Joseph Edward Abercrombie, conocido como Joe Abercrombie (Lancaster, 31 de diciembre de 1974), es un escritor británico de literatura fantástica y editor cinematográfico. Su obra se ha consolidado como referente fundamental del subgénero conocido como "fantasía oscura" o "grimdark", caracterizado por su realismo crudo, personajes moralmente ambiguos y escenarios despiadados.
Abercrombie se educó en la Lancaster Royal Grammar School y posteriormente estudió psicología en la Universidad de Manchester. Antes de dedicarse por completo a la escritura, trabajó en producción televisiva y como editor independiente de cine. Su carrera literaria comenzó durante una pausa laboral en 2002, cuando empezó a escribir "La voz de las espadas", primera novela de lo que se convertiría en la trilogía "La Primera Ley", completada con "Antes de que los cuelguen" y "El último argumento de los reyes".
Su bibliografía se articula principalmente en torno al mundo de "La Primera Ley", que incluye, además de la trilogía original, la trilogía "La Era de la Locura" ("Un poco de odio", "El problema de la paz" y "La sabiduría de las multitudes") y cuatro novelas independientes ambientadas en el mismo universo: "La mejor venganza", "Los héroes", "Tierras rojas" y "Filos mortales", esta última una recopilación de relatos.
Paralelamente, desarrolló la trilogía juvenil "El Mar Quebrado" ("Medio rey", "Medio mundo" y "Media guerra"), por la que recibió el premio Locus 2015 al mejor libro para jóvenes con "Medio rey".
En mayo de 2025 está prevista la publicación de "The Devils", que dará inicio a una nueva serie ambientada en una Europa alternativa impregnada de magia y bajo constante amenaza de invasión por despiadados elfos, siguiendo a un grupo de monstruos empleados por el Papa para resolver problemas que los justos no se atreven a abordar.
Abercrombie ha reconocido la influencia de los videojuegos en su obra, desde aventuras gráficas basadas en texto hasta juegos de estrategia histórica como Civilization y Age of Empires. Actualmente reside en Bath, Somerset, con su esposa Lou y sus tres hijos.
Seguiría adelante. Eso era lo que siempre había hecho. En eso consiste sobrevivir, tanto si se merece seguir con vida como si no. Se recuerda a los muertos lo mejor que se puede. Se pronuncian unas cuantas palabras en su memoria. Y luego se sigue adelante, esperando que las cosas vayan mejor.
Había aprendido hace mucho que la grandes luchadores sólo sirven para una cosa: luchar. Para todo lo demás, para esperar sobre todo, eran unos perfectos inútiles.
Muchos hombres, de hecho la mayoría, ni siquiera se habrían atrevido a sostener la mirada de Dow el Negro. El apodo le venía por tener la reputación más negra del Norte, por su tendencia a presentarse de improviso en medio de la oscuridad de la noche y por su afición a dejar las aldeas por las que pasaba negras como el carbón. Ésos eran los rumores. Ésos eran también los hechos.
Un árbol es tan fuerte como lo sea su raíz, y el conocimiento es la raíz de todo poder.
Apuesto a que si hubiera muerto en aquel puente, ahora habría estatuas mías por todas partes. Lo malo es que no fue así. Una pena. Para todos.
A menudo, los hombres que habían nacido con todas las ventajas ardían en deseos de demostrar que se las merecían desde un principio.
Era una ciudad de tiendas de campaña que bullía con una atiborrada muchedumbre, que apestaba a humo, incienso, comida podrida y estiércol viejo. Una metrópolis de lona que flotaba en un mar de mugre, puntitos titilantes de lámparas y hogueras extinguiéndose en la crepuscular distancia. No era un camino lo que recorrían a caballo, sino un río de fango casi impracticable, repleto de basura medio enterrada.
—Tampoco que sepa yo —dijo Solete—. ¿No has querido verlo?
—¿El qué, el pie? —Alex se encogió de hombros—. Los pies de los muertos se parecen todos bastante, supongo. Y hay que pagar.
—¿Solo por verlo?
—Si pagas más, puedes tocar la vitrina, y si pagas más todavía puedes beber de un manantial sagrado. Salió desde el suelo que tocó ese pie.
La lisa frente de Solete se arrugó un poco.
—¿Pagan por beber un agua que ha tenido el pie de un muerto dentro?
—Y te dan un parche para ponerte.
Jakob aún no había visto a un teólogo resolver ningún problema que no hubiera creado él mismo.
—La Iglesia tampoco es tan fanática de Dios, que yo haya visto —dijo el barón Rikard—. Lo tratan más o menos igual que un abogado trata la ley. Como algo que sortear.
Arráncale lo que puedas al mundo mientras te lo ofrezca, porque somos todo carne, todo polvo, escritura en la arena, desaparecida en un abrir y cerrar de ojos. No se puede dejar nada para mañana, porque mañana tus esperanzas no florecerán todas de golpe, mañana será más o menos igual que hoy. Ni el momento ni el lugar.
La Capilla de la Santa Conveniencia era como el carro de los cadáveres, y no solo por el olor. La gente se alegraba de verla durante los desastres, pero nadie la quería sentada delante de su puerta una vez había pasado el peligro.