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Everlasting Wound

7.4
Rebeka es una chica alocada y divertida que se va a Londres para celebrar la despedida de soltera de una de sus amigas. Allí conocerá a Gary Connolly: un joven realmente salvaje y atractivo que hará que sus piernas bailen, y que le arrebatará el corazón.

Lo más leído de la saga y sus libros

Todas las malditas decisiones es la novela de romance feminista que tienes que leer
Entrevista a May Boeken: la autora de la saga Everlasting Wound
Todas las benditas decisiones: opinión de la última parte de Everlasting Wound

La saga Everlasting Wound tiene los siguientes elementos:

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Everlasting Wound

2 tomos - Saga completa

Rebeka es una chica alocada y divertida que se va a Londres para celebrar la despedida de soltera de una de sus amigas.

Portada libro - Todas las malditas decisiones: Everlasting Wound I
#1 | Todas las malditas decisiones: Everlasting Wound I
Portada libro - Todas las benditas decisiones
#2 | Todas las benditas decisiones
—Haciendo gala de mis filtros también ausentes —hizo una reverencia con la mano—, quiero decirte que algún día escribiré una canción sobre lo borracha que estabas cuando te besé por primera vez, y cómo fuiste incapaz de detenerme. Memoricé la expresión lujuriosa de su cara para recrearme a solas en otro momento. —Describiré el brillo de tu mirada mientras me voy acercando a tu boca. —Posó sus labios en los míos suavemente como probándome. Yo cerré los ojos para disfrutar aquel instante—. Será acústica y empezará con un solo de guitarra…

—¿Estás «en esos días» o qué coño te pasa? Alex tenía un doctorado en dar por saco, y le encantaba alardear de él. Pero aquel día no estaba segura de tener la suficiente paciencia para aguantarlo.

—Me sorprende que sepas su nombre. Al menos te tomaste la molestia de preguntárselo —afirmó con rencor, y yo lo fulminé con la mirada—. Recuerdo haberlos visto tocando hace unos años, pero poco más. ¿Estás segura de que es el cantante? —Sí, efectivamente. —Asentí mecánicamente. —En un bar a oscuras, de juerga…, un tío puede soltarte cualquier mentira con tal de meterse en tus bragas, y tú eres bastante crédula y fácil. Espero que no estés confundida.

—Hay algo en tu tono que no me gusta un pelo. ¿Quieres cabrearme? Ambos sabemos que no. Así que deja de hacerte la tonta y no me provoques.

—Gracias, Beck’s, me alegra escuchar eso. No todas mis conquistas conservan una opinión demasiado buena sobre mí, pero yo hablo de todas ellas bien en mis canciones.

—Estabas locamente enamorada, y a veces es como ponerte una venda e ir caminando por la calle comiéndote todas las farolas: una hostia tras otra, pero sigues caminando para llegar a casa.

Seguía sentada con la boca abierta, babeando y mirando fijamente a Daniel, cuando de pronto dejó de estirar para echarse el agua del botellín por la cabeza. Haciendo que disfrutar de las vistas se elevara a un nivel porno. Tenía que estar haciéndolo queriendo. Ach du Scheiße! Hice un cálculo rápido; si le saltaba al cuello, él necesitaría aproximadamente diez segundos para tenerme esposada contra el suelo. Y no exactamente para disfrute de ambos.

No quiero ni pensar qué tipo de vuelo les va a dar a los de la aerolínea, porque tenía toda la pinta de necesitar un buen lingotazo. Ya conoces el dicho: Dios inventó el whisky para que los irlandeses no dominen el mundo…

Ahí estaba de nuevo el lado más odioso de mi persona: la Rebeka egoísta y superficial que había gestionado todo lo relacionado con Gary como una niñata inmadura. [...] Daniel merecía algo mejor que yo, eso lo tenía claro, pero como todavía no se había dado cuenta, tenía la oportunidad de hacer méritos para que no lo descubriera.

Fui ligeramente consciente de que el doctor se había largado, y de que mi madre y Ana se nos habían pegado como dos lapas pedorras que nos observaban divertidas. como si nos encontráramos en la escena final de una novela romántica y hubiera perdices correteando

por el pasillo, ajenas al hecho de que la situación estaba condenada a írseme de las manos de un momento a otro. Me hallaba en una situación límite: a un tris de tirarlo al suelo de un placaje, abofetearlo mientras lo besaba y arrancarle la ropa con los dientes. Eso, echando mano de toda la cordura que me quedaba.

—¿Qué haces aquí? —repetí, intentando contener mis inoportunos instintos cavernícolas de apareamiento y recuperando el control sobre mi mirada, que se centró en su inofensiva oreja izquierda.

—Me han echado del último bar. ¿Tú qué crees?

Bufé mosqueada. Él se encogió de hombros con inocencia.

—Perdón. continúa, por favor.

—Por muy perfecto que sea, y por mucho que haya intentado que lo fuera todo para mí, ha sido imposible. Me entristece el daño que le he podido provocar… Me gustaba mucho, pero no con la intensidad que sé que puedo llegar a sentir. No me temblaban las piernas, no perdía el aliento, no me quedaba anonadada mirando sus ojos o jugueteando con los dedos de sus manos. —Hice una pausa tratando de ordenar las ideas—. No eras tú.

Entrevista a May Boeken: la autora de la saga Everlasting Wound
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