Aproximarse a cualquier obra de ensayo sobre un tema en específico ya es un reto de por sí, pero cuando este se centra en algo tan específico como las presencias espectrales en un país tan complejo e imposible de desentrañar como Japón, la dificultad hace que cualquiera con poca fuerza de voluntad tiemble un poco con el libro entre sus manos. Es fácil que estas obras de estudio y análisis se conviertan en largas listas de títulos cinematográficos, referencias culturales que solo comprenderán los más puestos en el tema y términos en japonés que se escapen de la curiosidad de un lector más novato. Por suerte, Zack Davisson no cae en esos peligrosos tropos.
Yurei, los fantasmas de Japón es una obra excelente que supera con creces cualquier tipo de idea preconcebida que tuviera sobre ella antes de embarcarme en su lectura. La traducción de Fernando Álvarez Rodríguez y el cuidadísimo trabajo de Satori Ediciones convierten este librito de casi 300 páginas no solo en un manual de referencia para el estudio, comprensión y aproximación de la idiosincracia del yurei en Japón, sino también en una obra sumamente entretenida capaz de atraparte por momentos con sus historias de fantasmas, su maravillosa forma de recorrer el origen de los kaidan o cuentos de terror con moraleja y su forma tan carismática y natural con la que trata las figuras espectrales en el imaginario colectivo japonés.
La obra de Satori Ediciones no solo cuenta con una magnífica traducción de la obra, sino que además entre sus páginas han incluido páginas con algunas ilustraciones y pinturas clásicas que retratan momentos o historias relatados en el libro y un muy necesario glosario al final con términos específicos del mundo fantasmal japonés y su descripción en castellano.
Pero… ¿qué es un yurei?
Se podría simplificar el término yurei llamándolos “fantasmas o espectros japoneses”, pero esto no sería correcto. Los yureis son espíritus de personas que permanecen en este mundo movidos por un poderoso sentimiento (ya sea por amor, odio o venganza) o por haber dejado algún asunto sin finalizar. A lo largo del libro, Zack Davisson va desgranando poco a poco no solo el origen del término y de los primeros yureis sino también las reglas a las que se ven sujetos, su estética tan particular y algunas historias que se repiten a lo largo de la historia y de las que, sin saberlo, probablemente has sido consumidor o espectador a lo largo de tu vida.
Los yureis siguen reglas muy específicas. A diferencia de la figura de los fantasmas occidentales que han sido (y perdonad la expresión), prostituidos a menudo con obras humorísticas, chistes, como cuentos con moraleja y, solo en ocasiones, como ánimos vengativas que buscan provocar el terror, los yureis cuentan con una serie de atributos y reglas que se repiten continuamente.
Un fantasma occidental puede ser cualquier cosa. Los yurei, en cambio, siguen ciertas normas, obedecen a ciertas leyes, que están amparadas por siglos de cultura y tradición. Al igual que el leprechaun, tienen una apariencia específica y un propósito concreto, lo cual les aporta verosimilitud, haciéndolos reconocibles y convirtiéndolos en culturalmente relevantes.
El autor se asegura de introducir en la occidentalizada e individualista mente del lector la relevancia que tienen para los propios japoneses las figuras de los muertos y la obligación que sienten, a nivel personal, por cuidar de ellos. La relevancia e importancia que tienen los ancestros en Japón harían completamente imposible que se plantearan historias como El fantasma de Canterville ya que los muertos afectan e influyen directamente sobre la vida de los vivos a un nivel tal que muchos aspectos de la vida del Japón contemporáneo todavía giran alrededor de los difuntos. Desde la tradición de trasladar corte y capital cada vez que un emperador moría para evitar que un espíritu se revolviese contra el actual vivo, la imposibilidad de algunos políticos a visitar ciertos templos por las connotaciones mediáticas que esto implica (ya que por ejemplo, a algunos criminales de se les prometió durante la II Guerra Mundial convertirlos en kamis o deidades si morían en combate, por lo que ir a los santuarios donde descansan sus espíritus se considera una declaración de intenciones) o incluso el despliegue de exorcistas budistas que ayudaron tras el horrible maremoto de 2011 a que los espíritus encontrasen la paz.
Si nos remontamos a una época tan pretérita como la del periodo Jomon (14000-300 a.C.), descubriremos que los japoneses habían cimentando sus creencias espirituales sobre las tumbas y los fantasmas. El Japón antiguo podía poseer elementos animistas y de adoración a la naturaleza, pero existía una evidente jerarquía: los espíritus de la naturaleza se inclinaban ante el poder de los onryo, goryo y los yurei.
Una documentación que no pesa, donde los conceptos se integran maravillosamente bien con el texto.
Por supuesto, es imposible procesar la inmensa cantidad de información, datos, conceptos y nombres que Zack Davisson derrama sobre el texto, pero lo mágico del libro yurei es lo magníficamente bien estructurado que está. Tanto a nivel general, donde empieza con los conceptos más básicos sobre los yureis y donde nos explica la importancia de los hyakumonogatori no kaidanshi (o historias de terror con las que los japoneses se entretenían por las noches), hasta la organización de los información de per se. Así, el autor plantea capítulos cortos, siempre introducidos por el fragmento de alguna obra de gran belleza / morbo que sea relevante para lo que va a contar, seguido por la narración de alguna historia fascinante para concluir con información sobre la relevancia de estos mismos conceptos en los diferentes campos artísticos japoneses. Así lo hace al hablarnos de Oiwa, Okiku y Otsuyu, las tres grandes protagonistas de famosísimos cuentos japoneses y así descubres que el autor, con muchísimo tiento y una intuición del todo acertada, ha conseguido hacer que interiorices y comprendas conceptos tan complejos como la diferencia entre Anoyo y Konoyo, quién es un yurei sin más y quién un onryo y cómo sus creencias se han ido enriqueciendo con la influencia del budismo y de otras corrientes religiosas y filosóficas externas.
Los espíritus de los humanos muertos habitaban en el Anoyo, que literalmente significa «el mundo de allá». Los seres humanos vivían en el Konoyo, literalmente «este mundo de acá».
Tras leer solo cien páginas, los nombres del estudio Lafcadio Hearn, uno de los pioneros en el estudio del mundo espiritual de Japón, dejan de parecerte extraños y empiezas a comprender que ciertas historias occidentales donde tratan de invocar la presencia de un yurei aterrador fallan a la hora de reconstruir esta terrorífica figura de la que sin duda todavía nos queda mucho que aprender.
En la época de Hearn, a este le asombraba cómo algunas personas, aún viviendo en la pobreza más absoluta, dedicaban todos sus recursos, incluso llegando al extremo de venderse a sí mismos como esclavos, a atender debidamente a los espíritus de sus antepasados. Los muertos demandaban un constante respecto y la celebración de rituales.
No es en absoluto fácil conseguir resumir en un libro una mentalidad y un planteamiento tan diferentes al de Occidente, y sin embargo de alguna forma Yurei lo consigue. A través del libro, el autor consigue hacer entender el sentimiento de obligación (gimu para los japoneses) que sienten estos hacia sus muertos y lo imprescindible que es para ellos observar con recelo los rituales y diferentes supersticiones. De esta forma, el espíritu bondadoso de un familiar (sorei) no se convertirá en uno vengativo (o, los dioses no lo quieran, un onryo, el cual no descansará hasta cobrarse su venganza). Asimismo, no es tampoco accidental el hecho de que a los Occidentales, con nuestras tradiciones asentadas en Samhain y nuestros fantasmas helados, nos cueste comprender que para el país nipón, la estación de los muertos es el verano, cuando el calor tan pegajoso produce alucinaciones, cuando se celebra el Obon (el festival de los muertos) y cómo no, en el momento perfecto para las pruebas de valor llamadas kimodameshi, que tan populares son en los anime actuales.
Así, el libro está cargado de fantásticos cuentos clásicos japoneses que cuentan historias de desamor, venganza, crueldad o que simplemente entrañan una tristeza emotiva con la que es fácil empatizar, como el caso del yurei Okiku, condenada a salir cada noche de la 1 a las 3 de la mañana a buscar el plato que rompió en vida.
Estos maravillosos relatos que van desde cuentos populares recogidos por monjes budistas hasta reinterpretaciones del teatro kabuki y obras cinematográficas, no escatiman una imaginación vistosa y potente, mostrando por ejemplo la historia de un hombre que se acuesta con el fantasma de su amada sin saber que ella ha muerto, despertándose a la mañana siguiente entrelazado con un cadáver (uno de los precursores del Eroguro); o hasta la capacidad de una joven de emplear su propio fantasma (reikon, o fuerza de su alma) en vida para acabar con la mujer de su amante.
Un comportamiento tan disoluto no tarda en ser castigado, y Genji queda atrapado entre dos mujeres, su esposa Aoi no Ue, cuyo nombre se traduce como la dama Aoi, y su amante, Rokujo-no-miyasudokoro, que se traduce como dama Rokujo. En un alarde insólito, incluso para el folklore japonés. los enormes celos y la ira de la dama Rokujo le permiten emplear el poder de su reikon, su alma, mientras aún se encuentra con vida. De manera inconsciente, incluso para ella misma, se transforma en un rikiryo, un fantasma viviente, que posee y, finalmente, da muerte a la dama Aoi.
Una idea espectral que permanece a pesar de las influencias extranjeras
Los yurei llevan siglos gobernando silenciosamente Japón, pero está claro que sus historias han ido cambiando con la influencia de otras religiones y culturas. Así, durante la época Meiji, los horribles cuentos de asesinato y traiciones se transformaron en historias románticas con un dramático desenlace (motivado por el éxito de Romeo y Julieta en el país) y en un primer momento sus terroríficas narraciones se modificaron para inculcar la idea kármica de “siembras lo que recoges” de los monjes budistas.
Sin embargo, no podemos ignorar el hecho de que los yurei están todavía muy vivos. Desde películas japonesas como The Ring o Ju on, hasta obras occidentales como The haunting of the hill house, estrenada recientemente en Netflix que presentan diferentes tipos de maldiciones para las que los japoneses tienen términos muy específicos. Uno es un onryo, el otro es un tatari.
El tatari provoca más miedo que el yurei corriente. Los onryo tienen poderes casi ilimitados y ejecutan actos de venganza sobre aquellos que le hicieron daño en vida, pero, por lo general, atacan únicamente a su objetivo, o a quienes, por circunstancias, están vinculados a dicho objetivo. Por el contrario, un tatati no es tan selectivo. Cualquiera suficientemente desafortunado como para caminar por una zona encantada queda irrevocablemente atrapado por la maldición.
En conclusión…
La obra realiza un magnífico estudio a la figura de los yurei y es capaz de trasladarnos no solamente su papel protagonista en el pasado y el presente de los japoneses, sino que también es capaz de contextualizarlos históricamente en una sociedad con un pensamiento tan diferente al nuestro.
La obra, asimismo, recoge algunas de las historias más famosas de yureis al final de la propia obra, de manera que reconoces en los personajes de las mismas a los protagonistas de las explicaciones con las que Zack Davisson tan brillantemente expuso sus diferentes facetas y atributos. Para mí fue toda la una sorpresa encontrarme con estos cuentos al llegar prácticamente al final del libro y quizás me hubiera gustado encontrarme con un algún pie de página que me avisase en ciertos puntos del texto que podía leer una transcripción del mismo un poco más adelante.
Asimismo, me he encontrado a menudo recurriendo a Internet para consultar una pintura de ukiyoe que describía pormenorizadamente el autor o incluso consultando (para mi desgracia) el tráiler de Jun-on para comprender lo que intentaba transmitir el autor. Pero está claro que tras la lectura de Yurei mis horizontes se han expandido inmensamente. Por primera vez, creo poder comprender a esos seres de rostros deformados que flotan sin piernas que llevan acompañándome, sin yo saberlo, a través de cientos de referencias audiovisuales. Y, extrañamente, tras la lectura de este libro, he dejado de tenerles miedo.
0 comentarios en este post
Deja un comentario
Kinishinaide! No publicaremos tu email ni te spamearemos sin tu permiso