¿Qué es real?
Si has sido un adolescente con un pasado conflictivo, seguramente lo recuerdes. El picor en las muñecas, el reflejo en el espejo que se contradice con tus propios pensamientos, esa amarga sensación de estar en una habitación rodeado de gente y sentir que careces de la clave para desentrañar el complejo código con el que otros se relacionan.
Si alguna vez te has sentido como una abominación, incapaz de ser amado, de ser querido y comprendido, obligado y forzado continuamente a relacionarte con el resto en un esfuerzo consciente que enmascara tus verdaderos pensamientos del juicio de la masa, entonces Estamos todos de puta madre, es para ti.
Eso quiere decir, inevitablemente, que si creciste en un ambiente de compresión y tolerancia, si careces de empatía o si por casualidad miras desde el otro lado de un velo cargado de prejuicios a aquellos que fantasean con acabar con su vida, quizás entonces debas irte a otra obra. ¿Te he hablado ya de El largo viaje a un pequeño planeta iracundo? Porque ese sería sin duda un match más adecuado para ti.
Pero si por el contrario, el concepto de “monstruo” tiene diferentes acepciones para ti, entonces no te marches de esta reseña, porque acabas de encontrar una obra muy entretenida con la que harás click.
Argumento de Estamos todos de puta madre
La doctora Jan Sayer es una psicóloga altamente competente y profundamente interesada en un tipo muy particular de paciente: las personas traumatizadas por horribles experiencias paranormales. Convencida de que la terapia individual no puede ayudarles, decide formar un grupo de apoyo de lo más variopinto, decidida a ofrecerles un lugar seguro en el que poder expresarse.
Sin embargo, sus pacientes están más rotos y destrozados de lo que parece. Por un lado está Stan, un anciano sin manos ni piernas que sobrevivió al secuestro de una familia de caníbales pirados; Martin cree que debe usar gafas de realidad aumentada permanentemente para enfrentarse a la realidad; Bárbara es una mujer obsesionada por las torturas que vivió en las manos de un hombre que talló en sus huesos y Harrison no puede superar el hecho de ser el último superviviente de una masacre que ocurrió años atrás. Por último, en una esquina, la silenciosa Greta, una joven gótica, observa a todo el mundo en silencio, incapaz de compartir su historia.
Todos están convencidos de que nadie les creerá si cuentan de dónde provienen sus horribles cicatrices. Pero lo que no se podrían llegar a imaginar, era que tenían más en común de lo que ellos creyeron en un primer momento.
Sobre la edición de Estamos todos de puta madre de Gigamesh
Hacía tiempo que varios lectores solicitaban una reedición de esta obra, y qué mejor forma que hacerlo que como parte de la colección de Gigamesh Breve. Si habéis leído alguna de mis otras reseñas de libros publicados bajo este formato sabréis que me parece todo un acierto el formato, el tamaño de la tipografía y la elección de los portadistas.
En este caso, el libro de Daryl Gregory cuenta con una portada y seis ilustraciones interiores en bitono de Luis Bustos que ilustran a la perfección el tono urbano, gamberro y desenfadado de la obra.
Pero sin lugar a dudas, lo mejor de todo es el prólogo de Marina Vivó. En muy pocas páginas realiza una reflexión de lo más acertada sobre el trasfondo de la obra, la realidad de los personajes y lo que significa para todo el mundo ser un outcaster, resumiendo perfectamente bien el alma del librillo en varias y muy acertadísimas líneas que te preparan para lo que te encontrarás más adelante.
Algunas marcas son visibles en el cuerpo. Otras son también profundas, pero invisibles: las secuelas psicológicas y las conductas desajustadas que les complican la vida. Todas ellas los vuelven extraños, no normativos, y por ellas se ven marginados.
Estamos todos de puta madre, una obra ligera y entretenida para bichos raros
Estamos todos de puta madre sería una maravillosa novela gráfica, o incluso una película con tintes oscuros y un diseño de producción moderno y atrevido. A través de una narración fluida y ligera que destaca todavía más por la elección del gran tamaño tipográfico escogido por Gigamesh, la obra de Daryl Gregory engancha desde la primera línea y hace difícil que te tomes un descanso entre capítulo y capítulo.
Así, el autor decide trasladar el peso de la narración de un personaje a otro en cada capítulo, realizando saltos desde puntos de vista alternos para permitirnos comprender sus sentimientos y emociones desde todas las perspectivas posibles. Y sin embargo no lo hace recreándose en el dolor de los propios personajes ni metiendo el dedo en la llaga sobre sus fatídicos y brutales pasados: de algunos, como el de Jameson, no sabemos prácticamente nada, mientras que otros, como Stan, comparten continuamente su pasado porque necesitan ser reconocidos por otros seres humanos.
Porque está claro que todos y cada uno de ellos acuden a esa terapia en grupo convencidos de que son únicos en su especie. Al estilo de La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq, cada paciente cree estar absolutamente aislado por un lenguaje y unas vivencias que el resto no pueden llegar ni siquiera a reconocer. Y así, se forja el grupo y la terapia, mostrándonos cómo las primeras sesiones sirven para que unos aprendan en lenguaje y la forma de comunicarse de los otros, reforzando la idea que tienen un espacio seguro en el que poder expresarse.
Sin moverse, Martin pareció hundirse más en la cama. En las entrevistas, que habían tenido antes de formar el grupo, Martin había insistido en que con la psicoterapia no aspiraba a enfrentarse al trauma de los asesinatos (no reconocía estar traumatizado), sino a vencer su dependencia de las gafas.
La soledad de ser un monstruo
El libro, corto, ligero y rápido de devorar, no se regodea en largos párrafos descriptivos ni en poéticas demostraciones de la verdad. Su forma de trasladarnos la dinámica del grupo es a través de pinceladas del día a día de cada uno de los integrantes, girando alrededor de la idea de lo aisladas y profundamente solitarias que se encuentran las personas que sufren. A su alrededor, no hay amor, cariño ni comprensión y el resto de los seres humanos se muestran como gente vil y retorcida incapaz de presentar la más mínima empatía, haciendo que te preguntes quiénes son al final los verdaderos monstruos.
Así, Stan solo está rodeado de incompetentes que le roban o a los que no les importa lo que ocurra con él (perfectamente ilustrado en el primer episodio con la descripción de cómo el enfermero prefiere atajar subiendo la silla de ruedas por las escaleras incluso aunque eso le haga perder al anciano su máscara de oxígeno).
El conductor no mostraba mucha paciencia con su paciente. En lugar de llevarlo por el largo camino de la rampa, acercó la silla al bordillo, la inclinó hacia atrás de malos modos (vaya si la inclinó) y subió las dos ruedas delanteras a la acera. El anciano intentó sujetarse la máscara con las manos enguantadas.
Al mismo tiempo, el resto de los personajes ejemplifican maravillosamente cómo las familias no son grandes consuelos para las personas que no encajan con el resto. El caso más ilustrativo es el de Bárbara, la cual a pesar de tener una aparente familia perfecta, está completamente disociada de su felicidad y se obsesiona con la idea de que si ella desapareciera, no la echarían de menos durante mucho tiempo.
Este desgarrador discurso que rodea a los personajes, en la que la muerte está siempre presente y sobrevuela sus pensamientos, se manifiesta perfectamente en el libro a través de diferentes puentes y canales emocionales. De esta forma, Jameson es sarcástico y emplea el humor para hacerle frente a su trauma; Martin escoge ignorar la realidad y Bárbara irradia una falsa sensación de tranquilidad y amabilidad que consigue mantener apartado al resto.
La verdad y la esquizofrenia: de mártires a locos
Sea como sea, lo cierto es que no podemos fiarnos de nosotros mismos y mucho menos de nuestros ojos. Exactamente como nos recuerda Marina Vivó en el prólogo, la realidad es un constructo social que vamos definiendo en función de dogmas y de lo que socialmente está aceptado,y esto, depende enormemente del período en el que vivimos.
Y es que si examinamos algunas creencias antigüas y formas de percibir el mundo con desde nuestra óptica, comprenderemos la idea de realidades subjetivas. Se cree que en la época de Platón y Aristóteles, los griegos eran incapaces de percibir el color azul, así que para ellos, para su realidad en específico, el mar y el cielo eran de color bronce. Frente a una Juana de Arco temida por ser capaz de hablar con dios, hoy rápidamente la hubieran catalogado como una esquizofrénica más.
Por eso ¿qué pasa cuando las personas son capaces de ver otros mundos y otras realidades? ¿Cómo se defiende el resto de la humanidad ante el temor de tener que enfrentarse con la idea de que el mundo en el que vivimos es una ilusión? La respuesta es sencilla: no lo hace. Aparta, ataca y destruye todo lo que sea diferente. En la obra, Daryl Gregory nos muestra a dos personajes capaces de percibir a los Residentes: uno es Martin, del grupo de la terapia; y el otro es un vagabundo llamado El Sabueso sobre el cual todo el mundo cree que padece una terrible esquizofrenia cuando en realidad lo único que ocurre es que tiene un monstruo susurrándole continuamente en la cabeza.
En mi barrio había un tío al que mis compañeros de piso llamaban el Sabueso, porque siempre iba husmeando el aire, arrugando la nariz como si algo oliera mal. Hablaba solo. Ellos pensaban que era esquizofrénico, pero yo veía a esa cosa con él, hablándole. y el Sabueso escuchaba. Y a veces esa cosa le susurraba algo y él me miraba como si me conociera.
Las voces, los susurros y los monstruos que vienen a acecharnos por las noches bajo la cama se desarrollan en esta novelita como entes de una realidad paralela o un mundo en el que el tiempo confluye al mismo tiempo que en el nuestro y con el que, al estilo de los mundos de Lovecraft, coexistimos. Así, de alguna forma el autor juega con la idea mil veces ya presentada en el género de que la esquizofrenia es simplemente la condena que tienen unos pocos elegidos capaces de ver los horrores de los mundos de pesadilla con los que coexistimos.
Personajes, acción y una trama rápida
Estamos todos de puta madre es una novela de sutilezas, sugerencias y personajes. Sin explayarse en dar grandes descripciones de los miembros de la terapia es capaz de otorgarles de un peso y una profundidad como personajes en pocas líneas que harían a muchos autores rabiar en el sitio. Esto es especialmente ilustrativo con algunos villanos como el famoso Ebaborista: un monstruo mitad artista, mitad asesino y torturador que genera fascinación en el lector cuando narra la belleza que esconden las horribles torturas a las que sometió a Bárbara.
Al mismo tiempo, el backstory de los personajes está trabajado y definido, aunque a menudo solo obtengamos retazos de sus verdaderas historias. La historia de Greta, capaz de hacer sonrojar la pacífica comuna de mujeres de Sarah Hall, es muy interesante y detrás del Sabueso de Martin se esconde una magnífica historia.
Pero lamentablemente la novela no dura lo suficiente para contártela. Por mucho que lo haya deseado, me quedé con las ganas de saber más de los personajes, acompañarles en las conflictivas terapias de grupo, entrar por las noches en sus cuartos y asistir a sus miedos más profundos.
Y es que la obra se hace corta, muy corta, y tiene un final algo precipitado. Pero es sin duda una historia interesante, entretenida y divertida de leer. Porque al fin y al cabo ¿quién no se ha sentido rodeado de monstruos alguna vez?
Conclusión breve de Estamos todos de puta madre
Estamos todos de puta madre es una novela entretenida y muy ligera de leer ideal para todos aquellos que se hayan sentido en algún momento fuera de lugar. El autor sienta las bases de lo que podría haber sido incluso una fascinante saga basada en horripilantes historias personales, pero lamentablemente solo llega a rozar la superficie de lo que podría haber sido con esta obra.
Sin duda, hubiera querido leer mucho más, pero lo que está claro es que la novela, está de puta madre.
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