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Reseña de Out de Natsuo Kirino: pobreza, desconexión y resistencia femenina

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Reseña de Out de Natsuo Kirino: pobreza, desconexión y resistencia femenina

Qué maravillosa novela. Qué sensación de caída al vacío que he experimentado con Out . Bajo una cubierta hecha para llamar la atención y una faja de libro que pretende potenciar las ventas y acercar esta maravilla al thriller más convencional, se esconde la historia de cuatro mujeres en una situación de indefensión económica que acaban viéndose arrastradas a un crimen en el Japón contemporáneo.

Ganadora del premio escritores de misterio de Japón (日本推理作家協会賞 Nihon Suiri Sakka Kyōkai Shō) a la mejor novela en 1998, y nominada a los Premios Edgar en 2004, la oba de Natsuo Kirino rezuma pobreza, soledad, desapego y cierto olorcillo a lejía y a comida barata preparada que solo se puede percibir en los callejones de mala muerte de Kabukicho. Es una historia de resiliencia y de encontrar tu propio camino, de la necesidad de las mujeres de librarse de las ataduras que las constriñen desde una sociedad misógina y profundamente jerarquizada y, por qué no, también de un asesino en estado de somnolencia.

Esto es Out. Y todavía no soy capaz de superarlo del todo.

Argumento de Out

En el fondo de un barrio de viviendas en Japón, al lado de un descampado y un complejo industrial ruinoso, se alza una fábrica de comida preparada. Cada noche, puntuales, cuatro trabajadoras se dan cita en la puerta para acompañarse y defenderse, de esa forma, de los ataques y violaciones que se rumorea que suceden en la zona.

Una de ellas es Yoshie, o la Maestra, obligada a cuidar de su suegra paraplégica en una casa cochambrosa en la que su hija no quiere pasar ni un minuto más del necesario. La otra se llama Masako: mujer recta, pragmática e inflexible donde las haya que esconde el hecho de que su marido y su hijo llevan sin hablarle varios años.

Kuniko es la más extravagante de todas: regordeta, obsesionada con aparentar poseer las mejores y últimas marcas de moda del mercado que acarrea una deuda despanpanante con varios prestamistas, algunos de ellos enlazados con la yakuza.

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Y, por último, Yayoi, la dulce y bella Yayoi que parece que no ha roto un plato en toda su vida y cuyo marido acaba de gastarse todos los ahorros de la familia en apuestas ilegales y una prostituta especialmente cara.

Todas pasan sus noches en medio del caos de una cinta transportadora, dejando que el día sobrevuele pésimamente sobre sus cabezas. Pero todo cambiará cuando, una noche, Yayoi llama a Masako suplicándole auxilio porque, en un brote de ira, acaba de estrangular a su marido.

En ese momento las cuatro se verán envueltas de una forma u otra en la pésima tarea de encubrir a Yayoi, esconder el cuerpo y sobrevivir en un mundo donde las mujeres son vigiladas, señaladas y reprendidas por cualquier cosa que pase.

El estado de indefensión económica de las mujeres: el verdadero motor de la historia.

Si Out funciona y lo hace tan bien es porque es capaz de trasladarnos ese Japón grisáceo y solitario donde las personas están totalmente desconectadas las unas de las otras y donde la idea de riqueza y de prosperidad nipona no llega jamás a tocar las vidas de estas mujeres. Y es que en un contexto económico donde las mujeres están completamente desprotegidas, la necesidad desesperada de dinero se convierte en el principal motor que mueve a las protagonistas. Así, Natsuo Kirino nos muestra, con una crudeza casi dolorosa, cómo la pobreza es capaz de despojar a una persona de su propia humanidad.

Es especialmente notable en el caso de Yoshie, la Maestra, cuya vida gira en torno al cuidado de una suegra postrada que devora sus escasos ingresos y de sus hijas que se avergüenzan de ella y le roban hasta el último yen que gana. Conforme va avazando la historia, vemos cómo su moral y su férrea ética en un mundo ordenado y puro se resquebraja al verse abocada entre la decisión de privar a su hija menor de una excursión sin duda alguna sobrepasada de precio o perder el resto de humanidad que le quedaba.

Por otro lado, Kuniko es una víctima más del capitalismo consumista, sí, pero también de los efectos de un mundo extremadamente superficial y heteropatriarcal donde ella, por tener el físico y la edad que tiene, no puede aspirar a ningún trabajo mejor. Kuniko es carne de cañón para las empresas fraudulentas de préstamos y conforme la vamos conociendo y comprendemos que diviniza el dinero porque ha entrado en una complicada espiral autodestructiva de adicción por las compras y la comida rápida, llegamos a entender también cómo el sistema se alimenta de los débiles de voluntad para perpetuarse.

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Así, la autora siembra una peligrosa idea en la novela al alcance de aquellos capaces de pasar por encima del olor de la comida preparada y del agotamiento femenino: cómo el privilegio de mantener la moral y seguir las normas sociales está reservado únicamente para aquellos que pueden permitírselo económicamente. Las protagonistas de Out no tienen ese lujo: cuando tienes que elegir entre pagar el alquiler o comer, cuando los prestamistas amenazan con llevarse hasta tu dignidad, los conceptos de "bien" y "mal" se difuminan hasta convertirse en abstracciones que solo los ricos pueden permitirse contemplar.

La incomunicación como telón de fondo en Out: un legado del imperialismo japonés

Si algo caracteriza a las protagonistas de Out es su aislamiento, tanto físico como emocional. El silencio y la falta de comunicación atraviesan cada aspecto de la novela, desde los hogares descompuestos hasta las relaciones laborales, dibujando un Japón donde las personas existen en compartimentos estancos y aisladas, vigiladas, pero jamás apoyadas.

En el caso de Masako, por ejemplo, el distanciamiento con su familia es literal: su marido y su hijo han decidido cortar todo tipo de contacto con ella, aislándola en una casa que parece más un campo minado de indiferencia que un hogar. Este tipo de relaciones, donde la incomunicación es una forma de castigo social, resuena profundamente en una sociedad que aún lleva en su ADN la kyōdōtai (共同体), o la idea de comunidad vigilante, una herencia del pasado imperialista y militarizado de Japón.

Durante los años de guerra y en los periodos inmediatamente posteriores, los vecinos se convertían en los primeros ojos del Estado, monitoreando y denunciando cualquier desviación del comportamiento esperado, asegurando una uniformidad que aplastaba la disidencia. Aunque el Japón contemporáneo ha dejado atrás esa estructura en su forma más explícita, Kirino insinúa que sus sombras aún permanecen: los vecinos de Out no son un refugio, sino un tribunal social.

Cuando Yayoi comete el asesinato que pone en marcha los eventos de la novela, la primera reacción que tiene con Masako no es buscar ayuda, sino ocultarlo todo. La idea de que los demás puedan ser un recurso en un momento de crisis parece ridícula en el universo de Out. Por el contrario, cualquier signo de debilidad es percibido como una falla moral que puede ser castigada. Así, el vecindario que debería protegerlas se convierte en una extensión del sistema opresivo que las aísla y que juzga con rapidez la recuperación que ella parece estar teniendo con demasiada presteza tras la muerte del marido.

Esto se ve especialmente claro en las descripciones del barrio de viviendas donde viven las protagonistas. Kirino no solo construye un espacio físico desolado, sino que lo dota de una cualidad opresiva: calles que parecen juicios públicos con vecinos siempre comentando y acechando detrás de tus pasos, casas con ventanas que nunca se abren y miradas furtivas que castigan incluso los más pequeños deslices. Esta vigilancia pasiva, que no busca comprender ni apoyar, es parte de lo que perpetúa la desconexión emocional que atraviesa la novela.

Yoshie, "la Maestra", lo entiende mejor que nadie. Su vida, llena de cargas que la sociedad nunca cuestiona pero que juzga con dureza si no cumple a la perfección, refleja la doble cara de esta incomunicación vigilante. A pesar de su fuerza y tenacidad, no hay un solo vecino que la ayude a cuidar a su suegra ni un solo amigo que la consuele cuando sus hijas la desprecian. Kirino parece preguntarse: ¿cómo puede sobrevivir dignamente una mujer en un mundo donde nadie escucha?

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Por último, este silencio impuesto se ve amplificado por la expectativa de que las mujeres lidien con sus problemas en soledad, en un eco de las jerarquías sociales y domésticas que el pasado imperialista nunca dejó atrás. No es casualidad que las cuatro mujeres, a pesar de estar unidas por su situación laboral y luego por el crimen, apenas se permitan compartir sus cargas personales hasta que no les queda otra opción. Y ni siquiera cuando comparten el secreto del asesinato y el descuartizamiento del cadáver acaban más unidas, sino que se abre entre ellas una brecha de incomodidad, distancia y desconfianza que no hace más que reforzar la idea de que cada una debe salvarse a sí misma y seguir una reglas muy estrictas si quieren sobrevivir.

Kirino dibuja, así, una sociedad que no solo castiga el error, sino que glorifica el aislamiento como una muestra de fortaleza. En este sentido, Out no es solo un thriller, sino una disección descarnada de un Japón donde las mujeres son vigiladas, pero nunca vistas; juzgadas, pero nunca comprendidas.

Kazuo Miyamori: el extranjero en su propia tierra

Entre los personajes de Out, Kazuo Miyamori ocupa un lugar inquietante y trágico, representando a aquellos que nunca terminan de pertenecer ni aquí ni allá. Hijo de inmigrantes japoneses en Brasil que regresa al país de sus ancestros buscando sus raíces, Miyamori descubre que el Japón contemporáneo no tiene espacio para él. A pesar de compartir lazos de sangre, la sociedad japonesa lo rechaza, tratándolo como un gaijin (外人), un extranjero perpetuo, incapaz de ajustarse a las normas implícitas que rigen la identidad nacional. Este rechazo lo hunde en un estado de desesperación y soledad que lo convierte en un ser peligroso.

La obsesión de Miyamori con Masako surge precisamente de esa hambre de conexión: Masako, con su fría determinación y su resiliencia, encarna para él la posibilidad de una salvación personal, un anclaje emocional en un mundo que lo margina. Sin embargo, su fijación no es más que una distorsión de la desesperación que lo consume. Miyamori busca entender y respetar a Masako, pero esta, obsesionada con protegerse a través del aislamiento, lo rechaza una y otra vez, con evidentes razones y motivos, pero ignorando que, con su perpetuo desdén, alimenta la violencia que brote en el interior del joven braiseño.

Kirino utiliza a Miyamori para añadir una capa más de crítica social: la incapacidad de Japón para integrar plenamente a aquellos que, como Miyamori, se encuentran atrapados entre dos mundos. Su historia resuena con la de las protagonistas en su lucha por encontrar un lugar en una sociedad que las rechaza, pero su camino diverge al abrazar una violencia que refleja la alienación extrema que ha sufrido. Así, Miyamori se convierte en una advertencia: la desconexión total no solo consume al individuo, sino que lo empuja hacia la destrucción y la obsesión.

La fábrica como epicentro de podredumbre y resistencia

La fábrica donde trabajan las protagonistas de Out no es solo un escenario, sino una extensión sensorial de sus vidas atrapadas en un ciclo de monotonía y desesperación. Es un espacio cargado de olores, texturas y sonidos que Kirino utiliza para sumergirnos en la experiencia visceral de las protagonistas. Desde la omnipresente peste a salsa de curry que impregna el saburōshīruto (作業着, mono de trabajo) de Yayoi, hasta el hedor agrio de la suegra de Yoshie, cada aroma y textura describe la descomposición física y emocional que atraviesan.

Cuando Masako toma la escalofriante decisión de descuartizar el cuerpo del marido de Yayoi en el baño de su casa, Kirino no se detiene en la crudeza: las descripciones del olor a sangre y del contacto viscoso de la carne cortada son casi insoportables, y el lector siente el asco y el agotamiento físico de Masako. Esta escena, que combina meticulosidad técnica con un realismo brutal, refleja no solo el límite al que se enfrentan estas mujeres, sino también su capacidad para adentrarse en lo más oscuro del ser humano con una suerte de shikata ga nai (仕方がない, resignación inevitable) que caracteriza a quienes no tienen otra opción.

La fábrica, con sus cintas transportadoras interminables y lal actividad sin fin se convierte en una metáfora del ciclo de opresión en el que las protagonistas están atrapadas: un lugar donde el hedor a comida barata y aceite rancio marca la línea entre la supervivencia y la degradación. El acto de preparar comida, símbolo tradicional de cuidado y comunidad en el Japón, aquí se transforma en un proceso alienante, mecánico y deshumanizador. En este espacio, la sinestesia que Kirino despliega—el sonido repetitivo de las máquinas, la sensación grasienta en el aire, el sudor que se mezcla con olores industriales—refuerza la desconexión entre los sentidos y las emociones.

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Así, la basura y los residuos de la fábrica se convierten en un espejo de lo que la sociedad japonesa hace con estas mujeres: utilizarlas hasta el agotamiento y luego descartarlas, sin reparar en la complejidad de sus vidas o las circunstancias que las llevaron allí. Sin embargo, en este escenario de podredumbre, Kirino siembra también la semilla de la resistencia: la fábrica, con su hedor y su monotonía, es también el lugar donde las protagonistas forjan alianzas, donde la posibilidad de subvertir las normas opresivas comienza a tomar forma.

En Out, el olor y la textura no son solo detalles; son los vehículos a través de los cuales Kirino nos sumerge en el lado más visceral del kurai nippon (暗い日本, el Japón oscuro), un mundo donde el olfato y el tacto no solo describen la realidad, sino que la subvierten, la cuestionan y, finalmente, la desafían.

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Mientras abría la puerta en silencio, Yoshie notó el olor a orín y a desinfectante. Por mucho que aireara la casa y fregara al suelo, no conseguía eliminarlo. Se frotó los ojos cansados con la punta de los dedos para combatir el picor.(…) en la fábrica trabajaba duro, y al volver a casa, se sentía como un trapo viejo.

Opinión personal: una lectura que no esperaba y que no pude soltar

No voy a mentir: cuando comencé Out no esperaba demasiado. Quizás fue culpa de la faja promocional que lo presentaba como un thriller convencional o del prejuicio hacia ciertas narrativas noir que a menudo sacrifican el desarrollo emocional de los personajes en favor del suspense. Pero página tras página, Kirino me atrapó en una red de aislamiento, desesperación y lucha que no podía soltar.

Lo que más me sorprendió de Out fue su capacidad para transmitir la desconexión y la soledad de sus protagonistas, un tema que me recordó profundamente a Haruki Murakami. Sin embargo, donde otros autores como Murakami que pinta sus paisajes de soledad con trazos melancólicos y abstractos o Hiroko Oyamada que lo hace introduciendo elementos de realismo mágico, Kirino los moldea con una crudeza visceral y tangible. Las mujeres de Out no solo están solas; están atrapadas en un sistema que las empuja al límite, y cada una responde de una manera tan honesta y compleja que es imposible no sentir empatía por ellas.

Yayoi, Masako, Yoshie, Kuniko… todas están tan bien construidas, tan cargadas de matices, que resultan casi palpables. Son mujeres reales, con contradicciones, debilidades y fortalezas, que luchan con una sociedad que no les da tregua, pero que también encuentran formas inesperadas de resistencia. Me impresionó especialmente la forma en que Kirino utiliza el género noir para explorar los límites de la moralidad y cómo, a través de la historia de estas mujeres, cuestiona quién tiene el derecho de juzgar qué es correcto o incorrecto.

La trama me mantuvo en vilo y sentía perpetuamente la necesidad de seguir leyendo, de perderme en el día a día de los personajes y de la novela. A medida que avanzaba, sentía que no solo me acercaba al desenlace de la historia, sino también a un clímax en el que muy probablemente se pusieran en un peligro irreversible del que podrían no salir airosas. Y cuando llegué al final y acabé de leerme la última página, sentí un vacío real, como si hubiera perdido algo. Era como si el mundo que Kirino había construido se hubiera cerrado detrás de mí, dejándome detrás.

En resumen, Out no es solo una novela; es una experiencia, una exploración brutal y sin concesiones de lo que significa ser mujer en un mundo que te ignora y te aplasta. Kirino no solo cuenta una historia; se te pega al cuerpo como el olor de esa fábrica de comida preparada. Y aunque comencé esta novela sin grandes expectativas, la terminé con la certeza de que es una de esas lecturas que se quedarán conmigo para siempre.

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