¿Cómo casan el Japón de las películas de samurais, las historias de la guerra de China y el imperialismo más rotundo con la idea que tenemos actualmente del país nipón y de sus gentes? No es extraño que el lector y apasionado del mundo japonés se sorprenda al echar la vista hacia atrás, justo antes del fin de la II Guerra Mundial, y encontrarse con historias de un patriotismo férreo y de un país severo y disciplinado que, sin embargo, todavía comparte su esencia con el que nos acompaña actualmente.
Comprender el alma de Japón es un ejercicio de humildad que debe desarrollarse desde la distancia y que, sin lugar a dudas, no está al alcance de muchos occidentales. Sin embargo, Lafcadio Hearn lo logra de tal forma que ha pasado a la historia como uno de los grandes expertos occidentales en espiritualidad japonesa. Su reverencial respeto, capacidad de escucha y absoluta devoción le permitieron acercarse todo lo posible al corazón del verdadero Japón imperial.
Y Kokoro. Ecos y apuntes de la vida íntima en Japón, el librito que hoy vamos a analizar, recoge precisamente sus reflexiones al respecto.
Un poco de contexto sobre la época en la que fue escrito Kokoro. Ecos y apuntes de la vida íntima de Japón
Fue en 1896 cuando empieza la historia de este librito clásico, cuando un editor en Tokyo publica Kokoro sin saber quizás este libro pasaría a la historia como una de las tres obras esenciales para comprender la historia y el alma de Japón durante la época Meiji.
Sin embargo, el país que conoció Lafcadio Hearn no es en absoluto el mismo que podamos tener nosotros en nuestro imaginario colectivo. Japón había sido forzado a abrir sus fronteras a golpe de cañonazo, y su idea de pueblo todopoderoso se vio profundamente desgarrado por la entrada de las potencias occidentales. Frente a individuos con otras mentalidades y una ética radicalmente diferente, que no respetaban tradiciones milenarias pero que sin duda traían grandes ideas de progreso y avance, los japoneses experimentaron un terrible conflicto, no solo a nivel interno, sino también político, social, cultural y comercial. Esto se tradujo no solo en un cambio a la hora de vestir, expresarse y ordenar toda su religión, sino que la entrada occidental impactó de una forma violenta y decisiva en la vida de muchos japoneses (recomendamos leer El amor de un idiota (Junichiro Tanizaki), una novela donde el protagonista se encuentra dividido entre sus ideas de japonés moderno adaptado al mundo occidental y la perdición que le supone vivir de esa forma con una joven japonesa).
Durante estos turbulentos años, la sociedad se dividió entre aquellos que rechazaban sistemática y violentamente a los occidentales (a través de diferentes movimientos, algunos de los cuales llegaron a ser violentos como la rebelión de Satsuma) y los que los consideraban un rol a seguir y un objetivo a alcanzar.
El objetivo era no solo adaptarse al otro, al ser occidental, sino ser comprendido y valorado por este.
Hubo japoneses que llegaron incluso a postular por la desaparición de los kanjis ya que este retrasaba e impedía que los occidentales aprendiesen su lengua; o incluso los que defendían que en Japón sólo se debería hablar inglés.
Son unos años de duda, cambio y continuas cesiones culturales, pero también de un profundo racismo motivado por la ignorancia y los aires de superioridad de los que muchos europeos y occidentales hacían gala. Así, el autor del librito pone en relieve en sus ensayos y artículos periodísticos recogidos en Kokoro. Ecos y apuntes de la vida íntima de Japón, cómo a menudo la prensa occidental atacaba de manera sistemática a los habitantes del país que habían ocupado, tachándolos de bárbaros e incultos y censurando una forma de vida y un arte que no comprendían.
La timidez que inspiraban los extranjeros entonces, no a los samuráis, de hecho, sino a la gente normal y corriente, no era física, sino un miedo supersticioso. Hasta el campesino japonés no ha sido cobarde nunca.
Y en medio de esta ebullición social, en la que los gritos tapaban las oraciones, en la que el cristianismo intentaba entrar por todos los medios en una sociedad profundamente sintoísta y budista, en el que las mujeres eran protegidas por sus familias, Lafcadio Hearn aparece en escena. Despreciado de joven por la sociedad y ciego de un ojo, fue el primer autor que logró compartir con el resto del mundo la visión del Japón sensible, complejo y profundamente hermoso que él había conocido.
Espiritualidad japonesa, cultura, cuentos y literatura
Impreso con una preciosa cubierta de tela cargado de brocados dorados, Kokoro, ecos y apuntes de la vida íntima en Japón es una pequeña joya que leer poco a poco, llevar siempre contigo y consultar con frecuencia. Esta edición respeta el título original de la obra, que simboliza mucho más de lo que podría parecer en un primer momento, ya que el ideograma con el que se escribe Kokoro, o “corazón”, representa también mente, espíritu, valentía, resolución, sentimiento y afección. Y de alguna forma el libro recoge perfectamente la visión japonesa pre II Guerra Mundial sobre todos estos puntos.
El libro es en realidad una recopilación de artículos de opinión, reflexiones en forma de ensayo y pequeños cuentos extraídos de la tradición oral que ayudan a amenizar la lectura del conjunto. Sus capítulos, de extensión variable, pasan por una gran variedad de aspectos generales sobre la vida y sentir de los japoneses del momento, encontrándonos tanto desde largas meditaciones y conclusiones sobre la vida espiritual japonesa como anécdotas y experiencias personales del propio Lafcadio Hearn en el país. Narrado desde un punto de vista puramente objetivo en el que el estilo periodístico del autor destaca por la ausencia de elementos subjetivos o directamente valorativos, el autor va exponiendo punto por punto no solo su visión sobre Japón, su forma de vida o sus pensamientos, sino también el conflicto que supuso para muchos de ellos el cristianismo o adaptarse a una forma completamente nueva de pensar.
De esta manera, Kokoro se convierte en una suerte de libro de viaje que te toma de la mano y te va explicando, como haría un guía turístico amable y tranquilo, los diferentes aspectos de la vida japonesa: sus manías y hábitos con la higiene que se extienden no solamente a los trabajadores y estudiantes, sino también a sus vagabundos. Lafcadio Hearn, asombrado, nos acompaña por los baños públicos japoneses, las casas de reventa de estatuas sintoístas compradas por occidentales ignorantes, las largas escaleras que llevan a templos remotos o incluso los enormes trenes bala que representan de alguna forma el espíritu profundamente viajero del pueblo nipón.
Para Lafcadio Hearn, el país y sus parajes son lugares de profunda belleza. Su prosa se endurece y se vuelve más técnica al explicar cómo el budismo y el sintoísmo dan respuesta a todos los dilemas científicos del momento; y se suaviza al relatar los cuentos de tradición oral que iba extrayendo poco a poco de sus amigos, familiares más cercanos.
De entre todas las cosas de particular belleza en Japón, los accesos a los lugares altos de culto o reposo son lo más bonito: los Caminos que no conducen a Ninguna Parte y las escaleras que llevan a la Nada.
Entre paisajes dulces, explicaciones sobre la importancia del culto a los muertos y descripciones sobre sus vivencias oníricas como país, el autor reserva solamente un par de párrafos para realizar una descripción crítica sobre la vida japonesa. En pocas ocasiones del libro, nos deja ver la dureza del mundo laboral japonés en el que los trabajadores se sienten forzados a repetir ciertas acciones o realizar su trabajo de una manera muy protocolaria en detrimento de su verdadero talento.
Ahora bien, entre nosotros, el trabajador de a pie es infinitamente menos libre que el de Japón. [...] Lo es porque los engranajes social e industrial de los que depende lo amoldan según sus propios requisitos, y siempre de modo que desarrolle alguna capacidad especial y artificial en detrimento de otras dotes inherentes. Lo es porque debe vivir según unos estándares que no le permiten ahorrar para gozar de una independencia económica.
Asimismo, a través de los cuentos y las experiencias de otros amigos, Lafcadio Hearn presenta una cierta censura a la forma con la que los japoneses preparan a sus hijas para el matrimonio. Un acondicionamiento que duraba toda su infancia y adolescencia hasta ser entregada, y donde se aleccionaba a la mujer a mostrar una incapacidad total para sentir celos, tristeza, enfado o cualquier emoción perjudicial para los hombres. Las muchachas japonesas, presas de la virtud con la que sus padres las asfixian, deben estar siempre a merced de sus maridos, aunque estos a menudo no den la talla ante tremendo sacrificio al que han sido sometidas desde su nacimiento. .
A la muchacha refinada la prepararon para la condición de estar, en teoría, a merced de su marido. Le enseñaron a no mostrar nunca ni celos, ni pena ni rabia, ni siquiera en las circunstancias en que se dieran los tres; de ella se esperaba que superara los defectos de su señor con pura dulzura. En resumidas cuentas, se le exigía que fuera casi sobrehumana;
Cuentos, historias y anécdotas inolvidables
El librito está cargado de anécdotas personales del propio Lafcadio Hearn en las que se presentan a menudo su sorpresa sobre algunos comportamientos japoneses. Una de las mejores cuenta la historia del criado que siempre sonreía y era amable hasta que, un día escondido detrás de una puerta, el autor vio con horror cómo su expresión cambiaba a una absolutamente desgraciada. Esta ejemplificación que hoy conocemos como el concepto del honne y el tatemae para el escritor se trataba más bien de un ejercicio de pura generosidad japonesa: el sacrificio de no responsabilizar a los demás con tus propios problemas.
No era la cara que yo conocía. Tenía el rostro rígido por el dolor y la rabia, y aparentaba veinte años más. Carraspeé para que supiera que estaba allí. Inmediatamente, relajó y avisó las facciones; se le iluminó la cara como por obra del milagro del rejuvenecimiento. Ciertamente, se trataba de un milagro: el del autocontrol desinteresado que dura eternamente.
Historias de guerra y del Japón Imperial
No podemos olvidar, sin embargo, que Lafcadio Hearn vivió en un momento en el que Japón se situaba como una potencia en expansión con la vista puesta en China y Corea. Este es un Japón egocéntrico a nivel militar, hecho por y para la guerra que se mostraba implacable con sus enemigos, a los que consideraba inferiores en todos los aspectos. Es un momento marcado por una profunda propaganda, donde el gobierno imperial le transmite al pueblo las batallas como historias de héroes clásicos, buscando no solo su fidelidad a la causa sino entretener y ocultar la verdad tras estas aparentes victorias. En aquel momento, la derrota no cabía en su imaginario colectivo y Lafcadio Hearn vivía cada paso con la misma emoción que el resto del pueblo con el que convivía.
Si no hubiéramos tenido que enfrentarnos a los artilleros occidentales, nuestra victoria habría sido demasiado fácil.
Japón adoraba a sus soldados. El autor nos explica cómo se vendían figuritas de los generales y comandantes que los niños coleccionaban al igual que se hace hoy en día con el merchandising de los anime de temporada. Los artistas repartían pequeñas piezas en las que glorificaban las batallas y el pueblo se disputaba entre ellos el honor de servir de comer a los soldados que regresaban del frente. Pero entre todo este prestigio, Lafcadio Hearn abre un enorme paréntesis para mostrar la verdad detrás de la guerra: la historia de los hombres que vuelven del frente apesadumbrados, avergonzados, abatidos por el convencimiento de todo lo que han visto y que ya no podrán olvidar.
Apenas podía creer que esos eran los mismos hombres que había visto irse a la guerra: lo único que me lo confirmaba era el número que llevaban en la hombrera. [...] No se percibía alegría ni orgullo en sus rasgos; movían la vista rápidamente y apenas miraban las banderas de bienvenida, las decoraciones, el arco con el halcón de batalla que vigila el globo [...]
Una ventana al sintoísmo y al alma japonesa
Kokoro es un pequeño portal a otro mundo, un librito que condensa en sus 287 páginas tal sabiduría que resulta prácticamente imposible comprenderlo todo. Lafcadio Hearn va saltando de una teología descarada y directa que da por sentado la experiencia del lector en temas religiosos a un tono cordial y ligero para narrar encuentros y conversaciones con otros occidentales y japoneses. Muchos de estos encuentros son más bien una excusa ilustrar la falta de conocimiento, entendimiento y sensibilidad de un grupo de americanos que compran estatuas de templos budistas y sintoístas para fundir y obtener un metal fácil de vender.
—[...]Intentamos comprar el Daibutsu de Kamakura.
—¿Para chatarra?—pregunté.
—Sí. Calculamos el peso del metal y creamos un sindicato. Primero ofrecimos treinta mil. Podríamos haber ganado mucho, ya que esa obra contiene una gran cantidad de oro y de plata. Los monjes querían venderlo, pero la gente no se lo permitió.
—Es una de las maravillas del mundo —dije—. ¿De verdad que la hubiera desguazado?
—Por supuesto. ¿Por qué no? ¿Qué más se podría hacer con ella?
Así, a lo largo de las páginas, el autor deja entrever a pesar de su tono periodístico y a veces desapasionado el profundo rechazo que siente por un occidente que considera hipócrita, mezquino e incapaz de saber valorar todo el alma y la complejidad que esconde el verdadero Japón. Sus artículos están salpicados de críticas al cristianismo, al que considera del todo inferior al budismo y con el que no es capaz de sentirse identificado, y a una jerarquía eclesiástica basada en el miedo y en la explotación económica. En ese sentido, Lafcadio Hearn desarrolla extensos artículos en los que demuestra que el budismo no se enfrenta a la ciencia, sino que la complementa.
Sus artículos y los cuentos que recoge son por tanto de niveles intelectuales muy disparejos y no es de extrañar que durante treinta páginas te encuentras con un entretenimiento sencillo e inocente, para luego verte inmerso en una larga descripción sobre teología o historia económica de Japón. Todo ello hace que la lectura de Kokoro, apoyada por las notas al pie de página que Satori Ediciones con gran acierto ha incluido, sea extremadamente valiosa, pero también lenta en algunos puntos. Uno no puede aproximarse a esta obra con la intención de leer, masticar, tragar y asimilar rápidamente los conceptos que Lafcadio Hearn escondía.
Detrás de cada capítulo se esconden cientos de reflexiones condicionadas por la vida y las experiencias del autor, del momento que se vivía en Japón y de su capacidad para escuchar y acercarse con humildad al verdadero espíritu del país que lo acogió y lo adoptó como a un hijo. Os aconsejo que hagáis lo mismo: es imposible tocar el corazón de Japón de otra forma.
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