Algo cándido y sin embargo descorazonador se esconde en el interior de La chica salvaje. La novela de tapa blanda publicada por Ático de los libros, destila olor a bizcochos de maíz caliente y agua salada de la marisma; a licor de pescado, soledad y regusto de las lágrimas que caen por la noche. Sus capítulos, cortos pero directos, se construyen sobre dos tiempos diferentes (1952 y 1969) alrededor de la vida de una niña olvidada y un hombre que aparece muerto en mitad de la marisma.
Así, Delia Owens gira, retuerce y destroza la coraza de hielo que llevamos rodeando nuestro corazón para ofrecerte una experiencia tan mágica como desoladora, mientras la vida de Kya, una niña cualquiera abandonada por todos, empieza a antojársete como un reflejo de tus propias experiencias y recuerdos.
Argumento de La chica salvaje
En un lugar apartado en el que solo la escoria de la marisma quiere vivir, la pequeña Kya asiste impotente a cómo cada miembro de su familia va abandonándola para alejarse de su padre borracho y violento. Pequeña, olvidada por todos, la niña irá comprendiendo año tras año de soledad que la única forma que tiene de sobrevivir es congraciarse con la marisma, aprender de ella y vivir de sus frutos.
Aislada del pueblo y de los lugareños, Kya crecerá como un mito y una leyenda para las gentes del lugar que, incapaces de entenderla y mucho menos de ayudarla, deciden apodarla con un feo nombre que sentencia su vida para siempre: la chica salvaje.
Una obra emocionante, triste y profunda
Kya solo tenía seis años cuando mamá se fue. Y durante mucho, mucho tiempo, esperó su regreso. La inocencia de una niña que no conoce absolutamente nada se deja entrever no solo en los escasos momentos en los que esta solitaria criatura habla, sino más bien en el tono narrativo con el que la autora nos embauca: frases cortas, descripciones sencillas, un vocabulario fácil de reconocer y un profundo amor por una marisma que el lector ya percibe como suya al poco de empezar a leer.
Y es que la obra está llena de una candidez única y salada. Kya es pequeña e inocente, no cuenta con adultos que la supervisen o ayuden, pero al contrario que en El señor de las moscas, la niña es tan gentil que durante años se alimenta de gachas, verduras y mejillones aplastados con galletas porque se ve incapaz de arrebatarle la vida a un pez para comer.
Seis años, pero la fortaleza de una adulta. Es fascinante ver cómo la joven Kya, ante el desamparado escenario ante el que se encuentra (el abandono de la madre y de los hermanos y luego la ausencia perpetua del padre), encuentra la forma de salir a flote y de entretenerse. No deja que la situación en la que vive pueda con ella: no acude al pueblo a pedir ayuda porque nunca la ha tenido. No es por ello extraño que desde la primera página de la novela nos explique que, a pesar de tener otros cuatro hermanos, Kya sea la que esté subida a un taburete, quizás elevándose sobre sus puntillas, para fregar un enorme cazo de latón.
Mamá siempre miraba atrás desde el camino al cruzar la carretera, y alzaba un brazo para saludar con la mano; luego se metía por el sendero que serpenteaba entre bosques y ciénagas y lagunas con espadañas, y por allí -si la marea lo permitía- llegaba a la ciudad. Pero ese día siguió andando, tambaleándose por los baches. [...] Una pesadez tupida como el algodón le oprimía el pecho mientras volvía a los escalones para esperarla.
Al ser una niña víctima de maltrato doméstico, Kya desarrolla dos particularidades contradictorias que la acompañan a lo largo de toda su vida: no se fía de nadie y no puede sobrevivir completamente sola. Este primer atributo del personaje le lleva a mimetizar los movimientos y el comportamiento de los cervatillos y de las presas de la marisma: cuando no es capaz de esconderse de otros humanos (los depredadores), opta por quedarse callada y muy quieta, intentando no llamar demasiado su atención. Es lógico que, tras ser abandonada por toda su familia y golpeada por su padre, Kya sienta la necesidad de escapar del resto. Todo el mundo le ha fallado de una forma u otra: el sistema educativo que la pone en segundo curso sin evaluar sus conocimientos; los otros chicos de las marismas y especialmente su madre. Sin embargo, esta forma de vida se volverá en su contra poco a poco: como ser sociable por naturaleza que es, Kya adolecerá la falta de contacto humano y será precisamente su necesidad de conectar con alguien el principal elemento acelerador de la obra.
Una voz que grita y resuena con eco dentro del lector
Uno de los grandes talentos de Delia Owens como autora es cómo consigue generar cierta incógnita dentro de la mente del lector sin necesidad de tener que plantearla de manera abierta en la narración.
“¿Por qué nadie la quiere? ¿Dónde está su familia? ¿Por qué no han vuelto a por ella?”
Es fácil empatizar con la niña. Es sencillo porque, como lectores, también estamos desesperados por obtener una respuesta. Una respuesta al por qué del abandono de la madre y los hermanos, al paradero de todos los personajes que van apareciendo por su vida y juran protegerla para luego desaparecer por cuestiones profundamente egoístas.
Asimismo, los capítulos se intercalan con los de una investigación que gira alrededor de la muerte de un joven del pueblo llamado Chase. El sheriff del lugar ante la falta de huellas alrededor del cuerpo del muerto decide tramitar el caso como si fuera un asesinato y buscar motivos alrededor de los cuales alguien podría haber querido acabar con la vida del joven. Esta búsqueda se apoya y sustenta únicamente en las opiniones y comentarios de las gentes del lugar, las cuales, apoyados en sus propios prejuicios y habladurías, empiezan a cerrar un cepo alrededor del bicho raro del lugar: la chica salvaje.
Él bajó de su barca y le ofreció una mano abierta de largos dedos morenos. Ella dudó: tocar a alguien significaba entregar una parte de su ser, una parte que nunca recuperaría.
Kya sobrevive como puede recogiendo de madrugada mejillones, usando ropa rota y durmiendo en el porche, oteando un camino por el que nadie aparece. Y sin embargo, la niña no le guarda rencor a nadie. Poco a poco, la joven, absolutamente convencida desde pequeña de ser una presa como un cervatillo, aprende a desaparecer en cuanto escucha el ruido de otras personas; se esconde y logra ser invisible. Y esta contradictoria desesperación por ser amada y comprendida y por desaparecer cala de tal forma dentro de la obra que uno, como lector, no puede hacer otra cosa más que amar a Kya.
El hecho de que se haya criado completamente alejada del pueblo la convierte en una apestada, una chica salvaje, una mujer repudiada por un mundo decidido a negar cualquiera de las virtudes de la joven por el simple hecho de no encajar en un molde conocido. Y precisamente el destierro de la joven la mantiene alejada no solo de las ventajas de contar con el resto, sino también de comportamientos negativos aprendidos. Así, Kya verá en Jumpin y en Mabel, la pareja de afroamericanos que la ayudan, unos amigos y aliados en lugar de dejarse llevar por el racismo violento e ignorante con el que el resto los tratan.
Ella estaba allí movida por la simple esperanza de estar con alguien, de ser deseada, de que la tocaran. Pero esas eran manos apresuradas que solo tomaban, que no compartían ni daban.
Una historia poética, ecologista y muy recomendable
La obra se extiende poco a poco frente a nuestros ojos gracias a una voz narrativa simplemente bella y pausada, calmada y por momentos indiferente a la pena de la joven, que transmite más de lo que podría parecer en un primer momento. Los capítulos son cortos, ambientados en dos épocas pasadas que confluyen en un final a la altura de su comienzo y que se muestran perpetuamente salpicados de pequeños y desgarradores poemas.
Las vivencias de Kya se desarrollan frente a nuestros ojos mientras la autora, con un talento absolutamente demoledor para una narración que se apoya en la sinestesia, nos transmite de una forma muy plástica la belleza de la marisma.
La oscuridad tenía un olor dulzón, el aliento terroso de ranas y salamandras que habían conseguido llegar al final de otro día de apestoso calor. La marisma se acurrucaba en ella misma con la neblina, y se durmió.
Y al mismo tiempo el libro esconde dos profundas reflexiones: la primera de todas ellas es que una persona puede formarse y ser prácticamente autosuficiente con muy poco. Delia Owens realiza una profunda crítica al sistema educativo americano, mostrando cómo el colegio y los servicios sociales se despreocuparon muy rápido de una niña sin recursos y cómo esta fue absolutamente capaz de formarse por su cuenta desde el momento en el que aprende a leer. Así, lejos de las limitaciones educativas de un sistema hecho para las mentes de muchos, Kya se convierte en un portento del arte, una experta de la marisma y una mujer sabia que bien podría haber sido admirada en otras culturas.
Para la autora, la naturaleza es justa, provee para quien la respeta y sabe buscar en ella y encaja en un ciclo de vida y muerte del que Kya no teme formar parte.
Asimismo, la protagonista emplea sus conocimientos sobre biología y sobre las marismas para ayudarse a entender un comportamiento humano, a menudo ególatra y narcisista, más próximo a los animales de lo que nos hubiera gustado admitir en un primer momento.
Mi opinión sobre La chica salvaje
La chica salvaje es poética y dulce, solitaria y esperanzadora. Es ese tipo de obra que te arranca lágrimas desde la primera página y que no quieres soltar en ningún momento porque percibes el alma desconsolada de sus personajes en el interior. Y aunque pueda parecer sencilla, en realidad esconde una complejidad enrevesada y basada en el perdón.
En el perdón a una madre capaz de subrayar poemas que explican lo desesperada que se encuentra bajo el yugo de un maltratador que en cualquier momento podría asesinarla. Una mujer a la que no puedes perdonarle que abandonara a sus hijos, pero que logras comprender en cierto punto de la obra.
Nadie es un héroe y sorprendentemente tampoco una víctima. Conforme La chica salvaje va volviéndose una adulta, comprendes sus miedos y sus brotes de pánico, entiendes su pudor y sus inseguridades y sobre todo, la acompañas en un viaje unidireccional mientras eres consciente, con la cara salada de las lágrimas vertidas y el corazón a toda velocidad, que ni siquiera tú eres capaz de creer en un final feliz. Ni en Tate. Ni en el pueblo. Ni mucho menos en el sheriff que, desde el primer capítulo, sabes que generará un conflicto salido de ninguna parte.
Y por eso La chica salvaje es un libro tan potente ¿sabéis? Porque genera sentimientos en ti que te acompañan más allá de la lectura. La semana y media que tardé en leerlo, mientras procesaba sus capítulos a sorbitos, me sentí sola, desesperada y perdida. Completamente incomprendida. Y era plenamente consciente de que eran reacciones extraídas de esta novela.
Cualquiera que adore este libro es porque alguna vez se sintió como una niña perdida, sola y olvidada, a la que el resto señala y juzga. Pero lo que Delia Owens quiere que recordemos es que hay esperanza para el amor. Porque, al fin y al cabo, en el fondo todas somos chicas salvajes.
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