Sin embargo, esta obra ha conseguido engancharme profundamente a personajes que antes detestaba y temía, como Shaffa, con el que han logrado que acabe empatizando y al que acabe queriendo profundamente. Cada vez que Nassun tenía uno de sus “accidentes orogénicos”, esperaba que Shaffa le rompiese la mano o la matase, pero este, a pesar del dolor que siente, no deja de tolerarla.
He acabado devorando este libro en mis ratitos libres en menos de 48 horas y ahora tengo apetito por algo más de lo que cabe en mis abastos: quiero sesapinar la magia del final, la romántica y poética luna de nuevo sobre nuestra cabeza y el fin de una guerra contra las civitustas. Quiero poder sentir temor frente a una estatua de mármol y ver en qué clase de comepiedras se acaba convirtiendo Essun. Y sobre todo, quiero ver el mundo que Jemisin tiene preparado, porque está claro que volverá a sorprenderme a cada momento.