¿Puede alguien enamorarse del hombre que la mantiene cautiva y prisionera? La prisionera de oro, la novela que ha desatado un furor embrabecido en tiktok con su premisa, prosa calmada y complejísima construcción psicológica, es en realidad una obra mucho más inteligente y sorprendente de lo que uno podría esperar.
Encerrada en el interior de una jaula dorada, viendo al mundo pasar al otro lado y negándose a sí misma el deseo de querer ser almo más, Auren, convertida en la favorita del rey, ejemplifica en esta novela magistral el síndrome de Estocolmo, la defensa por aislamiento y la evitación de la exposición que se desarrollan en aquellas personas que buscan progerse emocionalmente de las percepciones negativas y los peligros ajenos. Pero permitidme que antes de entrar en materia os hable un poco más acerca de La prisionera de oro y por qué esta novela de fantasía debería colarse ya en vuestras estanterías.
Argumento de La prisionera de oro
Todo es dorado en Alta Campana. Tras los muros áureos de la capital del reino de Orea se esconde el monarca más rico de los Seis Reinos: el Rey Midas. Gracias a su inteligencia privilegiada, su astucia y sobre todo su capacidad mágica para convertir todo lo que toca en oro, Midas no solo consiguió la corona casándose con la despechada hija del rey, sino que además ha convertido sus dominios en los más prósperos de cuantos le rodean.
Sin embargo, Midas tiene secretos. Y es un hombre caprichoso. Encerrada en una jaula gigante, guarda su posesión más preciada: una mujer completamente hecha de oro. El resto de los reyes y gobernantes ansían esa montura real concebida y guardada solo y únicamente para concederle placer al rey. Lo que pocos podrían llegar a imaginarse que la famosa “mascota dorada” forma parte del pasado que tanto se esfuerza por ocultar Midas. Y que además, no tolerará obedecerle a ciegas cuando este decide usarla como moneda de cambio para obtener lo que quiere.
Esta es la historia de una niña que huyó de un prostíbulo; de una joven rescatada de las calles y una montura que decide no permitir que su captor, su amante, su rey, la convierta en una puta cualquiera.
El mito del rey Midas y el fabuloso retellying que nos ocupa.
La vida de Auren gira alrededor del rey Midas: de su fabuloso cabello, su majestuosa corte y su manera tan narcisista, masculina y egocéntrica de hacer las cosas. Desde un primer momento, la autora nos da una imagen de Midas como la de un hombre violento y posesivo poco acostumbrado a que le lleven la contraria.
Sin embargo lo que quizás desconocieras a la hora de leer la novela es que este Midas está extraído de uno de los antiguos mitos griegos que tanto nos gustan. En el mito original decían que Midas era un rey de Frigia (una región en Asia Menor) al que el dios Dioniso le otorgó un don como recompensa por ser un buen anfitrión. Midas pidió entonces que todo lo que tocara se convirtiera en oro, pero pronto descubrió que su deseo tenía consecuencias negativas, ya que no podía comer ni beber nada, y hasta su hija se convirtió en oro cuando la abrazó.
En el universo planteado por Raven Kennedy, algunos humanos largamente emparentados con los seres feéricos del desaparecido séptimo reino cuentan con poderes mágicos que los legitiman a la hora de gobernar. Esta habilidad es precisamente la que hace que Midas se encumbre rápidamente y pase de ser un simple súbdito en un reino helado, incapaz de cosechar ni alimentar a su gente, a un rey rico y desafiante. A pesar de haber venido de lo más bajo (o quizás debido precisamente a ello ¿quién podría meterse en la cabeza de ese narcisista?) Midas se convierte en un rey ostentoso, cruel y que emplea a las mujeres como objetos sexuales, coleccionándolas en un harén particular, llamándolas “monturas” como si fueran animales y desechándolas en cuanto envejecen.
En un sistema tan vejatorio en el que la más absoluta de las pobrezas y miserias hace que las mujeres luchen entre sí por conseguir el honor de servir sexualmente al rey y a quien se le precie en palacio, se glorifica el término de “montura” y lo hacen parecer algo incluso deseable. Una aspiración con la que las pequeñas niñas de Orea crecen: vender su cuerpo y su dignididad y, en un contexto en el que la esclavitud está abolida (al menos en el sexto reino), perder la capacidad de tomar cualquier decisión sobre su propio cuerpo a cambio de protección, comida y agua caliente.
Desde las primeras escenas veremos como el rey Midas, como un patán, participa en una orgía en la que es totalmente despreciativo hacia las mujeres con las que se acuesta, llamándolas por el nombre de sus genitales, ignorando el hecho de que tienen una identidad y ofreciéndoselas a su invitado (el rey del Cuarto Reino) como ganado intercambiable. Ahí es cuando Auren empezará a obrar su magia, ya que, como la novela está escrita en primera persona, contaremos con la privilegiada visión de alguien completamente sugestionada para ver a Midas como a un héroe.
Una dualidad de visiones: ¿puede un patán real ser un hombre bueno?
De esta forma, Auren, la favorita de Midas, aquella apodada por el resto como la “mascota real”, irá envolviéndonos en un mundo de dudas e indecisiones, de descripciones pausadas y detalladas sobre la extraña dinámica que se ha formado en el interior de Alta Campana entre ella y el resto del mundo. Aislada en una jaula de oro, pasa sus días bebiendo vino, recostada entre cojines e intentando hacerse amiga del silencioso y estricto guardia que se asegura de que nadie se meta en su jaula.
Auren insiste, jura y se perjura que es una privilegiada. Al ser la favorita del rey, está exenta de tener que entretener y satisfacer sexualmente a los visitantes del monarca, y sus barrotes dorados que otros verían opresores, para ella son en realidad un refugio. Al estilo de los hikikomoris japoneses, la protagonista se convence de que su situación es más que deseable.
La protagonista gira alrededor de la trama y juega con la psique del lector, describiendo la forma más exquisita de Síndrome de Estocolmo que haya podido ver en una novela. De una forma delicada, envolvente y sutil, Auren nos va explicando el “verdadero” rostro de Midas: el de un joven bueno y amable que la recogió de la calle y que juró protegerla. El de alguien que ha levantado la economía de un reino en ruinas. El de un auténtico héroe.
Así que no es de extrañar que por un momento, tras varias decenas de páginas en las que Auren nos explica lo contenta que está con su forma de vida, empecemos nosotras mismas, a sentirnos también engañadas. Olvidamos que él la ha convertido en un objeto de exhibición como en la película The Ledge (Matthew Chapman. 2011). Ignoramos por un momento que en la primera escena aparece en una orgía ridícula donde le obliga a mirar, o que es un tirano despreciativo con el único talento de haber nacido con cebrero y el privilegio de convertir las cosas en oro. Incluso somos capaces de pasar por alto que explota sexualmente al resto de mujeres porque estas odian de tal forma a la protagonista, que se muestran ante nuestros ojos como merecedoras de todo el desprecio. Lo merecen porque son malvadas y mezquinas, sin que podamos aterrizar realmente el razonamiento de que, en el fondo, Auren no está tan lejos de su posición. Y mientras tanto, la protagonista se asegura a sí misma, con una convicción que no da lugar a réplica, que Midas es un gran hombre.
Desafortunadamente, no es oro todo lo que reluce ya que pronto el argumento evoluciona en una peligrosa dirección cuando descubrimos que Midas le ha prometido una noche con Auren al viejo y degenerado rey del Quinto Reino. Es este momento en el que la confianza de su favorita se rompe, cuando empieza a dudar sobre las verdaderas intenciones del monarca, que las señales empiezan a explotar y somos conscientes, realmente, de la situación de secuestro e indefensión en la que vive la joven.
Las disonancias explotan ante nuestros ojos. Su jaula la protege, sí, pero también la aísla y le impide huir si alguien con más fuerza que ella, decide atacarla desde fuera. Tiene todo el oro que desea, pero no puede usarlo para comprar ningún capricho y goza de cierta independencia en su jaula porque, en realidad, ni siquiera los criados tienen permitido acercarse a hablarle.
A través de una fascinante progresión de los sucesos, La prisionera de oro nos plantea preguntas existenciales que resuenan en varios ámbitos de nuestras vidas: ¿podemos confiar plenamente y entregarle nuestra vida en nuestros momentos de mayor vulnerabilidad a aquellos que han jurado amarnos y protegernos? ¿Pueden corromperse los deseos y las intenciones de las personas que tanto clamaban amarnos en el pasado? ¿Hasta qué punto puede entregar una su corazón? Mientras Midas nos ofrece una cara pública, cruel y despiadada y otra en el ámbito privado, el lector no puede evitar parar un segundo y preguntarse: ¿estoy acaso viendo un reflejo?
Un worldbuilding que se expande, se pudre y reluce
Aunque en un primer momento podríamos llegar a pensar que La prisionera de oro limita nuestro radio de acción la interior de una jaula dorada, pronto nos daremos cuenta de que no es así. Conforme la historia se va expandiendo, comprenderemos que lo que hay detrás de esos dos monarcas repugnantes del Quinto y Sexto Reino es una complicada trama política que afecta a un mundo en precario equilibrio.
Un mundo en el que los seres feéricos, temidos y odiados a la vez, pueden llegar a campar a sus anchas. En el que un rey conocido como El Podrido, es capaz de aplastar cosechas y corromper todo a su paso. Poco a poco, conforme se levanta el velo que mantiene a nuestra protagonista ciega, veremos que no es oro todo lo que reluce y que a pesar de tener el poder de aliviar el sufrimiento de cuantos le rodean, Midas mantiene a la mitad de su población en la miseria más absoluta.
Mi opinión sobre La prisionera de oro
La prisionera de oro es sorprendente y poético a partes iguales.
Sorprende porque, como hemos dicho antes, es capaz de representar perfectamente el síndrome de Estocolmo y jugar con tu mente como lector, haciendo que dudes de tus propias experiencias y de lo que sabes y aportando una y otra vez justificación para esa vocecita que te grita que Midas es, en el fondo, un misógino asqueroso. Auren, la protagonsita, está magníficamente bien construida: no es rencorosa y su forma alegre y ligera de ver la vida choca de frente con el odio que tanto la reina como otras monturas le tienen, haciendo que sea muy difícil no sentir simpatía por ella.
Durante la lectura de la obra sentí a menudo que necesitaba más: más información, más ritmo, más horas dedicadas a una lectura que dosifiqué a propósito para poder disfrurar de su prosa pausada y extremadamente descriptiva. Porque, y tenemos que admitirlo, la obra se desviste del ritmo que tienen otras obras del género como Sombra y hueso para repetir un ciclo narrativo en el que la protagonista teme por su integridad física, sale más o menos bien parada y acaba de nuevo envuelta en más líos y problemas.
Esta anticipación a las consecuencias de lo que podría llegar a ocurrir a veces puede tentarte haciendo que saltes las páginas para ver cómo sale parada de la situación, ya que Auren se toma varias páginas para transmitir sus temores incluso en situaciones de altísima tensión.
A pesar de ello la obra es magnífica: con un final absolutamente apoteósico que va intensificando su intensidad y se posiciona como una trilogía más que prometedora para aquellas amantes de la fantasía ya no tan juvenil. La prisionera de oro tiene merecida su fama en tiktok. Que queréis que os diga: yo tengo ganas de escuchar a este jilguero cantar.
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