La llamada del bosque de los suicidas es la secuela de una serie de novelas gráficas que gira alrededor de Aokigahara, un bosque famoso en todo el mundo por ser el lugar al que al menos cien personas acuden al año para quitarse la vida. Este tomo, del cual recomendamos su lectura tras sumergirte en El bosque de los suicidas y la grapa Cuentos de El bosque de los suicidas, aporta una visión completamente nueva a la clásica historia de los espíritus vengativos encerrados en el bosque que cometen terribles actos de venganza contra los vivos.
La obra recoge en su interior pequeñas joyas de una gran cantidad de autores. Con El Torres como supervisor general del producto final, en su interior no solo encontraremos los dibujos de Rubén Gil y el guion de Desireé Bressen, sino también páginas especiales dibujadas por Irene Roga y Even Mae, portadas alternativas de Pasqual Ferry, una portada de Tony Feizula, la colorimetría de Alexandra Thörne y hasta un breve y pequeño texto de El Torres sobre la propia obra.
De qué trata La llamada de el bosque de los suicidas
La llamada de el bosque de los suicidas explora el aparentemente irreconciliable pasado milenario y tradicional de Japón con sus nuevas tendencias basadas en el consumo de manga, anime y cultura pop. De esta forma, la obra nos presenta a Portia: una joven americana que viaja a Japón sin dinero con la decisión de quitarse la vida en Aokigahara. Aprovechando una excursión, Portia se desvía e intenta quitarse la vida con una sobredosis de pastillas. Sin embargo, algo sale mal: no solo todavía está viva sino que es capaz de ver a monstruos persiguiéndola reclamando su alma para el bosque.
Ryoko, la guardabosques de los anteriores tomos, la encontrará en completo estado de shock. Obsesionada con seguir el legado de su padre, la japonesa se llevará a Portia a casa y buscará desesperada una forma para conseguir que Portia se libre de la maldición. Pero quizás las cosas no son tan fáciles como uno podría esperar…
Una secuela que recupera espacios y personajes pero poco más
La llamada de El bosque de los suicidas intenta desmarcarse de la anterior obra de El Torres, y como él mismo comenta al final de la novela gráfica, no es tarea fácil. A través de un diseño que recuerda a las apretujadas viñetas de cómic americado, Rubén Gil nos presenta a una Portia y una Ryoko que están continuamente fluctuando entre su pasado y su presente. Una de ellas tendrá que encontrar un motivo para seguir viviendo y luchar contra los espíritus que la persiguen, mientras que la otra sentirá el peso de las enseñanzas y del influjo de un padre que desapareció en el mar de árboles que es Aokigahara dejándola completamente sola.
En ese sentido, existe cierta intencionalidad a la hora de indicar qué es pasado y qué presente a través de la colorimetría (marrón claro para el pasado y azul para el presente) que en un primer momento me costó un poco comprender. A diferencia de la sencillez con la que Gabriel Walta era capaz de hacerte saltar de un punto a otro en la historia, en La llamada de El bosque de los suicidas no se mantiene siempre la coherencia del marrón claro como hilo conductor al pasado, ya que se emplea también a menudo para mostrar el interior del apartamento de Ryoko, por lo que es fácil confundirse.
El resto de la novela gráfica está diseñada sobre tonos azules, marrones y rojos que destacan sobre una línea negra saturada y que no guardan tanta intencionalidad narrativa como en la primera obra. Los espacios, saturados de líneas de contorno, hacen que la atención se mantenga siempre en las dos protagonistas las cuales protagonizarán escenas realmente lúgubres que dan a entender que el anoyo (el más allá japonés) y el konoyo (el más acá) están continuamente tocándose.
La historia, con un bellísimo guion que nos deja frases y reflexiones realmente trascendentales, explora conceptos tan poderosos como la depresión, a la que se ve abocada Portia (una joven que aparentemente lo tiene todo pero que describe maravillosamente la enfermedad mental y las consecuencias de la misma, haciendo que la gente te aisle); así como el peso de la tradición en Japón frente a la modernidad, la apatía y la pérdida de fé. Como dos personajes completamente antagonistas, Portia intenta enseñarle a Ryoko que Japón no solo se consta de té verde matcha, templos milenarios, tradiciones, rituales y yureis cabreados, sino también de manga, anime, obras shojo super saturadas de color y amor y merchandising por un tubo. Incapaces de entenderse, cada una representa una implicación en el tiempo: Portia no tiene pasado, pero se proyecta hacia el futuro; mientras que Ryoko está tan anclada al legado de su padre que vive sin tener en cuenta ni siquiera el mañana.
Estaba enferma. Pero cuando una enfermedad no puede ser... vista todo es mucho más duro. Porque la gente tiende a pensar que lo que no puede ser visto no existe. Te rodeas a ti misma en una especie de pecera, aislándote, y poco a poco te conviertes en nada más que una especie de carga. Y así, poco a poco, empiezas a creer que tú misma tampoco existes.
En ese sentido Desireé Bressen consigue imprimirle un toque poético a la obra y representar con pequeños detalles no solo la depresión de Portia, sino también la anhedonia en la que está cayendo Ryoko y su inexorable e inevitable descenso a la soledad. Su pérdida de fé, la forma tan desesperada con la que busca respuestas (incluso acudiendo a un templo budista siendo ella sintoísta de pies a cabeza) o el hecho de haberle instalado un comedero automático a su perro Shiro, son perfectos indicadores o red flags de que Ryoko, claramente, está desarrollando la misma enfermedad mental que Portia.
Simbología, yokais y momias en La llamada de El bosque de los suicidas.
Lo que está claro es la novela gráfica, siendo menos sutil que su antecesora, sí que es mucho más rica en matices y símbolos, mostrando la forma de convivencia del sintoísmo y el budismo, a los sokushinbutsu (personas momificadas en vida) y otra serie de elementos puestos ahí para el disfrute del auténtico apasionado del mundo japonés. Además, no presenta a los yureis como espíritus vengativos, sino a yokais: humanos que se transformaron en horribles bestias y que acechan a Portia exigiendo su espíritu. La obra, así, presenta a varios yokais muy específicos, como los rokurokubi (mujeres de largos cuellos), los futakuchi-onna (mujeres muertas con bocas en sus nucas), etc.
Estos yokais, que se presentan de una forma menos aterradora que los yureis prototípicos, suelen ir antecedidos por la presencia de dos kitsunes o zorros, los cuales son de especial relevancia para los japoneses ya que los consideran la manifestación del espíritu del bosque y el guardián de la montaña.
Seremos lo que antes fuimos. Caminamos en un círculo sin fin. siempre y para siempre. Caminamos sobre las huellas que dejamos una y otra vez.
A diferencia de los anteriores cómics e incluso al segundo relato de la grapa Cuentos de El bosque de los suicidas, el guion de Desirée contrapone la idea de la soledad de la muerte con la de pertenecer espiritualmente a un colectivo. De esta forma, el alma de Portia está siendo reclamada por la comunidad de espíritus y yokais de la montaña, mientras que Ryoko se debate por comprender la tribu urbana otaku a la que pertenecía la propia americana.
Al mismo tiempo, la obra realiza un guiño a la grapa promocional anterior repitiendo la escena en la que Shiro se abalanza sobre la taza de té de Ryoko. También es de destacar que realizan un guiño a Logan Paul, famoso youtuber penalizado por el medio por grabar en Aokigahara el cuerpo de un hombre que se había colgado y por su penosa reacción de echar a reírse en mitad del video por la histeria y luego colgarlo a su canal.
Mi opinión de La llamada de El bosque de los suicidas
La llamada de El bosque de los suicidas es una novela gráfica entretenida, interesante y cargada de símbolos y detalles que creo que brillan especialmente por el espectacular guion de Desirée. Su historia, aunque es de lo más light y menos aterrador que me he encontrado de Karras Cómics, es más que disfrutable, especialmente si te has leído previamente El bosque de los suicidas.
Es cierto que quizás esta obra intenta reconciliarse de alguna forma con la macabra idea de la muerte en soledad en un mar de árboles oscuros donde sin duda uno estará rodeado de espíritus vengativos, pero yo, personalmente al igual que El Torres, después de haber leido estas obras, espero no poner un pie en mi vida en el bosque de Aokigahara.
0 comentarios en este post
Deja un comentario
Kinishinaide! No publicaremos tu email ni te spamearemos sin tu permiso