¿Qué podía ser más aterrador que estar encerrada dentro de tu propio cuerpo? Dispersión, la nueva obra de Ian Reid, el autor detrás de Estoy pensando en dejarlo (Adn Novelas. 2020), el éxito de ventas en la lista del New York Times, que se tradujo a más de 20 idiomas y fue adaptada al cine por el aclamado guionista y director Charlie Kaufman para Netflix, nos sumerge en un extraño e inquietante thriller psicológico no apto para aquellos que le temen a la vejez.
La historia nos toma de la mano y nos lleva al interior de un salón desvencijado, polvoriento y lleno de objetos que se han ido acumulando a lo largo de una vida cargada de experiencias. Allí, Penny, una anciana viuda, pasa sus días malviviendo en un estado de absoluta desolación, arrastrándose de su butaca a la cocina para calentar una triste sopa de tomate que olvida sorber mientras está caliente antes de regresar de nuevo a su sillón a dormir.
El cuadro es desolador. A través de unas escenas plásticas y sinestésicas con sabor metalizado a sopa industrial frío y olor a polvo y olvido, Ian Reid nos estampa contra una violenta y desgarradadora certeza: la idea de que la vida de Penny es lo que nos espera a todos al final del camino. Conforme vemos a la pobre anciana luchar por conseguir llegar al supermercado y no resbalarse o realizar las tareas más sencillas, viendo cómo su ágil mente está atrapada en el interior de un cuerpo preparado para sabotearla ante cualquier leve movimiento, el lector no puede evitar llegar a hacerse las mismas preguntas que Ian Reid y Penny se hacen en un silencioso grito de agonía.
¿Esto es todo? ¿Esto es lo que nos espera? ¿Esta… agonía en vida?
Antes de morir, estando muy enfermo, me dijo que tenía mucho miedo. Le aterrorizaba volverse obsoleto y caer en el olvido. Antes de ese momento,, nunca había reconocido tener miedo. Nunca. Me dijo que cuando la muerte se encuentra tan cerca, cuando está ahí mismo, la intensidad del miedo es enorme. No quería morirse. Deseaba con desesperación tener más tiempo. Dijo que había muchas cosas que quería hacer. Dijo que también tenía miedo por mí, que le asustaba que yo tuiera que enfrentrarme en soledad al final de la vida.
La historia de una utopía para la tercera edad que poco a poco va mostrando un oscuro reflejo
Una mañana en la que Penny está cambiano una bombilla tiene un accidente y se da un fuerte golpe en la cabeza. Ese será el momento en el que su casero, un hombre que representa todo lo que temes el día de mañana al envejecer (ser una carga, una molestia, una ocupación innecesaria en un espacio que podría alquilarse por encima de su precio) decide llevarla a una exclusiva residencia de ancianos llamada Seis Cedros.
—Lamento lo de la caída, pero no es mi responsabilidad cuidar de ella las veinticuatro horas del día. Tengo mucho que hacer. El plan era traerla aquí cuando ya fuera demsaiado. Y eso es lo que he hecho. Me alegro que no haya ocurrido algo peor.
Será en este punto en el que el mundo de Dispersión, We Spread en la versión original, empieza a cambiar. Ian Reid realiza una inteligentísima construcción de este pseudo-thriller creando un juego intranquilizador de cambio de atmósferas: frente a la casucha fría representada por una butaca sudorosa y una lata de sopa roja fría, se encuentra esa residencia preciosa: una casita dulce con una cama inmensa y blandita, personal atento y cariñoso y una comida suave y sedosa de una calidad superior.
De esta manera, el autor genera un cambio de escenario que hace que nosotros, como lectores, nos sintamos esperanzados ante lo que nos plantea. Shelley, la encargada de la residencia en la que solo se encuentran alojados otros tres ancianos; y Jack, el enfermero a su cuidado, son espectacularmente amables. Sus palabras de ánimo, su actitud positiva y la forma con la que enfrentan el ánimo derrotista de Penny y la empujan a volver a pintar, es inevitablemente, seductor.
Por supuesto, no todo es ideal. Dentro de Seis Cedros empezarán a colarse pequeños glitch e incoherencias capaces de poner sobreaviso a cualquiera involucrado en la lectura de la trama. Penny no recuerda en ningún momento haber seleccionado esa residencia para ella, pero todo el mundo a su alrededor le asegura que así es y cuentan con información y datos sobre su vida privada que no habrían podido obtener de otra manera.
Otra larga noche dando vueltas y más vueltas en la oscuridad. Las noches no deberían parecer tan largas como los días. Las noches se hicieron para pasar en un abrir y cerrar de ojos. Se supone que debo levantarme sintiéndome fresca y descansada. Pero eso nunca sucede.
Falla la memoria de Penny, ¿o es el mundo el que no está bien?
La novela se carga en sus primera páginas de un doloroso recordatorio permanente en forma de sutiles indicaciones y diálogos que sitúan a Penny, la protagonista, en el vértice de una vida de la que ya no puede esperar nada. Así, la obra construye dos esferas: la del resto del mundo y la del suya desde la que, encerrada debido a las propias limitaciones de su cuerpo, se espera que aguarde la muerte sin causar ninguna inconveniencia al resto y, sobre todo, sin disfrutar ni un solo segundo. Sin ir más lejos, las montañas que rodean la residencia Seis cerros, son fuente de inspiración y felicidad para su personal, pero los ancianos no pueden disfrutar de ello y se espera que se contenten con las vistas desde el otro lado de una ventana.
Así, poco a poco, la casa y la obra te atrapa. Con capítulos muy cortos, directos, inquietantes y claramente demasiado lúcidos como para creerte que a Penny le falla la memoria, Dispersión va generando una tela de araña alrededor de la cual los ancianos y el enfermero Jack se ven forzados a bailar.
Las señales de que algo no va bien están ahí pero son tan pequeñas, tan anecdóticas, que por un momento como lector decides pasarlas por alto y no dar demasiado valor a la preocupación interna de Penny. Así, el autor se asegura de que siempre haya una excusa para los momentos erráticos e intranquilizadores que presencia la protagonista: desde un acceso de fiebre al simple y llano hecho de que la memoria de los ancianos no es del todo fiable.
Pero las señales están ahí: en Seis Cedros, todos forman parte de un ecosistema que se mantiene en un precario equilibrio en una especie de universo independiente donde el tiempo no parece transcurrir con normalidad. En lugar de hacerlo evidente ante los ojos del lector, Ian Reid carga la obra con extrañas metáforas y símbolos escondidos detrás de frases y actitudes aparentemente inocentes.
El color rojo que se repite por todas partes.
Las muescas en las paredes de las habitaciones.
El rompecabezas basado en el paisaje que les rodea titulado Pando, que en latín significa “extenderse”.
La obsesión de Ruth, una de las ocupantes, por ver en un eterno bucle sin final una película sobre Thelma y Louise.
O cómo Hilbert, un hombre atractivo y dulce, da vueltas una y otra vez al tema de las fracciones y la simbología de cuánto ocupa cada uno de ellos frente a un todo común.
A todo ello se le suma las fascinantes reflexiones de Penny sobre el arte, lo que significa para ella y lo que transmite, realizando una correlación indirecta entre el miedo a morir de Penny, de que le queden cosas por hacer y su aversión por finalizar ninguno de los cuadros.
Esta mentira trata de la vida, de que necesitamos más vida, necesitamos ser más productivos, producir más, de que tiene que ser más larga, de que la muerte es el enemigo. Pero no es cierto. La infinitud es un misterio sobrecogedor, o eso creía yo antes. Ahora sé que no lo es. La infinitud se estanca. No se expande. No puede.
Dispersión: cuando todos forman parte de un todo.
Conforme la obra va avanzando, vamos comprendiendo que, de alguna manera, el interior de Seis Cedros se ha convertido en una suerte de universo cerrado donde todos los miembros de su interior forman parte de un ecosiste codependiente. Así, el autor realiza una correlación entre los miembros de la casa, cuya identidad se va diluyendo en el todo que significa esa casa, transmitiéndose de alguna forma no definida conocimientos y recuerdos entre ellos (por ejemplo, la capacidad de Penny de hablar francés sobre el final de la obra) con la forma de vida del hongo conocido como "armillaria solidipes" o "armilaria de miel”.
Esta planta que se referencia de pasada creciendo en la espalda de Hilbert y echando esporas dentro del cuerpo de Penny, es sin lugar a dudas un poderoso símbolo referenciado en el título (especialmente el de la versión inglesa, Spread me). Es especialmente ilustrativa esta referencia para comprender la realidad oculta en el interior de la mansión. Al fin y al cabo, este hongo representa todo lo que Shelley siempre ha querido: una vida más larga en una comunidad interconectada y como parte de un todo que, como el hongo, se extiende a lo largo de grandes áreas del suelo que genere múltiples brotes de setas en diferentes lugares a través de una sola entidad genética, conectada por el mismo micelio a costa de devorar la vida de los árboles sobre los que crece.
En conclusión: ¿merece Dispersión la pena?
Dispersión es una obra extraña, ágil y absolutamente imprescindible. Iain Reid es capaz de plasmar como nadie la soledad y el miedo que sentimos por desperdiciar nuestra vida y vernos abocados a una vejez asfixiante que sin duda se acerca a pasos agigantados.
El libro cuenta con un sabor salado, industrial y asquerosamente metalizado en sus primeras páginas, permitiéndonos empatizar con una mujer que encarna en el interior de su cuerpo los miedos de una generación entera: el miedo a no ser suficiente, el terror a un compromiso durareto, la incapacidad de salir adelante en un contexto de soledad en el que vemos que nuestra mente ey nuestro cuerpo están, cada vez más, en permanente estado de guerra.
Además de la fascinante perspectiva sobre el arte que Penny nos va regalando durante el relato, nos encontraremos también con profundas reflexiones sobre el desempoderamiento que va ligado a la vejez. ¿Cómo te opones a la constante infantilización a la que te someten al llegar a la tercera cuando eres vulnerable y estás perdiendo gran parte de tu 'yo' a medida que los recuerdos se desvanecen?
La novela se muestra así como una muñeca matroshka en diferentes capas que nos sumergen en un laberinto fúngico co-dependiente extraño, terrorífico y al mismo tiempo, de alguna forma, conmovedor. Todo ello hace que la novela por sí sea una obra conmovedora, fascinante y sin dudas profunda capaz de resonar en el interior de tu pecho y hacer que te preguntes: ¿Cómo lidiaré yo con la soledad cuando me desvanezca lentamente?
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