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Ficha de
Ciudad de cadáveres

9

Sinopsis de Ciudad de cadáveres

Sobrevivir a la bomba atómica: El testimonio del trauma. La desgarradora obra maestra de una escritora incomprendida e injustamente olvidada.

«En un pasado lejano, no la llamábamos Hiroshima, sino Ashihara. Era un amplio delta cubierto de juncos». Así comienza la descripción que la escritora Ota Yoko hace del paisaje de su ciudad natal antes de que, el amanecer del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica que descendía sobre el mundo lo cambiara para siempre. En un instante, un destello de luz verde azulada dejó tras de sí cientos de miles de muertos, una cifra superior de heridos, los edificios derruidos y la tierra quemada. Apenas unos días después, Japón resolvía su rendición absoluta: la guerra había terminado, pero, como remarca la autora, la vida continuaba.

Ciudad de cadáveres es el grito agónico de una víctima apremiada por la urgencia de plasmar por escrito la devastación, el horror, la desesperación y el caos de los que ha sido testigo.

Editorial
Satori
Año de edición
2025
Número de páginas
285

Así ha sido mi experiencia leyendo Ciudad de cadáveres

Imágen destacada - Ciudad de cadáveres de Ōta Yōko: el testimonio más brutal de Hiroshima

Desde su publicación, Ciudad de cadáveres fue recibida con una mezcla de admiración y recelo. Su fuerte mensaje antibelicista, tan evidente en cada página, contrastaba de forma dolorosa con los textos propagandísticos que la propia Ōta Yōko —como tantas otras escritoras de su generación— había escrito durante la guerra, exaltando la figura del soldado imperial japonés.Ese cambio de voz, de la exaltación a la denuncia, hizo que parte de la crítica la acusara de hipocresía, cuando en realidad su testimonio representaba una toma de conciencia colectiva. La autora no solo denuncia la destrucción causada por la bomba, sino también la desorganización institucional y el abandono absoluto de los supervivientes: la ausencia de médicos, la falta de soldados que auxiliaran a la población, la llegada tardía de los investigadores de la Universidad de Tokio, la inexistencia de atención psicológica y, de forma aún más simbólica, la falta de apoyo espiritual, ni siquiera por parte de los monjes. En ese vacío, Ōta Yōko encontró la necesidad de escribir, no para salvarse, sino para dejar constancia de un dolor que Japón no podía permitirse olvidar.

Al final, Ōta Yōko no escribe para los muertos, sino para los que quedaron vivos. Su voz, quebrada pero lúcida, sigue recordándonos que sobrevivir también es una forma de testimonio y que olvidar, en cambio, sería el acto más cruel de todos.

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