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NOTA: 8

Dientes de leche: análisis de la novela distópica de Helene Bukowski

La Insomne
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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Dientes de leche: análisis de la novela distópica de Helene Bukowski

Fría, húmeda y solitaria es Dientes de leche. Intrínsecamente demoledora, injusta, algo morbosa y sollozantemente distante. Y es que esta distopía intimista, con una narración rota que de alguna manera recuerda a la voz de quien está acostumbrada a que nadie escuche, ha sido un bombazo editorial con varios premios en Alemania (Mara Cassens, Rauriser Literaturpreis, Kranichsteiner Literaturpreis) y que en España llega de la mano de Editorial Mapa.

Qué manera tan extraña de hacerme con este libro, que tantas vibes tiene a novela de noviembre húmedo en plena ola de calor de julio, y qué demoledor es darme cuenta de lo helada que te deja la narración. Y es que esta novela de apenas 215 páginas, habla de la despiadada supervivencia del campo como ya hizo en su momento Sarah Hall con *Hijas del norte (Alianza Editorial);* del peligro de las comunidades supersticiosas y violentamente aburridas, de la soledad en un entorno arbitrariamente amable y hostil a su vez, y de la forma en la que nos autoconvencemos de que debemos quedarnos en aquellos sitios que nos hacen tanto daño.

La obra cuenta con una adaptación cinematográfica de la mano de la directora suizo-sueca Sophia Bösch, sin embargo, en esta reseña, yo he decidido adornar los posts con imágenes que me evocan la atmósfera de la novela desde mi propia experiencia vivida. Pasa, siéntate y déjame que te cuente la historia de Edith, Skalde y Meisis.

Argumento de Dientes de leche

Nadie quiere a Edith en el pueblo, y mucho menos a la rara de su hija Skalde. Después de que el ganado enfermara y viniera del mar y de que el clima empezara a cambiar arbitrariamente, los habitantes de la isla decidieron volar el único puente que les conectaba con el otro lado. Desde ese momento, sobreviven a través del trueque, el cultivo, la ganadería y una estricta observación de las normas que solo oculta su xenofobia más extrema.

TODO
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Edith lleva ahí más de treinta años, pero sigue siendo una forastera indeseable. Y por mucho que su hija, Skalde, se esfuerce en acudir granja por granja a ver a sus vecinos y en llevar una vida aceptable, todos las tratan como si portaran alguna enfermedad contagiosa producto de las malas artes de seres del otro mundo.

La vida pasa sin demasiado que hacer. Edith se pudre en el interior del armario, intentando evocar el mar, durmiendo más de veinte horas al día y sobreviviendo a base de sopas. Skalde, a su vez, holgazanea en el bosque, dejando que los días vayan desapareciendo.

Hasta que un día, encuentra a una niña sola perdida en el bosque. Una niña de fuera, pelirroja, desnutrida, desesperada. Y decide, con todo el tesón de su corazón, que hará lo que sea, se enfrentará a quien sea, con tal de defenderla de unos vecinos que ya han decidido, que la pequeña Meisis, es la culpable de cualquier cosa que suceda a partir de ese momento.

Una voz narrativa rota, incompleta, sola, honesta y veraz

Lo primero que llama poderosamente la atención en Dientes de leche, es la manera en la que Helene Bukowski aborda el tema de la crisis climática, la enfermedad del ganado y la extinción paulatina de los seres humanos a través de la voz íntima de primero una niña (Skalde), y luego de la adulta en la que se convierte.

Acostumbrada a que su madre, Edith, pase semanas encerrada en sí misma, bien sea en la bañera sumergida en agua fría o en el sofá de su salón, Skalde aprende muy pronto, desde pequeña, que no tiene nada que decir que al mundo le importe. La consecuencia de ello es, tal y como nos encontramos en la obra de Margaret Atwood en *El cuento de la criada,* que la lectura está profundamente condicionada por la forma tan limitada de ver el mundo de esta protagonista que narra en primera persona.

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Miraba por la ventana abierta. Otra vez había gente recorriendo los prados. Se movían bajo el calor casi a cámara lenta. Llevaban perros, pero no se oían ladridos. Un silencio extrañamente pesado cubría la escena. Fueron desapareciendo en el bosque, la última persona fue la única que permaneció allí y se volvió hacia donde yo estaba.

Los capítulos, realmente breves, están compuestos de frases cortas, tiempos verbales que indican continuamente acciones realizadas a corto plazo y escasas descripciones de un mundo, que para Skalde, está más que visto. Lo verdaderamente brillante de todo ello es cómo, a través de la lectura de los primeros capítulos y conforme avanzas en la trama, percibes el enorme abismo que se abre en la relación entre Skalde y su madre. Los primeros capítulos muestran así a una madre cariñosa, controladora, preocupada por el bienestar de su hija y completamente paranoica (más tarde comprenderemos que razones no le faltaban) con el hecho de que su pequeña salga de los límites del terreno de su casa.

TODO
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Sin embargo, cuando tanteamos la Skalde adulta, el odio y el resentimiento que esta siente por Edith es tal, que ni siquiera recuerda los actos de bondad y amor que tuvo con ella y se repite una y otra vez, en forma de letanía, lo pésima madre que fue Edith, lo abusivo de su comportamiento e intentando autoconvencerse de la ausencia total de cariño por su parte.

La obra nos presenta de esta forma una antítesis clara y dolorosa: el clima frío, aparejado con el amor de Edith frente al calor sofocante del verano en la segunda mitad de la obra frente a esta guerra fría que ambas alimentan y que desdibujan tanto la figura materna que a menudo te sorprendes al ver cómo se hablan como iguales.

Sea como sea, Skalde no está acostumbrada a que se la escuche. No tiene con quién hablar. Repudiada por su madre y por su comunidad, su única compañía ocasional son una pareja de ancianas que mantienen un perfil más comedido para evitar granjearse ellas mismas también la enemistad del resto de la comunidad. Este pasado desgarrador, esta vida en la que ella es capaz de aguantar lo que sea por encajar, empapa una narrativa directa de frases simples en las que se cuela, entre capítulos y frases, líneas de reflexión poética en mayúsculas como gritos interiores. Son pulsiones interiores que actúan como gritos y reflexiones que no se atreve a pronunciar y que resuenan como letanías o repeticiones mentales obsesivas que, sorprendentemente, aportan cierto contexto ambiental.

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Las losas grises del pasillo estaban pegajosas. La cocina siempre estaba a oscuras, en parte por los armarios de roble y el aparador, que era negro, casi como si tuviera la superficie carbonizada. Solo la despensa era aún más oscura. Ahí es donde encontraba a veces a Edith, palpándose el cabello con los ojos cerrados, o cerrando los puños y gritándome en cuanto se daba cuenta de que había abierto la puerta.

Cuando no encuentras motivos por los que vivir: alcoholismo, violencia, superstición y una comunidad peligrosa.

Dientes de leche aborda, tal y como lo hizo *Soy leyenda de Richard Matheson,* la inquietante pregunta que podríamos hacernos cualquiera: ¿qué pasa cuando has sobrevivido a la extinción de un apocalipsis? Igual que Atwood abordaba en *Oryx & Crake,* la vida carente de estímulos, de un objetivo o de cierta rutina, es completamente devastadora para los habitantes de la isla en la que vive Skalde.

Esto podemos percibirlo en el profundo odio que Edith siente a las cosas que permanecen inmutables y que la lleva, al comienzo de la obra, a mover los muebles de toda la casa y a dejar la ropa tirada de cualquier manera por los pasillos. Edidth, que presenta una depresión de manual, pasa largos períodos de tiempo sin comer, sin comunicarse, aislada en sus sueños por volver a ver el mar o escapar de un pueblo obsesionado con que nada cambie. Y mientras tanto, la agobiante y obsesiva presencia de la muerte nos acompaña en todo momento: la de los conejos que sacrifican para comer, la de gaviotas que caen del cielo, grandes fiestas con alcohol en las que se descuartizan los ciervos que aparecen por la zona o personas que desaparecen mágicamente del lugar.

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QUEDARSE EN UN ARMARIO PARA SIEMPRE. UN ESPACIO VITAL DE DOS METROS CUADRADOS EN EL QUE NO ENTRA LA LUZ DEL DÍA, ¿QUIÉN TE ECHARÍA EN FALTA?

La vida en la comunidad es sagrada, y este mantra se repite con tanta fuerza que los miembros de la comunidad dejan claro que su aislamiento solo ha reportado cosas buenas y que, al otro lado del río, solo les espera la muerte. Y resulta cuanto poco paradójico el hecho de que, si tan brillante y maravillosa es esa vida en el campo, el alcohol esté tan presente que la mitad de las veces que vemos a los personajes que no forman parte del círculo inmediato de Skalde, estén siempre borrachos.

TODO
TODO
TODO

Es, quizás, su manera de sobrellevar el insoportable peso de una vida a puertas cerradas, basada en la inmutabilidad y la desconfianza, en la falta de cambio y el peso subconsciente de que aquellos que desaparecen, quizás no hayan sido secuestrados por hadas o fuerzas malignas, sino que prefirieron jugársela atravesando el río antes que aguantar un día más allí.

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TU MADRE VINO DEL AGUA, ¿DUERMES TÚ TAMBIÉN EN UN CHARCO?, ME PREGUNTABAN LOS DEMÁS NIÑOS RIÉNDOSE.

Maternidad violenta: somos la herencia de los recuerdos de quienes nos han criado

Uno de los temas centrales de Dientes de leche es, obviamente, el peso de la maternidad. Al fin y al cabo, tanto Edith como Skalde viven su propio proceso de maneras totalmente diferentes.

Edith, repudiada por todos en el pueblo (y que además, de alguna forma da a entender lo inquietantemente joven que era cuando dio a luz), es culpada por sus vecinos de cualquier desastre que acontezca al más puro estilo inquisitorial medieval. Sola tras la muerte de Nuuel, se refugia en su hija Skalde, a la que cuida y quiere más que nadie en el mundo y a la que está obsesionada con proteger del resto de la comunidad.

Esto es así hasta que la depresión que tiene se agrava, hasta que Skalde atraviesa la mata de moras y mantiene contacto con los otros y es más tolerada que su madre, hasta que Edith comprende que si bien todo su mundo se reduce a su hija, el de la pequeña es mucho más amplio. Y es en este momento en el que se disparan el abuso y la violencia.

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HACE AÑOS QUE LAS GAVIOTAS SE PRECIPITAN DEL CIELO, PÉRDIDA DE SOSTÉN EN EL HORIZONTE, PLUMAJE CAÍDO.

A travás de recuerdos de Skalde, que cita de corrido como si no tuvieran más trascendencia, vemos verdaderos episodios de abandono infantil en el que Edith se niega a vestir o alimentar a Skalde, la agrede, lleva a atravesarle la mano con un cuchillo y la aparta de todo lo que Edith considera valioso para ella misma. Estos episodios de brutalidad desdibujan y borran totalmente de la mente de Skalde el recuerdo de los momentos de cariño entre ambas y genera un abismo comunicativo en el que los silencios pesan entre las dos, ninguna da el paso para reconciliarse y parecen más bien extrañas compartiendo piso que familia.

TODO
TODO

El equilibrio se rompe cuando Meisis, en su actitud infantil, intenta acercarse a Edith y esta, cansada de aferrarse a una vida que nada le aporta, cede, al más puro estilo de una abuela compasiva, todos sus tesoros y los privilegios que le prohibió a su propia hija, creando todavía más resentimiento en una Skalde que hace lo posible por no repetir los patrones de su madre pero que pierde la paciencia por momentos y acaba teniendo también ciertas actitudes abusivas. Así, de alguna manera, vemos cómo la historia se repite y la obsesión por parte de Edith de proteger a su hija hasta llevarla a una pendiente de locura violenta empieza a mostrarse en la manera en la que Skalde se comporta en ocasiones con Meisis.

Mi opinión sobre Dientes de leche

Creo que no es demasiado precipitado decir que Dientes de leche ha sido toda una sorpresa para mí. Tras mi anterior lectura, me sentía inclinada por un clásico o, al menos, una obra capaz de trasladarme más que puro entretenimiento. Huelga decir que Helene Bukowski ha sido todo un acierto para mí. La atmósfera que plantea, el mundo profundamente solitario y el rechazo de una comunidad supersticiosa y cruel queda perfectamente plasmado en estas escasas 235 páginas.

La autora consigue plasmar y dibujar el retrato de Edith a traves de pasajes secundarios de una forma brillantemente sombría y su estilo narrativo, tan del gusto contemporáneo, hace que esta historia que de otra manera habría sido agobiante, fluya con la rapidez del jugo de un albaricoque demasiado maduro.

Y aun así, lo más duro de leer esta novela no es el hambre, la soledad o la violencia: es darse cuenta de lo fácil que es quedarse a vivir en una vida que no has elegido simplemente porque nadie vino a buscarte.

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