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NOTA: 9

Una madre: reseña de un libro sobre el angustioso reencuentro con una madre ausente

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Una madre: reseña de un libro sobre el angustioso reencuentro con una madre ausente

Una madre es, quizás, una de las novelas más duras que he podido leer en los últimos años. Tengo que empezar la reseña con esta afirmación tan categórica porque, una semana después de haberla terminado, tras dejar reposar las lágrimas y la sensación de desconsuelo que se me enganchó dentro del cuerpo tras leerla, todavía me siento abocada al vacío al pensar en ella.

Pero déjame quizás que te explique por qué me siento de esta manera. Y es que Una madre, segunda novela de Alejandra Parejo tras la publicación de Una familia normal, finalizasta al premio Ojo Crítico 2019, es una obra intimista, poética y compleja que habla directamente con al corazón de una generación millenial abandonada y solitaria. Una generación que ha roto relaciones con unos padres que no cumplieron ni lo más básico que se esperaba de ellos. Una generación que retrasa el hecho de ser padres, que temen no ser dignas madres, que cargan sobre sus hombros con el peso de la deconstrucción heteronormativa de lo que se espera de las mujeres y de su relación con su progenie.

TODO
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¿Acaso puedo ser una buena madre? 

Para contar todo esto, la novela nos presenta a Bruna: una mujer que, contra los deseos de su pareja, decide ser madre. Bruna tiene la típica vida cosmopolita que cualquier joven millenial podría desear: un pisito mono decorado a su gusto, un trabajo en una galería de arte y una mejor amiga que siempre está ahí y a la que se lo cuenta todo. Su vida dará un giro tremendo cuando, tras meditarlo profundamente, decide convertirse en madre soltera y traer a un niño al mundo.

Un niño que, contra lo esperado, no le genera esa magia y mariposas en el estómago que todo el mundo promete en cuanto lo ves. Un niño que no duerme, solo grita y llora y la va sacando poco a poco de quicio, haciendo que se pregunte si realmente ha tomado una buena decisión y reexaminando una y otra vez sus temores a no ser una buena madre.

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Y es que Alejandra Parejo reexamina de forma magistral en esta obra la maternidad sin mentiras, subterfugios ni tapujos mostrándonos su cara más terrorífica y aplastando una realidad que parece que solo se susurra pero nunca se expone acerca del hecho de traer una vida a este mundo. De esta manera, veremos a Bruna en el honesto comienzo de la obra en un piso arrebatado por la presencia del niño donde la soledad es casi tan protagonista como la ansiedad aplastante que supone realizar una tarea tras otra, ser incapaz de llegar a todo y perderte en el proceso de mantener con vida a un ser humano.

En Una madre, la preciosa maternidad que nos venden las revistas y el modelo hegemónico heteropatriarcal se desconstruye pieza por pieza. Gracias a la voz narrativa, sostenida en primera persona y filtrada por una perspectiva dañada, rota y plagada de ansiedad como es la de la protagonista, veremos cómo las enumeraciones de las tareas que hay que realizar y el caos se encadenan sin comas como en la vida misma: sin pausas, sin sosiego, sin descanso.

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No soporto el llanto que, aunque hueco y lento, se me engancha el tímpano y lo oigo aún cuando no suena. Es solo un eco, un ruido lejano que a veces se acerca y se adhiere a todo. Que sea de noche solo incrementa la incertidumbre, y ha cambiado tanto mi percepción del paso del tiempo que ya no sé si él llora demasiado o algo no funciona dentro de mí y he dejado de ser capaz de gestionar bien la caída de los párpados.

De esta manera, la novela nos muestra lo opresiva que puede llegar a resultar nuestra mente cuando algo tan grande como la crianza de un hijo nos supera. Así, Bruna no sólo desaparece y empieza a caer en un potencial trastorno de despersonalización, sino que además se niega a nombrar a su hijo por su nombre. A lo largo de la novela, mientras se construye la relación entre la protagonista y el bebé, este carece de nombre y por tanto de identidad: no es alguien, sino una simple tarea de la que preocuparse permanentemente.

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El vacío de la madre ausente. La angustia que nunca se va.

Por si la vida de Bruna no fuera suficientemente difíicil y caótica en ese momento, todo empeora cuando la llaman del hospital y le dicen que tiene que pasar a hacerse cargo de su madre: una madre que desapareció de su vida cuando ella tenía siete años y que la dejó, de la noche a la mañana, al cuidado de unos abuelos que ni querían hacerse cargo ni tenían el amor suficiente para compensar una decisión tan arbitraria a los ojos de la niña.

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Me daba mucho miedo pensar que no estaba guapa, que no era lo que ella esperaba, que a lo mejor ella quería una hija que se dejara hacer trenzas en el pelo, que no dejara nada en el plato y no tuviera los ojos tristes. Que mi madre no estuviera hecho que viviera con un miedo constante de que muriera mi abuela.

Bruna nos deja claro a lo largo de la obra, mientras va repasando sus miedos, temores y dudas sobre si hacerse cargo finalmente de su madre, el profundo daño y trauma emocional que le provocó su abandono. Así, la obra examina continuamente el peso de la herencia de los traumas provocados por adultos disfuncionales a través de anécdotas que se van desenredando ante nuestros ojos como una madeja de hilos retorcidos de recuerdos de Bruna: su incapacidad para confiar en el resto, su miedo a que cualquiera le abandone, su falta eterna de autoestima que le hace sentirse, una y otra vez, incapaz de ser amada y mantener a su hijo con vida.

Alejandra Parejo nos va mostrando la naturalidad con la que pequeños comportamientos autodestructivos se han asentado en la mente de la protagonista y van limitando su vida y marcan los puntos de mayor ansiedad para ella: la piel de los dedos arrancada, que palpita y supura, sangrante e incisivo, cada vez que Encarna (la madre de Bruna) hace una de las suyas; los ataques de pánico, la dependencia obsesiva por el Lexatin.

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Y, sobre todo, el miedo. Un miedo paralizante y obsesivo que proviene del desconocimiento total acerca del trastorno bipolar, lo que significa, lo que conlleva y si es hereditario.

Todo ello estalla en el interior de la protagonista en forma de un trastorno de ansiedad magníficamente retratado gracias a su voz interior, donde los “y si” y su continua anticipación a las peores situaciones ponen de manifiesto su necesidad de controlarlo todo para evitar sufrir, demostrando que la autora sabe retratar perfectamente los mecanismos de control típicos de los niños abandonados que buscan una manera de anticiparse para no volver a pasar por una situación tan traumática.

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En este momento del día, este espacio que flota suave y lento, es un resplandor que me ayuda a entender que la vida es más esto que pasa ahora raya, aunque sea un instante veloz, raya que todas las preocupaciones que se me amontonan a diario.

La bondad de los pueblos, el ostracismo de los que viven en ellos

Como ya te comenté antes, Bruna se muda durante una temporada al campo para cuidar de su madre, por la que no siente nada más que un ansia desesperada de amor entremezclado por un rencor que la ahoga a cada instante. Y es especialmente interesante cómo Alejandra Parejo representa la vida en los pueblos en Una madre.

Lejos de apoyarse de una forma bucólica de ver el campo y un lugar donde retirarse y pasar la vejez, la autora nos muestra la absoluta decadencia y dejadez que rodea a menudo a los ancianos o personas incapacitadas que viven solas. Así, Bruna, la maniática Bruna obsesionada con la limpieza y el control, se encontrará viviendo en la casa sucia de una desconocida, sin saber hasta dónde puede llegar, convirtiendo pequeños actos como tirar una planta podrida en un simbolismo de su aceptación a responsabilizarse de su madre ausente enferma.

El pueblo, además, está lleno de contrastes. En ninguna de las escenas la protagonista lo describe como un lugar hermoso y siempre se retira a los lugares más variopintos (como el cementerio) para poder descansar. El único sitio que percibe como un hogar es, irónicamente, la casa de María: una mujer joven que le abre los ojos hacia formas de amar no convencionales no basadas en la idea de la posesión y que desafiará sus preconcepciones sobre lo que significa ser madre cuando tiene que amamantar al hijo de Bruna para que este pueda sobrevivir.

TODO
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Aparte de ellos, el pueblo, ese sitio, son más que hostiles. Los vecinos están ausentes incluso ante emergencias o gritos de auxilio ocasionales y los que no lo están, son agresivos y juzgan al resto, confabulándose en una suerte de ostracismo rencoroso contra aquellos que no encajan en su sistema de valores.

Entonces ¿merece la pena leer Una madre?

Una madre no es un libro para todo el mundo ni para cualquier momento. El tono poético de la autora, su narrativa intimista que sigue los pensamientos de alguien con un trastorno de ansiedad y sobre todo la dureza del tema con el que lo trata, hace que todavía me tiemblen las manos escribiendo esta reseña. Porque Alejandra Parejo lo hace sublimemente bien. No da lecciones de moral ni toma partido por el perdón incondicional a una mujer enferma que te abandona o por seguir una estela que te diga “toma tu propia decisión, sé egoísta”. No. El libro está lleno de matices, de dudas y de preguntas, de diferentes caminos que se pueden tomar y que ninguno se marca como el “bien” o “el mal”. La autora es plenamente consciente de lo duro que puede suponerle a una persona como Bruna dejar atrás su vida y sus rencores, encargarse de una madre enferma que sin lugar a dudas es alguien que merece nuestro odio, pero a la que ahora presenta como una anciana desvalida con actitudes de niña a la que no puedes evitar perdonar.

La obra es cruda, pero real. Es intensa y al mismo tiempo serena. Es un espejo en el que muchos no querríamos mirarnos.

Porque, sí, está claro. Todos tenemos Una madre que a veces nos ha roto el corazón. Pero, si fuéramos nosotros los que estamos en el lado de Bruna deberíamos pensar: ¿seríamos capaces de perdonarla?

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