En un mundo donde la fantasía juvenil a menudo se sumerge en clichés y tramas predecibles, Brandon Sanderson deslumbra con una novela que se sale de todo lo que había esperado de él: Yumi y el pintor de pesadillas.
Esta obra, la tercera de la enigmática serie de novelas secretas del autor, el autor nos sumerge en un universo donde los jardines etéreos y la meditación se entrelazan con la oscuridad, la tecnología vibrante y luminosa y las más inquietantes pesadillas. Sanderson, con la maestría a la que nos tiene acostumbrados, teje una narrativa que, aunque juvenil, no teme adentrarse en las profundidades del alma humana, mostrando personajes con claroscuros que reflejan la complejidad del carácter, la falta de oportunidades y el esfuerzo con el que a veces romantizamos situaciones de abuso.
Yumi y el pintor de pesadillas no solo destila la esencia del autor a la hora de crear universos y mundos con sus propias reglas, sino que también se perciben ecos de la magistral película de Makoto Shinkai, Kimi no na wa (Premio Bandung Film Festival for Imported Film. 2017), y del icónico videojuego Final Fantasy X de Squarenix.
Yumi y el pintor de pesadillas es un pequeño remanso de paz, una barca salvavidas, una novela cozzy y hecha para disfrutar de la que yo no esperaba enamorarme tanto (con llorera incluida al final, cómo no).
Dejadme que os hable de qué es lo que hace tan mágica Yumi y el pintor de pesadillas y por qué se ha convertido en sin duda una de mis mejores lecturas de este 2023.
Yumi y el pintor de pesadillas: argumento de una novela acuosa, fluida y perfecta
Brandon Sanderson nos traslada a dos de sus mundos ambientados en el universo de Cosmere. Por un lado, nos encontramos en un mundo etéreo, bañado en una perpetua oscuridad, donde las líneas de ion azules y rosas iluminan cada rincón. En este universo nocturno, Nikaro, un pintor que alguna vez soñó con grandeza, ahora lucha cada noche contra las pesadillas más básicas, utilizando el poder místico de su pintura. Sin embargo, lejos de ser el héroe que su profesión podría sugerir, Nikaro se ha convertido en un paria: un artista fracasado que no encuentra respeto ni amistad en su sociedad.
Al otro lado del espejo, la trama se desliza hacia otro mundo: uno en el que la temperatura tan elevada provoca que las plantas floten en el cielo y que tanto hombres como mujeres caminen sobre zancos de madera de gran altura. Allí vive Yumi, una joven sacerdotisa atrapada en una rutina diaria que la priva de las más básicas libertades. Cada día, se ve obligada a realizar un ritual meticuloso para apaciguar a los espíritus, desde vestirse con ayuda hasta crear pilares artísticos de piedras en un templo, con la esperanza de que estos seres etéreos concedan dones y bendiciones a su pueblo.
Sin embargo, los espíritus les tenían reservada una sorpresa. Una noche especialmente dura, tras encontrarse con una Pesadilla Estable (uno de los peligros más grandes de su mundo), Nikaro se encuentra en el interior del cuerpo de Yumi en un universo completamente ajeno y desconocido para él.
Así, comienza un juego de intercambio: en momentos, Nikaro ocupa el cuerpo de Yumi, intentando, con resultados cómicos y a veces desastrosos, cumplir con los deberes de una sacerdotisa, mientras Yumi, en forma de espíritu, lo observa y guía. En otros instantes, es Yumi quien toma forma física en el mundo de Nikaro, con él como su acompañante espectral.
Ambos, atrapados en esta danza cósmica, deben aprender a colaborar, a entenderse y, sobre todo, a descubrir cómo revertir esta situación que los ha unido de formas que nunca habrían imaginado.
Magia visual: las ilustraciones de Aliya Chen cobran vida en Yumi y el pintor de pesadillas
Las novelas secretas de Brandon Sanderson siempre se han apoyado en ilustraciones interiores, así como en cubiertas minimalistas de colores que llaman la atención y que resaltan en la estantería por su corte clásico mezclado con las ilustraciones de cubierta minimalistas que imitan a los cuentos de hadas clásicos.
Sin embargo, a diferencia de otras entregas como Trenza (donde la protagonista, caracterizada por llevar siempre una inmensa trenza que le da nombre, aparece en todas sus ilustraciones con el pelo suelto), Yumi y el pintor de pesadillas eleva las ilustraciones anteriores a una experiencia que yo, personalmente, todavía no había vivido dentro del género.
Así, Aliya Chen opta por un enfoque artístico basado en el anime más tradicional para trasladarnos a esas situaciones y momentos que beben de la atmósfera más japonesa. Y es que la autora no teme crear atmósferas enteras, planos arriesgados y composiciones de una absoluta belleza que te dejan perplejo a mitad de la lectura. El estilo de las ilustraciones, que ya de por sí son increíblemente numerosas, se divide en dos: contamos por un lado con escenas de amplísimo nivel de detalle que parecen extraídas de un artbook o del frame de alguna película increíblemente dotada, con otras más ligeras y acuosas en blanco y negro que imitan el estilo del ukiyo-e con el que Nikaro combate a sus pesadillas.
Las sonrisas, como la radiación, ganan potencia con la proximidad.
Sanderson no decepciona ni con el argumento, ni con la trama, ni mucho menos con su punto fuerte: el worldbuilding.
Yumi y el pintor de pesadillas se nos presenta como dos opuestos en forma de dos mundos completamente diferentes que se complementan: el frío y el calor, la oscuridad y la luz. En ese sentido, el autor crea reglas para ambos mundos que hace que vagar por ellos sea absolutamente delicioso.
El mundo de Nikaro, frío e industrial, sumido permanentemente en la oscuridad, ofrece para los humanos que lo habitan unas líneas de neón azul y rosa con las que alimentan todos sus sistemas energéticos y que modulan para ofrecer entretenimiento. En este punto, el lugar de confort dentro de Yumi es la casa de sopas (da igual que lo llame sopas, todos sabemos que es un local de ramen): un lugar cálido, anaranjado, donde lo que se sirve siempre está a una temperatura alta, convirtiendo el lugar de pequeñas mesas y a su camarera siempre afable en un lugar más que acogedor.
Estos rincones de confort y descanso para los personajes son importantes en las novelas de Sanderson, y especialmente, en aquellas como Yumi y el pintor de pesadillas donde el género bordea lo juvenil y los protagonistas se someten a enormes episodios de estrés. De esta manera, cada vez que la trama se tuerce, se pausa o pasa cualquier cosa que someta a Yumi y Nikaro a un período de ansiedad, el autor les hace regresar al local a degustar un reconfortante plato de sopa ramen y buscar soluciones al conflicto más inmediato.
En el mundo de Yumi, el suelo emana tantísimo calor que las plantas flotan y se alimentan (dios sabe cómo) gracias al trabajo de una sociedad eminentemente agrícola y tecnológicamente mucho menos avanzada que la de Nikaro. En este contexto, en el que Sanderson se dedica a detallar el tipo de zapatos de madera alejados del suelo para evitar que la gente se abrase al tocar la superficie y en la que todo el mundo vive rodeada de una tierra en ebullición, el lugar de confort y de descanso para los protagonistas lo supone el relajante y tranquilizador baño matinal.
Estos dos puntos, que parecen completamente accesorios, son vitales cuando lees la trama y comprendes que, en pos de mantener una credibilidad sobre la forma en la que dos personas absolutamente confundidas se ven en una situación de la que no hay precedente ni tienen a quien acudir, la tensión y la ansiedad entre ambos tiene que aumentar inevitablemente.
Una pasión desaprovechada, una vida cautiva.
Yumi y el pintor de pesadillas esconde, dentro de su preciosa narración propia de un cuento de hadas, un par de verdades dolorosas para aquellos que quieran tomarse el tiempo de sentarse, sorber del cuenco de sopa de sabiduría que nos ofrece y tratar de vislumbrar al fondo un atisbo de enseñanza universal en las vidas de Nikaro y Yumi.
La primera de todas ellas es, simple y llanamente, lo complicado que es perseguir un camino creativo profesional, especialmente cuando tienes talento. Así, nos introducirán a la figura de Nikaro: un antihéroe como no hay otro. Nikaro es un guarro (tiene la habitación llena de envases de comida vacíos), no se esfuerza lo más mínimo en su trabajo, miente más que habla y, por si fuera poco, cuenta con trastorno de afecto evitativo de magnitudes colosales.
Será cuando avancemos con la trama y que Yumi entra en su vida cuando descubramos que Nikaro simplemente está sufriendo una depresión enorme, víctima de lo que muchos consideran que es el desengaño millenial: se le prometió que si trabajaba duro (que lo hizo), y si luchaba por sus sueños (que también), podría entrar a formar parte de la Guardia de Élite. La realidad es que no solo no lo consigue, sino que pierde a sus amigos en el proceso. Conforme la historia va progresando, comprenderemos que tanto Nikaro como Yumi son prisioneros de vidas que no desean.
Pero luego sales al mundo real y descubres que no es fácil ser así de creativo en todo momento. Te das cuenta de que no te han enseñado algunas cosas importantes, por ejemplo cómo trabajar cuando no sientes esa pasión, o cuando no te vienen los caprichos de la creatividad. Y entonces ¿qué haces? ¿De qué te sirve la teoría cuando tienes que llevarte comida a la boca?
A través del planteamiento de Nikaro, vemos cómo a menudo convertir tu pasión o tu hobby en tu profesión pone en peligro todo aquello que amas. Cómo, en un mundo que valora la productividad por encima de la felicidad personal, trabajos como escritor, pintor o cualquier otra tarea que requiera de cierta creatividad y talento, acaban exprimiendo al artista hasta convertirlo en una máquina hecha para producir (y de ahí la metáfora con la máquina que apila rocas).
En el mundo, real acabas descubriendo que es posible hacer el trabajo pintando lo mismo una y otra vez. El bambú captura a las pesadillas sin ningún problema, digan lo que digan. Todas esas aspiraciones elevadas de la escuela ceden ante la simple verdad, Yumi, de que a veces esto… es solo un trabajo.
Al mismo tiempo, no hace falta indagar demasiado para comprender que Yumi sufre del clásico síndrome de Estocolmo: encerrada en una vida cautiva, repitiendo el mismo ritual una y otra vez, condenada a no tener pensamientos propios, emociones o vida e incluso siendo culpada de forma pasivo agresiva por sus logros como si fueran fracasos. El intercambio para ambos supondrá una liberación: porque para Nikaro, que lleva años deprimido sin prácticamente lavar su ropa, el ritual de Yumi le obligará a seguir una rutina de autocuidado y consistencia y a esforzarse en algo en lo que no es naturalmente bueno, mientras que la joven sacerdotisa solo necesitaba escaparse un poco, probar la comida grasienta y descubrir que, a pesar de lo que crean las personas abrumadas por sus responsabilidades, uno siempre tiene elección.
Una novela preciosa que me ha reconciliado con Sanderson.
Yumi y el Pintor de Pesadillas es, en todas y cada una de sus costuras, una novela preciosa. Desde la cubierta a la maravillosa edición interior, acompañada por esas ilustraciones espectaculares, hasta la increíble prosa preciosista con la que Sanderson se pone cada vez más poético. A diferencia de sus obras anteriores en las que se centraba más en crear una atmósfera y un worldbuilding donde el lector pudiera entender su peligrosa complejidad, Yumi y el Pintor de pesadillas es, como el resto de las Novelas Secretas del autor, poéticamente maravillosa.
Así, desde el comienzo de la lectura de la obra nos encontraremos con un narrador (Holt) que simbolizando de alguna manera un reflejo humilde y modesto del propio autor, va disparando verdades y frases maravillosas que nos transmiten, de su manera rebuscada y al mismo tiempo cercana, la belleza de los dos mundos en los que se asienta la historia.
Una mera estrella. Un agujero de bala en el cielo de medianoche, sangrando una luz pálida.
Y es extraño, porque Yumi y el Pintor de Pesadillas sigue bebiendo del arquetipo de obras de fantasía que tanto ha trabajado el autor: la de un par de adolescentes, uno de los cuales cuenta con un gran talento pero poco dinero (como Vin en Nacidos de la Bruma)que se enamoran de una forma platónica y dulce. Y sin embargo, a pesar de ello, la conexión entre Yumi y Nikaro es tan fuerte y está tan bien construida que es difícil que no se te estremezca el corazón al acercarte al final.
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