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Biografía corta de
Laura Martínez Belli

Escritor
España
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Laura Martínez-Belli, nacida en Barcelona en 1975, es una escritora española cuya narrativa se ha nutrido de su experiencia vital entre España y América Latina. Licenciada en Ciencias de la Información e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, completó su formación en la Universidad Iberoamericana de México, país donde residió durante más de dos décadas.

Su trayectoria profesional combina la creación literaria con la docencia. Como miembro del claustro de la Escuela de Escritores de Madrid y de la Asociación Europea de Profesores de Escritura Creativa, ha desarrollado una significativa labor en la formación de nuevos escritores.

Su obra se caracteriza por la narrativa histórica con particular énfasis en momentos cruciales de la historia mexicana. Entre sus títulos más destacados se encuentran Por si no te vuelvo a ver, El ladrón de cálices, Las dos vidas de Floria, La última página, Carlota, La otra Isabel y La mesa herida. Su trabajo ha sido reconocido con la nominación al Premio Letras Nuevas y su selección entre los finalistas del Premio Planeta.

La narrativa de Martínez-Belli se distingue por la minuciosa investigación histórica y la capacidad para entretejer acontecimientos históricos con tramas íntimas y personales. Su experiencia en instituciones culturales y museos, incluyendo el Palacio de Bellas Artes de México, ha enriquecido su aproximación a temas artísticos e históricos.

Sus novelas exploran temas como la identidad cultural, las transformaciones históricas y las figuras femeninas en momentos decisivos de la historia. La autora construye narrativas que combinan el rigor histórico con una perspectiva contemporánea, abordando desde la conquista de México hasta el arte del siglo XX.

Libros de Laura Martínez Belli

Otros libros

Portada libro - La mesa herida
La mesa herida

Yo quería ser más política con mi arte, quería ser útil al pueblo. Ser una buena comunista. Y en mi propia ceguera no me percataba de que estaba siendo útil, pero no a la política, sino a la construcción de la identidad de mi país. No sabía, aunque sí ahora, que la gente vería mis cuadros y pensaría en dos cosas: dolor y México. Una suerte de oxímoron que se opone a sí mismo. Que lucha por desasociarse. Por jalar cada uno hacia un extremo y separarse. Mi sufrimiento y mi patria; dos cosas que terminaron por ser mis piernas. Esas dos me sostienen. Me sostienen. Me sostuvieron.


Sé que decidí pintarte cuando habían pasado ya cinco años, lo recuerdo bien, cinco desde que Diego y Cristina… desde que Cristina y Diego… Cuando el dolor se difuminó en una nebulosa parecida al perdón. Se transformó en una masa dúctil. Pegajosa. Una masa tan distinta al suelo que piso ahora. La muerte y yo estamos hechos de distinta materia. A lo mejor yo también soy blanda ahora. Una mujer de algodón de azúcar. Una mujer sin cuerpo.


En toda vida hay un factor suerte. Pero sucede que la mayoría de las veces no se sabe reconocer. ¿Cómo es? […] Nadie sabe cómo luce la suerte. Qué aspecto tiene. ¿Vendrá alguna vez? Sin duda es silenciosa, y camina de puntillas para pasar desapercibida. Dura muy poco. Vive lo justo para volver a morir. Solo un instante. Un parpadeo. Después, la suerte se evapora. Sube al cielo o baja al subsuelo, a saber. Pero lo más probable es que quede prendida de las nubes. Porque a veces la vida brinda una segunda oportunidad y caen gotas de lluvia sobre los párpados de los justos.


La enjundia de su espíritu inquebrantable se asoma en cada cosa que toca. En su diario, en sus pinturas, en la manera en la que sonríe cuando solo hay motivos para llorar. Y pinta. Pintar es un salvavidas que le impide ahogarse. Pinta flores para que no mueran. La vida no se detiene mientras ella pinta.


La incertidumbre me aplastaba con su cascaruz. Me quebraba, pero ese romper se acallaba en cuanto agarraba el pincel. Cuando pintaba, estaba en estado de absoluta concentración y ya podía temblar, caerse el cielo o inundarse el patio: mientras yo pintaba, lucía el sol.


Decir tehuana, es decir, matriarcado, comunismo y discapacidad. Todo hecho bolas en un compendio de encajes y colores bordados y superpuestos. ¡Cómo destacar junto a un hombre inmenso como Diego! Así. Así. Vestida de tehuana. A veces Diego se quedaba boquiabierto ante mi protagonismo. «Solo tienen ojos para ti», me decía. No eran celos. Era condescendencia. Y luego se diluía en mi pincel.


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