Joan Margarit, el poeta leridano, acaba de ser galardonado con el prestigioso premio Cervantes 2019 de Poesía.
Joan Margarit es arquitecto de profesión y poeta por vocación. Nacido en 1938 en Lleida, este autor siempre se ha caracterizado por escoger la lengua catalana para escribir sus obras. A lo largo de sus poesías, explora de una forma aislada temas como la doble moral, la libertad, la vejez, etc. pero también le dedica una gran cantidad de versos a su difunta hija Joana, fallecida hace años debido al síndrome de Rubinstein-Taybe.
En el 2016 Ediciones Cátedra decidió publicar su obra en un formato bilingüe titulado Arquitecturas de la memoria, la cual le abrió el público al resto de la península.
Ahora, con 81 años, acaba de hacerse con el Premio Cervantes 2019 de Poesía. Este galardón está dotado de 125.000 euros y lo concede el Ministerio de Cultura a propuesta de las academias de la lengua.
Si no conocéis aquí al autor, os dejamos cinco poemas que quizás os convenzan de hacerle un hueco en vuestras estanterías de poesía:
La libertad
Es la razón de nuestra vida,
dijimos, estudiantes soñadores.
La razón de los viejos, matizamos ahora,
su única y escéptica esperanza.
La libertad es un extraño viaje.
Son las plazas de toros con las sillas
sobre la arena en las primeras elecciones.
Es el peligro que, de madrugada,
nos acecha en el metro,
son los periódicos al fin de la jornada.
La libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
Es morir libre. Son las guerras médicas.
Las palabras República y Civil.
Un rey saliendo en tren hacia el exilio.
La libertad es una librería.
Ir indocumentado.
Las canciones prohibidas.
Una forma de amor, la libertad.
Cosas en común
Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante, aunque cruel
promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía
y el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.
La luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.
Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.
Nada enaltece a un viejo
Ni esta violencia con la que deseo
tener razón.
Ni tampoco creer que la felicidad
tiene una relación sutil con la mentira.
Ni ser tan sucio
de corazón como los míos,
a pesar de que a ellos los ensució la guerra.
Mi paz debe ser una paz falsa.
Tampoco no abjurar de la lujuria
ni de la vanidad.
¿Como podemos ser vanidosos los viejos?
Esta es la derrota.
Un campo de batalla en el que estoy tirado.
Me rodean los muertos. Oscurece.
Puedo oír a lo lejos voces jóvenes
celebrando lo que hoy,
para ellos, aún es la victoria.
Pequeña y faldera, la moral
era una perra de esas que ladran sin cesar,
fea como una rata. Todo el día incordiando,
husmeando al perro lobo de la vida
que, indiferente y fuerte, apenas la miraba.
Hoy lo he visto pasar hacia el jardín,
llevaba la moral entre los dientes,
cogida por el cuello, asustada, encogida.
Ya no ladraba, daba unos chillidos
desafinados y espeluznantes,
pero la vida, con su firme paso
de lobo, la ha llevado entre los árboles
llenos de pájaros, y allí
le ha roto el espinazo y después
se ha tumbado a su sombra.
Hoy he hecho limpieza de mis libros,
o sea, de mi tiempo.
De Simone de Beauvoir los tiro todos.
Casa de misericordia
El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre: la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericordia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos eran duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Como la poesía:
por más bello que sea, un buen poema
ha de ser siempre cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.
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