El portal de los obeliscos es la segunda parte de la apasionante trilogía de La Tierra Fragmentada de N.K. Jemisin. En este libro se nos revelarán parte de los secretos mejor guardados de las antiguas civilizaciones y los Guardianes y descubriremos la perspectiva desde el punto de vista de otros personajes.
Por la aciaga tierra: resumen de El portal de los obeliscos
Essun por fin ha llegado a Castrima donde se reencuentra con Lerna, el médico que le ayudó en Tirimo, y con Alabastro, al que custodia continuamente una comepiedras. Por un lado se debate entre sus deseos de salir a buscar a su hija Nassun y por cumplir la última voluntad del que un tiempo atrás fue su amante y su mentor.
Además, conoceremos la perspectiva de otros personajes como la de Nassun, la cual viaja con su inestable padre Jija después de que este asesinase a Uche de una paliza, intentando convencerse de que este todavía la quiere y sigue siendo su “papi”.
Mientras tanto, la Estación sigue su curso, cubriendo los cielos de ceniza y marchitando toda forma de vida sobre la Quietud. Algunos tendrán que hacer un verdadero esfuerzo por sobrevivir, pero a costa de algo muy importante que está lejos de sus posibilidades.
¿Creías que ya conocías el interior de todos los personajes? Por la herrumbre, no.
Es natural que pienses que la segunda obra de una trilogía no puede ser tan buena como la primera. Al fin y al cabo, no muchas de las obras de fantasía que analizamos tienen un diez, pero sin duda Jemisin ha sabido captar la atención de sus lectores al comienzo de esta segunda parte.
La primera sensación que te embarga al abrir la obra y ver que conocerás el punto de vista de Nassun y de Jija es absolutamente apasionante. Primero porque te pretende mostrar, con tus propios ojos, lo que piensa y siente un hombre al que has aprendido a odiar durante una obra entera por asesinar a su propio hijo (un bebé indefenso y pequeñito). Y sin embargo, Nassun lo adora. Lo adora aunque le pegue, lo ama aunque sepa que ha matado de una paliza a su pequeño hermanito. Y por primera vez naturaliza la acción de un hombre repulsivo que de pronto empieza a mostrar matices, dejando que sea el propio lector el que tenga que reescribir sus sensaciones y empatizar (o no) con él.
Tampoco es de extrañar que Nassun deteste terriblemente a su madre Essun. Una de las cosas que más podría rechinar de la primera obra era la comparación de Sienita - Corindón con Essun y sus otros dos hijos. A la primera la acusaban de no querer a su hijo (ojo, muy diferente es esto a tenerlo desatendido, ya que Sienita se ocupaba de su supervivencia básica), sin tener demasiados sentimientos desarrollados alrededor del pequeño. Essun, en cambio, entra en shock al ver a su hijo muerto y se centra obsesivamente en encontrar a su pequeña. Pero más tarde, desde la perspectiva de la propia Nassun veremos que Essun no fue nunca una madre que demostrara su amor.
Por un momento pensé que era porque Corindón fue un bebé impuesto y Nassun y Ucha los tuvo por propia voluntad, pero en realidad el comportamiento de Essun con sus hijos no es más que un reflejo de la propia infancia que ella vivió y de la forma en la que entiende el amor: el afecto de un guardián que trae siempre velada una advertencia de dolor o del Fulcro donde no se los considera nada más que bombas en permanente amenaza de explosión.
Además, por fin podremos desentrañar algo más acerca de los misterios de los guardianes, introduciéndonos en la cabeza de Shaffa (al cual creíamos muerto) y de la forma en la que estos tienen la capacidad de sobrevivir durante los años y de ser tan increíblemente fuertes en combate. A lo largo del libro veremos una nueva cara
Jemisin le ha dado muchas vueltas a la documentación, y eso se deja ver en la obra
Está claro que Jemisin no ha decidido crear un mundo apocalíptico basándose en su imaginación y sin abrir ni un solo libro de historia. Su profundo conocimiento acerca de geología y climatología queda todavía más patente en esta segunda parte, en la que Essun, Lerna y el resto de su nueva comu empiezan a darle vueltas a qué sucederá si la estación dura realmente los 10 000 años que la mujer predijo.
¿Diez mil años? Eso solo para que la hendidura de Yumenes deje de expulsar gases y se despejen los cielos. No es mucho a nivel tectónico, pero el verdadero peligro es que la ceniza se asiente. Si una cantidad suficiente de ceniza cubriera la superficie caliente del mar, podría crecer hielo en los polos, lo que produciría mares más salados, climas más secos, hielo permanente y una proliferación de glaciares a la deriva. Y si ocurre algo así, la zona más habitable del planeta, las Ecuatoriales, no dejaría de ser en exceso caliente y tóxica.
Las consecuencias de la obra de Alabastro hacen que por un momento como lector tengas que tomar aire y apartarte de la obra un momento para conseguir ver el marco general del mundo reconvertido en un espacio desolador donde ni un planta crecerá, ni un ser humano conseguirá seguir con vida. Por un momento, descubres que el decanillado, en su costumbre por tender a lo misterioso, lo que ha hecho básicamente es condenar a la humanidad a su extinción, trabajando, de alguna forma, con los Comepiedras en pos de un plan superior que en un primer momento no nos permitirán entender.
Jemisin no se ha limitado a darnos los hechos ambientales sin ningún tipo de explicación. En el libro explica cómo las plantas con hojas cóncavas y no convexas almacenan más ceniza de lo normal, por lo que tienden a morir antes al ser privadas del sol. También introducirá oportunamente a los buburbajos: insectos comecarne que se vuelven más agresivos durante las estaciones y que son capaces de barrer del mapa a cualquier ser humano en pocos segundos.
HERRUMBROSO LECTOR, a partir de aquí habrá spoilers
Los comepiedras no son tan monos como pensábamos.
En esta segunda parte conseguiremos entender un poco más a las criaturas de las que nos previene el litoacervo: los comepiedras. Desde el pequeño Hoa, que tan adorable ha sido en la primera entrega, hasta Antimonio o el resto de criaturas que se mueven con lentitud y que hablan emitiendo sonido desde el interior de su cuerpo.
Es posible que para inspirar esta raza, que tanto tiene que ver con la guerra contra Padre Tierra y las tres facciones de las que nos previene Alabastro, Jemisin se basase en el mito griego de Pigmalión. Este mito recogido en La Metamorfosis de Ovidio, cuenta la historia de Pigmalión, un rey de Chipre, que se enamoró sin poder evitarlo de la estatua que acababa de modelar. Cuando Afrodita visitó su reino, le pidió que por favor le diese vida a la estatua, ahora con el nombre de Galatea, para poder casarse con ella.
Lo interesante de todo este tema es que, a pesar de que de Hoa o Antimonio nos hablen de las diferencias que existen entre los comepiedras convencionales y sus intereses, en realidad no llegamos a saber demasiado acerca de sus diferencias. Antimonio se comporta como una estatua fija creada en mármol, prácticamente incapaz de gesticular ni de darle la mínima nota de inflexión a su voz, mientras que Acero sonríe de forma natural y Hoa continúa siendo el inocente comepiedras que era en un primer momento.
Sabemos que no se les puede matar, pero sí atrapar, y que mienten más de lo que hablan de forma que continuamente sientas el mismo recelo por ellos y la misma desconfianza que siente, irónicamente, Essun y el resto de los humanos. Y digo irónicamente porque el epicentro de la novela siempre ha sido el hecho de que los táticos tratan a los orogenes como monstruos sin haberse tomado la molestia de intentar conocerlos primero debido a los prejuicios que extiende el fulcro y el litoacervo, y al mismo tiempo ellos mismos sienten repulsión por los comepiedras por las mismas razones.
El único personaje que aboga por la libertad moderna y la tolerancia entre clases y que cree fieramente en la justicia es Ykka, y su papel no es tan convincente, precisamente por la falta de matices, como el de Essun o Tonkee.
El pequeño Hoa o el momento: oh dios mío de esta novela
Igual que en La Quinta estación tuvimos un momento de sorpresa al descubrir que Damaya, Sienita y Essun eran la misma persona, en El portal de los obeliscos pasa algo similar en el momento en el que descubres que Hoa, el pequeño Hoa, es en realidad el comepiedras del primer obelisco con el que Sienita se enlazó.
De golpe todo tiene sentido, porque los comepiedras tienen fijación por un humano en particular. Antimonio permanece fiel a Alabastro, al cual cuida y sujeta incluso en sus últimas horas cuando este no es más que un tronco sin brazos ni piernas. Hoa, sin embargo, nos da una pista sobre por qué se quedó prendado de Sienita: en el momento en el que Sienita se conecta con él por primera vez y le pregunta, inocentemente, si está bien.
Hoa ansía la humanidad. Entre las pocas palabras honestas que suelta, comenta que es fácil envidiar a los seres humanos porque son capaces de reproducirse, mientras que ellos se van erosionando lentamente y no pueden vivir plenamente. También afirma en varias ocasiones que quiere a Sienita, que la ama.
Y a pesar de todo ello, su cuerpo negro y sus ojos negros, su aspecto demoníaco no hace más que causarnos el mismo recelo extraño que siente la propia Essun. Porque… ¿son honestas sus intenciones? Antimonio ha expresado su apoyo al plan de Alabastro de devolverle la luna a Padre Tierra, pero Hoa nunca ha dicho qué quiere. Ni para qué la está utilizando. Y sin embargo, varias veces en esta novela recuerdan que el amor más apasionado, es el que más duele.
La naturalización de Padre Tierra como un ente con pensamiento propio
En esta novela se revela el hecho de que las Estaciones y toda la intranquilidad que ocurre en la Quietud es realidad debido a una anciana guerra de la que nadie estaba al tanto. Una guerra en la que participan los comepiedras, los táticos / orogenes y el Padre Tierra. En ese contexto, dotan de una identidad compleja a la propia tierra, capaz de sentir emociones y de tener pensamientos propios.
No es la primera obra que hace esto. En el videojuego Xenoblade Chronicles 2 los diferentes planetas y mundos tienen una personalidad propia y el enfoque que esgrima este juego es la maldad inherente a los seres humanos que destruyen los diferentes mundos con su egoísmo. Otros juegos como FFVII o incluso World of Warcraft le aportan una identidad propia al Planeta, popularizando esta forma de pensamiento en la que los propios planetas tienen vida.
Preguntas que quedan sin respuesta, migraciones convulsas sobre Padre Tierra.
Quizás es que me he metido un atracón a Jemisin o quizás es que simplemente no lo dejan claro, pero este libro deja abiertas muchas más incógnitas que la primera parte. Para empezar, da la sensación de que el comepiedras gris al que Nassun llama “Acero”, es el malo de la historia. Amenaza a Essun, hostiga a un ejército contra Castrima y al parecer descuartiza a Hoa.
Pero es que es posible que Hoa SEA realmente el malo de toda esta historia. Al fin y al cabo, “cabreó al orogen equivocado”, el cual lo encerró en un obelisco. Además, al principio de la historia, él mismo nos narra desde el interior de su cabeza que va a hacer algo por lo que Essun no será capaz de perdonarle. Habla a menudo de los tres bandos dentro del grupo de los comepiedras pero nunca se posiciona en uno de esos bandos.
Y sin embargo, al final del libro, Acero le pide a Nassun, la cual ha resultado ser ocho veces más poderosa que su propia madre, que traiga de vuelta la luna a la tierra. Al mismo tiempo, nos encontramos con la figura de Shaffa, un guardián contaminado del cual no sabemos cuánto tiempo más podrá contenerse, o si no acabará enfrentándose dramáticamente contra Essun en el momento en el que ambos se encuentren.
Y por lo pronto, tampoco sabemos si Padre Tierra perdonará a sus hijos por devolverle la Luna. Bien pudiera ser que nos estemos dirigiendo a una terrible guerra en la que Antimonio, Alabastro convertido en comepiedras (porque ese último comepiedras que sale en la novela es Alabastro ¿no es así?) y Nassun se enfrenten contra Hoa y un ejército de estatuas voladoras.
Mi opinión sobre El portal de los obeliscos
El portal de los obeliscos no consigue impactarte de un bofetón como ocurre con la primera vez que lees a Jemisin, pero eso no quiere decir que no sea un libro de transición completamente redondo. Esta obra te da los suficientes datos como para mantenerte enganchada todo el tiempo, intentando desentrañar los secretos y los misterios que oculta Padre Tierra, los Comepiedras y los orogenes. Y sabes que no puedes descartar el hecho de que aparezcan seres todavía más poderosos, porque no puede ser que los únicos con esa potencia mágica sean Essun y su hija.
Sin embargo hay algo que a mí personalmente me rechinó. Me rechinó que esos hilos blancos que Nassun llama “plata”, Alabastro y Essun los denominen “magia”. La orogenia era fascinante precisamente porque se planteaba la forma de realizar cosas imposibles a los seres humanos convencionales, con sus limitaciones y sin emplear la ambigua y amplia palabra “magia”. El hecho de que introdujeran nuevas formas de conexión y comprensión del funcionamiento de los enlaces o la orogenia me parece maravilloso, pero me rechinó especialmente que lo llamaran magia.
Sin embargo, esta obra ha conseguido engancharme profundamente a personajes que antes detestaba y temía, como Shaffa, con el que han logrado que acabe empatizando y al que acabe queriendo profundamente. Cada vez que Nassun tenía uno de sus “accidentes orogénicos”, esperaba que Shaffa le rompiese la mano o la matase, pero este, a pesar del dolor que siente, no deja de tolerarla.
He acabado devorando este libro en mis ratitos libres en menos de 48 horas y ahora tengo apetito por algo más de lo que cabe en mis abastos: quiero sesapinar la magia del final, la romántica y poética luna de nuevo sobre nuestra cabeza y el fin de una guerra contra las civitustas. Quiero poder sentir temor frente a una estatua de mármol y ver en qué clase de comepiedras se acaba convirtiendo Essun. Y sobre todo, quiero ver el mundo que Jemisin tiene preparado, porque está claro que volverá a sorprenderme a cada momento.
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