
Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
Cuando uno se aproxima a la idea de una novela centrada en Frida Kahlo, lo más común es que el enfoque recaiga en su genialidad artística, su iconografía revolucionaria y su papel como símbolo cultural. Sin embargo, Laura Martínez-Belli elige un camino diferente en La mesa herida, una novela que no solo aborda a la mujer detrás del mito, sino que explora su universo interior con la intensidad de una obsesión casi febril.
Martínez-Belli nos adentra en las grietas del amor, el dolor y la enfermedad que definieron la vida de Frida, para descubrir una narrativa en dos voces que vibra entre la pasión y el sufrimiento. Con una prosa rica en matices y un delicado equilibrio entre la ficción y la historia, la autora construye un relato que se siente como una confesión íntima, una mesa de diálogo entre el arte, la pérdida y la lucha por el propio ser.
Argumento de La mesa herida: un viaje entre la obsesión y el olvido
México. 1935. Frida Kahlo, desgarrada tras haber descubierto a los dos amores de su vida (su marido, Diego de Rivera y su hermana Cristina) haciendo el amor, decide catalizar sus emociones convirtiendo la mesa de tal indigno acto en el lienzo de una de sus obras más enigmáticas: La mesa herida.
Conforme pasan los años, la obra acompaña a Frida en sus desgarradoras operaciones, en sus dolorosos momentos, en su valentía y su pasión por contribuir al pueblo comunista cuando dona La mesa herida a la URSS.
Al mismo tiempo, en 1947, Olga, una rígida burócrata del régimen soviético que ha perdido la esperanza y las ganas de vivir, se encuentra inesperadamente fascinada por la intensidad brutal de la obra de Kahlo. La contemplación de La mesa herida no solo despierta en Olga un amor olvidado por el arte, sino que también la confronta con sus propias heridas, enterradas bajo las rígidas estructuras del Partido.
Entre estos dos mundos, Martínez-Belli construye una trama sobre el arte como refugio, obsesión y memoria, explorando cómo una obra perdida puede resonar en el alma de quienes se atreven a mirarla.
Frida Kahlo: Más allá del mito, entre la herida y el arte
Cuando una novela tiene como centro a Frida Kahlo, el primer impulso es pensar en su imagen icónica: la pintora revolucionaria, símbolo del feminismo y referente cultural del siglo XX. Obras como El Diario de Frida Kahlo: Un íntimo autorretrato o la biografía de Hayden Herrera han explorado a Frida desde su genialidad artística, su relación tumultuosa con Diego Rivera y su dolor físico. Sin embargo, Laura Martínez-Belli toma un camino más original en La mesa herida, despojándola de los clichés para centrarse en su faceta más humana: la mujer herida por la traición, moldeada por la enfermedad y apasionada por sus ideales.
Yo quería ser más política con mi arte, quería ser útil al pueblo. Ser una buena comunista. Y en mi propia ceguera no me percataba de que estaba siendo útil, pero no a la política, sino a la construcción de la identidad de mi país. No sabía, aunque sí ahora, que la gente vería mis cuadros y pensaría en dos cosas: dolor y México. Una suerte de oxímoron que se opone a sí mismo. Que lucha por desasociarse. Por jalar cada uno hacia un extremo y separarse. Mi sufrimiento y mi patria; dos cosas que terminaron por ser mis piernas. Esas dos me sostienen. Me sostienen. Me sostuvieron.
La novela destaca también por su brillante decisión de conectar esta historia con la Unión Soviética, uniendo dos mundos aparentemente opuestos mediante La mesa herida. Pocos saben que Frida Kahlo fue una comunista activa, simpatizante del régimen soviético y parte de un círculo donde el arte y la ideología estaban profundamente entrelazados. Martínez-Belli entreteje las historias de Frida y Olga —una burócrata soviética—, construyendo un puente entre México y Rusia que refleja cómo el arte, incluso cuando está perdido, puede resonar en las almas de quienes lo necesitan para sanar sus propias heridas.
Así, La mesa herida realiza un contraste entre dos mundos que parecen opuestos (México y Moscú), pero que comparten un trasfondo común de dolor y pérdida. Por un lado, el México de Frida vibra con colores intensos y pasiones desenfrenadas, un escenario donde la vida parece gritar con fuerza, incluso en medio del sufrimiento. Este México cálido, a veces tomentoso, pero siempre luminoso contrasta ferozmente con la Rusia de Olga: un lugar de grises apagados y fríos implacables, donde la pobreza y la desesperanza parecen filtrarse por cada rincón. Y, sin embargo, en ambos escenarios se palpa una verdad compartida: las historias de mujeres rotas por el dolor, que luchan por encontrar sentido en medio de la tristeza.
Sé que decidí pintarte cuando habían pasado ya cinco años, lo recuerdo bien, cinco desde que Diego y Cristina… desde que Cristina y Diego… Cuando el dolor se difuminó en una nebulosa parecida al perdón. Se transformó en una masa dúctil. Pegajosa. Una masa tan distinta al suelo que piso ahora. La muerte y yo estamos hechos de distinta materia. A lo mejor yo también soy blanda ahora. Una mujer de algodón de azúcar. Una mujer sin cuerpo.
A través de personajes como Olga y su compañera de piso, que carga con la muerte de su marido y sus dos hijos en la guerra, o la propia Frida, quien convierte su cuerpo lacerado en un lienzo para su arte, Martínez-Belli traza un retrato colectivo de la resiliencia femenina. Estas mujeres reaccionan ante el dolor con un temple que no niega su sufrimiento, sino que lo transforma en fuerza, en silencio o incluso en obsesión. En cada rincón de la novela, la autora nos enfrenta a preguntas incómodas: ¿cómo se enfrenta cada mujer a las heridas que la vida deja en su piel y en su alma? ¿Qué hacemos cuando el mundo nos quita todo, excepto nuestra capacidad de resistir? De alguna manera, al poner de relieve en la obra que el sufrimiento es algo privado al que nadie puede realmente asomarse ni comprender, la autora nos demuestra que, dentro de la burbuja de nuestra identidad y soledad, la pérdida, el dolor y el miedo pueden sobrellevarse y transformarse en algo diferente al ponerlo al servicio del arte.
La pérdida y el mito: la obra desaparecida
Una de las particularidades más fascinantes de La mesa herida es que se centra en un cuadro cuya existencia está envuelta en misterio. Pintado por Frida Kahlo en 1940, este lienzo desapareció tras ser donado a la Unión Soviética, dejando tras de sí un vacío que solo ha sido llenado por las especulaciones de expertos y el eco de su poderosa simbología. Laura Martínez-Belli utiliza esta ausencia como un recurso narrativo, convirtiendo a la obra perdida en un eje simbólico que conecta las historias de Frida y Olga, dos mujeres separadas por el tiempo, pero unidas por el sufrimiento y la lucha.
En toda vida hay un factor suerte. Pero sucede que la mayoría de las veces no se sabe reconocer. ¿Cómo es? […] Nadie sabe cómo luce la suerte. Qué aspecto tiene. ¿Vendrá alguna vez? Sin duda es silenciosa, y camina de puntillas para pasar desapercibida. Dura muy poco. Vive lo justo para volver a morir. Solo un instante. Un parpadeo. Después, la suerte se evapora. Sube al cielo o baja al subsuelo, a saber. Pero lo más probable es que quede prendida de las nubes. Porque a veces la vida brinda una segunda oportunidad y caen gotas de lluvia sobre los párpados de los justos.
En el relato, La mesa herida trasciende su condición de objeto físico para transformarse en una metáfora de lo que se rompe y, a pesar de ello, persiste. Su desaparición amplifica su significado: lo que no está adquiere un poder casi mítico, como si la ausencia del cuadro fuera, en sí misma, un reflejo de las heridas que se esconden en quienes lo crean o lo observan. La novela sugiere que, al igual que las memorias y los traumas, el arte tiene una forma de mantenerse vivo en el imaginario colectivo, incluso cuando desaparece físicamente.
A través de La mesa herida, Martínez-Belli invita al lector a reflexionar sobre el poder de lo perdido. ¿Qué significa la ausencia de una obra de arte? ¿Es menos real porque ya no se puede ver, o su impacto se magnifica al convertirse en un mito? Estas preguntas, lejos de ofrecer respuestas definitivas, elevan la novela a un plano universal, donde la memoria, el arte y el dolor humano se entrelazan para formar una historia que resuena mucho más allá de sus páginas.
El arte como refugio y espejo del alma
En La mesa herida, el arte no es solo una expresión de creatividad, sino un refugio que da forma al caos emocional y físico de quienes lo crean y lo contemplan. Para Frida Kahlo, pintar era más que un acto estético: era una necesidad visceral, un medio para plasmar las heridas de su cuerpo y su espíritu, transformándolas en algo tangible. En esta novela, el cuadro de La mesa herida se erige como el epicentro de esa catarsis, un objeto que encapsula no solo su dolor, sino su amor traicionado, su lucha política y su fortaleza indomable.
La enjundia de su espíritu inquebrantable se asoma en cada cosa que toca. En su diario, en sus pinturas, en la manera en la que sonríe cuando solo hay motivos para llorar. Y pinta. Pintar es un salvavidas que le impide ahogarse. Pinta flores para que no mueran. La vida no se detiene mientras ella pinta.
Pero lo fascinante de esta obra es cómo el arte se convierte también en un espejo para los otros personajes. Cuando Olga descubre el cuadro en su existencia soviética, gris y desapasionada, encuentra algo más que una pintura: ve un reflejo de sus propias heridas, de su desolación interna y de la fuerza que aún no sabe que posee. En La mesa herida, el arte no solo existe para ser admirado; también exige algo de quienes lo miran. Obliga a enfrentar el propio dolor, a reconciliarse con las cicatrices y, en algunos casos, a encontrar en ellas un inesperado motivo para seguir adelante.
Martínez-Belli nos recuerda que las obras de arte —como las personas— pueden estar llenas de contradicciones. Un cuadro puede ser, a la vez, un símbolo de sufrimiento y una fuente de consuelo; un objeto de obsesión y un faro de esperanza. La mesa herida no es solo una pintura perdida en el tiempo: es un testimonio de cómo el arte puede dialogar con el alma humana, conectando épocas, geografías y corazones rotos.
La incertidumbre me aplastaba con su cascaruz. Me quebraba, pero ese romper se acallaba en cuanto agarraba el pincel. Cuando pintaba, estaba en estado de absoluta concentración y ya podía temblar, caerse el cielo o inundarse el patio: mientras yo pintaba, lucía el sol.
La escritura de Laura Martínez-Belli: entre la poesía y la introspección
La prosa de Laura Martínez-Belli en La mesa herida cabalga entre la poesía y el desgarro visceral que combina la dureza de las emociones humanas con la delicadeza suma. Las escenas que describen el dolor de Frida son de una intensidad arrolladora: desde los momentos en el hospital, marcados por la lucha y la fragilidad, hasta los instantes en que esta se esfuerza por sobrevivir. He de confesar que estas páginas me robaron el corazón y me llevaron a llorar desconsolada, sin parar.
Uno de los aspectos que más me han encantado de La mesa herida es cómo Laura Martínez-Belli logra captar la esencia de México en cada palabra. El uso de términos típicos, expresiones mexicanas y esa cadencia tan característica del español de allá hacen que el lector sienta que camina por las calles de Coyoacán o que escucha a Frida hablar desde su propia cocina, con su voz llena de matices. Los diálogos son una delicia: cálidos, entrañables, y con una dulzura que te envuelve, como si cada conversación fuese una invitación a sentarse y compartir un café con los personajes. Martínez-Belli no solo escribe sobre México; lo hace vivir en el corazón de quien está sumergido en mitad de la lectura de su obra.
Decir tehuana, es decir, matriarcado, comunismo y discapacidad. Todo hecho bolas en un compendio de encajes y colores bordados y superpuestos. ¡Cómo destacar junto a un hombre inmenso como Diego! Así. Así. Vestida de tehuana. A veces Diego se quedaba boquiabierto ante mi protagonismo. «Solo tienen ojos para ti», me decía. No eran celos. Era condescendencia. Y luego se diluía en mi pincel.
Por otro lado, la trama de Olga tiene un peso propio que, al menos para mí, fue muy disfrutable. Sus luchas silenciosas, su resistencia en un entorno implacable en la URSS, su día a día como una mujer prácticamente viuda en un piso compartido con una compañera amargada y su vínculo casi espiritual con La mesa herida me engancharon desde el primer momento. Me habría leído una novela solo con su historia.
Sin embargo, es cierto que la segunda mitad de la novela, la autora toma una decisión sobre la trama de Frida, un giro hacia lo introspectivo, que sí que me resultaron algo más ajenos. Aunque entiendo el ejercicio creativo de esta parte, quizás los vi demasiado repetitivos y deja toda la carga argumental y narrativa de la novela sobre la historia de Olga, haciendo que inevitablemente eches de menos la calidez y tibieza de los capítulos mexicanos y ralentizando el ritmo de una historia que ya había alcanzado su clímax emocional.
Aun con este pequeño reparo, La mesa herida sigue siendo una obra deslumbrante, llena de momentos que conmueven hasta las lágrimas y personajes que dejan una huella imborrable. Es la primera obra de Laura Martínez-Belli que leo y está claro que su voz literaria posee la rara capacidad de combinar la poesía más delicada con una narrativa visceral que, al menos a mí, me ha dejado una marca.
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