

Aquí encontrarás análisis, reseñas y artículos de opinión sobre literatura
Adentrarse en la literatura japonesa contemporánea puede parecer, al principio, como abrir una puerta corrediza hacia un jardín de piedra silencioso. Todo es distinto: el ritmo, la mirada, incluso las emociones se articulan de otro modo. Para aquellos acostumbrados a una narrativa occidental saturada y llena de giros argumentales, personajes a menudo muy histriónicos y arquetipos claramente definidos, leer a autores japoneses es como pasar de una autopista iluminada a una calle estrecha sin farolas, donde cada paso requiere una atención más pausada y donde la lectura se percibe como uan experiencia íntima.
Y sin embargo, qué maravilloso es perderse en esa penumbra delicada.
En los últimos años, se ha abierto una pequeña brecha de luz en ese universo gracias a la labor de editoriales que apuestan por traducir voces que escapan del canon de siempre. Y ya era hora. Porque más allá de los nombres ya consagrados como Murakami o Kawabata, existe un mar de autores que retratan con una honestidad desarmante la fragilidad de las emociones humanas, el peso del silencio o las fisuras cotidianas por donde se cuela el desencanto (o la ternura).
Este post es una pequeña guía para quienes quieran adentrarse por primera vez en una novela japonesa sin complicarse demasiado. No hablamos de grandes novelas ni autores complejos, sino más bien de un pequeño sendero donde resuenan tres nombres: Satoshi Yagisawa, Hiroko Oyamada y Hiro Arikawa. Sus obras no solo son accesibles desde el punto de vista narrativo, sino que también ofrecen una puerta de entrada emocional al imaginario japonés sin exigir del lector un conocimiento previo ni un estado de ánimo específico.
¿Estás listo? Pues vamos allá.
Hay autores que se te acercan con la misma suavidad con la que alguien te deja una taza de té al lado sin decir palabra. Y Satoshi Yagisawa pertenece exactamente a esa estirpe: la de quienes escriben sin levantar la voz, confiando en que lo pequeño —lo íntimo, lo cotidiano— tiene un poder casi terapéutico. Quizá por eso su obra debut, Mis días en la librería Morisaki, se convirtió en ese pequeño fenómeno silencioso que va de mano en mano sin necesidad de campañas estruendosas: porque lo que ofrece es tan sencillo y tan humano que no necesita más.
Nacido en Chiba en 1977, Yagisawa creció entre libros antes incluso de convertirse en escritor. Algo de esa timidez luminosa que desprenden las calles secundarias de Tokio se cuela en su forma de narrar. No encontrarás en él esa densidad casi ritualista de la literatura japonesa más clásica, ni las rarezas oníricas de los autores experimentales: Yagisawa escribe como quien abre las ventanas por la mañana para dejar entrar el aire.
Y Mis días en la librería Morisaki es, sin duda, la mejor puerta para asomarse por primera vez a la literatura japonesa contemporánea sin sentirse abrumada. Su historia (una joven devastada por la depresión que se refugia en la librería de su tío, en el barrio de Jinbōchō) no pretende cambiar el mundo, pero sí cambiarte a ti un poquito al mostrarte cómo la lentitud, la tranquilidad y la paz del día a día son capaces de reformarte por dentro.
Es una oda a una vida tranquila sin grandes exigencias ni grandes pretensiones, una confort novel que se convierte poco a poco en una invitación amable a seguir caminando.
Si Mis días en la librería Morisaki es una obra inocente y feliz que rezuma esperanza, la obra de Hiro Arikawa es más realista en cuanto a los reveses que esconde la vida sin que por ello caiga en un estado de tristeza o lamentación. Nacida en Kōchi en 1972, empezó escribiendo novelas ligeras y ciencia ficción, pero pronto abandonó cualquier etiqueta para consolidarse como una de esas voces capaces de captar la vibración emocional que late en la vida cotidiana japonesa. Su obra se mueve siempre en ese umbral donde lo pequeño adquiere peso y donde lo pasajero se vuelve significativo.
Y si hay un libro perfecto para acercarse a ella —y para continuar tu viaje por la literatura japonesa después de Yagisawa— es Los pasajeros del tren de Hankyū. Esta novela funciona como una especie de renrakutanpenshū emocional: relatos entrelazados que siguen el trayecto real de la línea Imazu, donde cada estación no es solo una parada, sino una excusa para contar la vida, preocupaciones y conflictos de alguno de sus pasajeros que, de alguna forma, acaba colisionando con el de otro.
Lo maravilloso de este libro es que Arikawa escribe desde un lugar profundamente japonés (esa contenida cortesía del omotenashi, esa timidez que deja espacio al otro, ese respeto casi sagrado por lo cotidiano), pero sin exigir al lector que conozca el trasfondo cultural. Te sientas en el vagón y ya estás dentro. No necesitas más. Así te sumerges en un libro de relatos sobre una mujer despechada que acude a la boda de su ex-prometido y su mejor amiga vestida de novia; de una joven que no sabe si dejarlo con su novio o de una chiquilla que se da cuenta de que está siendo víctima de malos tratos y que decide darle un giro completo a su vida.
Es un libro super ligero de leer y muy reconfortante. De verdad, una auténtica joya para leer en cualquier momento de tu día.
Si por el contrario te posicionas más como un amante de las historias tenebrosas y enrevesadas con toques oníricos, entonces, quizás, el libro de relatos de Hiroko Oyamada te atrapará. Sus relatos empiezan en entornos anodinos, hasta que un detalle desconcertante se cuela como una grieta en la rutina. Y ya no puedes volver a sentirte igual.
Nacida en Hiroshima en 1983 y con una carrera marcada por su paso por varios trabajos precarios, Oyamada escribe como si tuviera la habilidad secreta de encontrar lo siniestro en lo doméstico.
Por eso Agujero —la obra con la que recomiendo comenzar si quieres entrar en su universo— funciona como una advertencia envuelta en papel de arroz. Lo abres sin sospechar nada, y cuando te das cuenta, ya estás dentro. Asa, su protagonista, se muda al campo con su marido y se convierte sin saberlo en una especie de espectro doméstico atrapado en una casa que huele a humedad y desconexión. El calor la aplasta. El tiempo se estira. Nadie le habla con franqueza y, cuando lo hacen, parece que hablan desde detrás de una pared. La aparición de un agujero en mitad del campo no es una metáfora, pero también lo es. Y aquí está la clave: Oyamada no te va a dar respuestas claras, pero va a sembrarte dudas que se te quedan bajo la piel.
El ritmo en Agujero es contemplativo como en Arikawa; pero el tono es otro: inquietante, viscoso y lleno de silencios incómodos. Lo que no se dice es más importante que lo que se dice. Lo que no vemos define lo que sentimos.
Y es que leer a Oyamada es aceptar que el campo japonés no siempre es un refugio espiritual. A veces es una trampa. Una trampa cómoda, sí, con olor a sopa de miso y cigarras de fondo, pero una trampa al fin y al cabo.
Acercarse por primera vez a la literatura japonesa contemporánea puede resultar tan intimidante como fascinante. Para muchas lectoras, las primeras páginas de un autor japonés son como adentrarse en un lenguaje emocional nuevo: uno donde lo no dicho pesa más que los discursos, donde el tiempo avanza despacio, donde el silencio y la contención son formas de ternura o de dolor. Por eso, elegir bien con qué autores empezar es clave para no sentir que estamos leyendo desde fuera, sin entender del todo el mapa que nos proponen.
Estos tres nombres —Satoshi Yagisawa, Hiro Arikawa y Hiroko Oyamada— no solo ofrecen historias preciosas y profundamente humanas, sino que también representan tres maneras distintas de mirar lo cotidiano: la mirada nostálgica de Yagisawa, que transforma una librería polvorienta en un refugio emocional; la de Arikawa, que convierte cada vagón de tren en un microcosmos de conexiones improbables; y la de Oyamada, que abre grietas en la rutina para colarse por ellas y dejarnos en el borde de lo desconocido.
Empezar por ellos no solo es empezar “fácil” —con novelas accesibles, ediciones cuidadas y relatos breves—: es empezar bien. Porque cada uno de estos autores te deja una semilla distinta dentro. Y con suerte, al cerrar el libro, algo habrá cambiado en ti. Una forma nueva de leer el silencio. O de mirar ese instante que, en otro contexto, habrías pasado por alto.
Deja un comentario
Kinishinaide! No publicaremos tu email ni te spamearemos sin tu permiso