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Los diablos

Editorial: Runas

Las gestas más gloriosas a veces requieren de actos impíos.

El hermano Díaz tiene una cita en la Ciudad Santa, donde cree que lo recompensarán con una cómoda posición en la Iglesia. Pero resulta que su nuevo rebaño está compuesto por asesinos contumaces, horrorosos practicantes de lo arcano y auténticos monstruos. En esta nueva misión, todos tendrán que tomar las medidas más sangrientas si quieren alcanzar sus justos fines.

Los elfos acechan en nuestras fronteras, ávidos de nuestra carne, mientras príncipes egoístas solo se preocupan por su posición y bienestar. Dado el épico e infernal viaje ante él, al hermano Díaz no le viene nada mal tener a los diablos de su lado.

Lo más leído del libro

A menudo, los hombres que habían nacido con todas las ventajas ardían en deseos de demostrar que se las merecían desde un principio.


Era una ciudad de tiendas de campaña que bullía con una atiborrada muchedumbre, que apestaba a humo, incienso, comida podrida y estiércol viejo. Una metrópolis de lona que flotaba en un mar de mugre, puntitos titilantes de lámparas y hogueras extinguiéndose en la crepuscular distancia. No era un camino lo que recorrían a caballo, sino un río de fango casi impracticable, repleto de basura medio enterrada.


—Tampoco que sepa yo —dijo Solete—. ¿No has querido verlo? 
—¿El qué, el pie? —Alex se encogió de hombros—. Los pies de los muertos se parecen todos bastante, supongo. Y hay que pagar. 
—¿Solo por verlo? 
—Si pagas más, puedes tocar la vitrina, y si pagas más todavía puedes beber de un manantial sagrado. Salió desde el suelo que tocó ese pie. 
La lisa frente de Solete se arrugó un poco. 
—¿Pagan por beber un agua que ha tenido el pie de un muerto dentro? 
—Y te dan un parche para ponerte.


Jakob aún no había visto a un teólogo resolver ningún problema que no hubiera creado él mismo.


—La Iglesia tampoco es tan fanática de Dios, que yo haya visto —dijo el barón Rikard—. Lo tratan más o menos igual que un abogado trata la ley. Como algo que sortear.


Arráncale lo que puedas al mundo mientras te lo ofrezca, porque somos todo carne, todo polvo, escritura en la arena, desaparecida en un abrir y cerrar de ojos. No se puede dejar nada para mañana, porque mañana tus esperanzas no florecerán todas de golpe, mañana será más o menos igual que hoy. Ni el momento ni el lugar.


La Capilla de la Santa Conveniencia era como el carro de los cadáveres, y no solo por el olor. La gente se alegraba de verla durante los desastres, pero nadie la quería sentada delante de su puerta una vez había pasado el peligro.


Joe Abercrombie

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