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NOTA: 7.8

Naturaleza muerta: opinión de una novela adictiva y oscura como un pantano

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Naturaleza muerta: opinión de una novela adictiva y oscura como un pantano

Escribir una reseña de una obra de Emilio Bueso nunca es fácil. Al fin y al cabo, no podemos ignorar que se trata de uno de esos escasos autores con una voz única y una forma retorcida de ver las tramas que puede no ser del gusto de todos. Pero el gusano que hay dentro de mi estómago baila y ha temblado en mí a lo largo de la lectura de la obra que aquí nos ocupa: un libro extraño, con partes buesorianas y otras no tanto, hecha para disfrutar desde mi propia versión de alquería mallorquina en un rincón pedregoso.

Así que, sin más, te abro las puertas a mi humilde opinión sobre Naturaleza Muerta. Ponte cómodo. No tengo sillas, pero honestamente, ese tocón de madera que ves apoyado en una esquina es perfectamente capaz de soportar tu peso mientras me lees.

Naturaleza muerta: la historia de una mujer que sin pretenderlo se convirtió en la llave

Claudia es ingeniera agrónoma y enferma crónica de fibromialgia. Como muchas otras personas de su entorno su vida en Madrid consiste en correr: correr para coger el metro, para ir a un trabajo que desprecias; correr a contrarreloj para cogerte una juerga con la que saldar la deuda pendiente de una semana amargada haciendo algo que no deseas y luego pagar con las consecuencias a nivel de salud. Cuando su matrimonio se hizo trizas y su salud se resintió tanto como para dejarla postrada en brotes inesperados, Claudia tomó una decisión: la de comprar una alquería hecha ruinas y mudarse al campo con sus escasos ahorros como único colchón.

Así es como se hizo con las llaves de Finca Elisa, custodiada por una verja roja que rechina como una ballena moribunda y donde su anterior dueño, Felipe, se abrió los sesos con una escopeta en la casucha de los aperos. Así es como acabó perdiendo la cabeza sentada en una mecedora por las tardes, conversando con un gato negro bajún. Así fue como, sin saberlo, rodeada por fuegos fatuos y la vida primigenia que bulle bajo el pantano, Claudia se convirtió en la llave de lo que tenía que pasar.

TODO
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Una epifanía apocalíptica que escupe sobre el capitalismo

Sobre el estilo de Emilio Bueso en Naturaleza Muerta

Naturaleza muerta es una obra extraña. Pero, claro está, cualquier libro de Emilio Bueso suele navegar entre la frontera de lo diferente y lo genial. A diferencia de otras novelas más fantasiosas, como su obra maestra Transcrepuscular o Cenital, su extraña distopía que roza por momentos el ensayo, Naturaleza Muerta engaña con su comienzo y va cogiendo carrerilla hasta dejarte con el estómago hecho un puño al final.

La obra cuenta con un comienzo prototípico para las historias de género de terror, permitiéndote entrar en Finca Elisa e imaginar los manteles de ganchillo sobre los muebles viejos, los aperos sucios de tierra y los gatos pulgosos sobre las barandillas mojadas, llenándolo todo de un extraño olor a madera quemada y humedad con un gran acierto. Porque si algo logra Naturaleza muerta desde sus primeras páginas es llegar a trasladarte allí: a un campo abandonado con un pantano burbujeante, materia en descomposición en el agua que desborda y una casa que parece que se caerá a pedazos, llena de trastos de anciano y calendarios viejos.

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Es absolutamente lo contrario a lo que podría llamarse una novela aesthetic, y qué bien consigue captar Emilio Bueso esa decadencia y la belleza que brota entre las plantas podridas y el aroma a senectud. A través de descripciones cortas, pero sobre todo, guiados por el comportamiento de Claudia y de sus allegados alrededor del páramo, las fincas y la casa, el autor guía el ojo del lector para que pueda sentirse plenamente enclavado en este extraño lugar sin necesidad de aportar demasiada información. Así, Claudia habla a menudo del hecho de que no tiene en su casa prácticamente nada para alimentarse que no salga de su huerta, llegando incluso a encontrarse en una posición incómoda en un primer momento delante de los visitantes, y tampoco tiene nada más que una silla y un tocón de madera para ofrecerle a su amiga Mara cuando va de visita.

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A ti puede parecerte que vuelves a soñar que sobrevuelas fincas rurales desvencijadas, pero lo cierto es que recorremos una fosa séptica común, que la acequia que la riega está nadando en sangre a medio coagular, que en su interior nadan mil bichos inmundos. Que los demonios se la comen, se la rifan y luego se la llevan.

Sea como sea, el atractivo de la novela es extraño e intangible, y como poco difícil de describir, porque Naturaleza Muerta, engancha. La edición de Ediciones B le va absolutamente que ni pintada a la obra, porque consigue, con su tapa blanda y su tipografía y espaciado generosos, hacer que la lectura sea especialmente cómoda. Todo ello se apoya en la forma directa de narrar del autor, que por momentos entrelaza entre capítulos un par de páginas de total surrealismo gusanil profético del final de los tiempos y a los que antecede una frase a lo epifanía pratcheriana que te despista hablándote sobre el verdadero contenido de lo que vas a leer.

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Soñaba que perseguía a mi espantapájaros de cráneo de oveja y lo hacía valiéndome de extraños pasos de baile, enroscándome como un gusano al ritmo de la canción de los grillos.

El ritmo de Naturaleza muerta: un vaivén de clímax y valles burtonianos.

Sea como sea, el ritmo de Naturaleza muerta se parece a las mareas de un pantano: su comienzo, como ya hemos dicho antes, es pausado y casi beatífico. Emilio Bueso coloca algunas piezas inquietantes dentro de lo que es, a todas luces, un refugio para Claudia: un oasis donde curarse de sus malas decisiones, malas compañías y empezar una dieta probablemente con graves carencias de vitamina B12 (te acompaño en el veggie-sentimiento, Claudia). Y durante esta introducción el autor se las apaña para hacernos creer que es una obra normal y corriente, salida de la mente de cualquier creador de novelas.

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Es entonces cuando, a partir de la página cien, la anguila sale a jugar y el libro da un salto al vacío. Será a partir de este momento cuando el autor empiece a jugar con la mente del lector, otorgando pocas pistas para las mentes menos entrenadas y haciendo referencias a Shudde M’ell, el Gran Gusano Cthoniano; a los Mitos de Cthulhu de Lovecraft o incluso a Yog-Sothot. Por si esto fuera poco, Bueso salpica este contexto tenebroso y confuso con elementos propios de la mitología eslava, gatos bajunes que se convierten en guías de entre varios mundos, algunas escenas bizarras del carajo con un ser que recuerda al dios mesopotámico Oannes con las actitudes de asalta dormitorios de Zeus y muchas lentejas de agua para tapar este sustrato narrativo salido de un pantano de Hidetaka Miyazaki.

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[…] me consume la idea de que lo que me devora es algo estrictamente privado, que no existe más que para mí, que tiene una forma y una intensidad y una crueldad que nunca nadie ni nada podrá registrar o abarcar con propiedad.

A lo largo del nudo de la novela, Emilio Bueso va intercalando momentos bizarros y extraños con personajes que parecen salidos de una desviación del laberinto de Alicia en pleno pantanal, vestidos de rosa y custodiados por gansos agresivos, con un oasis anticapitalista donde en la comunidad los vecinos se cuidan entre ellos y uno es capaz de sobrevivir con una pequeña cantidad de ingresos y un huerto bien abastecido. En ese sentido, el autor emplea su experiencia como ingeniero agrónomo para esparcir algo de información alrededor de la forma con la que Claudia va levantando la huerta de Finca Elisa igual que en su momento hizo con la creación de la comunidad de su otra obra: Cenital.

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No me vuelve la depre ni tampoco me dan las neuras o el dolor, pero sí que me embarga cierta pesadumbre cada vez que se pone el sol sobre el pantano, cuando se hunde entre las cañas de la acequia que cierra mi huerto y yo me quedo mirando el espectáculo desde la vieja mecedora de Fermín, que se está convirtiendo en mi otero favorito, en mi sofá frente a la tele.

Que le den al capitalismo y sus ritmos enfermizos: vivamos en la alquería que fue la tumba de un hombre solitario

Naturaleza muerta tiene un mensaje anticapitalista que ya conocíamos de otras obras de Bueso como Cenital y que a mí, que vivo en una casa de campo aislada de la civilización, me resulta más que sugerente. La idea queda espectacularmente clara en las primeras páginas cuando Claudia confirma que el ritmo de la ciudad, de un trabajo que no te llena por conseguir un dinero que gastarás destrozando tu cuerpo de fiesta en fiesta, acumulando un estrés innecesario que te carcoma por dentro y se enquiste en forma de una enfermedad crónica, es precisamente lo que la llevó a escapar a esta alquería.

Sin embargo, la idea del autoabastecimiento (que conocí por primera vez en la maravillosa obra *Hijas del Norte* de Sarah Hall, Alianza) está presente a lo largo de toda la narrativa: desde la forma con la que Claudia se mantiene con un mínimo de dinero, evitando realizar gastos innecesarios y reciclando los elementos que tiene a su alrededor ante las dificultades; hasta los trueques que hace con la comunidad de vecinos (y el sexy apicultor) para mantenerse entera.

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De esta manera, Naturaleza muerta, dentro de su extraño e inquietante contexto de anguilas que se mueven bajo el agua, nos deja caer cómo de alguna manera el capitalismo nos ha convertido en personas dependientes y nos convence de la imposibilidad de vivir fuera del sistema a través de la continua presencia de los psicofármacos, los ansiolíticos, la comida hiper procesada y un ritmo de vida hecho para producir a costa de rompernos a nosotros mismos. Y quizás aquí esté, como suelo hacer, sacando conclusiones de la nada, pero la continua presencia del hermano de Claudia que insiste cada vez que la llama por teléfono de huir de ese territorio hostil que la está sanando para volver a tomar una medicación que claramente no necesita y que la incapacitaría de nuevo, es quizás el permanente recordatorio de que la idea del bienestar capitalista está muy presente dentro de mucha gente que no comprenden la vida fuera de este círculo de viciosa dependencia.

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Si no he calculado mal, lo más difícil será cuando me falten los parches de fentanilo para la fibromialgia que me trajo la depresión que me trajo el matrimonio. Con el divorcio y Finca Elisa me tengo que curar como sea. Aquí no habrá más procesados, prepararé mi propia comida y eso resolverá mi arsenal de problemas digestivos, me digo al clasificar los laxantes. Aquí seré mi propia jefa y eso terminará con mis ataques de pánico y de ansiedad, me digo al clasificar los antipsicóticos. Aquí no habrá angustia cada noche y eso me permitirá volver a tener sueños tras una década durmiendo mal, me digo al tirar buena parte de los somníferos y el cepillo de dientes del anterior propietario para poner el mío en su lugar, en un vaso de loza a medio agrietar.

Y en medio de este oasis de lentejas de agua: la inquietante presencia del juicio final.

A pesar de que quizás haya presentado Naturaleza muerta como la utopía anticapitalista campestre perfecta, nada más lejos de la realidad. Emilio Bueso va sentando desde las primeras páginas pequeños elementos inquietantes que van in crescendo y que acompañan el desarrollo de personaje de la protagonista.

De esta forma ya desde los primeros capítulos el autor coloca un par de espantapájaros formados por cráneos de animales que muy oportunamente el hombre que le vende la casa le informa que fueron colocados por un grupo de rusos peligrosos y locos que viven por la zona. A este componente amenazador se le van sumando noches con ruidos burbujeantes, un ejército de gatos amenazantes, tormentas capaces de abrir la tierra en dos, nubes de gas natural a punto de prender el cielo y caminatas por la noche en un pantano a punto de tragarte entera y no dejar rastro. Y lo más aterrador de todo ello, es que sabes que Claudia está completamente sola e incomunicada para poder enfrentarse a ello. 

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Emilio Bueso nos recuerda muy oportunamente a lo largo de los capítulos el problema de cobertura móvil, el total aislamiento de la protagonista y el peligro que acecha al otro lado de la verja de Finca Elisa por las noches. Y esto lo va salteando con episodios de un terrible y pavoroso horror en el que describe con todo lujo de detalle las crisis de fibromialgia de Claudia, detallando el aterrador dolor que la paraliza durante horas y al que se suma la intranquilizadora certeza de que, si algo grave e irreversible le pasara, nadie se enteraría durante semanas.

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Me recorro y soy todo incendio, me siento crucificar, me amputaría el cuerpo, empezando por la cabeza. Me la volaría haciendo el pino, empalándome con un tiro al paladar con la escopeta de Fermín y ahora mismo, pero, y eso es lo peor de todo, no tengo fuerzas para hacer absolutamente nada, no me da más que para gemir.

El gato Bajún y el Brujo de Larvas en Naturaleza Muerta: una puerta a otro sitio.

Los elementos mágicos y aterradores que pueblan Naturaleza Muerta se distancia y proliferan como en un tapiz esotérico y húmedo y entre todos ellos destacan dos figuras destacan por su arraigo en la mitología eslava: El Brujo de Larvas y, sobre todo, el gato Bajun (Kot Bajun, en rusoKom Баюн). Este último, en particular, evoca un aura de misterio y guía y comparte rol de con el Gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas al ser un guía críptico arraigado en la aparente locura de Claudia. Aquí, Mao, gato Bajun, actúa como un nexo entre lo conocido y lo inimaginable, guiando a la protagonista a través de su propia odisea personal y espiritual en Finca Elisa y manteniéndola a flote.

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Dentro de la mitología eslava, el gato Bajun es un ser de poder, envuelto en el misterio de antiguas leyendas. Se dice que este gato mítico posee la capacidad de proteger o guiar a aquellos que se encuentran en encrucijadas vitales, a menudo a través de pruebas o revelaciones. Aunque las referencias literarias específicas sobre el Bajun son escasas en la literatura clásica, su espíritu resuena con el folklore de diversas culturas eslavas, donde las criaturas mágicas sirven como protectores o consejeros. En este sentido, Bueso revitaliza y adapta la figura del Bajun, otorgándole un papel central en la trama que refleja la intersección entre el viejo mundo de la mitología y los desafíos contemporáneos de Claudia.

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—Pregúntale al brujo y verás qué cosas hacemos los gatos de voz mágica. Nosotros ya éramos viejos, santos y salvajes en las eras en que los pantanos como estos permanecían congelados, en las que nuetros colmillos eran dos sables. Cuando hablamos, podemos dormir al que escucha y luego matarlo sin piedad… Pero el que consigue atrapar a uno de los míos ve desaparecer todas sus enfermedades, porque el canto del gato Bajun todo lo cura.

Y de pronto… un espantapájaros: un final apoteósico.

Así, Naturaleza muerta te va sumergiendo en un extraño letargo donde el autor describe magníficamente bien el proceso de desintoxicación de fentanilo y opiáceos varios, idealizando de alguna forma una vida en el campo para luego introducir los elementos esotéricos e intranquilizantes que se apoyan en una inquietante cuenta atrás basada en la profecía del Brujo de Larvas sobre el fin del mundo y secundada por la distribución de los capítulos en forma de calendario numerado.

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Y es que la culminación de Naturaleza Muerta es, sin lugar a dudas, el magno tour de force de Emilio Bueso en un cierre apoteósico que captura toda la esencia oscura, extraña, y profundamente cinematográfica de la obra. Las últimas cien páginas son un vendaval narrativo donde los eventos se suceden con una intensidad abrumadora, donde lo desagradable y abrupto se entrelaza con lo atractivo en una danza macabra que de alguna manera Bueso te convence para que no dejes de mirar. La atmósfera creada es tan palpable y plástica que recuerda de alguna manera al cuadro de Naturaleza Muerta que tiene Claudia en su casa con la anguila mirándote y representando ese horror lovecraftiano repulsivo y atractivo a partes iguales.

No pude soltar el libro en este tramo final. La narrativa me atrapó de tal manera que la necesidad de seguir leyendo se convirtió en una prioridad en mi vida y me arrastré en el coche y como un zombie por las calles de Palma con la nariz enterrada entre las páginas. Porque aunque si bien es cierto que Naturaleza Muerta juega con los ritmos, alternando capítulos de calma con aquellos llenos de acción y revelaciones, la vida de Claudia es fascinante y tiene ese componente de crecimiento y evolución de la heroína de esta historia que lo hace especialmente adictivo. Y es precisamente este equilibrio el que sostiene la novela: la capacidad de transitar por "valles" narrativos donde parece que la vida transcurre sin sobresaltos, solo para luego ser catapultado hacia un clímax que golpea con la fuerza de una revelación. El final no es solo sorprendente; es una declaración, un estallido de creatividad y horror que hace de Naturaleza Muerta una obra imposible de olvidar. Ojalá hubiera una segunda parte. Ojalá un agujero de gusano que nos mostrara qué ocurre tras este fantástico final.

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