Argumento de Momo
Momo es una pequeña niña sin padres, zapatos o un hogar al que volver. Pasa los días devagabundeando por las calles sin nada más que hacer hasta que de pronto, un día, encuentra un hueco bajo las ruinas de un anfiteatro y decide quedarse a vivir en él. Extrañados, los lugareños ayudan a la niña decorando su nuevo hogar, trayéndole comida y pasando a visitarla.
Pronto todos ellos descubren que Momo tiene una extraña cualidad: es capaz de inspirar a la gente debido a lo bien que se le da escuchar. Pero una amenaza terrible se cierne sobre la ciudad en forma de hombres grises con maletines y cigarritos: hombres encargados de estafar a la gente para robarle su tiempo.
Un cuento que empieza a ascender a algo más
Cuando empiezas a leer Momo, la narrativa de Michael Ende es en realidad la misma que la de un cuento. Comienza explicando lo que son los anfiteatros y cómo ha cambiado el mundo desde que estos eran el centro de la actividad de ocio de los ciudadanos, y luego nos introduce a la preciosa Momo y cómo se acerca la gente primero a ella.
El mundo pacífico y feliz alrededor del cual se construye la vida de Momo y de sus amigos se rodea en la primera parte (de un total de tres) con las narraciones y cuentos de Gigi Cicerone: historias realmente preciosas sobre el espejo y la luna o sobre el mundo que son capaces de sacar la parte poética de Michael Ende y enamorarte desde un primer momento de la obra.
Pero a partir de la segunda parte, estos elementos típicos de cuento empiezan a diluirse en una complicada trama que los niños comprenderán como una aventura contra un enemigo malvado (los hombres de gris) y que los adultos descubrirán como una envesada y al mismo tiempo poética metáfora acerca del tiempo, la vida y cómo emplear nuestras horas, minutos y segundos. Desde ese momento, como ocurre en los buenos libros infantiles, se produce una doble lectura en el que puedes tomarte la aventura de la pequeña Momo como un viaje interesante al lado de personajes fascinantes (como la tortuga Casiopea o el Maestro Hora), o como una metáfora sobre lo que merece la pena atesorar en esta vida.
Una fuerte crítica a la sociedad consumista
No hay que indagar demasiado en el argumento de Momo para darte cuenta que Michael Ende pretendía realizar una crítica al capitalismo más taylorista y a la cultura de la adoración al dinero y al trabajo. Desde un primer momento en el que se nos muestra al barbero, este se presenta como un hombre generalmente feliz pero descontento porque cree que no tiene tiempo para llevar a cabo una vida “más lujosa”. De esta forma está citando directamente la ambigüedad del marketing contemporáneo donde te presentan como ejemplo de satisfacción y de felicidad general, una vida llena de lujos y de consumo sin parar (que es, en el fondo, el interés último del marketing: generar necesidades sobre cosas o productos donde antes no las había).
Lo único importante en la vida - prosiguió el hombre - es tener éxito, llegar a ser alguien, tener algo. Quién llega más lejos, quién es mejor y tiene más que los demás, recibe el resto por añadidura: amistad, amor, honor. etc.
Inmediatamente después de que el barbero tenga estos pensamientos aparece por su puerta un agresivo vendedor de una caja de ahorro que, a través de un discurso al más puro estilo de 1984 de George Orwell, convence al pobre barbero de que no le queda prácticamente tiempo útil en la tierra porque lo desperdicia con tonterías. Este vendedor que emplea uno por uno todos los mecanismos y técnicas de los vendedores puerta por puerta, acaba sellando el destino del hombre y del resto de la ciudad como un ente invisible que es, ni más ni menos, que la materialización del consumismo irrefrenable.
De pronto, en vez de realizar cosas que hacen felices a la gente, estos se centran en sus trabajos y reducen cualquier tipo de interacción social y los primeros que lo sufren son los niños. Precisamente Momo se fija en que cada vez más niños aparecen con juguetes increíbles: robots capaces de andar, tanques teledirigidos o cohetes espaciales, pero también dice que estos juguetes son tan caros que no puedes hacer con ellos nada más. De esta forma, Michael Ende hace una crítica a los padres que compran el amor de sus hijos, regalándoles lo más caro de las tiendas de juguetes pero sin ni siquiera molestarse en pasar ni un minuto con ellos.
Pues yo ya tengo once discos de cuentos - declaró un niño muy pequeño -, y los puedo escuchar todas las veces que yo quiera. Antes mi padre siempre me contaba algún cuento por las noches, cuando volvía del trabajo. Era muy bonito. Pero ahora ya nunca está en casa. O está cansado y no tiene ganas.
La crítica al capitalismo de Ende va de la mano del individualismo más extremo del que se apoya el marketing moderno. A diferencia de sociedades en el este, donde lo que prima es la comunidad, en occidente se ha divinificado al ser humano y hasta se enaltece el yo más egoísta. Esto queda muy bien expresado cuando Nino, de la taberna, se queja de ser el único tonto del que todos se ríen por ser bondadoso, como si la bondad fuera un motivo de escarnio más que una virtud.
El dueño del local me ha subido el alquiler. Ahora tengo que pagar un tercio más que antes. Todo ha subido. ¿De dónde voy a sacar el dinero si convierto mi local en un asilo para viejos chochos? ¿Por qué tengo que ser bueno con los demás? Nadie es bueno conmigo
Con esta última frase, Ende dilapida lo que en su opinión es el foco del problema: cuando el interés es la prioridad, nadie es capaz de plantearse actos de bondad desinteresados.
La concepción del tiempo y de la muerte en Momo (spoiler a partir de este punto)
Uno de los temas centrales dentro de Momo, además de la crítica del consumismo, es la forma con la que los seres humanos perciben el tiempo (tema que Husserl exploró profundamente). Los hombres de gris que aparecen en la novela se generan espontáneamente debido a la ansiedad generada por la sociedad de consumo y se alimentan del tiempo que la gente no dedica a cosas que le hagan realmente feliz. Y sin embargo, Momo es inmune a ellos y esta pista ya te la entregan en las primeras páginas del libro.
Fijaos en que una de las primeras preguntas que le hacen a Momo es la de cuántos años tiene y ella muy convencida contesta que cien. Esta incapacidad de contar o de medir los números, años y segundos la hace invulnerable al poder de los hombres de gris que roban el tiempo de la gente.
Una de las partes más bonitas de la novela es precisamente el momento en el que Momo conoce al Maestro Hora: un hombre anciano y excéntrico que vive en una casa en Ninguna Parte rodeado de sus preciados relojes. En este lugar, Michael Ende realiza una preciosa metáfora tratando de naturalizar el tema de la vida y la muerte para los más pequeños, aunque es muy posible que sea demasiado compleja para una mente infantil.
Un péndulo que no está sostenido por nada y que no tiene peso, se acerca a una esquina y genera una preciosa flor, la cual se marchita y se pudre cuando el péndulo se aleja, generando una nueva flor en otra punta. Momo comprende de esta forma uno de los principios de las religiones orientales: que el alma o la esencia de la gente, al morir, vuelve a formar parte del universo.
Especialmente emotivo es el momento en el que Momo se vuelve al Maestro de la Hora y le pregunta si este es la Muerte. Y de esa forma descubrimos la forma con la que Michael Ende muestra la figura de la muerte: como un anciano feliz y excéntrico que quiere que valoremos nuestro tiempo y que disfruta con las adivinanzas. Y… ¿acaso no es una de las personificaciones más bonitas que habéis visto en la literatura de la muerte?
¿Tú eres la muerte?
El maestro Hora sonrió y se mantuvo en silencio durante unos instantes antes de contestar:
Si los seres humanos supieran lo que es la muerte, entonces ya no tendrían miedo de ella. Y si no tuvieran miedo de ella, entonces nadie les podría robar nunca más su tiempo de vida.
Un lococentrismo invertido: la ciudad cambia con sus habitantes
Está claro que para Michael Ende es la propia gente la que modifica el escenario y el espacio en el que viven. Desde el principio nos narra los alrededores del anfiteatro en el que vive Momo como lugares con especial encanto a pesar de la pobreza económica de los que la habitan. De hecho, hay un detalle bastante interesante desde el primer capítulo y es el momento en el que uno de los ciudadanos le pinta a Momo un “cuadro”, con marco, clavo y todo en una pared, de manera que consigue embellecer y enriquecer la estética de una pared con sus propios sentimientos, ya que dinero, no tiene nadie.
Sin embargo en cuanto la epidemia del ahorro del tiempo se extiende, el narrador nos cuenta cómo se tiran abajo las pequeñas casitas con personalidad que no son en absoluto productivas, para levantar grandes edificios sin alma, completamente grises, donde la gente pueda realizar sus funciones básicas y poco mal, anticipándose sin duda al drama de los hoteles balas y de la adicción al trabajo de la sociedad contemporánea.
Una edición muy bonita y cómoda de Momo
Momo es un cuento de mi infancia y estaba acostumbrada a la vieja edición de Alfaguara de con la portada amarilla de la pequeña Momo caminando. Sin embargo, la edición de Loqueleo no decepciona en su interior. Volvemos a encontrarnos con un cuidado maestro a la hora de planear y medir los márgenes y de distribuir las hojas, además de su clásica dedicatoria al final del libro.
A pesar de ser un libro que se usa a menudo como recurso de lectura escolar, a diferencia de otros libros de Loqueleo como La casa de Bernarda Alba, esta edición de Momo no incluye preguntas de apoyo al profesorado. Lo que sí nos podremos encontrar por ejemplo son elementos gráficos de apoyo que potencian la imaginación de los lectores, como los carteles con faltas de ortografía que dibujan los niños en la manifestación para revelarle a los adultos que alguien les está robando el tiempo.
Mi opinión sobre Momo
He tenido el privilegio de volver a leer Momo siendo una adulta, y ha sido quizás una de las mejores cosas que me han pasado. No mucha gente sabe que en realidad esta web, la cual yo fundé, se llama Momoko precisamente por la suma del sufijo -ko japonés (que significa niña) y el nombre de Momo (aunque más de uno podría haberse imaginado que era porque le tenía especial afecto al nombre japonés de Momoko).
Cuando era pequeña no hablaba mucho. Era la típica niña callada que solo escucha y lee, y donde otra gente veía en aquello un terrible defecto, mi hermana mayor siempre sonreía y decía “es que es como Momo”.
Y a pesar de que recordaba en mi corazón a Momo y a Gigi y que sabía a fé cierta que la había visto mil veces en mi cabeza con sus ojitos abiertos y su enorme abrigo de hombre con coderas, no recordaba a los hombres de gris, ni sus bombines, ni mucho menos su papel en el tiempo de la gente y de la trama. Así que releer Momo fue para mí un duro golpe de realidad al descubrir que una de las novelas que marcaron mi infancia guardaba en realidad un mensaje tan potente y dilapidante. Como dice Gandalf en El señor de los anillos: «a ti te corresponde decidir qué hacer con el tiempo que se te ha concedido». Pero lo que está claro es que Momo, con toda la fama que tiene como novela infantil, ha pasado desapercibida como una lectura también imprescindible para los adultos. Una novela en la que la Muerte no lleva guadaña, sino pastelitos de mantequilla y de miel; donde la vida se simboliza en preciosas flores de loto que flotan sobre un estanque del tiempo y donde nuestras peores pesadillas son las que nosotros mismos nos creamos.
Pero quizás no tengamos tiempo para tanto. Para pararnos a reflexionar, para dar de comer a los periquitos, para jugar con los niños en un viejo anfiteatro. Quizás, más de treinta años después de que Michael Ende publicase esta novela, todavía sufrimos del mal del éxito, todavía permitimos que el estrés se nos coma por dentro y que ya no sepamos cómo ser felices. Porque…¿quién no tiene un pequeño hombre gris susurrando con un cigarro azul justo encima de su hombro?
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