Cigarras cantando en una noche de verano, el jazz de fondo y una profusa, emotiva y detallada descripción de lo que está comiendo el protagonista: todos estos elementos forman parte del llamado realismo mágico japonés. Este concepto que engloba desde el costumbrismo más campestre a una ficción que se desliza lentamente en el mundo de la fantasía, es originario de latinoamérica pero poco a poco ha ido pasando de ser un subgénero más a una forma diferente de plantear una narración.
El realismo mágico navega a lo largo de historias aparentemente realistas que sin embargo acaban inclinándose ante el peso de lo desconocido, asomándose a menudo al otro lado del velo del más allá hasta convertir el universo que rodea la narración en un entorno completamente mágico. Para ello, se apoyan de elementos místicos, piezas que no encajan o pistas sutiles que van envolviendo al lector en un aura de misterio e incomprensión en la que uno solo puede ir deslizándose suavemente.
El realismo mágico japonés y sus lazos con su cultura
No es de extrañar que el concepto de realismo mágico impregnara de una forma tan vehemente en Japón: una cultura que se sustenta alrededor de la idea de que los muertos caminan entre los vivos e influyen directamente en todas sus decisiones. Para los extranjeros, Japón aparenta ser un lugar maravilloso y cargado de felicidad, donde los estudiantes se reúnen bajo las flores del cerezo para compartir onigiris y botellas de ramune. Sin embargo, el hogar del sol naciente es también un país aquejado por una profunda y dolorosa soledad, donde las personas viven sometidas a altísimas exigencias de productividad laboral y donde la conexión con otros seres humanos es difícil, cuando no imposible.
El realismo mágico japonés permite que autores como Haruki Murakami o Hiroko Oyamada exploren de esta forma no solo las dimensiones más oscuras del propio ser humano, su soledad y sus mundos interiores, sino también cómo el silencio de unas vidas completamente desconectadas les permite a menudo ser testigos de lo que hay al otro lado del velo.
De esta forma, la línea entre ficción y realismo se va difuminando, introduciéndonos en un primer momento en las sencillas vidas de hombres y mujeres prototípicos, en todo alejados a los héroes de las novelas occidentales, para ir deslizándonos poco a poco en caminos más oscuros y significativos con fuertes alusiones a la muerte, el suicio, los fantasmas presentes y pasados y la soledad más asfixiante. De esta forma, Asahi en Agujero (Hiroko Oyamada, 2021. Impedimenta) se comunicará continuamente con el hermano muerto de su marido sin saber que está hablando, de hecho, con un espíritu; o en Kafka en la Orilla (Haruki Murakami, 2002. Tusquets) el protagonista acabará con los tobillos sumergidos en un páramo mágico al otro lado de un velo de realidad.
Los protagonistas del realismo mágico japonés.
Los protagonistas de estas novelas son como tú o como yo: personas promedio que cuentan con trabajos no demasiado creativos en los que la ritualidad laboral y la doctrina de cómo deben vivir sus vidas desde pequeños los han convertido en gente totalmente desconectada del resto. Estos personajes suelen contar con relaciones superficiales con otros que a menudo en sus diálogos dejan traslucir una lucha interna por sincerarse completamente frente al miedo a ser juzgados y apartados de la sociedad. De esta forma, sin demasiadas emociones, estos protagonistas pasan sus apacibles días, y por tanto la introducción de la novela, realizando actividades cotidianas como planchar o viajar en metro, buscando en las pequeñas cosas un remanso de felicidad: en la música jazz, la contemplación de un paisaje o en permanecer en la cama más tiempo del que deben.
Esta personalidad plana y completamente inexistente en los protagonistas de las novelas del realismo mágico tan propios de los movimientos culturales post-zenkyoto (las protestas estudiantiles japonesas), facilitan el hecho de que el lector pueda verse reflejados en ellos y además suaviza la transición hacia los extraños mundos y universos propuestos por el autor.
Uno de los puntos más comunes, basado intrínsecamente en su propia filosofía y en sus pilares como nación, es la gran importancia que tiene la comida en las novelas japonesas. No son solo los personajes de Murakami los que describen su auténtico amor por la pasta italiana, sino que otros como Yasunari Kawabata, Hideo Furukawa o Kenzaburo Oe guardan un espacio muy valioso para describir los platos con los que se alimentan sus protagonistas. El tipo de comida que tienen delante determina a menudo el humor de los personajes de Hiroko Oyamada y estos se convierten en sus obras, a menudo, en un punto de encuentro y entendimiento entre desconocidos y familiares.
Para estos protagonistas, la incapacidad que tienen de poder conectar con sus semejantes a menudo los hace sentirse inútiles a la hora de detener trágicos sucesos, como la marcha de un familiar, el suicidio de un amigo o para aclarar frente a otros algún malentendido capaz de destrozarles la vida. Es precisamente en ese momento de cúspide dramática en el que los personajes atraviesan el velo y acaban en un mundo que sirve de válvula de escape no solo para ellos,sino también para el lector. Espacios a menudo ambientados en lugares campestres y cálidos, donde el agua corre siempre pareja a los pensamientos del protagonista y donde el lector acaba caminando de la mano en ese paisaje que se desdobla frente a sus ojos y le ofrece un agujero dulce y confortable en el que caer rendido.
A pesar de lo compleja que es su narrativa y de la maravillosa maestría necesaria para construir una obra basada en el realismo mágico japonés, sus finales suelen dejar a los lectores (especialmente a los occidentales), bastante fríos. Sumergidos en una profunda dosis de realismo, los finales japoneses plantean más dudas y preguntas de las que responden y su propósito no es otro más que hacerte sentir pequeño frente a un universo sobre el que no tenemos control.
Así, como la vida misma, los autores japoneses no detienen el tiempo ni escogen un impasse con el que acabar sus obras. Nos dejan mudos y desasosegados, inclinados sobre un vacío en el que ya nos hemos acostumbrado a mirar y haciendo que nos preguntemos.
¿Y ahora qué? ¿Qué es lo que va a pasar?
Y ahí radica realmente la magia. Porque jamás te han ofrecido una explicación de lo que ocurre: ni al principio de la novela cuando los muertos empezaron a hablar, ni en el nudo cuando ya te veías perdido por las montañas del silencio y la soledad, ni mucho menos ahora al final. La reverencial contemplación de nuestra existencia es todo lo que te queda por percibir.
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