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Soy leyenda, reseña de un clásico de terror en su preciosa edición ilustrada

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Soy leyenda, reseña de un clásico de terror en su preciosa edición ilustrada

Existen pocos libros que hayan influido con tanta fuerza y de una manera tan descarnada en la cultura popular contemporánea como Soy leyenda. La obra, que en apenas 170 páginas reconfiguró la idea de las pandemias, la supervivencia, el statu quo, el concepto de normalidad y el pesar del que queda atrás, ha sido reeditada por Libros del Zorro Rojo en una preciosa edición de tapa blanda con traducción nueva y revisada por Pilar Ramírez Tello e ilustraciones del magnífico artista argentino Jorge González.

A través de 170 páginas, Richard Matheson no envejece y es capaz de volver a ponernos los pelos de punta con una obra que perdura en el tiempo y en nuestro imaginario colectivo para siempre. Déjame que te hable un poco más acerca de ella y que te introduzca a los aspectos clave de Soy leyenda.

Argumento de Soy leyenda

Robert Neville se ha quedado totalmente solo en el mundo. O, al menos, ese es el temor con el que, cada noche, inundado de whisky y arrepentimientos, se va a dormir. Desde que la epidemia se extendió, desde que lo único que escucha cada noche son los ruidos de los vampiros fuera arañando la puerta de su entrada y animándole a salir, Robert se repite una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué sigo aquí?

Así comienza una obra que revolucionó el género y que fusionó con gran maestría la ciencia ficción y el terror más psicológico en una historia capaz de ponerte los pelos de punta a día de hoy y que te deja con una resaca intelectual difícil de superar.

Escrita durante la Guerra Fría: la trascendencia de la novela Soy leyenda.

Publicada en 1954, Soy leyenda no solo se establece como un hito literario por su narrativa cautivadora y su innovadora amalgama de géneros, sino también por su contexto histórico. Al fin y al cabo, no podemos olvidar que Matheson escribió esta obra en plena Guerra Fría, un periodo marcado por la paranoia, el miedo constante a la aniquilación nuclear y las tensiones geopolíticas que mantenían al mundo al borde del abismo.

TODO
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En este escenario de incertidumbre y desconfianza, la figura de Robert Neville, un hombre aislado y en perpetua lucha por la supervivencia que de alguna manera encarna al americano perfecto (tiene formación militar, es bastante apañado con los arreglos que requiere la casa y vivía en una casita adosada en la típica urbanización suburbana con su mujer y su hija, encarnando de esa forma el clásico sueño americano), adquiere un simbolismo poderoso. Neville no solo representa al último bastión de la humanidad frente a una plaga devastadora, sino que también encarna los temores de una sociedad que se sentía al borde del colapso. Las noches de Neville, atrincherado en su hogar mientras los vampiros acechan fuera, son una metáfora inquietante de la tensión y el asedio psicológico que definieron la era de la Guerra Fría.

Inspirado e influenciado por las aterradoras noticias que hablaban de la destrucción de los mundos que supondría un enfrentamiento abierto con Rusia, Matheson capta con precisión en esta novela la fragilidad de la civilización y la fina línea entre el orden y el caos, una preocupación omnipresente durante los años cincuenta. La nueva edición de Libros del Zorro Rojo reaviva este contexto de horror gracias a las ilustraciones de Jorge González, deliberadamente en banco y negro, humanizando un horror que a menudo desdibuja la forma humana para mostrarnos que lo que tenemos ante nosotros es un espejo de una época llena de miedos y ansiedades colectivas. Al releer Soy leyenda hoy, podemos apreciar cómo Matheson canalizó las preocupaciones de su tiempo en una narrativa que sigue siendo relevante, recordándonos la resiliencia y la vulnerabilidad de la condición humana en cualquier era de incertidumbre.

Reflexiones sobre la supervivencia: Rutinas y la ilusión del progreso en Soy leyenda

Cuando uno se enfrenta a una obra apocalíptica y distópica siempre se hace la misma pregunta ¿sobreviviría yo en un escenario como este? Creo que solo una obra como Soy leyenda es capaz de transmitirte el horror del hastío y la desidia que supone sentirte completamente desconectado del resto de la humanidad y tener que forzar una rutina única y exclusivamente para poder levantarte al día siguiente y volver a empezar de nuevo.

TODO
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Y es que una de las características más destacadas de Soy leyenda es cómo Richard Matheson utiliza la rutina diaria de Robert Neville para explorar la lucha por la supervivencia en un mundo apocalíptico. De esta forma, esta cotidianeidad nueva, este statu quo basado en la soledad del despertar, la preparación de estacas, eliminar los cadáveres de la puerta, pelar decenas de ajos y frotar toda la casa con ellos y dar un rápido paseo de reconocimiento antes de que caiga el sol, se convierte en un arma de doble filo y es evidente que, de alguna manera, Robert Neville ocupa sus días en acciones productivas para evitar pensar, y es cuando llega la noche y se encuentra atrapado en su casa, incapaz de moverse del salón, cuando el horror y la angustia le empujan a intentar huir de la realidad bebiendo.

Así, vemos cómo Neville se obliga a levantarse a la misma hora todos los días y se impone tareas que le proporcionan una estructura en mitad del caos. Pero son todas tareas ingratas, y mientras va luchando por encontrar un propósito (alimentar al perro, encontrar a su vecino Ben Cortman y acabar de una vez con él, investigar el comportamiento de la enfermedad en cuerpos vivos y muertos), una no puede evitar preguntarse por qué no se rinde. Qué le impulsa a seguir adelante, completamente solo en el mundo, poniendo una noche tras otra la alarma para levantarse.

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Apoyó la espalda en el escalón de ladrillo y dejó escapar lentas nubes de humo. Sabía que al otro lado de aquel campo seguía estando el hoyo en el que había enterrado a Virginia y del que ella se había desenterrado. Sin embargo, ya no le brillaban de tristeza los ojos al recordarlo. En vez de seguir sufriendo, había aprendido a blindarse a la introspección. El tiempo había perdido su alcance multidimensional; para Robert Neville, ya solo existía el presente, un presente basado en la supervivencia diaria, sin grandes alegrías ni pozos de desesperación. «Básicamente, soy un vegetal», solía decirse. Y eso quería seguir siendo.

La magia de Matheson es cómo, de alguna forma como lector, te sientes identificado con sus pequeños logros y tienes una ilusión de avance y de éxito con algunas de sus acciones como insonorizar su casa o pegar un mural nuevo que le recuerde al campo. Sin embargo, pronto te das cuenta de que todo es en vano y cada logro de Neville, aunque te proporciona una breve senesción temporal de triunfo, está cargado con la amarga certeza de que, ene el fondo, nada de lo que hace tendrá un impacto en el mundo.

Una batalla consigo mismo que significa la pérdida de la humanidad

Y es que nos queda claro como lectores que la batalla de Neville no es solo contra los vampiros, sino también contra la desesperanza y la locura. Este compromiso con la rutina que se resquebraja cada noche es tanto un acto de resistencia como una forma de aferrarse a su humanidad. Porque, qué fácil sería no poner el despertador, abrir la puerta del salón y dejar que acabaran con todo, convertirse en uno de ellos. Y en varias ocasiones el propio protagonista se lo plantea, alarga la mano y se arrepiente en el último momento en una forma de rebelión contra la desesperación, una declaración de que, mientras haya vida, hay una lucha que merece la pena librar.

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Conforme nos vamos introduciendo más y más en la novela, comprendemos que de alguna manera, la nueva situación en el mundo obliga a Neville a realizar actos de enorme violencia y barbarie capaz de ponerte los pelos de punta. Al fin y al cabo, para evitar que se acumulen delante de su casa una ingente cantidad de chupasangres, cada mañana se ve forzado a salir, introducirse como un animal en las casas donde duermen los vampiros, y clavarles una estaca en el corazón. La violencia que se muestra en tal acto, que el autor no se priva de describir con detalle, hace que por un momento, como lector, te preguntes realmente quién es el monstruo de los dos.

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La mujer no emitió ningún sonido, solo una especie de aspiración abrupta y ronca. Cuando entró en el dormitorio, oyó algo parecido al sonido del agua al correr. «Bueno, ¿acaso hay alguna alternativa?», se dijo, ya que todavía tenía que convencerse de que hacía lo correcto. Se quedó en la puerta del dormitorio, mirando la camita junto a la ventana; se le contrajo la garganta y le tembló el aliento en el pecho. Después, se acercó a la cama y la miró. «¿Por qué todas me recuerdan a Kathy?», pensó mientras, con manos temblorosas, sacaba la segunda estaca.

Por suerte o por desgracia, cuando la noche cae y Ben Cortman chilla como un loco y lees acerca de las mujeres que se desnudan, el horror vuelve a estremecerte, y no puedes evitar sentirte de alguna forma atrapada dentro de esa casa claustrofóbica y angustiosa, con las ventanas y puertas tapiadas, la música clásica rayada y Neville, que se vuelve violento y alcohólico, que destroza vasos y muebles y cuya desesperación te hace temer más por tu seguridad que por la de él mismo.

Ciencia y terror: la dualidad que hizo triunfar a de Soy leyenda

Una de las innovaciones más sorprendentes de Soy leyenda es la manera en que Richard Matheson fusiona la ciencia ficción con elementos de terror sobrenatural, ofreciendo explicaciones científicas para lo que tradicionalmente se ha considerado como fenómeno místico: los vampiros. Desde el principio, Matheson se esfuerza por racionalizar la plaga vampírica, presentando a Robert Neville como un científico autodidacta que estudia meticulosamente a estos seres, intentando comprender y curar la enfermedad que ha acabado con la humanidad. A través de sus experimentos, Neville descubre que los vampiros no son criaturas mágicas, sino víctimas de una pandemia viral, lo que añade una capa de verosimilitud y profundidad a la narrativa.

Esta aproximación científica hace que no puedas evitar empatizar con los vampiros de una manera que raramente se ve en las historias de terror convencionales. Matheson contrapone lo sobrenatural y lo científico de manera magistral, cuestionando constantemente qué es la normalidad y quiénes son realmente los monstruos. Esto, que parece alguna manera uno de los subtemas más escondidos en la obra, queda claramente patente cuando, al comienzo de Soy leyenda, el autor compara la situación de los vampiros con un discurso político sobre la integración y la coexistencia, subrayando la idea de que la verdadera monstruosidad puede ser una cuestión de perspectiva.

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Soy leyenda: ¿merece la pena?

Uno de los grandes indicativos de que una novela es simplemente maravillosa es el hecho de que, después de leerla, nada parece hacerle justicia y ese es el caso de Soy leyenda. Richard Matheson escribe con una precisión quirúrgica acerca del horror y consigue ponerte los pelos de puntas y sembrar tu corazón de angustia mientras lees una historia que pareces conocer de antemano y que se revela ante ti con una agilidad narrativa impropia para su grado de introspección.

Y es que Soy leyenda es un clásico por algo. Su final, apoteósico, te deja con las piernas temblando y una resaca intelectual difícil de digerir, haciendo que te preguntes desde el otro lado de las páginas ¿quién es el verdadero monstruo?

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