No es fácil meterse en el universo de Transcrepuscular. Esto es así. Pero de nuevo, ningún buen universo de fantasía se abre a la primera al lector. Desde la Saga del Brujo hasta Mundodisco, los grandes autores que crean mundos convincentes no realizan una introducción previa de varios capítulos explicativos.
Cuando te introduces en ellos, te sientes sumergido en una vorágine de sucesos que no entiendes del todo, donde las escalas rompen por completo la lógica que te rodea en tu día a día y donde algo como una espora puede llegar a ser una auténtica delicia.
Este completo desconocimiento del mundo en el que Transcrepuscular se ambienta juega en el beneficio del propio autor que se puede permitir realizar giros y quiebros argumentales en el aire, haciendo que el bien se vuelva el mal y lo intolerable posible simplemente haciendo progresar las ideas del lector al mismo ritmo que las de los propios personajes. Y esta sensación de vértigo, de mundo destruido y apocalíptico que aspira a aprender de las ruinas de los Antiguos para poder progresar como civilización, continuamente amenazada con la extinción y cargado de una potente religiosidad, es el entorno ideal para hacerlo.
Breve resumen del argumento de Transcrepuscular
El Alguacil aspiraba a pasarse toda su vida como funcionario en una caseta, comiendo esporas y dejando pasar los días con su aburrido trabajo. Después de haber servido tan putamente en la guerra, se lo merecía. Pero su vida se pondrá patas arriba cuando un misterioso ser montado sobre una serpiente roba un cristal de los Antiguos de su ciudad, provocando una terrible crisis de imagen para la Regidora de su distrito, el Astrólogo y él mismo.
Ahora estos tres personajes completamente diferentes los unos de los otros tendrán que llegar a un punto de consenso mientras atraviesan el mundo entero para encontrar al ladrón del cristal. Sin embargo, no estarán solos: el Astrólogo y la Regidora contarán con sus caracoles simbiontes que amplían sus capacidades y el Alguacil… bueno, él se encargará de buscarse un asociado entre un grupo de bandidos en un loco que se hace llamar El Trapo y que habla a través de una marioneta.
El camino hasta el Agujero es largo y está lleno de peligros. Pero ¿cómo van a conseguir dos científicos y dos guerreros atravesar todo el Círculo Crepuscular sin ayuda y con una misión tan vaga? Y sobre todo… ¿quiénes son esas figuras oscuras y misteriosas y qué relación tienen con los Antiguos?
Bienvenidos a una novela putamente mágica
Si te paras a pensarlo fríamente, Transcrepuscular no es más que la historia de un viaje. Para ser más concretos, es el arquetipo del viaje del héroe paso por paso. Y sin embargo, existe algo en ella que es completamente fiel, real y honesta hasta decir basta. Y en esta #momokoreseña voy a intentar desentrañar los puntos fuertes que hacen que la novela de Emilio Bueso, llegue directa al hueso.
Lo primero es el increíble trabajo que hace al equilibrar el hecho de que el lector está más perdido que un pulpo en un garaje, y que a pesar de ello esto no llegue a confundir tanto al lector como para abandonar la lectura.
El universo de Transcrepuscular es muy diferente del que estamos acostumbrados a encontrar en libros de fantasía. Por un lado tenemos un mundo con una climatología radicalmente diferente de la nuestra que obliga a los seres humanos a vivir en comunidades a medio caballo entre el subsuelo y los estratos superiores. Al igual que en el imperio maya, los distritos están divididos por anillos y murallas donde cuanto más importante eres, más cerca del centro vives y donde la plebe, los parias y aquellos seres humanos poco relevantes, tienen que sobrevivir en el exterior.
Tú como lector no sabes nada acerca de la organización de este mundo que depende de los simbiontes para gobernarse. Este mismo desconocimiento hace que cualquier cosa sea posible: la maldad de los caracoles es tan plausible como su bondad, el hecho de que todos los humanos sean aliens o de que le crezca una triple cabeza a un vagabundo. Todo es razonable porque no conocemos las propias leyes y limitaciones que tiene el mundo que Emilio Bueso nos ha construido.
Desde la propia editorial Gigamesh lo saben, y por ello ni siquiera incluyen una descripción o un resumen del argumento en la contraportada al uso, hasta el punto de que se ahorran en decirle al lector que Transcrepuscular forma parte de una serie llamada Los ojos bizcos del sol.
Lo segundo que hace esta novela tan fascinante, es la creación de sus personajes. Es difícil hablar de ellos sin tener en cuenta el contexto religioso de Transcrepuscular que, al igual que en Sueñan los androides con ovejas eléctricas, sin él no sería nada. Precisamente el mismo hastío que tiene Harrison Ford en la película de Blade Runner concuerda perfectamente con el Alguacil: un hombre que sirvió en el frente durante muchos años y que solo aspiraba a tener una cómoda vida como funcionario.
El maravilloso culmen de esta novela, su piedra Rosetta sobre la que gira todo lo que hace genial Transcrepuscular, es precisamente la forma con la que Emilio Bueso construye a los personajes. Todos ellos, dentro de sus bondades y virtudes, están cargados de defectos grotescos y repugnantes que los hacen realistas y creíbles.
El Alguacil es un eunuco y no se avergüenza en absoluto de serlo. Su estoicismo y su fama de “aguafiestas” dentro del grupo se caracterizan por un profundo pragmatismo y su cinismo cargado de superioridad moral hacia la forma de ver la vida de sus compañeros. Por otro lado, el Astrólogo es un viejo renqueante que se queja nada más enfrentarse a una cuesta y la Regidora es el perfecto ejemplo de mujer burguesa, pija y acomodada a la que extrañamente, a pesar de describirla continuamente con babas de caracol y agujeros en la cabeza, no puedo dejar de imaginarla como “hermosa”.
Sobre todos ellos brilla “El Trapo”, un magnífico ejemplo de que los gamberros, asesinos y parias son realmente personas con una moral difusa. Es fácil crear personas fuera de la sociedad, “outsiders”, que no sean más que víctimas de un mundo cruel condenados a vivir fuera de los límites de la ciudad. Sin embargo, el Trapo no es así. Lujurioso, repugnante, sucio, cargado de una maldad pragmática y divertida, loco, drogadicto y sobre todo, impredecible, el trapo pone la guinda del pastel a ese grupo de “civilizados” que caminan por el mundo a través.
Hablemos de los putamente simbiontes y de su lenguaje
Una de las cosas que más me apasionan en el mundo es el lenguaje: cómo cambia y evoluciona en función de las sociedades, del clima y de la forma que tenga de ver la vida sus moradores. Precisamente por eso, la herrumbrosa novela de El portal de los obeliscos causó un auténtico furor en mi vida.
Transcrepuscular cuenta también con su propio vocabulario: no al nivel de las novelas de Jemisin pero sí introducido de una manera orgánica y natural que haga que expresiones como “cagacharcos” o “putamente” acaben formando parte de la forma de hablar de un personaje en específico. (como el Trapo o el Explorador).
¿Es un planeta en miniatura? ¿Son los insectos gigantes? ¿QUÉ COME ESTA GENTE?
Emilio Bueso no se limita a crear las reglas de su universo y soltarlo sobre un mapa para ver cómo se comporta. La cohesión que hay entre la modificación de la escala y el dominio de los humanos es tal que llega a plantearse cómo viviría una sociedad diminuta como un insecto a la que una tormenta normal pudiera arrasar sus cimientos, o incluso su manera de comportarse con el entorno.
En ese sentido describe cómo las setas se pueden convertir en casas, cómo las impermeabilizan para que aguanten todas las temporadas y cómo eso causa un efecto invernadero insufrible en su interior. Habla de los templos y de la comida en forma de esporas, hongos y semillas como si fueran delicias y sobre todo, introduce todo un sistema completo de monturas que harán que nunca vuelvas a ver de la misma forma una libélula.
Opinión de Transcrepuscular - Oh, no, you DIDN’T!
Emilio Bueso es mi nueva revelación de este 2018 y yo he tenido la increíble suerte de empezar a leer Transcrepuscular sin saber de qué iba, cómo era su universo o la joya que iba a encontrarme en un librito de tapa blanda y tipografía diminuta condensada en su interior.
Y es cierto que las primeras páginas entraron como la primera vez que oyes hablar de los grillos como alternativa proteica en la alta cocina o como la primera degustación de una ostra cruda que te dan: fue viscoso, fue ligeramente desastroso y no era en absoluto lo que me esperaba. Creía que La Regidora sería la dama perfecta que nunca se equivoca, que el Astrólogo sería otro Gandalf de la vida y que el Alguacil y su pragmatismo sólo servirían como narrador y conductor de la historia.
Pero… como ya os habéis imaginado, no fue así. La obra empezó a engancharme conforme descubría que había una fuerte discrepancia en la forma de ver la sociedad por parte de la Regidora y el Alguacil, que el hombre sin testículos parece procesarle de una forma que ni siquiera él reconoce adoración a la mujer y que el Trapo es simplemente un elemento desestabilizador ante todo.
Los misterios del libro y sus preguntas no me importaban tanto como el viaje. Y… ¡menudo viaje! Esta es una novela para leer mientras fumas de un narguile (o cachimba) y de la que hablarás sin parar minutos después.
Y… ¿sabéis qué es lo que me pasó con Transcrepuscular? Primero, que al no saber que era parte de una serie de libros, me preocupaba que el final no fuera a estar a la altura (cosas de no prestar atención a mi simbionte) y lo segundo es que me recordaba enormemente al videojuego Hollow Knight y a la construcción de los típicos grupos en los RPG clásicos.
Así, la Regidora sería la sacerdotisa en comunión con los simbiontes que defiende la espiritualidad de su viaje y que tiene una misión espiritual que cumplir.
El Astrólogo es, sin lugar a dudas, el mago o hechicero. No os haré spoilers, pero cuidadito con el viejo.
El trapo es el pícaro de turno: borracho y malhablado, que aporta distracción y diversión a la serie.
Y por último, el Alguacil es el protagonista, el guerrero, el estoico luchador sacado de un templo que parece una reminiscencia de los dojos japoneses o los lugares de entrenamiento y culto de los monjes budistas.
Transcrepuscular no es para todos. Eso es cierto. No es para los impacientes, los que no buscan perderse en otro mundo, los que no encuentran la palabra “espora” deliciosa ni para los que ahora miran con pavor a los caracoles. Transcrepuscular es una de las mejores novelas de fantasía que he leído en toda mi vida y a partir de ahora, seré putamente su profeta para siempre.
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