Masako, Kuniko, Yoshie y Yayoi trabajan en el turno nocturno de una fábrica de comida preparada de los suburbios de Tokio. Todas tienen graves problemas tanto de dinero como familiares (maridos infieles, suegras discapacitadas o hijos imposibles) y se desenvuelven en una atmósfera hostil e inhóspita. Una noche, Yayoi estrangula a su marido, Kenji, cansada de sus continuas agresiones físicas. Masako, Kuniko y Yoshie la ayudarán a deshacerse del cuerpo. La policía recela de ellas, pero no dispone de pruebas que las incriminen. En cambio, en su lista de sospechosos se halla Satake, el dueño de un casino y un bar de alterne que Kenji frecuentaba. Mientras tanto, un prestamista vinculado a la yakuza las descubre y chantajea a las mujeres para que se ocupen de otros cadáveres.
La trama me mantuvo en vilo y sentía perpetuamente la necesidad de seguir leyendo, de perderme en el día a día de los personajes y de la novela. A medida que avanzaba, sentía que no solo me acercaba al desenlace de la historia, sino también a un clímax en el que muy probablemente se pusieran en un peligro irreversible del que podrían no salir airosas. Y cuando llegué al final y acabé de leerme la última página, sentí un vacío real, como si hubiera perdido algo. Era como si el mundo que Kirino había construido se hubiera cerrado detrás de mí, dejándome detrás.
En resumen, Out no es solo una novela; es una experiencia, una exploración brutal y sin concesiones de lo que significa ser mujer en un mundo que te ignora y te aplasta. Kirino no solo cuenta una historia; se te pega al cuerpo como el olor de esa fábrica de comida preparada. Y aunque comencé esta novela sin grandes expectativas, la terminé con la certeza de que es una de esas lecturas que se quedarán conmigo para siempre.