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Quizás has oído hablar de la literatura hibakusha. Quizás has llegado aquí tras leerte la sobrecogedora obra de Ciudad de cadáveres de Ohta Yoko publicada por Satori Ediciones. Sea como sea, el término de literatura hibakusha recoge en su interior mucha más información de la que nos creemos.
En este pequeño post intentaré introducirte a la literatura hibakusha, sus orígenes, sus rasgos más importantes, autores destacados y algunas de sus obras más relevantes. Espero poder abordarlo todo.
Hibakusha es una palabra japonesa que significa literalmente “las personas afectadas por la explosión”. Con ese término se nombró, a partir de 1945, a todos aquellos que sobrevivieron a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki o quedaron marcados por su radiación. Sin embargo, el el término es mucho más que una etiqueta histórica: es una manera de señalar la identidad de todo aquello atravesado por el trauma de la bomba y, a pesar de ello y de haber sido testigo de los horrores que generó, verse forzado a seguir viviendo.
La literatura hibakusha nace precisamente de esa necesidad de poner palabras donde la realidad parecía inabarcable. Son los textos escritos por supervivientes que intentaron narrar el brillo cegador del bombardeo, la desolación posterior y la vida que continuó –de forma frágil, temblorosa, pero obstinada– entre ruinas.
Sin embargo, es importante señalar que no toda la literatura hibakusha está escrita por supervivientes de la bomba atomática. En ese sentido, es importante que separemos entre lla hibakusha bungaku y la genbaku bungaku. La hibakusha bungaku se refiere exclusivamente a la literatura escrita por supervivientes directos de las bombas atómicas: personas que vivieron la explosión, sus secuelas físicas y el largo silencio que vino después.
En cambio, genbaku bungaku es un paraguas más amplio: incluye toda la literatura sobre Hiroshima y Nagasaki, tanto la escrita por hibakusha como la escrita por autores que no vivieron la explosión. Aquí entrarían todas las novelas, ensayos, reportajes y mangas que exploran las consecuencias de la bomba visto desde fuera.
La literatura hibakusha surge inmediatamente después de 1945, en el contexto de un Japón devastado y ocupado por Estados Unidos. Tras los bombardeos de Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto), miles de supervivientes empezaron a registrar en diarios y cuadernos lo que habían vivido: síntomas desconocidos, ciudades destruidas, desaparición total de infraestructuras y familiares y raras enfermedades que se los llevaba por delante. Sin embargo, estos primeros textos circularon de forma limitada, porque el país estaba en pleno colapso humanitario y administrativo, y porque todavía no existía un marco literario o académico para pensar en “literatura de la bomba”.
El verdadero punto de partida del género llegó durante la ocupación (1945–1952). El mando aliado (SCAP) impuso una censura estricta que prohibía publicar imágenes, artículos o relatos que mostraran de manera explícita los efectos de la radiación o criticaran el uso de la bomba. Aun así, autores supervivientes comenzaron a compartir textos en revistas culturales pequeñas, círculos literarios locales y publicaciones que pasaban relativamente desapercibidas para los censores. Cuando la censura comenzó a relajarse a finales de los años cuarenta, aparecieron obras que hoy se reconocen como básicas para entender el fenómeno: Natsu no hana (1947) de Tamiki Hara, Shikabane no machi (1948) de Yōko Ōta, y la poesía de Sankichi Tōge, entre otros.
Este conjunto de textos (realistas, documentales y centrados en la experiencia directa de la explosión) dio forma a lo que empezó a llamarse hibakusha bungaku, la literatura escrita por supervivientes, y que se consolidó como uno de los pilares culturales de la posguerra japonesa.
La literatura hibakusha se caracteriza por un enfoque marcadamente testimonial. Sus autores buscan registrar, con la mayor precisión posible, lo que ocurrió antes, durante y después de las bombas atómicas. Por eso predominan los relatos en primera persona, las memorias fragmentadas, los diarios y la poesía de observación directa. El estilo suele ser sobrio, casi documental, y prioriza la descripción detallada de hechos, sensaciones y secuelas. Este énfasis en el realismo no es casual: la credibilidad del testigo fue esencial en la posguerra japonesa, especialmente en un periodo en el que las autoridades ocupantes limitaban la difusión de información sobre los efectos reales de la radiación.
Hay varios ejes que se repiten en casi todas las obras: el primero es la experiencia inmediata de la explosión: el destello, el colapso urbano, la confusión y la dificultad para entender qué había ocurrido. A esto se suma la representación del cuerpo afectado por la radiación, con síntomas que en aquel momento eran desconocidos y que aparecen descritos con gran detalle. Un segundo bloque temático aborda la destrucción de Hiroshima y Nagasaki como espacios físicos y sociales: barrios desaparecidos, familias desestructuradas, instituciones colapsadas. También es muy frecuente la reflexión sobre la discriminación que sufrieron los hibakusha en el acceso al empleo, al matrimonio o a la vida comunitaria por el miedo a efectos “hereditarios”. Finalmente, muchos textos exploran la relación entre memoria y silencio, analizando cómo registrar el pasado, cómo transmitirlo a las siguientes generaciones y cómo evitar que la historia quede enterrada bajo discursos oficiales más cómodos.
La etiqueta hibakusha bungaku se sostiene sobre unas cuantas voces clave que ayudaron a definir cómo se podía escribir sobre Hiroshima y Nagasaki. Aquí tienes una ficha ampliada de cada autor y de su obra principal, centrada en contexto, enfoque y por qué son tan importantes dentro del género.
Tamiki Hara (1905–1951) fue uno de los primeros en transformar la experiencia de Hiroshima en literatura. Precisamente debido a su background como escritor antes de la guerra, pudo dejar testimonio a través de su obra, demostrando cómo la bomba redefinió por completo su obra y su lugar en las letras japonesas.
Su obra más conocida es Natsu no hana (Flores de verano, 1947): un relato breve en primera persona que describe el bombardeo y las horas y días inmediatamente posteriores. El narrador presencia la explosión en Hiroshima, recorre la ciudad devastada y registra, casi como si fuera un informe, cuerpos, heridas, incendios y el colapso absoluto de la vida cotidiana. El texto formó luego parte de una trilogía junto a From the Ruins y Prelude to Annihilation, y hoy se considera una de las obras fundacionales de la literatura de la bomba atómica por su mezcla de testimonio directo y elaboración literaria.
Yōko Ōta (1903–1963) es otra figura central del género. Vivía en Hiroshima cuando cayó la bomba y dedicó prácticamente el resto de su carrera a escribir sobre esa experiencia, motivo por el cual fue ampliamente criticada.
Su obra más famosa es Shikabane no machi (Ciudad de cadáveres): escrita en otoño de 1945 pero publicada en 1948 debido a la censura de la ocupación. El libro funciona como un relato-memoria de los cuatro meses posteriores al ataque: describe el paisaje urbano lleno de cuerpos, los primeros síntomas de la radiación, la desorganización política y social y la dificultad de los supervivientes para entender qué les estaba pasando. Es un texto incómodo, directo y muy detallado, que se enfrentó de lleno a la censura aliada y que hoy se lee como uno de los testimonios más completos sobre el día a día en la ciudad tras la bomba.
Sankichi Tōge (1917–1953) fue poeta, activista y superviviente de Hiroshima. Tras la guerra se politizó, se vinculó a movimientos pacifistas y convirtió la poesía en un arma de denuncia.
Su obra clave es la colección Genbaku shishū (Poemas de la bomba atómica, 1951). Estos poemas describen escenas concretas del bombardeo y la devastación posterior: almacenes llenos de cadáveres irreconocibles, cuerpos descompuestos, miradas de los muertos que parecen reclamar justicia. A la vez, incorporan una dimensión política clara: critican la guerra, la ocupación y el uso del arma nuclear sin siempre nombrar directamente a Estados Unidos, pero dejando muy evidente el contexto. El libro se envió al Festival Mundial de la Juventud en Berlín y ayudó a internacionalizar el testimonio de Hiroshima.
Sadako Kurihara (1913–2005) fue poeta, superviviente de Hiroshima y una de las figuras más activas en el movimiento antinuclear japonés. Tras la guerra, combinó su producción literaria con el activismo, fundando asociaciones culturales y grupos ciudadanos contra las armas atómicas.
Su poema más conocido es Umashimenkana (Bringing Forth New Life, 1945), basado en un hecho real: un parto en un refugio justo después de la bomba, asistido por una comadrona gravemente herida. El texto contrapone el nacimiento de una niña con la muerte de la comadrona, y se ha leído como símbolo de la posibilidad de vida y reconstrucción en medio del desastre. Se publicó por primera vez en 1946 y desde entonces se ha convertido en un texto de referencia en las antologías de poesía de Hiroshima. Más tarde, Kurihara reunió su obra y ensayos en volúmenes como “I, A Hiroshima Witness”, donde reflexiona sobre el papel del escritor como testigo y la responsabilidad de mantener viva la memoria.
Kyōko Hayashi (1930–2017) es una de las grandes voces de Nagasaki. Vivió parte de su infancia en Shanghái y regresó a la ciudad poco antes del bombardeo; trabajaba como estudiante obrera en una fábrica cuando estalló la bomba. Su escritura se centra menos en el “momento cero” y más en las secuelas a largo plazo, la memoria y la identidad hibakusha con el paso de las décadas.
Su debut literario fue la novela corta Matsuri no ba (Ritual de la muerte, 1975), ganadora del Premio Akutagawa. El texto alterna dos líneas temporales separadas por unos treinta años: la adolescente que intenta salir de la zona devastada de Nagasaki tras la explosión, y la narradora adulta que vuelve sobre esos recuerdos desde el presente. Esa estructura le permite explorar cómo el trauma reconfigura el tiempo, cómo se recuerda (y se reescribe) lo vivido y qué significa seguir siendo hibakusha décadas después. A partir de ahí, Hayashi construyó un corpus centrado en la experiencia prolongada de la radiación, la enfermedad, la marginación social y la vida cotidiana en la posguerra.
Toyofumi Ogura (1899–1996) era profesor de Historia en la Universidad de Hiroshima. Sobrevivió al bombardeo y pasó días buscando a su esposa e hijo entre los escombros de la ciudad. Esa experiencia dio lugar a uno de los testimonios más citados de la hibakusha bungaku
Su libro Letters from the End of the World: A Firsthand Account of the Bombing of Hiroshima reúne una serie de cartas dirigidas a su esposa, que murió de enfermedad por radiación poco después de la explosión. Escrito como una correspondencia que ella ya no podrá leer, el texto combina la descripción muy concreta de lo que vio —caminos llenos de escombros, cadáveres, cuerpos que literalmente se deshacen al tocarlos— con una reflexión íntima sobre el duelo y la necesidad de dejar constancia de lo ocurrido antes de que la memoria se diluya. Se publicó a finales de los años cuarenta y ha sido reeditado y traducido múltiples veces, consolidándose como uno de los grandes relatos en prosa sobre Hiroshima.
Takashi Nagai (1908–1951) fue radiólogo, católico converso y uno de los hibakusha más conocidos de Nagasaki. Trabajaba en el hospital universitario cuando cayó la bomba sobre la ciudad; sufrió lesiones y desarrolló leucemia por la exposición a la radiación, pero continuó ejerciendo y escribiendo hasta su muerte.
Su obra más influyente es Nagasaki no kane (Las campanas de Nagasaki, 1949). El libro mezcla crónica médica, relato autobiográfico y reflexión espiritual. Nagai describe el impacto de la explosión sobre el barrio católico de Urakami, la destrucción de la catedral, la muerte de su esposa y el trabajo del equipo sanitario que intenta atender a miles de heridos con recursos mínimos. El texto también introduce una lectura religiosa del bombardeo, presentándolo como una especie de sacrificio, algo que ha generado debate y críticas entre otros hibakusha y estudiosos. Pese a ello, el libro se convirtió en un bestseller en la posguerra, fue adaptado al cine y sigue siendo un pilar de la literatura de Nagasaki
La literatura hibakusha sigue siendo, a día de hoy, una de las fuentes más valiosas para comprender no solo lo que ocurrió en Hiroshima y Nagasaki, sino cómo una sociedad entera procesó el inicio de la era nuclear. A través de relatos, memorias y poesía, estas voces documentaron lo que la historia oficial tardó años en reconocer: la dimensión humana del desastre. Leerlas no es únicamente un ejercicio de memoria, sino una forma de entender cómo se construyen los discursos sobre la guerra, el trauma y la responsabilidad colectiva. Y aunque han pasado décadas, la hibakusha bungaku continúa siendo esencial para pensar el presente: nos recuerda que toda tecnología tiene consecuencias, que la memoria es frágil y que escuchar a quienes estuvieron allí es la única manera de no repetir aquello que nunca debería haber ocurrido.
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