Es cierto que por momentos, el libro puede llegar a hacerse lento debido a las extensas descripciones que alterna Golding con la acción, pero al final, una vez has pasado la última página y completado la lectura, El señor de las moscas te deja con un sedimento de gravedad intenso que hará a más de uno revolverse incómodo del sitio.
Es una obra magnífica para leer en el instituto y sobre todo, reflexionar acerca de ella pero que yo, sin duda, también se la recomendaría a más de un despiadado e ignorante adulto que va corriendo en brazos del más violento e intolerante, porque teme a una fiera a la que ni siquiera le ha visto los dientes.