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NOTA: 7.5

El señor de las moscas, análisis y opinión de un clásico sobre la maldad humana

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - El señor de las moscas, análisis y opinión de un clásico sobre la maldad humana

 El señor de las moscas es uno de los considerados libros imprescindibles de la literatura contemporánea, escrito por William Golding y lectura obligatoria en muchos centros de enseñanza de España. Su título hace referencia a Belcebú, un demonio que en algunos evangelios no apócrifos se lo denomina también Señor de las moscas por su maldad. 

Argumento de El Señor de las Moscas.  

Principios de agosto de 1945: la bomba de Hiroshima acababa de explotar, la guerra estaba en su pleno apogeo y un grupo de niños ingleses volvían a sus casas con la intención de retomar sus vidas cuando un terrible accidente hace que su avión se estrelle en mitad de una isla desierta. 

Desde la arena, dos muchachos completamente opuestos se presentan: Piggy es un joven asmático y regordito deseoso de complacer a Ralph: un atlético y apuesto joven. Jugando en la orilla, ambos se encontrarán con una blanca caracola que se convertirá en un símbolo muy importante a lo largo del resto de sus días. 

TODO

Soplando la caracola, Ralph consigue atraer al resto de los niños a una de las plataformas principales de la isla. Allí se presentarán todos: el tímido y bueno de Simon, el belicoso Jack Merridew, los peques de menos de seis años, los gemelos Samyeric, etc. Desde esa primera reunión los niños toman tres grandes decisiones que marcarán el curso de su historia. 

La primera es que, pase lo que pase, Ralph es el jefe. 

La segunda es que lo más importante es mantener una hoguera encendida con mucho humo para emitir una señal de rescate. 

Y la última, y la más importante, es que todos deben permanecer unidos. 

A partir de aquí hay spoilers. No tiene sentido hablar de El señor de las moscas rascando solo la superficie. 

Sobre el estilo que predomina en El señor de las moscas 

Cualquiera que haya leído El señor de las moscas hasta el final se dará cuenta de la extraña mezcla que tiene esta novela entre la brutalidad más violenta y despiadada y las largas y bellas descripciones con las que William Golding nos muestra la isla. Los mil detalles que nos aporta permiten que se pueda realizar una reconstrucción prácticamente exacta en forma de dibujo del lugar donde estuvieron recluidos los niños. 

Esta descripción se entrecruza a menudo de redobles poéticos, metáforas, simbolismos y un sentido lírico que caracteriza al autor pero que ralentiza en varios puntos del libro la acción y el desarrollo de las tramas.  

Por ejemplo, en el siguiente fragmento la caracola, símbolo de la razón y la democracia en la isla, se describe como una dulce y sensual mujer a la que todos quieren tocar. 

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La concha tenía un color crema oscuro, tocado aquí y allá con manchas de un rosa desvanecido. Casi medio metro medía desde la punta horadada por el desgaste hasta los labios rosados de su boca, levemente curvada en espiral y cubierta de un fino dibujo en relieve. 

La forma de narrar y de introducirnos en la acción, además, es mucho más compleja de lo que podría parecer en un primer momento. A la dificultad de conseguir diálogos realistas en los que la personalidad infantil de cada niño se diferencie perfectamente, nos encontramos con estrategias que podrían pasar desapercibidas pero que contribuyen a crear esta obra colosal. 

 TODO

La primera y más importante de todas ellas es cómo el lenguaje construye la idea de grupo, algo esencial a la hora de entender El señor de las moscas. El grupo pasa a ser en un primer momento un vestigio de organización que acaba adquiriendo una masa y una conciencia propia en la que los individuos, al final de la obra, ya no son diferenciables entre sí. El primer momento en el que uno se da cuenta de la presión que es capaz de ejercer el grupo es en la primera votación por ver quién es el jefe de los niños perdidos. 

"

-¿Quién me vota a mí? 

"

Todas las manos restantes, excepto la de Piggy, se elevaron inmediatamente.

"

Después también Piggy, aunque a regañadientes, hizo lo mismo.

Después, el lenguaje se va articulando alrededor de la idea del grupo como única posibilidad de supervivencia. Cuando Ralph, representante de la democracia, se expresa, lo hace a menudo en primera persona del plural para integrar las voluntades de todos dentro de un mismo discurso. 

"

-Queremos divertirnos. Y queremos que nos rescaten. 

"

El apasionado rumor de conformidad que brotó de la asamblea le golpeó con la fuerza de una ola y él se perdió. Pensó de nuevo. 

"

-Queremos que nos rescaten; y, desde luego, nos van a rescatar. 

La segunda gran estrategia que realizan con el lenguaje es alrededor del nombre de Piggy. Al principio de la historia el propio apodo de Piggy o “cerdito” es una burla con la que Jack Merridew, Ralph y el resto se meten con el niño raro y repelente. Sin embargo, conforme va aumentando la familiaridad entre Ralph y este, el apodo se desviste de su significado original para convertirse en una apelación cariñosa y cercana, como si se tratase del personaje de un cuento capaz de dar siempre los consejos más sabios y razonables. 

Dos aspectos que consiguen darle forma sin hablar directamente de ello a conceptos etéreos, en la mente del lector.

Dos temas fundamentales: la inocencia y la belicosidad del hombre 

Golding no fue un superventas en el momento en el que publicó El señor de las moscas, y lo cierto es que hasta que no pasó un año desde su lanzamiento, la obra no alcanzó la fama que lo ha llevado a convertirse en lectura obligatoria de muchos institutos hoy en día. Las causas son bastante predecibles: El señor de las moscas, al igual que otras grandes obras publicadas en el S.XX como 1984 o Fahrenheit 451, no es una novela de simple y llano entretenimiento sino que esconde tras el relato de estos niños en una isla, dos temas de gran importancia. 

El primero y más evidente de todos es la pérdida de la inocencia infantil. El libro no nos permite olvidar en ningún momento que los protagonistas son simples críos sin mucho sentido común ni una lógica del todo bien formada. Divididos en dos grupos heterogéneos (los peques y los mayores), la mayor parte de los niños hablan como críos, se comportan como críos y entre sus preocupaciones no entran la falta de una dieta variada, la búsqueda de pescado o moluscos como alternativa a las proteínas o incluso la descabellada idea de construir una balsa con troncos. 

Sus formas de expresarse son simultáneamente puras, inocentes y perversamente crueles. En un entorno hostil y desconocido disfrazado de vacaciones en la playa, desde un primer momento los niños intentan formar pequeños grupos en los que se sientan protegidos. Los peques lo harán por la proximidad que les da la edad y el juego, pero los mayores lo tendrán más complicado. Como ninguno de ellos quiere mostrarse débil y vulnerable frente a los otros, su forma de unión es atacando a Piggy, el chico más gordito y molesto de todos los que han aterrizado a salvo en la isla. 

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Esta maldad compartida, en la que el que es más cruel con Piggy desde las primeras hojas se alza como líder frente al resto, provoca una risa colectiva y una sensación de unión que hará que los mayores estén relativamente agrupados durante el comienzo de la novela. Después, su propia supervivencia les obligará a pasar por diferentes situaciones que harán que vayan perdiendo la inocencia infantil: las noches separados de un adulto, la escasez de comida, la necesidad de mantener una hoguera encendida o el clásico momento en el que Jack Merridew duda antes de matar a una cerda que estaba dando de amamantar a sus cochinillos, realizando de esta forma una metáfora realmente vívida y sangrienta con el concepto de acabar con la necesidad y el sacramento de una madre. 

La pérdida de inocencia sacará a relucir el segundo tema tratado en la obra, el cual no es otro que la belicosidad que se esconde de forma inherente en todo ser humano. Tal y como solía citar Hobbes, la frase de «El hombre es un lobo para el hombre» cobra especial relevancia en un libro que habla sobre los cómplices de las masacres, la violencia más terrible e inesperada por parte de niños y las traiciones.  

Espoleados por Jack Merridew, poco a poco los niños forman una tribu que se mueve únicamente por principios de violencia e impulsos. Sin embargo, no podemos olvidar la participación de los cómplices dentro de la locura generalizada que provoca Jack Merridew en la que la negación del propio crimen, la desaparición de los cuerpos y el miedo hacen que estos no tengan que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones

Y es que la obra, escrita en 1954 parece hacer un símil entre el comportamiento de la tribu y los propios alemanes tras las atrocidades cometidas por el III Reich, volviendo la cabeza ante la violencia y los asesinatos cometidos como si fueran algún tipo de histeria colectiva que solo sufren aquellos que son inferiores o externos a su propia tribu.  

Fascismo vs democracia: cada personaje significa algo 

En la obra de Golding cada uno de los personajes está medido para que simbolice uno de los principios sobre los que se sustentan las civilizaciones. Es evidente que Ralph y su caracola son metáforas de la democracia, donde todo el mundo tiene derecho a hablar siempre y cuando se atenga a los mecanismos y procedimientos elegidos de forma común. Ralph, líder común y sensato, es también simbolismo de la racionalidad y el pacifismo y en todo momento. Incluso al final de la obra, cuando la tribu lo persigue para asesinarlo con la amenaza del palo afilado por ambas puntas, Ralph intenta autoconvencerse de que no son tan malos y no le harían daño si lo capturasen (aunque es evidente que sí). Como el gobierno británico durante los primeros años de invasiones de Hitler, apuesta por la concordia y el pacifismo porque la alternativa sería abrazar una naturaleza que no es la suya. 

Simon, el bueno de Simon que se ofrece siempre voluntario para las tareas más desagradables y que es el primero en confesar que la fiera pueden ser ellos mismos, es una representación de la bondad. Conforme se va perdiendo la inocencia, y la belicosidad en los niños aumenta, Simon se va volviendo cada vez más débil y enfermizo hasta que llega a tener un encontronazo con el propio Belcebú (o el señor de las moscas). Finalmente, la muerte de Simon abre la puerta a la locura colectiva y la maldad desenfrenada. 

Piggy representa, cómo no, la voz de la lógica. Como a todos los grandes pensadores en situaciones de crisis en un país, se le ignora siempre que habla a pesar de ser el único que tiene en su poder una herramienta indispensable para poder sobrevivir: las gafas o el acceso al conocimiento. 

Por último, es más que evidente que Jack Merridew y Roger representan al fascismo más violento. Su forma de gobierno autoritario se basa en el miedo, la violencia y una profunda relación jerárquica en la que dejan claro que castigarán a quien ose comportarse incorrectamente según sus normas (incluso llegan a azotar a un compañero sin ningún crimen aparente). Jack Merridew, inseguro y cruel (aunque no tan sádico como el segundo al mando, Roger), manipula y tergiversa la verdad para que esta juegue a su favor. 

 TODO

La fiera, el paracaidista y la amnesia selectiva.  

La fiera es el verdadero detonante del cambio de trama en la obra y el comienzo de las tensiones entre los niños. Se trata de un miedo completamente irracional a lo desconocido que cala con mayor fuerza dentro de los supervivientes que la primera idea del fantasma o la serpiente gigante marina como causante de las pesadillas de los peques. 

Pero es que al mismo tiempo, la fiera representa en la novela el miedo a lo desconocido, a lo que no se comprende y que se puede traducir y extrapolar a cientos de temas con los que los políticos manipulan a las masas: la inmigración, la pobreza o el terrorismo. Jack Merridew usa a la fiera y por consiguiente el miedo que genera, para alzarse como el líder indiscutible. 

Los niños, desesperados, van atribuyéndole la etiqueta de fiera a diferentes elementos. Primero Simon, en una epifanía cargada de claridad, nos vaticina que la fiera son ellos mismos. Después, el paracaidista muerto se convierte en el monstruo para pasar a ser la cabeza del cerdo cuando al propio Simon le da un golpe de calor y por último, tras el asesinato de este, los propios niños acaban dándole vueltas a la idea que les exonera del crimen de que el niño muerto fuera la propia bestia disfrazada. 

Lo que está claro es que los niños nunca deben hacerle frente a la idea de los asesinatos que han cometido ya que los cadáveres siempre desaparecen en el momento de mayor tensión. El mar cumple con la faceta onírica de hacer que los cuerpos se pierdan en la distancia como si nunca hubieran existido, permitiendo que los niños tomen la infantil decisión de enfrentarse a lo sucedido imponiendo la regla de no hablar del que ha muerto o no pensar en ello. 

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Esta situación de creciente tensión acaba generando que cada uno de los niños se enfrente a la misma de una forma diferente. Simon se aparta de todos hasta poner en peligro su vida, Piggy se aferra a Ralph y el líder electo de los niños desarrolla una patología denominada amnesia disociativa generada por el estrés, mientras que otros menos capaces deciden obedecer al único que les permite ver un resquicio de seguridad bajo el autoritarismo de Merridew. 

Opinión personal de El señor de las moscas 

No creo que sea necesario este apartado. Es más, lo he creado solo por pura costumbre. El señor de las moscas no es un libro maravillosamente entretenido con el que pasar una tarde de verano con una limonada a un lado. No. Se trata de una obra compleja, con mil capas escondidas que no he sido capaz ni de levantar en este análisis de más de 2000 palabras y donde todo está revestido por un aire de inocencia que esconde una terrible metáfora sobre la maldad del hombre. 

Es cierto que por momentos, el libro puede llegar a hacerse lento debido a las extensas descripciones que alterna Golding con la acción, pero al final, una vez has pasado la última página y completado la lectura, El señor de las moscas te deja con un sedimento de gravedad intenso que hará a más de uno revolverse incómodo del sitio.

Es una obra magnífica para leer en el instituto y sobre todo, reflexionar acerca de ella pero que yo, sin duda, también se la recomendaría a más de un despiadado e ignorante adulto que va corriendo en brazos del más violento e intolerante, porque teme a una fiera a la que ni siquiera le ha visto los dientes. 


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