Al marido de Asa le han ofrecido un trabajo en una zona remota de Japón, junto al hogar en que nació. Durante un verano excepcionalmente cálido, la pareja se instala junto a la casa de los suegros, entre el ensordecedor e invasivo rugido de las cigarras. Hasta que un día Asa se topa con una extraña criatura, que no se parece a nada. La sigue hasta el terraplén de un río y cae en un agujero que parece haber sido creado para ella, y en el que queda atrapada para siempre. Casas asoladas por plagas de comadrejas. Niños fantasma. Pasillos que nos transportan «al otro lado», como si Alicia reviviera en el Japón de la tecnología punta. Oyamada firma un tríptico narrativo literariamente puro sobre la idea de que el entorno que nos rodea puede anticipar nuestras emociones y hasta nuestro destino.
No tenía razones para creer que me estuviesen mintiendo, pero lo cierto era que yo no conocía la erdad. Había llegado a aquel lugar por voluntad propia, nadie me había traído a la fuerza, y no es que yo fuese infeliz o estuviese frustrada, pero la realidad es que había muchas cosas que no sabía.
Para cuidarme a mí, un hijo que no sabían si valía o no valía, mi padre se deslomó trabajando y mi madre se vio forzada a vivir bajo el mismo techo con una señora con la que ni estaba emparentada ni se entendían bien. Y aunque mi abuela murió joven, mi madre tuvo que cuidarla hasta el final, y no fue una muerte fácil. Pasaron mil cosas hasta que murió. Y además de todo eso se ha dedicado a servir a su suegro, un señor muy malhumorado. Es un sistema que sacrifica la voluntad individual. La nuera, la suegra…