La ciudad de los bastardos es la segunda parte de la trilogía de fantasía juvenil que comenzó con Los bastardos reales: una obra donde acompañaremos a la hija bastarda de un noble de Occidente a lo largo de una peligrosa trama política cargada de emociones y aventuras.
Argumento de Los bastardos reales
Tilla, Zell y la princesa han sobrevivido a la traición política de Lord Kent y a la peligrosa persecución de este y los zitochis. Sin embargo, al llegar a Lighstpire ninguno de ellos olvida los sacrificios por los que han tenido que pasar para conseguir sobrevivir.
Mientras la guerra de Occidente se extiende imparable, Tilla es reubicada en la Universidad donde se supone que ha de aprender de una vez por todas a convertirse en una noble; y Zell trabaja para la Guardia de la Ciudad. Pero parece que ninguno de los tres encuentran realmente su sitio entre la comodidad y las falsas sonrisas de los aristócratas que los rodean. Lyrianna será sometida a un juicio por romper el juramento de magia había realizado, Zell se mostrará ingobernable ante las sumisas costumbres de los ciudadanos frente al rey y Tilla vivirá con el estigma permanente de ser la hija del mayor traidor que ha visto el reino en los últimos años.
Lightspire no está tan calmado y bajo control como parece. En las sombras, una secta que lucha contra la religión que aclama a los titanes va cogiendo fuerza y un mago especialmente escabroso del que todos niegan su existencia parece haberse fijado en Tilla por alguna razón en específico.
No es oro todo lo que reluce
Las primeras páginas de La ciudad de los bastardos que recuerdan tanto a Sin corazón nos da el tiempo suficiente para poder tomar aire tras los frenéticos acontecimietos del anterior libro por si algún incauto decide continuar la lectura sin darse un tiempo para reflexionar. Es en este momento donde Schvarts, acostumbrado a generar conflictos en el interior de la mente de Tilla, pone la guinda sobre el pastel.
Todos recordamos a la Tillandra que se debatía entre la libertad que ofrecía ser una bastarda y su deseo por encontrarse entre los nobles ¿verdad? Esa Tilla que soñaba con los palacios de Lightspire y sus maravillosos vestidos y a la que siempre le fue negado un puesto de honor. Bueno, pues por fin Tilla consigue todo lo que ha ansiado de pequeña y que se supone que le traerá la felicidad según el dictado general: dinero, lujos, grandes vestidos y acceso a lugares donde la élite se prepara para gobernar el día de mañana los diferentes territorios del Reino. Y sin embargo, no es feliz.
En nuestra sociedad, al igual que en la de La ciudad de los bastardos, vivimos convencidos de que un altísimo puesto de trabajo y una cuenta corriente cargada de dinero nos harán inmediatamente felices e ignoramos, como hizo Tilla en su momento, que la felicidad es mucho más compleja que eso. Angustiada porque no sabe lo que el resto piensa de ella, porque no encaja y porque se siente como un pato fuera del agua, Tilla se comparará continuamente con sus amigos más cercanos a los que tan fácilmente se les da la vida en la capital. Cómo Zell, que odia la sociedad de Lightspire, es capaz de contenerse la mayor parte de las veces, cómo Markiska sabe filtrear con todos los nobles para obtener su favor o incluso cómo la princesa parece haber rehecho su vida tras el juicio.
Pero sobre todo, Tilla se verá continuamente forzada a traicionarse a ella misma, a hincar las rodillas cuando no quiere, a volverle la espalda a un anciano mendigo que suplica una moneda por las repercusiones políticas que ello tendría y, esencialmente, a perderse a sí misma. Y no será hasta que estalle el conflicto que volverá a entender lo mucho que necesita a la verdadera Tillandra.
No queremos elegir el mal menor
El gran conflicto de la trama de La ciudad de los bastardos entre Occidente y Lightspire bajo el gobierno de los Volaris no se posiciona claramente en un contexto binario de “buenos” y “malos”. Desde el comienzo de Los bastardos reales, podemos ver cómo Lord Kent y Occidente emplean estrategias sucias y rastreras para poder declararle la guerra a la Capital, pero conforme va avanzando la trama en esta segunda parte nos damos cuenta de que no la monarquía absoluta dista mucho de ser el sistema de gobierno perfecto.
La gente se muere de hambre por las calles, Tilla se sorprende a menudo de lo inseguras que son las calles en cuanto sale del distrito dedicado a los nobles y se hace continuas referencias al muro que separa el mundo de los nobles del de los plebeyos.
En este contexto es difícil que como lectores tomemos partido por uno u por otro bando (ya sin meternos en el tema de los Discípulos Harapientos y cómo la religión de la Sacerdotisa Gris se convierte en un arma ideológica que une al pueblo bajo una causa común). Al mismo tiempo, la propia Tilla se debatirá entre su verdadera identidad, el resentimiento que le provoca la desconfianza del resto de los nobles y, por supuesto, la gratitud que siente hacia los Volaris por haberla aceptado sin ningún tipo de duda. Los propios Volaris, Ellarion y la princesa también tendrán que conseguir enfrentarse a la oposición entre lo que ellos siempre creyeron (que su gobierno es legítimo y, está claro, el mal menor) y su ética y moral bondadosa (no olvidemos que la princesa fue una Hermana de Kaia durante mucho tiempo).
Una obra sobre la búsqueda de la identidad
Uno de los temas centrales de la obra es la búsqueda de la identidad y el hecho de si merece la pena permanecer fiel a sí mismo. Ya os comenté en un par de párrafos anteriores cómo se aplica este conflicto a la propia Tilla, pero todos los personajes de la obra están continuamente buscándose a sí mismos.
Por un lado Ellarion entrena para ser un Archimago, y por muy conquistador y atractivo que aparezca, no podemos olvidar que acaba de perder a su padre y no parece demasiado afectado por ese mismo hecho. En cierto momento de la obra, el propio Ellarion confiesa que su progenitor era un hombre extremadamente duro que le hacía contemplar la crueldad del mundo para que aprendiera de primera mano lo que estaba sucediendo.
Lyriana, tras lo sucedido en la anterior novela, tendrá que enfrentarse al hecho de haber roto el juramento con la Orden de Kaia y de asumir que su vida ya no se rige por una serie de normas y reglas que la mantienen en una burbuja de seguridad. Tras ver el aterrador mundo exterior, Lyriana se enfrentará a su nueva libertad bebiendo más de lo que sería recomendable en cualquiera hasta el punto que lleva al lector a preguntarse si no tendrá un problema de alcoholismo.
También Zell, un nórdico apasionado y que siente una enorme fidelidad por su país y por sus maneras, tendrá que luchar entre sus sentimientos por Tillandra, que le impiden marcharse, y el rechazo enorme que siente por la forma con la que se estructura una sociedad basada en el nacimiento y no en los méritos propios para acceder al poder.
La desidia de la clase gobernante en La ciudad de los bastardos
Si algo puede sorprender de esta novela o incluso inquietar al lector es el hecho de que los Volaris no parecen reaccionar a los diversos frentes que amenazan continuamente su poder. Su confianza ciega en la magia los ha convertido en incrédulos y conformistas vagos que se preocupan más de una falta de protocolo que de las amenazas que proliferan a su alrededor.
De esta forma podemos ver cómo Lyriana intenta convencer en varias ocasiones a sus padres de ayudar al pueblo para que no pase hambre y cómo estos, en vez de tomar decisiones proactivas por mejorar su imagen, optan por otras más coercitivas. Por ejemplo, prohibiéndole a Lyriana que use la magia para tener un gobernante que no sea mago y así mejorar su imagen pública o siguiendo adelante con todas las festividades a pesar del evidente riesgo y peligro que eso supone.
Los reyes de Volaris son débiles, son miedosos y sobre todo, su gobierno rezuma cobardía. Si el Archimago hubiera estado presente, habría forzado al rey a enviar más tropas en su guerra contra Occidente, a tomarse en serio la amenaza de Lord Kent y sobre todo a aplastar a los Discípulos Harapientos desde su propio origen. Despiadado, pero eficiente para mantener el reino unido en ese momento.
Opinión de La ciudad de los bastardos
No esperaba que esta segunda parte me convenciera tanto. De verdad que no. Lo dejé un poco olvidado en una estantería esperando el momento en que me apeteciera sumergirme de nuevo en una aventura de fantasía juvenil. Y dejadme deciros que esto de juvenil tiene muy poco.
La ciudad de los bastardos es disfrutable a múltiples niveles: desde una lectura superficial en busca de aventuras hasta una zambullida más profunda en la que te des cuenta de las amenazas y riesgos por los que pasa un imperio que se ha convertido en un mecanismo vago e im preciso donde los gobernantes no tienen en cuenta las penurias de su pueblo y menosprecian el poder de sus enemigos. Puedes leerlo con una mirada virgen como la mía, esperando una obra juvenil donde los buenos vencen y los malos pierden y sufrir como yo el continuo sentimiento de pérdida.
Pérdida de miembros, pérdida de amigos, pérdida de confianza, pérdida de identidad. Una pérdida majestuosamente bien editada, con unos capítulos cortos e intensos que me hizo devorar esta novela en menos de 24 horas y que puso mi cabeza completamente bocabajo. Al terminarla, quise llamar a mi hija Tillandra. Al finalizar, solo supe que Schvarts había vuelto mis tripas del revés. Y lamenté enormemente, no haberme sumergido antes en esta novela tan maravillosa.
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