La hija del loto se despereza frente a nuestros ojos en una edición simplemente mágica y con un ritmo de escritura preciosa y absolutamente bien documentado. A través de frases cortas y poéticas que recuerdan a los haikus, Paloma Orozco sienta las bases de una historia y un contexto que equilibra, como los pétalos de cerezo que reposan sobre el filo de una espada, una enorme delicadeza.
Argumento de La hija del loto
S.XVII. Bajo un inmenso cerezo, rodeada de pétalos blancos, una niña pequeña vive ajena a la tragedia que provocará. El señor Sakura Tomokyo, líder del clan de cerezo, cree en una profecía que dice que la grandeza del clan se esconde en un círculo perfecto e interpretando que ese encuentro con la niña es una señal de los dioses, decide secuestrarla y llevársela a su hogar.
Rebautizada como Tomoe, la niña crecerá creyendo ser la legítima hija de Tomokyo, entrenándose bajo la senda de los samurai y enfrentándose a todo tipo de pruebas. A su lado caminará Kurai, una niña pobre comprada en el mercado a una mujer cualquiera para ser la sombra de su señora.
En un contexto de guerra latiente, el clan de la Montaña y el Clan del Cerezo se verán empujados a cumplir su destino, poniendo incluso en peligro su honor.
Un poco sobre el contexto de La hija del loto
Nos encontramos en pleno S.XVII en un Japón feudal, anclado en las tradiciones y profundamente belicoso. Quiero que por un momento cerréis los ojos y olvidéis la imagen cándida y profesional que tiene el país nipón actualmente, ya que durante la mayor parte de su historia, no fue así.
El siglo XVII en Japón fue un período de grandes cambios y conflictos. Durante este tiempo, el país experimentó una serie de guerras civiles y revoluciones políticas, y también se vio afectado por la influencia extranjera. En 1600, el shogunato Tokugawa tomó el poder y estableció un sistema feudal que duró hasta 1868. Los shogunes Tokugawa gobernaron a través de una red de señores feudales, y establecieron un sistema de castas riguroso que dividía a la sociedad en grupos de lase. Esto, que Paloma Orozco tan maravillosamente bien retrata con los dos personajes principales de la historia (Tomoe, de clase alta y Kurai, de clase baja) y que permitía que cualquiera de una casta superior pudiera asesinar, maltratar y violentar a cualquiera de una inferior, provocó una gran agitación social y política.
Aunque los samuráis, guerreros leales a los señores feudales, debían mantener el orden de sus feudos y ocuparon el más alto rango en el sistema de castas, no fue infrecuente durante este siglo que se rebelaran contra el sistema feudal y lucharan por la libertad y la igualdad. También hubo conflictos con los europeos, que comenzaron a llegar en números cada vez mayores a Japón a mediados del siglo.
Toda esta inestabilidad culmina en uno de los conflictos bélicos más importantes de la historia de Japón representado también en esta obra: la batalla de Sekigahara. La Batalla de Sekigahara (año 1600) se desarrolló entre las fuerzas del shogunato Tokugawa y aquellas lideradas por Ishida Mitsunari, un importante señor feudal que se oponía al shogunato. El resultado de la batalla sentó las bases para el período Edo (1603-1868), durante el cual los Tokugawa gobernaron Japón.
La batalla fue una de las más sangrientas de la historia de Japón y, al final, las fuerzas de Tokugawa salieron victoriosas. Ishida Mitsunari y muchos de sus seguidores fueron capturados y ejecutados. Tokugawa Ieyasu fue nombrado shogun y su triunfo en la batalla sentó las bases para el período Edo, durante el cual los Tokugawa gobernaron Japón con mano firme durante más de 250 años.
La hija del loto decide aproximarse a esta historia desde diferentes ópticas, especialmente aquellas femeninas, para mostrarnos un lado del Japón poco conocido: el de las sombras de los samurai, las ninja kunnoichi y las onna-bugeisha: guerreras experimentadas que luchaban con arcos y flechas, espadas y lanzas. Algunas de ellas eran descendientes de familias samuráis y habían sido entrenadas desde la niñez en el arte de la guerra. Otras eran esposas o hijas de samuráis que habían aprendido a luchar para proteger a sus familias.
Análisis de La hija del loto: una historia de mujeres y de yureis
Aproximarse a la cultura japonesa es, cuanto poco, una tarea ardua y compleja y esta dificultad se multiplica al abordar la escritura de una novela histórica ambientada en un periodo tan complejo y convulso como el S.XVII nipón. Sin embargo, Paloma Orozco hace un maravilloso trabajo no solo a la hora de documentarse sobre la obra sino también al recrear el lenguaje y la delicadeza propia de los textos clásicos japoneses en un contexto de tal crueldad y violencia.
No hay nada arbitrario ni casual en su obra. Desde la elección de los nombres de las protagonistas, que esconden un significado, hasta la manera en la que introduce de forma natural canciones populares infantiles, la profunda y arraigada creencia de la presencia de los espíritus o yurei como espíritus que afectan directamente a los vivos (y cuya creencia sigue siendo enormemente generalizada. Os recomiendo leer Yurei. Los fantasmas de Japón de Zack Davisson. Satori Ediciones) o la inclusion orgánica de poesía como parte del día a día de los samurai.
Tomoe no teme a la muerte.
No la temió la primera noche que su maestro la llevó a visitar aquel lugar embrujado, una plaza de ejecución, donde aún permanecían ecos de almas atormentadas, Y no la teme ahora que intuye que el umbral que separa ambos mundos, el de la vida y el de la muerte, es muy delgado.
Los nombres de los personajes, como ya he dicho, tienen un significado poético. Así, Kurai (暗い) significa “oscuro” como bien nos dice la novela, pero dentro de un contexto literario o artístico en realidad se emplea para evocar la melancolía y la tristeza, algo que le va perfecto al personaje. Es posible que la autora haya escogido traducir ciertos nombres, como Yama (山 - Montaña) o Kitsune (狐 - zorro) para darle cierta musicalidad al texto, ya que para los autóctonos japoneses, así es precisamente como sonarían los diálogos.
La brillante, fría y astuta guerrera del Clan de la Montaña, Yuuki Kitsune (勇気狐). tiene un nombre que en realidad significa “espíritu decididido), mientras que Mochizuki Kiyome (望月清め), el nombre de una de las ninjas, significa en realidad “deseo puro y limpio” . La obra se carga de cientos de referencias a terminología típicamente japonesa, debidamente indicada en cursiva que complementa magníficamente bien el texto.
Los nombres no solo son importantes debido al significado oculto que tienen sino también por lo que representa el cambio de este nombre en la progresión de la vida de los personajes de la obra. De esta forma Paloma Orozco aprovecha la tradición samurai del cambio de nombre (práctica extendida durante el S.XVII para los samurais que indicaban de esa forma un cambio en su carrera, situación financiera o estado emocional) para mostrarnos la salida de la crisálida de la joven Tomoe, convertida después en Ren (蓮), o “flor de loto”, empleado a menudo para designar a aquellas mujeres que progresan en los lodazales más turbios y oscuros. De la misma manera, otros personajes como Kurai también tendrán su propio cambio de nombre ligado de manera indiscutible a su evolución como persona.
Utakotoba novela. Las canciones, poemas y referencias que pueblan el texto
La hija del loto gira, se sumerge y baila con la prosa que Paloma Orozco tan bien domina, especialmente en el primer tercio de la historia. Así, la autora va salpicando el texto no solo con leyendas y cuentos tradicionales japoneses, sino también con canciones y los populares haiku que tan de moda estuvieron hace años. Desde pequeñas canciones de cuna que Kurai recuerda en sus momentos de tristeza hasta los bellos poemas con los que el Pequeño Mono compara la naturaleza del mundo que le rodea con el corazón de Ren, todos estos pequeños detalles hacen que la lectura de La hija del loto te evoque las mismas sensaciones que tendría un lector que reexaminara un texto clásico.
Un feo gusano
mira su rostro en el estanque.
Nunca será mariposa.
En un esfuerzo por conseguir transmitir la musicalidad del lenguaje y sus diferentes expresiones, la autora emplea a menudo palabras y expresiones en japonés en el texto, en ocasiones con una leyenda al pie de la página y otras intrínsecamente incrustadas en el texto de forma que los lectores menos conocedores de la lengua japonesa tengan que extraer el significado a través del contexto.
Éste está impaciente por recibir las noticias, pero aguarda impasible, como una montaña, en el tokonoma. Sentado sobre sus talones, observa el kakemono que cuelga de la pared frente a él. Representa el hotaru-gari, la caza de las luciérnagas.
Asimismo, nos encontraremos con numerosos nombres de yokai como Betobeto-san, referencias hacia la leyenda del hilo rojo del destino y, cómo no, una recreación del famoso mito de Izanami e Izanagi cuando este va al infierno en busca de su esposa fallecida.
El desarrollo de los personajes y las batallas narradas
La hija del loto cuenta con un gran abanico de personajes, cada uno ligado de forma indiscutible al deber y de alguna forma aprisionado por cierto determinismo basado en el destino y en el honor. De esta forma conoceremos no solo al líder del clan de la Montaña: un guerrero formidable de carácter duro, sino también a Yuuki, su cuñada, profundamente enamorada de él.
Del clan de Sakura tendremos el privilegio de ver los personajes de su líder, de Kigei (el asqueroso y ruín entrenador y sensei de los niños), de su heredero Shioda, la sirvienta Kurai y la propia Tomoe. A través de capítulos muy cortos y muy dinámicos, la autora va saltando de un espacio a otro sin que por ello se pierda la sensación de unidad y de interdependencia que hay entre personajes. No importa lo lejos que puedan llegar a estar los personajes entre sí porque los unen sentimientos y emociones muy fuertes y complejas. De esta forma, Kurai, profundamente enamorada de Shioda, no olvidará su amabilidad a pesar de los años separados, mientras que Ren evoluciona para convertirse en un pequeño saquito de odio y rencor que, al menos en el caso de Shioda, no acabé de entender.
Cada uno de los grandes protagonistas de la obra tienen su propio arco y razones por las que moverse y, a pesar del sentido romántico trágico que envuelve la obra de principio a fin y que une a personas que no están destinadas a amarse entre sí, les permite progresar y evolucionar a lo largo de la historia. El ejemplo más claro lo encarnan no solo Shioda, sino también Kurai y, aunque no lo parezca, Ren.
La autora ha decidido darle a Ren una personalidad combativa, dura y violenta que no es más que una máscara bajo la que oculta su inseguridad, su soledad y sus intentos de emular las violentas maneras con las que se conducían sus dos padres. Armada con Kusanagi, un arma procedente de los infiernos, Ren se verá en envuelta en una ira reforzada por la posesión de una espada sedienta de sangre.
Entonces ¿merece la pena La hija del loto?
La hija del loto es una novela complicada. Por un lado, su poética narrativa, el uso de expresiones japonesas y la profunda documentación con la que Paloma Orozco ha alimentado la trama son simplemente magníficos. Tuve la enorme suerte de poder leer con calma la novela armada de cascos aislantes de ruido y con música del período Edo de fondo. No puedo dejar de recomendar la obra a los japonófilos más acérrimos, los lectores de la obra de Natsume Soseki, los devoradores del manga más alternativo y, vaya, todo aquel que entienda que «la luna está preciosa esta noche» es una magnífica forma de decirle a alguien que la quieres.
¿Para quién no es la obra? Pues, muy probablemente, para el lector medio de novela histórica. Porque aunque la novela está plagada de acción y aventura, de desamores que se encuentran y se vuelven a cruzar y de un par de batallas de gran enjundia, entre las que destaca el famoso conflicto conocido como la Batalla de Sekigahara, esta no es una obra de acción, sino una de personajes. Paloma Orozco pasa muy encima de los conflictos, evitando las difíciles descripciones de batallas, técnicas de guerra y esgrima samurai para saltar directamente a las conclusiones del final del combate.
La gran cantidad de conceptos en japonés que salpican el texto, que a mí me parecieron que está 当たっています(atatteimasu) o dando en el blanco, puede ser un freno para que otros lectores cojan ritmo con el libro y lo disfruten de manera ágil.
Asimismo, La hija del loto cuenta con una gran cantidad de elementos fantásticos que giran alrededor de la historia, a veces como parte de las supersticiones y creencias sintoístas de los personajes y otras como elementos propios de la realidad que viven los personajes (como la famosa espada del infierno).
Por mi parte he echado en falta algo más de descripción y tensión en las batallas, un poquito más sobre la ambientación y la delicada cocina japonesa y más pausa a la hora de establecer ciertos conflictos, pero no por ello La hija del loto es para desmerecer. Paloma Orozco ha conseguido la prácticamente imposible tarea que es, para un occidental, escribir una novela sobre el pasado de Japón y captar tan bien su alma y su esencia.
He disfrutado mucho La hija del loto, especialmente el comienzo de la obra. Su ritmo poético es atrevido, su dominio a la hora de presentar a diferentes personajes y entrecruzar sus destinos es sin duda acertada y sobre todo la manera tan poética con la que la narrativa del principio te envuelve para hacerte entender la delicada sensibilidad que escondían los corazones de los salvajes samurai me ha conmovido. Puede que no sea para todo el mundo pero ¿acaso las flores más hermosas no florecen siempre en los lugares más oscuros?
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