Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
Hacía demasiado tiempo que Whitney G. no escribía una obra en papel e incluso en algunos de sus otros libros (como Veintidós mensajes) incluso se atrevió a hacer una referencia, introduciendo de forma completamente meta chistes sobre el hecho de que estaba produciendo novelitas como churros en versión digital para poder mantenerse.
Por eso cuando Una dulce mentira salió a la venta, supe que tenía que hacerme con ella. Al fin y al cabo se trata de la reina de las fellatio: la creadora de escenas tan spicy que prácticamente te sientes indecende leyéndolas. Como comprenderéis, después de haberme pasado varias semanas con la nariz metida en La gracia de los reyes de Ken Liu, mi cerebro necesitaba desesperadamente un respiro.
Una dulce mentira es una de esas obras sencillas con el tropo de jefe-empleada donde ella es la niñera poco profesional y él un adicto al trabajo que la escoge no precisamente por su currículum. No es la mejor novela de Whitney, pero a pesar de ello me la he merendado seguida en cuatro horas. Te cuento mi experiencia en esta reseña de Una dulce mentira.
Argumento de Una dulce mentira: ella es repostera, él, el propietario de un equipo fracasado de la NBA.
Harlow es una repostera de gran talento completamente menospreciada por su entorno. Después de ser injustamente despedida al cambiar la salsa de la tarta de queso de una de las clientas en el restaurante Michelín en el que trabaja, se encuentra desesperada por encontrar algo que le pague bien y le permita ahorrar para abrir la panadería de sus sueños.
La oportunidad llega cuando en una entrevista para encargarse de los cupcakes de la hija de un hombre rico, la confunden con una aspirante a niñera interna. Cuando conoce al idiota del padre: Pierce, un millonario que acaba de descubrir que es padre de dos mellizos y que padece de una obsesión por el control proporcional a sus abdominales, parece que el trabajo no va a cuajar. Contra todo pronóstico, la agencia la llama y le da la oportunidad de ocuparse de los bebés.
A partir de ese momento empezará su pesadilla: el señor Pierce es totalmente implacable, no le da ni cinco minutos para poder descansar y el cuidado de los bebés bajo sus estrictas reglas empieza a sacarla de quicio. En este contexto de tensión, el hecho de que él se le muestre desnudo un día en la ducha solo debería añadir más leña al fuego… ¿o será precisamente lo que necesitaba para relajarse?
Una novela que no sé por qué, me he leído en cuatro horas
Esta reseña va a ser rara. Ya os lo voy anticipando. Normalmente, me centro en desgranar los puntos centrales de una novela para que sepáis exactamente la tipología de libro en el que os estáis metiendo. Pero en este caso, es tan evidente el tipo de novela que es que me parece del todo innecesario.
Si sois lectoras de novela erótica, ya os imagináis qué os vais a encontrar aquí: una joven que no se calla lo que piensa y con muchísimo talento poco reconocido acaba trabajando para mr. reglas absurdas. Al final, su manera alternativa de hacer las cosas y el hecho de que no se rinda jamás cambian totalmente la manera en la que la sobrina de Pierce, Ofelia, y los mellizos, pasan sus días y eso la vuelve insustituible. Por el camino hay algo de tensión sexual no resuelta y algunos encontronazos fuertes que acabarán con él metiendo el rabo entre las patas.
Conocemos el tropo. Lo hemos leído ochenta veces bajo diferente prisa: desde Tentar al jefe hasta *Rendirse al diablo,* a veces incluso bajo la perspectiva de un poliamor intenso con varios protagonistas masculinos que se turnan a la femenina, pero en este caso todo está más descafeinado.
Y es que Una dulce mentira es como una romcom graciosa y fresquita de Netflix que te pones un sábado tonto con un paquete de Maltesers y dos litros de Nestea mientras dejas que la regla siga su curso: no tiene complicaciones innecesarias, no profundiza mucho en los personajes principales y secundarios y aunque vemos a Pierce desquiciarse porque su equipo de la NBA es un desastre y la gente le abuchea, Whitney G. no entra tampoco a desgranarte las estrategias comerciales o de ventas que realiza este hombre para sacarlos del fango.
Simplemente veremos a Harlow como protagonista ser guiada hasta un trabajo por casualidad, mentir para conseguirlo y luego intentar sobrevivir a una avalancha de exigencias, cacas de bebés verdosas y un horario terrible que hace que te sientas mejor con tu propia vida. Sí, quizás ahí radique el verdadero foco de por qué la historia funciona: porque mientras estás en tu sofá miserablemente atravesada por los pinchazos de dolor de la regla (al menos en mi caso), te das cuenta de que al menos no estás cuidado a los hijos de un millonario desagradecido que, además, no tiene ningún tipo de respeto por los derechos laborales.
¿Por qué funciona Una dulce mentira? Claves temáticas ocultas bajo su envoltorio de comedia romántica
Vale, sí. Esta novela es como un brownie calentito: sabes exactamente qué lleva, no te va a sorprender, pero aun así te lo comes con gusto. Sin embargo, si te detienes un segundo a mirar bajo la cobertura de chocolate duro, te darás cuenta de que hay algunas dinámicas que no son tan simples como parecen y que, en conjunto, hacen que la obra sea adictiva y no quieras dejar de leerlo.
La niñera como redentora emocional: madre sustituta, terapeuta y salvavidas
Harlow es la salvadora del desastre controlado que la vida de Olive y los hijos de Pierce. Y es que el tropo de chica que entra en la casa de un hombre rico pero roto, conoce a los niños y, sin buscarlo, se convierte en el corazón que ese hogar ni sabía que necesitaba, nos lo conocemos al dedillo. En este caso, Harlow llega por error y sin vocación, pero a los pocos capítulos ya está cambiando rutinas, dulcificando horarios de bebés y cocinando como si llevara años ahí.
Pero lo más interesante es cómo ese rol maternal sustituto no solo funciona con los niños, sino también con Pierce. Él, que hasta entonces era incapaz de conectar con nadie más allá de un excel de rendimiento deportivo, empieza a bajar la guardia solo cuando ve a Harlow como una figura que cuida, guía y —ojo con esto— le enseña a vincularse emocionalmente.
Ni es casualidad que en todas estas historias los hombres solo empiecen a sanar cuando una mujer se hace cargo de su unidad familiar desestructurada: como si les faltase una pieza clave en la vida que ella, y solo ella, es capaz de llenar. Es Mrs. Doubtfire versión horny, pero con abdominales de catálogo.
Talento artístico vs. utilidad mercantil: la pastelera atrapada en pañales
Otra línea interesante que Una dulce mentira explota de una forma increíblemente humorística es la tensión que hay entre la vocación como repostera de Harlow y la realidad económica que la obliga a ser niñera. Ella es buena en lo suyo. Es más: es brillante, valiente, con una propuesta estética que desafía los sabores clásicos y capaz de hacer unos cupcakes de unicornio maravillosos. Pero ¿dónde acaba? Entre vómitos de bebé, cambios de pañal y horarios marcados por un tipo que pasa por completo de largo de los muffins que lleva a su entrevista.
Y es que de alguna manera Una dulce mentira apela a todas las mujeres que no pueden hacer realidad sus sueños porque se ven forzadas a trabajar o encargarse del cuidado de otras personas, al menos temporalmente, para poder salir adelante. Harlow no puede permitirse apostar por sus cupcakes y su pastelería por mucho talento que tenga, porque el mundo le exige rentabilidad, constancia y presencia absoluta en un empleo que no tiene nada que ver con su pasión. Así que su creatividad se ve sacrificada a favor de la estabilidad (económica, emocional, etc.) de otros.
Tras el sonido de una molesta música de dibujos animados, limpió los dormitorios, dejó unos flotadores al lado de la piscina e hizo unas galletas que dejó junto a una pizarra en la que había escrito «Tareas domésticas y galletas». Cogió una galleta y le dio un mordisco.
—¡Ay, qué rica! ¿Puedes adivinar a qué sabe esta galleta?
—Servidumbre por contrato —ofrecí.
—¡Es el dulce sabor de ser una niñera increíble! —Aplaudió y me replanteé mis decisiones vitales acerca del trabajo.
¿Y no pasa un poco lo mismo en la vida real? ¿Cuántas veces hemos tenido que dejar de lado lo que nos apasiona para cumplir con un trabajo que simplemente paga las facturas?
La carga mental y afectiva que Harlow asume es brutal: Pierce no sabe pedir ayuda y no tiene ni idea de cómo gestionar su vida personal... pero no importa, porque aparece Harlow y, a base de paciencia, ingenio y una actitud de mártir moderna, le enseña a sentir y a mostrarse vulnerable. Al final, por mucho que él sea el caballero de brillante armadura, es ella la que realmente lo salva.
Cómo son los personajes de Una dulce mentira: ella, una repostera con TDA y él un loco por el control.
Harlow es un auténtico desastre. Al menos, a lo largo de la obra, vemos que se esfuerza por cuidar de los pequeños y cómo el hecho de carecer de madre le ayuda a conectar con los mellizos semi-huérfanos a los que tiene que atender. A pesar de ello, la mitad de las veces hace las cosas tan mal que aunque Whitney G. nos intenta vender la imagen de que él es un loco controlador que carece de paciencia, lo cierto es que en este rodeo yo tengo que tomar partido por el millonario sexy y borde.
La verdadera gracia de estas novelas es que se apoyan en la idea de “la institutriz moderna que cambia la vida de los ricos estirados” y que tan bien funciona a todos los niveles: desde un Sonrisas y lágrimas clásico hasta el listado de desventuras de una *Agnes Grey* mal pagada y peor tratada. Sin embargo, estos cambios radicales sobre la vida de los niños (como la imposición sobre la dieta o la manera en la que Harlow conecta con la pobre Olive), no llegan hasta el segundo tercio de la novela.
A pesar de ello hay algo morboso en la forma en la que Harlow ve sometido su talento y su buena disposición a dos bebés que chillan de forma inconexa y a los horrores de ser una niñera muy bien pagada que no tiene tiempo libre ni siquiera para poder dormir. Y es que además, Whitney G. lo cuenta con una ligereza y un tono humorístico que de verdad te arranca más de una carcajada mientras lo estás leyendo: Harlow es sarcástica y ocurrente y Pierce, que se las sabe todas, juega con su paciencia intentando llevarla al límite para ver si persevera en su puesto. Así se genera una dinámica por todas conocida en la que tanto Olive como el jefe y su personal ponen continuamente la zancadilla de forma emocional a Harlow porque no esperan que dure ni una semana.
Una novela más humorística que spicy, que engancha y te mantiene pegada al libro una tarde entera.
Si has escogido Una dulce mentira esperando una novela spicy y hardcore como El rey de las mentiras o *Mi jefe* (ambos también de Whitney G.), entonces quizás esta novela no es para ti. Y es que es una de las obras más vainilla que me he encontrado de la propia autora. Solo hay una escena donde se explote la tensión sexual y solo un capítulo (hacia el final de la obra) donde por fin consuman el acto.
Esto no le quita en absoluto puntos a la obra: es, simplemente, otra tipología de libro más parecido a los de Louise Bay que a lo que nos tiene acostumbradas Whitney G. El toque de humor sarcástico, la rapidez de la trama y el hecho de que Harlow a menudo hace las cosas como le da la gana hace que, honestamente, Una dulce mentira se convierta en la novela perfecta para cuando no te apetece complicarte la vida. Es un escape rápido con sabor a muffin red velvet y a Coca Cola Zero: una obra con la que reírte y divertirte que se puede leer perfectamente en cuatro horas y que te dejará un buen sabor de boca.
Y es que a veces, eso es todo lo que necesitamos

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