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Lesbianismo, feminismo y vampirismo en Carmilla, la obra de Sheridan Le Fanu

¿Es Carmilla, la obra de Sheridan Le Fanu, una obra feminista para la época? Escrita en 1872 por un autor irlandés, está claro que este pequeño librito publicado originalmente en el periódico The Dark Blue es mucho más de lo que parece o al menos así lo cree Elizabeth Signorotti en su artículo Repossesing the body: transgressive desire in ‘Carmilla’ and Drácula (Revista Criticism. Vol. 38, No. 4 (otoño, 1996), pp. 607-632).

El libro cuenta los traumáticos recuerdos de Laura, una joven aristócrata menor, que escribe una carta dirigida a otra mujer donde narra su conflictivo encuentro con una joven llamada Carmilla la cual, al parecer, era una vampiresa. La obra no solamente se considera como la pionera europea contemporánea en mostrar a los vampiros, sino también en mostrar claramente una relación lésbica.

Escrita y publicada en pleno apogeo de la época victoriana (1837-1901), Carmilla no solo sentó las bases literarias de las historias de vampiros (bases que luego Bram Stoker recoge con toda la ligereza y replica en su novela, Drácula, mucho más popular que su antecedente), sino que también conmocionó a la sociedad de la época por sus claras manifestaciones lésbicas y por colocar a la mujer en una esfera completamente apartada del hombre.

¿Es entonces, Carmilla, una novela ‘feminista’ desde un punto de vista victoriano? Es posible que sí. Dejadme que os resuma cómo lo explica Elizabeth Signorotti en su artículo.

Introducción sobre Carmilla y su efecto en la sociedad del momento

Carmilla cuenta la historia de una joven llamada Laura que vive en un schloss perdido de Europa con su padre. Su vida, sin compañía femenina de su edad, es increíblemente aburrida. Todo empeora cuando Bertha, la hija de un general amigo de su padre que iba a ir de visita, muere de una extraña enfermedad privándola de ese entretenimiento.

Un día cualquiera un carruaje que va a toda velocidad se sale del camino justo delante de la casa de Laura y su padre. Cuando salen a ver si hay heridos, una mujer aristocrática de muy buena presencia les pide que cuiden de su hija, la cual presenta una languidez extrema, mientras ella va a atender diferentes asuntos en otro lugar. Esta muchacha enferma no es otra más que Carmilla, una joven sumamente inteligente y encantadora que rápidamente se obsesiona con su anfitriona. Desde ese momento Laura y Carmilla desarrollan una relación íntima en la que la vampiresa realiza todo tipo de acercamientos de corte erótico hacia su compañera, mordiéndole en el pecho por la noche para alimentarse. Su relación continúa hasta el final de la obra, en la que Carmilla es descubierta por el general y asesinada.

Esta historia aparentemente común e inocente guarda en su interior una enorme simbología como poco revolucionaria para el momento. A lo largo de la mayor parte del siglo XIX las historias de los vampiros representaban los problemas de la sociedad del momento (al igual que luego en los años 90 y 2000 lo harían las de zombies). En su obra The living dead, el autor James Twitchell explica que los escritores del momento empleaban a sus personajes vampíricos para mostrar las relaciones que ellos mismos tenían, ya sea con miembros de su familia, amigos, amantes o incluso con el arte en sí mismo.

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Sin embargo, una enorme cantidad de críticos literarios apuestan por una lectura más compleja sobre los vampiros de la época: su presencia, un cuerpo muerto que se alimenta de la sangre de víctimas inocentes para sostener su precaria forma de vida, es en realidad una enrevesada metáfora que habla de la dependencia económica de las mujeres de antaño; de la relación parasitaria de la aristocracia y las clases bajas; de la reprimida sexualidad femenina y, por supuesto, de cualquier relación sexual considerada en aquel momento como perversa o monstruosa.

Simplemente tomando el libro desde el principio, vemos que Laura hace una breve referencia a los bajos ingresos de los que dispone su familia. Sin embargo, tanto Carmilla como su madre se muestran, desde el primer instante, como personas de alta alcurnia y enorme riqueza, procedentes de alguna parte lejana de Europa. Dice la obra: «Había algo tan distinguido y hasta grandioso en el porte y apariencia de la dama, algo tan cautivador en sus maneras, que, incluso prescindiendo de la elegancia de su séquito, producía la impresión de que se trataba de una persona de importancia». Esto encaja perfectamente con la idea de que los vampiros representaban el poder parasitario de la aristocracia, listo para dominar y aplastar a las buenas gentes de a pie. O, como dice Elizabeth Signorotti en su artículo:

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Los aristócratas vampiros han aterrizado, supondrán los lectores del siglo XIX, para chuparle la sangre a la buena gente del campo.

Carmilla de Le Fanu precisamente marca el punto de inflexión al presentar a la primera mujer vampira. Todos sus predecesores anteriores (por ejemplo en la obra de Lord Ruthven, Varney o Melmoth), eran hombres. Su aparición no solamente escandalizó a la sociedad, sino que les sirvió para realizar una peligrosa asociación entre las mujeres y sus cuerpos con el vampirismo (especialmente debido a la imperdonable presencia de la sangre tanto en los relatos como en el día a día de las mujeres que menstrúan).

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Los vínculos estrechos entre las mujeres y lesbianismo se asocian en el momento con las nociones de agotamiento insalubre de la vitalidad femenina.

(Macfie 62)

Con esta expresión Macfie se refiere a que la relación entre mujeres, ya sea de índole romántico o simplemente como parte de cierta intimidad, empezó a concebirse como algo insalubre que drenaba sus capacidades de mostrar los atributos considerados en aquel momento “femeninos” para la sociedad victoriana. Esto es: sometimiento al marido / padre y reclusión en el silencio y en el hogar, donde debían sentirse realizadas a través de la obediencia, el control y la cría de los niños.

Carmilla no solo presenta a una mujer culta, elegante y femenina que es independiente, sino que también deja implícito que su cercanía en la vida de Laura la ha mancillado para siempre. Que la ha contagiado de algo parecido a la rebeldía, a la repulsión hacia los varones y, cómo no, al lesbianismo. En la estrecha mente victoriana, una mujer era capaz de contagiar a otra y volverla homosexual de la misma forma que una vampira puede levantar de la tumba a sus víctimas y hacer que se suman a sus filas.

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Ilustración de Carmilla de David Henry Friston.

Entonces ya comprendemos que para la gente del momento, la presencia de los vampiros en las obras reflejaba mucho más que un simple no-muerto con un enorme atractivo. Lo importante aquí no es ver cómo afectaba esto a sus mentes, sino precisamente la moderna genialidad con la que Le Fanu creó una obra transgresora desde el punto de vista del fenimismo con su librito de apenas 130 páginas.

Carmilla: mujer independiente, gay y liberada del heteropatriarcado.

El relato de Carmilla se compone de muchas más capas y símbolos de lo que podría parecer en un momento y todos ellos parecen apuntar a que Sheridan Le Fanu ha creado, con su obra, una novela de maravillosa complejidad desde el punto de vista de la mujer.

Las vampiresas de Carmilla se muestran siempre con los mismos atributos: son lánguidas pero extremadamente fuertes, delicadas, elegantes, femeninas y, cómo no, atractivas. Estéticamente guardan todos los atributos que se espera de una mujer en la sociedad victoriana, pero su comportamiento es radicalmente distinto.

La aparición de la madre de Carmilla, de la cual no poseemos un nombre, es el primer indicativo de ello. La mujer, claramente de rasgos vampíricos, es diametralmente lo opuesto a lo que se espera de una madre del S.XIX. Solo una “mala madre” permitiría que su hija se quede sola en casa de un extraño. Asimismo, está claro que no la ha criado correctamente, ya que Carmilla altera continuamente el orden heteropatriarcal del momento. Más adelante, además. veremos cómo esta misma dama manipula al general y se apoya en su sentido de la “caballerosidad” y del “honor” para jugar con sus sentimientos y emociones al demostrar que lo sabe todo de él mientras se niega a descubrir su rostro y su nombre. La madre de Carmilla claramente se comporta como la futura femme fatale que navega por un sistema heteropatriarcal con la experiencia que dan los años, sacando un rentable beneficio al hecho de ser considerada débil, buena, inocente y tonta solo por ser mujer.

La obra se explaya más tarde en la relación entre Laura y Carmilla. La extranjera se acerca a su anfitriona, proveyéndole besos y abrazos por todas partes, suplicando su amor y compañía y confesando su apasionada devoción por una Laura que, honestamente, parece más asustada que repelida por estas atenciones.

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Le Fanu desarrolla un relato sobre el deseo femenino, un deseo femenino prohibido y exclusivo que se opone a la tiranía masculina y se resiste al matrimonio. A diferencia de la amistad homo-social de Laura y Bertha, que podemos suponer que es de tipo no amenazante, la amistad lésbica de Laura y Carmilla ataca la ley patriarcal y es finalmente percibida por los hombres de Styria como cualquier cosa menos inocua.

Carmilla y Laura se persiguen desesperadamente la una a la otra: cuando la vampiresa desaparece, Laura se vuelve completamente loca de dolor buscándola por toda la casa y hasta en la carta que escribe, muchos años después, confiesa que todavía la echa de menos y la recuerda con cierta adoración. Su relación está cargada de un deseo erótico y homosexual no satisfecho desde los simples y primeros momentos.

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Lo que hubiera podido ver de extraño en ella se había desvanecido, y su expresión y los hoyuelos de sus mejillas resultaban ahora preciosos e inteligentes […] Mientras hablaba le tomé la mano. Me sentía algo tímida, como lo son las personas solitarias, pero la situación me volvía elocuente, incluso atrevida. Ella apretó mi mano, puso la suya encima y sus ojos brillaron mientras, mirando rápidamente los míos, volvía a sonreír y se ruborizaba.

Carmilla dentro del schloss o castillo suplanta la posición del padre en la vida de Laura. Se convierte en su guía, su protectora y su confidente. No importa cuán misteriosa sea la joven invitada, su anfitriona se siente impelida a aproximarse a ella y a proferir alabanzas por su elegancia y belleza en cada ocasión. Y es que Carmilla vive completamente aparte de la esfera masculina, caminando bajo sus propias creencias de libertad femenina. Incluso su negativa de compartir con el resto el nombre de su familia o su “título ancestral” es sólo un ejemplo de su resistencia a someterse a la autoridad masculina. Está menos interesada en compartir con Laura su linaje - una preocupación primordial en los sistemas de poder masculinos - que su sexualidad.

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Está claro que la protagonista no se siente tan repugnada por los acercamientos de su amiga, ya que a pesar de que su actitud a veces la asusta y la llena de confusión, nunca alerta a su padre de sus preocupaciones y se dirige a ella siempre con las más apasionadas expresiones de amor.

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Me sentía, como había dicho, «atraída hacia ella», pero también había una sombra de repulsión. En medio de esta sensación ambigua, sin embargo, la atracción dominaba inmensamente. Me interesaba y me conquistaba, tan bella e indescriptiblemente encantadora como era.

—Laura sobre Carmilla. P. 32

Así mismo, Le Fanu emplea otros símbolos para mostrar la independencia de Carmilla frente a las vidas del resto de los hombres. Uno de ellos es precisamente el cuadro restaurado de la condesa de Karstein, la antepasada de Laura, que claramente representa a Carmilla. No solamente el padre ignora los comentarios de su hija que desmuestran que el retrato es absolutamente idéntico a la invitada, sino que además, es el único cuadro que no tiene un marco de madera alrededor.

William Veeder creía que la falta de un marco sugiere «lo incompleto, la ambivalente relación de las dos jóvenes»; pero en realidad, esta falta de marco o de contención sugiere la desenfrenada sexualidad de Carmilla y su rechazo a permanecer atada a las formas masculinas.

En Flesh Made World, Helena Michie afirma que en las obras clásicas a menudo los personajes femeninos aparecen distanciadas del lector al convertirse en textos o simples objetos artísticos, por lo que la decisión de Le Fanu de mostrar a Carmilla fuera de un marco, de salirse del cuadro, es un movimiento peligroso en manos de una mujer que desafía al orden heteropatriarcal del momento. No solamente el cuadro es un símbolo poderoso de su capacidad para evitar estar restringida a normas y conductas masculinas, sino que además se sabe que Carmilla puede convertirse en un gato enorme. Este tipo de metamorfosis, normalmente reservadas para los hombres, hace referencia a su rechazo a mantenerse sometida al mundo unidimensional, plano y aburrido al que se esperaba que se sometieran las mujeres de la época

De hecho, no hay que indagar demasiado para comprender que existe una correlación entre el acto de devorar la vida de alguien y el erotismo que implica subirse a la cama y, de cualquier parte del cuerpo, escoger precisamente el pecho para morderle. Carmilla, además, las prefiere jóvenes y por eso busca y mata sistemáticamente a mujeres: aquellas que, dentro de su condición lésbica, le otorguen la mayor excitación sexual al morderlas.

Impotencia masculina y la inutilidad del hombre dentro de la obra de Carmilla

Los hombres en la obra no solo son completamente accesorios, sino que su estupidez raya en lo absurdo. A pesar de los claros indicios del vampirismo de Carmilla, el general y el padre de Laura hacen entre poco y nada por creer tal superstición absurda. Esto incluye, por supuesto, sentarse a hablar con sus hijas, las cuales son las que controlan toda la información, y por tanto el poder, en la obra. Ellas tampoco acuden a hablar con sus protectores de lo que les preocupa, ya que el varón en la obra de Carmilla está en una esfera externa a los acontecimientos que dominan las mujeres.

Especialmente ilustrativo es el momento en el que el general, decidido a pillar a la vampiresa, se queda por la noche esperándola con una espada. La construcción de este escenario es muy relevante ya que coloca al hombre en una posición secundaria de observador al otro lado de la puerta, mientras Carmilla está sobre la cama de Bertha clavando sus colmillos en su pecho. El hecho de que intente matarla con su espada es un nuevo intento del hombre por corregir esta escena tan transgresora para la moral de la época. Por supuesto, falla, y hay ciertos autores que han realizado una correlación entre la inútil espada del general Spielsdorf con un falo impotente ante la decisión de no someterse de la vampiresa (por ejemplo, Veeder en sus artículos académicos así lo ve).

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También habría que destacar la decisión de Le Fanu de colocar al padre siempre en una posición lejana. No en vano cuando Laura se despierta por la noche tras una “pesadilla”, esta misma indica que su padre no podría oír sus llantos y sus súplicas de piedad ya que vive en el punto más alejado de la casa. Le Fanu subraya la ineficacia del padre al situarlo en el perímetro del castillo, así como en los ejes de la narrativa

Sabemos que Carmilla no se somete a la autoridad de los hombres ni mucho menos a las ideas victorianas que tenían sobre las mujeres (sin ir más lejos, la joven abandona su habitación y el schloss por las noches, golpeando de esa forma la ideología y la creencia victoriana que esperaba que las mujeres se recluyesen en el interior de la casa en todo momento), pero tampoco a la autoridad religiosa. La segunda esfera de poder masculino, la Iglesia, solo genera rechazo en Carmilla, la cual cuenta con una controvertida declaración en el que rechaza el poder omnipotente de dios y se pone en manos de la madre naturaleza (nótese, de nuevo madre vs padre y la predominancia y el poder de una mujer frente a un hombre).

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—¡Creador! ¡Naturaleza! —dijo la joven en respuesta a mi querido padre—. Esa plaga que infesta la comarca es natural. Todo procede de la naturaleza, ¿no es así? Todas las cosas en el cielo, en la tierra y bajo la tierra viven y actúan conforme a lo que ordena la naturaleza. Así lo creo.

En conclusión

Hay mucho que seguir analizando en la obra de Carmilla, pero para que este artículo no se os haga interminable, permitidme que lo deje aquí mismo. Carmilla es mucho más de lo que parece y de lo que se muestra en una primera lectura. Es una historia de deseo y liberación femenina donde el amor prohibido de la joven perdura en el corazón de Laura años después. Es una historia de empoderamiento de la mujer escondida bajo una fábula de terror de la época.

Porque recordemos que Carmilla no muere con el hachazo en su cuello. O, al menos, no toda ella. Le Fanu deja claro que las personas atacadas por un vampiro se levantan de sus tumbas una vez han muerto para seguir una estela de peligrosa rebeldía femenina y contagioso lesbianismo. Y, que yo sepa, no solo Bertha cayó bajo sus encantos, sino que varias campesinas del pueblo también lo hicieron. ¡Qué demonios! Por lo que sabemos, Laura incluso podría convertirse en una preciosa dama vampiresa una vez concluya su vida como humana.

Al fin y al cabo, ella mismo lo confiesa al final: no puede olvidar a Carmilla. Y a veces, por la noche, cuando está en su cama, cree escuchar sus ligeros pasos acercándose desde el salón.

 

 

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Fotografía de portada de Bernadeta Kupiec Photography

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