de los lagos galeses, que a menudo se enamoraban de hombres mortales y cuya relación tumultosa acababa siempre mal por culpa de la incapacidad de los mortales de cumplir las reglas feéricas.
Lo interesante de estos relatos folclóricos es que, a pesar de las advertencias implícitas, los humanos continúan una y otra vez buscando esta conexión con lo sobrenatural. Tal vez por una necesidad innata de desafiar los límites de nuestra condición mortal, o tal vez porque esas criaturas mágicas encarnan el ideal de lo perfecto, lo bello y lo eterno, que tanto anhelamos. Por ejemplo, las selkie eran mujeres foca que, en la mitología escocesa, podían convertirse en mujeres (y que a menudo acababan casadas y con hijos porque los hombres robaban su piel marina, impidiéndoles volver al mar) mientras que en el norte las Skogsrå eran criaturas del bosque que, según las leyendas suecas, eran capaces de seducir a los hombres con su belleza inhumana. Aunque hermosas de frente, la espalda de las Skogsrå es hueca, como un tronco de árbol podrido, y tendían a llevarse a los hombres al interior de los bosques de los que, cuando conseguían volver, jamás eran los mismos.
Como veis, los fae o los seres feéricos comparten en todas las versiones de su mitología unos rasgos comunes: son espectacularmente hermosos, pero también traen consigo un peligro inherente a los seres humanos.
En los últimos años, hemos sido testigos de un verdadero renacimiento de las leyendas feéricas en la literatura juvenil contemporánea. Autoras como Holly Black, Sarah J. Maas y Julie Kagawa han tomado estas antiguas historias y las han transformado en algo completamente nuevo y fascinante que se alejan de la idea de Campanilla de Peter Pan y Pulgarcita que conocíamos, dotándolos de un aura a lo dark fantasy.
Holly Black, por ejemplo, se ha ganado con creces el título de "reina de los fae" en el mundo literario. En su saga Los habitantes del aire, Black nos sumerge en un mundo feérico que es tan hermoso como peligroso, tan seductor como mortal. Lo que hace Black de manera magistral es mantener esa dualidad que siempre ha caracterizado a los fae en el folclore tradicional: son criaturas de una belleza sobrenatural, sí, pero también son depredadores implacables. En sus novelas, la política de las cortes feéricas es un juego letal donde un paso en falso puede costarte la vida, y donde los pactos mágicos tienen un peso real y consecuencias devastadoras si se rompen.
Por su parte, Sarah J. Maas ha llevado el concepto de los fae a nuevas alturas en su serie Una corte de rosas y espinas. Maas no solo divide a los fae en diferentes cortes, cada una con sus propias características y poderes únicos, sino que también explora temas de transformación y adaptación. En su mundo, los límites entre lo humano y lo feérico son fluidos, y vemos a personajes que deben aprender a navegar entre ambos mundos, enfrentándose a dilemas morales que ponen a prueba su humanidad.
Y luego tenemos a Julie Kagawa, quien en su serie Iron Fey ha hecho algo verdaderamente innovador: ha traído a los fae al siglo XXI. Kagawa introduce el concepto de una nueva corte feérica nacida de los sueños y miedos del mundo tecnológico moderno. Es una idea brillante que nos hace reflexionar sobre cómo nuestras creencias y emociones dan forma al mundo que nos rodea, incluso en esta era digital.
Lo que todas estas autoras tienen en común es su habilidad para tomar elementos del folclore tradicional y darles un giro moderno: como en las creencias populares, el hierro frío sigue siendo una debilidad para los fae, pero ahora se convierte en un elemento crucial en tramas llenas de intriga y traición. Los pactos mágicos ya no son simples supersticiones, sino reglas con consecuencias reales y devastadoras. Y las estructuras jerárquicas de las cortes feéricas se convierten en un reflejo distorsionado de nuestras propias sociedades, permitiéndonos explorar temas de poder e identidad.
Pero quizás lo más fascinante de estas reinterpretaciones modernas es cómo utilizan el mundo de los fae como un espejo para examinar nuestro propio mundo. A través de los ojos de protagonistas humanos que se adentran en el reino feérico, nos enfrentamos a dilemas morales que nos hacen cuestionar nuestros propios valores. ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por amor? ¿Cómo navegamos en un mundo donde las reglas son diferentes a las que conocemos? ¿Cómo mantenemos nuestra humanidad en un entorno que a menudo parece cruel e inhumano?
En última instancia, estas historias nos recuerdan que, por mucho que cambien los tiempos, seguimos siendo seres humanos con los mismos deseos, miedos y anhelos que nuestros antepasados. Y tal vez por eso, los fae siguen cautivándonos: porque nos ofrecen un escape, sí, pero también un espejo en el que vernos reflejados, con todas nuestras complejidades y contradicciones, donde la magia sigue siendo un lugar predominante para nosotros.
Esencialmente, porque son un amor totalmente prohibido. Prohibido y peligroso, para más INRI. Los romances entre seres féericos son, tal y como nos enseña Holly Black en su saga Los habitantes del aire o Cuentos de hadas modernos, una trampa peligrosa y mortal en la que una de las partes dicta todas las reglas y el otro está en una posición de total indefensión.
Estos amores apelan en realidad a un sentimiento con el que muchas lectoras de fantasía nos hemos sentido identificadas: la sensación de no pertenencia, la falta de un hogar, el sentirnos escogidas por nuestra resiliencia y nuestra forma de ser. ¿Acaso no nos hemos sentido alguna vez como Jude Duarte, la protagonista de Los habitantes del aire, totalmente fuera de lugar en un mundo que no es el nuestro? ¿No hemos anhelado ser especiales, diferentes, elegidos por alguien que parece estar más allá de nuestro alcance? El romance con un ser feérico encapsula perfectamente esa sensación de estar al borde del precipicio, con el corazón latiendo a mil por hora, sabiendo que podríamos salir heridos pero incapaces de alejarnos.
Y es que, seamos sinceros, ¿quién no ha fantaseado alguna vez con ser la excepción? Ser esa persona tan especial que incluso un ser inmortal y poderoso caería rendido a nuestros pies. Es el sueño de ser únicas e irreemplazables, llevado al extremo más fantástico.
Además, estos romances nos permiten explorar dinámicas de poder complejas en un entorno seguro. En Una corte de rosas y espinas de Sarah J. Maas, por ejemplo, vemos cómo Feyre navega en un mundo de política feérica despiadada, aprendiendo a usar su ingenio y su fuerza interior para hacerse valer. Es una forma de empoderamiento a través de la fantasía, donde podemos imaginarnos superando obstáculos aparentemente insalvables.
En cierto modo, estos romances son un reflejo amplificado de nuestras propias experiencias amorosas. ¿Acaso no nos hemos sentido alguna vez completamente vulnerables ante la persona que amamos? ¿No hemos experimentado esa mezcla de miedo y emoción al abrir nuestro corazón? Los fae llevan estas emociones al extremo, permitiéndonos explorar nuestros propios miedos y deseos en un contexto fantástico.
Y por último, pero no menos importante, está el factor de la inmortalidad. Amar a un ser feérico es, en cierto modo, desafiar a la muerte misma. Es la promesa de un amor que trasciende el tiempo, que perdura más allá de los límites de nuestra existencia mortal. En un mundo donde todo es efímero, la idea de un amor eterno, aunque sea peligroso, resulta irresistiblemente atractiva.
Así que sí, los fae son peligrosos. Son impredecibles, a menudo crueles, y definitivamente no son la opción más segura para alguien que busca tener un romance. Pero quizás es precisamente por eso que nos fascinan tanto. Porque en el fondo, ¿no es el amor también peligroso? ¿No es siempre un salto al vacío, una apuesta arriesgada? Los romances con seres feéricos son simplemente una versión amplificada, fantasiosa y mágica de los riesgos que todos corremos cuando nos enamoramos. Y eso, querido lector, es algo con lo que todos podemos identificarnos, tengamos sangre humana o feérica corriendo por nuestras venas.
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