Dos mujeres unidas por el dolor y el arte. Una novela basada en un cuadro perdido de Frida Kahlo.
México, 1935. Cuando Frida Kahlo descubre que Diego Rivera la ha engañado con su hermana Cristina, su corazón se rompe. Herida y profundamente decepcionada, pintará, sobre la mesa en la que los encontró, un cuadro enorme en donde representará el cruel dolor del desengaño. Años después, donará ese cuadro a la Unión Soviética y no volverá a verlo jamás.
Moscú, 1947. Olga, una burócrata rusa con una existencia tranquila y comprometida con el Partido, reencuentra su pasión por el arte al contemplar la impactante obra de la pintora mexicana. Sin embargo, su vida dará un vuelco cuando se vea envuelta en un oscuro complot para destruir la pintura. ¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar para salvar el cuadro de Frida Kahlo?
Dos mujeres unidas por el dolor y el arte. Traiciones, heridas, robos, falsificaciones y tráfico de arte se entretejen en este emocionante thriller histórico, inspirado en hechos reales, que nos lleva a conocer uno de los mayores misterios de la plástica mexicana: la desaparición de una obra de arte única que lleva más de medio siglo perdida.
Yo quería ser más política con mi arte, quería ser útil al pueblo. Ser una buena comunista. Y en mi propia ceguera no me percataba de que estaba siendo útil, pero no a la política, sino a la construcción de la identidad de mi país. No sabía, aunque sí ahora, que la gente vería mis cuadros y pensaría en dos cosas: dolor y México. Una suerte de oxímoron que se opone a sí mismo. Que lucha por desasociarse. Por jalar cada uno hacia un extremo y separarse. Mi sufrimiento y mi patria; dos cosas que terminaron por ser mis piernas. Esas dos me sostienen. Me sostienen. Me sostuvieron.
Sé que decidí pintarte cuando habían pasado ya cinco años, lo recuerdo bien, cinco desde que Diego y Cristina… desde que Cristina y Diego… Cuando el dolor se difuminó en una nebulosa parecida al perdón. Se transformó en una masa dúctil. Pegajosa. Una masa tan distinta al suelo que piso ahora. La muerte y yo estamos hechos de distinta materia. A lo mejor yo también soy blanda ahora. Una mujer de algodón de azúcar. Una mujer sin cuerpo.
En toda vida hay un factor suerte. Pero sucede que la mayoría de las veces no se sabe reconocer. ¿Cómo es? […] Nadie sabe cómo luce la suerte. Qué aspecto tiene. ¿Vendrá alguna vez? Sin duda es silenciosa, y camina de puntillas para pasar desapercibida. Dura muy poco. Vive lo justo para volver a morir. Solo un instante. Un parpadeo. Después, la suerte se evapora. Sube al cielo o baja al subsuelo, a saber. Pero lo más probable es que quede prendida de las nubes. Porque a veces la vida brinda una segunda oportunidad y caen gotas de lluvia sobre los párpados de los justos.
La enjundia de su espíritu inquebrantable se asoma en cada cosa que toca. En su diario, en sus pinturas, en la manera en la que sonríe cuando solo hay motivos para llorar. Y pinta. Pintar es un salvavidas que le impide ahogarse. Pinta flores para que no mueran. La vida no se detiene mientras ella pinta.
La incertidumbre me aplastaba con su cascaruz. Me quebraba, pero ese romper se acallaba en cuanto agarraba el pincel. Cuando pintaba, estaba en estado de absoluta concentración y ya podía temblar, caerse el cielo o inundarse el patio: mientras yo pintaba, lucía el sol.
Decir tehuana, es decir, matriarcado, comunismo y discapacidad. Todo hecho bolas en un compendio de encajes y colores bordados y superpuestos. ¡Cómo destacar junto a un hombre inmenso como Diego! Así. Así. Vestida de tehuana. A veces Diego se quedaba boquiabierto ante mi protagonismo. «Solo tienen ojos para ti», me decía. No eran celos. Era condescendencia. Y luego se diluía en mi pincel.