Existe un candente debate dentro del mundo académico literario de la literatura de género que pretende establecer la línea firme que separa la ciencia ficción y la fantasía. Y lo cierto, es que es más complicado de lo que podría parecer.
Hace poco os comentaba que la ciencia ficción clásica, a pesar de que sus orígenes sean clarísimamente femeninos, ha estado durante años controlado por un enorme nicho de voces masculinas que eclipsan con su presencia el espacio disponible de las grandes editoriales. N.K. Jemisin, la increíble autora detrás de la trilogía La tierra fragmentada, habla precisamente en el prólogo de su libro La ciudad que nació grandiosa de las dificultades que tiene como mujer de color conseguir publicar dentro de la esfera de la literatura “de género”. Esto no lo facilita en absoluto que durante muchos años, la literatura de ciencia ficción de las mujeres se categorizara automáticamente como fantasía, género a menudo más denostado que la elevada ciencia ficción.
Y es que todavía no existe un consenso entre qué es realmente ciencia ficción y qué no. Tendemos automáticamente a categorizar cualquier obra que tenga uno de los siguientes tres tropos como ciencia ficción:
Y sin embargo no tiene por qué ser así. Técnicamente la ciencia ficción debería basarse siempre en historias cuyo componente científico es predominante en la obra y sin embargo a menudo las derivaciones e inventos tecnológicos que se muestran a menudo en obras categorizadas como tal son prácticamente magia propia de la más pura fantasía.
En un intento de incluir la máxima cantidad de obras posibles dentro del género de ciencia ficción los expertos han acuñado dos términos: hard y soft science fiction; o lo que es lo mismo: ciencia ficción dura y blanda. En ese sentido, la ciencia ficción dura la definen a aquella que se ciñe o extrapola sus argumentos de teorías y / o hipótesis científicas (como por ejemplo, El Marciano de Andy Weir o su recientemente novela publicada, Proyecto Hail Mary; El problema de los tres cuerpos de Cixin Liu, etc. ). Estos libros suelen incluir dentro de sus tramas grandes explicaciones científicas que en un primer momento explican las bases de los contextos argumentales y que, en segundo lugar justifican todo el peso de la obra.
La soft science fiction, por el contrario, no se preocupa por los detalles científicos y tecnológicos, sino que estudia las consecuencias de los avances tecnológicos y físicos en el futuro desde una óptica más humanística. Es en este cajón desastre donde se encuadran las famosas distopías del futuro como 1984 de George Orwell; El cuento de la criada o incluso Oryx & Crake de Margaret Atwood.
El sesgo no es en absoluto algo insignificante. En el 2013 los jueces del prestigioso premio Arthur C. Clarke rechazaron una enorme cantidad de obras presentadas bajo el criterio de no encontrarlas suficientemente representativas para el género (la valoración rezaba que no eran técnicamente ciencia ficción, sino fantasía debido a su falta de rigor científico).
El problema, como siempre, es cuando se asocia un género literario a un género. A menudo se ha relacionado la hard science fiction (con obras como las de Asimov o Carl Sagan) como literatura hecha por y para hombres. Esto se apoya en la ridícula creencia de que la ciencia en realidad es una ocupación predominantemente masculina. Así pues, cualquier obra cuya trama no sea puramente científica o que (a menudo se da el caso) lo haya escrito una mujer, pasa a ser categorizado directamente como fantasía. El hecho de que haya más del doble de autoras de fantasía que de ciencia ficción es especialmente ilustrativo.
Tal y como Damien Walters observó en este artículo de The Guardian:
La escritura de las mujeres suele derivarse a la fantasía, mientras que las fantasías de los hombres gozan de un mayor estatus y se posicionan como ciencia ficción.
Incluso los términos escogidos para designarlos ponen de relieve lo sesgada de esta clasificación: hard (duro, potente y fuerte) tiene que ser, según su criterio, masculino; mientras que soft (blando, flojo, débil…) se asociará con lo femenino. Asimismo la ciencia ficción hard tiende también a estar considerada como “la mejor representación de su género”.
El problema es evidente: mientras sigamos realizando una división de subgéneros dentro de la ciencia ficción y le otorguemos un componente masculino- positivo / femenino-negativo a las obras, tendremos un enorme problema. Y desgraciadamente, este sexismo sigue presente en el género y aunque podemos afirmar que hay luz al final del túnel gracias a la presencia de figuras como Becky Chambers o Kameron Hurley, todavía tenemos mucho recorrido que cubrir.
Al fin y al cabo, en el 2015, The Sad Puppies publicaron el siguiente texto sobre la valoración de las obra que se presentaran al premio Hugo.
... sólo se permitirán las obras que encarnen los más altos principios de Robert A. Heinlein. Las niñas que lean Crepúsculo y libros similares serán expulsadas del género. Reconoceremos Los Juegos del Hambre como una novela de SF propiamente dicha, pero las secuelas quedarán fuera.
Un mensaje absolutamente lamentable que deja ver el sexismo inherente al género. Y es extraño ya que la primera obra de ciencia ficción jamás escrita fue creada precisamente por una mujer. Gracias a dios, por fin existen divulgadoras y voces que se alzan para denunciar este hecho. Ya que no me gustaría estar presente cuando estos “críticos” descubran que ni Atwood, ni Joanna Russ, ni Kameron Hurley o N.K. Jemisin pueden, jamás, ser etiquetadas como “blandas”.
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