Cuentos de El bosque de los suicidas es una grapa promocional que Karras Cómics reparte a las librerías como regalo para aquellos que compren El bosque de los suicidas o La llamada del bosque de los suicidas. Con la firme intención de honrar a los fantasmas que aparecen en el mismo, a los autores de la grapa o a los fantasmas de los autores (adelantándome al día en que decidan acabar conmigo), esta humilde servidora ha decidido reseñar la grapa como si fuera un tomo completamente independiente.
La grapa cuenta con prólogos inéditos de El torres, bocetos de El bosque de los suicidas y portadas alternativas que harán las delicias de cualquier seguidor de Gabriel Walta y tres relatos cortitos completamente independientes que giran alrededor de Aokigahara. Se recomienda encarecidamente la lectura de la obra El bosque de los suicidas antes de leer Cuentos de el bosque de los suicidas. Si tu librero te ha dado la grapa por comprar La llamada del bosque de los suicidas y no te has llevado el original de El Torrres y Gabriel Walta, déjame que te diga que estás cometiendo un gran error. Existe un orden en esta vida. Un orden milenario e importante que uno debería seguir si no quieres levantar la ira de tus antepasados.
Dicho lo cual, entremos en materia.
De qué trata Cuentos de El bosque de los suicidas
La grapa es una pequeña joya publicada en el 2016 que ha recuperado Karras Cómics del olvido. Reeditada en el 2020, esta incluye un prólogo de Juan Rodríguez Millán donde habla del honor que siente al haber sido escogido por un autor de renombre como El Torres para escribir en una de sus obras (y donde narra cómo le conoció al más puro estilo de Neil Gaiman en La vista desde las últimas filas), seguido por un texto de Julia Rigual Mur sobre la figura de Aokigahara en el manga y el anime.
A partir de ese momento la grapa se divide en tres pequeñas historias, todas con guión de El Torres y diferentes artistas. La primera, Retorno, dibujado por Fran Galán cuenta la historia de Kiriko y Kazuhiko, dos jóvenes que intentan seguir con su vida después de que su mejor amiga, Sumiko, haya desaparecido. Las cosas empiezan a complicarse cuando el fantasma de Sumiko se manifiesta continuamente siguiendo a Kazuhiko. Su horripilante espectro forzará a Kazuhiko a pedirle ayuda a Ryoko, un personaje de El bosque de los suicidas, la cual empezará una investigación sobre la verdadera razón por la que Sumiko ha vuelto en forma de yurei.
El segundo relato, Abandono, es especialmente breve. Dibujado por Jesús C. Can, la obra se basa en la soledad que sienten los yureis anclados al bosque, desesperados porque alguien encuentre sus cuerpos para poder descansar, adoleciendo durante cientos de años.
El tercer relato, Sacrificio, muestra a un hombre, Tamura, realizando un ritual de vudú en mitad de Aokigahara para vengarse de sus compañeros de trabajo y su superior, ya que no se siente en absoluto valorado. Dibujado también por Fran Galán, Tamura se encontrará sumergido en un maleficio del que no encuentra salida cuando los muñecos que llevó en representación de sus compañeros se convierten en espíritus vengativos.
Entre el segundo y el tercer relato, Cuentos de El bosque de los suicidas introduce un par de páginas en las que El Torres narra su proceso de documentación y lo que buscaba transmitir con El bosque de los suicidas en un texto donde demuestra su profundo conocimiento sobre los yurei, los onryo y la organización general japonesa. Además, incluye bocetos y borradores de los dibujos que Gabriel Walta elaboró, así como portadas alternativas de la obra que hacen las delicias de cualquier amante del trabajo del autor.
Estructura, dibujo y sensaciones generales
No he podido evitar percibir que quizás Cuentos de El bosque de los suicidas está un poco desordenada, o al menos creer, en mi soberbia de gaijin, que podría estructurarse de otra forma. Quizás si se recogieran primero los relatos y luego las páginas especiales habría cambiado esta percepción. Y es que Cuentos de El bosque de los suicidas está quizás descompensado: frente al brillantísimo texto donde El Torres habla con humildad sobre cómo intentó aproximarse a la cultura japonesa, cómo planteó las historias al ritmo de un tambor o su convicción de que Masami tenía que ser un onryo (un tipo de yurei o fantasma japonés que se caracteriza por su insaciable sed de venganza y su violencia manifiesta), los prólogos de Juan Rodríguez y de Julia Rigual relucen un poquito menos. Quizás es que yo, como lectora, tengo algo personal contra los prólogos laudatorios en los que narras tu experiencia personal conociendo a “x” autor, pero al ser esta la introducción de la propia grapa mis expectativas de lo que iba a encontrarme bajaron hasta llegar al maravilloso capítulo de Retorno.
Cada uno de los tres relatos se introduce con una página que replica, al igual que El bosque de los suicidas, una fotografía famosa de Aokigahara con un haiku de autores tan relevantes como Akutagawa Ryunosuke. Pronto veremos que el estilo de Fran Galán y el de Jesús C. Can son completamente diferentes a la hora de enfrentarse al guion de El Torres.
Fran Galán crea escenarios extremadamente bien construidos, donde la atención por los detalles y las posturas de la primeras viñetas convierten la experiencia de lectura en una suerte de animación en tu cabeza. De esta forma, crea potentes imágenes donde Sumiko se muestra deforme, omnipresente y firmemente asentada sobre sus pies(los yurei japoneses teóricamente nunca muestran sus pies), acechando y persiguiendo al protagonista. El relato va ganando en intensidad hasta que los rostros de los personajes, que tan primorosamente dibuja Fran Galán en las primeras páginas, se deforman con la intención narrativa de mostrar la violencia de sus emociones.
En los relatos de Fran Galán se puede percibir entonces una gran atención al dibujo y una búsqueda por imprimir un ritmo narrativo al guion que funciona muy bien en el clímax de Retorno pero que no acabó de convencerme del todo en la conclusión de Sacrificio.
Abandono, de Jesús C. Can opta por un estilo más fotográfico y por la superposición de negros y grises sobre rojos. Su breve relato repite algunos recursos de El bosque de los suicidas como el hecho de que el protagonista ahorcado se orine encima para transmitir la soledad y falta de gloria que existe en un lugar considerado tatai por los japoneses (es decir, maldito). Atrapados en el konoyo o el más acá, el mensaje de este relato es muy claro: la muerte no es el final, solo el principio de una larga cadena de sufrimiento donde los espíritus están condenados a revivir una y otra vez el dolor su suicidio hasta que alguien encuentra sus restos. Esta es una forma también de honrar a los voluntarios de los templos que periódicamente recorren el bosque con la intención de encontrar los cuerpos y darles la sepultura que se merecen.
Mi opinión sobre Cuentos de El bosque de los suicidas
Antes de nada tenemos que partir del hecho de que Cuentos de El bosque de los suicidas es una grapa promocional y completamente gratuita que Karras tiene a bien poner en las manos de sus compradores. Y ya solo por eso se merece todos nuestros respetos. El hecho de poder ver en primicia parte del trabajo del backstage de Gabriel Walta, ser capaces de echarle un vistazo a espectaculares páginas y bocetos del cómic original de El bosque de los suicidas que desecharon porque no acababa de “transmitir” exactamente lo que ellos querían o incluso comprender que hizo un estudio hasta del más ínfimo de los personajes, convierten esta grapa en un pequeño tesoro.
Personalmente, me encantó la historia de Sumiko. Y ha sido toda una suerte encontrármela de primera, ya que mi sensación general con la grapa ha sido muy positiva desde entonces. Me ha parecido una auténtica genialidad por ejemplo encontrarme con un sorei, un tipo de yurei muy particular que resulta menos llamativo ante los occidentales pero que protagonizan sus propias leyendas dentro de la mitología japonesa como es la historia de Otsuyu.
Todos los relatos tienen sus momentos impactantes que hacen que te quedes pegado a una viñeta en particular observando con los ojos desencajados el horror que se han propuesto transmitirte, pero quizás el menos sutil de todos fue el de Sacrificio. Puede que no me encajara tanto porque el protagonista, el típico salaryman japonés, está realizando un ritual de vudú (con escenas quizás inspiradas en La isla de las muñecas de Nuevo México), algo que es completamente ajeno a su cultura. Además, su suicidio por venganza parece una razón muy poco sólida al compararla con la magnífica forma con la que el resto de las historias son capaces de transmitirte la psicología de una persona que ha decidido acabar con su vida en un rincón apartado.
De cualquier forma, está claro que Cuentos de el bosque de los suicidas es una lectura realmente interesante por la que yo, personalmente, no dudaría en pagar el día de mañana. Así que ya sabéis, si vais a una librería a por el cómic y no os dan esta grapa, amenazad con perseguirles toda la eternidad. El buen librero sabrá de lo que estáis hablando.
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