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NOTA: 8.5

La chica más fría de Coldtown: reseña de la novela de vampiros escrita por Holly Black

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La chica más fría de Coldtown: reseña de la novela de vampiros escrita por Holly Black

Creía que no existían ya las historias de vampiros con un twist lo suficientemente bueno como para sorprenderme. Al fin y al cabo, ¿a quién queremos engañar? Las historias de vampiros no han evolucionado mucho desde que Crepúsculo enamoró a una generación entera haciendo que un loco centenario “vegetariano” que brilla al exponerse al sol. Sin embargo, Holly Black es la artífice de la Saga de los Habitantes del Aire; la creadora de El príncipe cruel y del maravilloso y sarcástico Rey de Elfhame de ojos negros como la noche.

Precisamente por eso cuando vi que había publicado en España, gracias a Hidra, la primera parte de una saga de fantasía jugosa con chupasangre como protagonistas, no pude evitar correr a la librería más cercana y hacerme con ella.

Esperaba una obra juvenil descafeinada, con personajes masculinos atractivos y una protagonista por encima de cualquier temor y circunstancia; y aunque eso es exactamente lo que obtenido, La chica más fría de Coldtown es muchísimo más. Es una vuelta de tuerca a los mundos dominados por vampiros, una capitalización del virus del no-muerto. Una historia que me he bebido como un neonato en mitad de una granja de ovejas. Déjame que te cuente por qué en esta extensa reseña llena de citas extraídas de entre sus páginas.

Argumento de La chica más fría de Coldtown

El mundo no ha vuelto a ser el mismo desde que Caspar Morales decidió saltarse las reglas ancestrales vampíricas y recorrer el mundo convirtiendo, uno tras a otro, a cualquier ser humano que se le pusiera a tiro. Después de varios años de frenesí sin control, con un virus que se alimenta de la cordura de la gente repartido, los vampiros se han convertido en un peligro público.

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Para poder contenerlos, el gobierno de los Estados Unidos ha creado las llamadas Coldtowns: ciudades amuralladas sin ley donde los vampiros acaban encerrados con humanos que les sirven de sustento, en una suerte de fiesta non-stop distópica y decadente.

No es de extrañar que la mayor parte de los seres humanos y pirados varios se sientan fascinados por los vampiros. Incluso los hay que comentan en foros diferentes técnicas para conseguir que uno de ellos te convierta. Sin embargo, Tana no es una de ellas.

En un intento por distraerse del hecho de que su mejor amiga se ha pirado a un campamento de verano sin ella, Tana decide acudir a una fiesta a la que irá, cómo no, el idiota de su ex. Y tuvo que ser una fiesta colosal, porque, cuando se despierta a la mañana siguiente, se da cuenta de que no recuerda nada de lo que pasó: solo que ha acabado encerrada en un cuarto de baño detrás de una cortina de ducha, mareada y resacosa.

Conforme sale de la habitación y llega al salón donde está todo el mundo, la peste a hierro y podrido inunda sus fosas nasales. Será quizás demasiado tarde para ella cuando se dé cuenta de que todos los asistentes a la fiesta han sido asesinados. Y, lo que es peor, su ex parece haber contraído la fiebre vampírica y está atado y amordazado, al lado de un vampiro, esperándola en el cuarto de invitados.

Un roadtrip novel, una forma genial de enfrentarse al horror

Desde ese momento, Tana se verá envuelta en una serie de persecuciones y peligros donde tendrá que tomar decisiones al vuelo, algo que comparte con la protagonista de El príncipe cruel: Jude Duarte. Sin embargo, a diferencia de esta y de la saga de los fae, La chica más fría de Coldtown es mucho más adulta y madura. Marcada por la tragedia, pronto Holly Black nos desvelará que Tana cuenta con un backstory que la ha marcado desde que tenía nueve años y que, de alguna manera, la ha sumergido en un estado de duermevela en vida que la ha empujado a intentar salir con un chico que realmente no amaba (Aidan), a ir de fiesta en fiesta a pesar de que no le gustaban y a distraerse del recuerdo del momento en el que dejó salir a su madre del sótano y cómo provocó el derrumbe de su familia.

TODO
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Porque Tana es, ante todo, un fiel reflejo de ese padre con el que no conecta y al que tan poco aprecio le tiene. A lo largo de la obra, la autora nos deja claro que el padre de Tana tuvo que obrar de una forma emocionalmente desapegada, guiándose únicamente de lo que consideraba personalmente correcto para seguir adelante: encerrar a su mujer a espaldas del gobierno para ayudarla a pasar la infección, proveer a sus hijas de un techo, acabar con una mujer vampiro a la que adoraba y sin la cual no podría ser feliz en ningún momento. Es sencillo ver la correlación entre él y la protagonista de la obra, que sin pensarlo ni un momento, decide salvar al egoísta y cruel de su exnovio y a un vampiro (una criatura monstruosa y peligrosa que podría acabar con su vida en cualquier momento) a pesar de que es una idea terrible solamente porque considera que es lo correcto.

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La sangre del vampiro dejaba un regusto a tardes sombrías, a limaduras metálicas, a lágrimas que vibraban y corrían por las gruesas raíces de las venas para luego gotear con la lentitud del sirope, cubriendo la boca, los dientes y la mandíbula.

Calles, carreteras, sándwiches y muchas dudas.

A pesar de llamarse La chica más fría de Coldtown, la trama no se sitúa inmediatamente en una de esas ciudades amuralladas que Holly Black luego describirá como inmensas fortalezas de madera de cedro con símbolos religiosos representando un templo impúdico. No. Durante más de cien páginas, Tana se sentará en el coche con un Aidan infectado que representa una amenaza para ella y para cualquier ser de sangre caliente que se mueva a su lado y con lo que claramente es un vampiro ancestral encerrado en el asiento trasero.

Y oye, no está nada mal esta roadtrip, porque a diferencia de en El príncipe cruel, Tana se permite tener momentos de duda y debilidad donde se ve que la situación la supera y que se mueve motivada por una extraña adicción cerebral al cortisol y a la adrenalina. Podremos ver, por tanto, a una protagonista famélica que entra en shock, chilla y llora en el baño de una gasolinera, vomita, revienta la ropa, se hace heridas y, a pesar de ello, se obliga a seguir adelante sin pensar, sin permitirse ni un segundo de respiro.

Y todo ello funciona porque, de alguna manera, todos podemos sentirnos en algún momento identificadas con la idea de encontrarnos solas en la carretera a medianoche, acompañadas de peligros y aferradas a la idea de una humanidad y una presunción de inocencia que, sin lugar a dudas, se convierte en un eje importante en la toma de decisiones de la novela.

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Sintió como si su piel se hubiera prendido fuego. Se había convertido en papel de encender, que se achicharraba y estaba a punto de quedar reducido a humo negro y ceniza.

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Vampiros, ¿son enfermos, monstruos o posesiones demoníacas?

Y sí, este es el debate moral principal de la obra. Dejemos de lado los debates de vampiros que brillan a la luz del sol; de si deben morir o no antes de volver con unos colmillos peligrosos o de si existe el concepto del “vegetarianismo vampírico”. En La chica más fría de Coldtown, como en la obra *Soy leyenda* de Richard Matheson, el vampirismo plantea un problema ético.

Si los vampiros son en realidad producto de un virus contra el que han sido incapaces de luchar, entonces, de alguna manera, su enfermedad les exime en parte de los crímenes y asesinatos que cometen para alimentarse. Al fin y al cabo, la propia Tana confiesa que poca gente consigue curarse una vez se han infectado y que la mayor parte de ellos mueren en el proceso.

Pero, por supuesto, existe la visión contraria, ¿y si en realidad el vampirismo permite liberar al monstruo que tenemos todos dentro? ¿Y si la capacidad de alimentarte de otros seres humanos, ser mucho más invulnerable y prácticamente eterno, le diera alas a tus deseos más perversos, porque ahora, por fin, tienes una excusa que te exime de las responsabilidades de tus actos?

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Puede que no seamos más que nosotros mismos, presas de un ansia incontenible; los mismos individuos de siempre, con un par de asesinatos accidentales sobre nuestras espaldas. La humanidad despojada de los ruedines de la bici, bajando en picado por una colina empinada. La humanidad dotada de poder y liberada de las restrucciones de las conscecuencias. La humanidad alejada de todo cuanto nos hace humanos.

Es difícil no ver en esto un paralelismo con la obra de Richard Matheson, una de las primeras en abordar la idea del vampirismo como producto de un virus que ataca a los vivos y se propaga con la mordedura y que empujaba al protagonista a preguntarse lo mismo que los medios de comunicación en la novela de Holly Black sobre la capacidad para responsabilizar al no-muerto de sus acciones.

La capitalización del vampirismo - un worldbuilding fascinante

Dejando de lado los elementos que Holly Black recupera de la leyenda y del imaginario común del vampiro (el ajo, el agua bendita, la estaca en el corazón y el sol que achicharra su piel), he de hablarte de una de las cosas que mejor hace, y es crear un worldbuilding espectacularmente original.

Frente a las historias clásicas de vampiros escondidos en las cloacas o los barrios bajos de una elegante y subversiva centro-Europa, La chica más fría de Coldtown, decide trasladar el peligro de la expansión vampírica a un entorno completamente moderno. Eso quiere decir que, los vampiros en las ciudades amuralladas, montan orgías y fiestas que retransmiten por las redes sociales y donde cobran a otros humanos por contemplarlas. Tienen sus propios derechos de explotación, de merchandising y, los humanos, han romantizado de alguna manera su condición hasta crear blogs, canales de Youtube y foros donde se habla de manera meticulosa de cómo conseguir convertirte en uno de ellos.

En ese sentido, Tana, Aidan y Gavriel acabarán conociendo a dos streamers que, sin mencionar directamente la plataforma, nos dejan claro que son influencers dentro de la gente de a pie que sueña con mudarse a una Coldtown y ser convertida en vampiro.

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La noche es joven y tu amigo está muy cansado. Deberíamos confeccionarle un lecho… «y una corona de flores y un sayo,, todo ello bordado con hojas de mirto».

El desparpajo de Midnight y Winter y la forma tan descaradamente superficial con la que ven el tema de la muerte, el despiezamiento y el vampirismo pone los pelos de punta; especialmente porque como lectores, hemos acompañado a Tana en esos primeros instantes en el salón de la fiesta de sus amigos rodeada de cadáveres. Sabemos que son monstruos peligrosos y comprendemos por todo lo alto lo peligrosos que pueden llegar a ser en cualquier aspecto o momento; pero la industria a su alrededor los explota y mercantiliza hasta llevar al hueso: tenemos programas de cazavampiros con alto contenido humorístico y erótico; por todas partes hay camisetas, vestidos y ropa interior con eslóganes ridículos y Lucien, uno de los streamers vampíricos más famosos, tiene hasta merchandising y programas de televisión con su imagen y nombre.

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La tienda de recuerdos era bastante hortera, estaba repleta de vasos de chupito, pegatinas para el parachoques y camisetas: unas para bebés con la palabra «CARNAZA» en la parte frontal, otras negras para dormir con letras que semejaban chorrear sangre: «PASÉ LA NOCHE EN VELA EN EL DESCANSO ETERNO», «MUERDO EN LA PRIME­RA CITA», «GENERACIÓN FIAMBRE», «LA NADA ES EL NUEVO TODO» y «ME GUSTA TOMARME EL CAFÉ CON TU SANGRE». Había espejos con chorretones de sangre de pega cayendo de dos heridas punzantes serigrafiadas en la superficie, para que cuando te mirases al espejo pareciera como si te hubieran mordido. También había unos collares con letras que componían la palabra «gripe».

No es de extrañar, por tanto, que, como lector, te sientas algo culpable: por un lado, te encantaría ver a Tana y a esa panda de desquiciados con ella entrando en una de las ciudades sin ley, mientras que por otro te preguntas quién en su sano juicio acudiría a un sitio desde el que se puede ver el humo de los cadáveres al ser incinerados cada mañana. Por si fuera poco, los guardias de las garitas, los soldados y por lo general la población “adulta” de la novela prevén continuamente a los chicos como ellos de entrar en un lugar así, del que, aún encima, jamás tendrán retorno.

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Porque en el fondo, todos queremos ser vampiros

La particularidad de Tana, a lo largo de toda la obra, es que parece ser la única persona que no quiere convertirse al vampirismo. Mientras el mundo a su alrededor se vuelve loco por ser mordido, sobrevivir y luego beber sangre humana, Tana hace lo imposible por seguir, de nuevo, la senda de lo que considera que es correcto. Es decir, intentar superponerse al riesgo de infección que contrajo en las primeras páginas del libro.

A pesar de ello, Holly Black hace que ser un vampiro, si bien no son todo placeres y delicias (y me encanta que le haya creado una contraparte en la que se vuelven locos con los años, sean incapaces de resistirse a la sed de sangre, peligrosos incluso para la gente a la que aman y que pierden definitivamente el norte), sí que resulte deseable. Y es que la autora recupera este tono poético que tenía en la saga de los fae para hacer que las descripciones en las que la sangre aparece sean, no solo poéticas, sino cargadas de una extraña belleza.

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[…] bebió su sange, un caldo añejo y macabro, producto de alguna bodega olvidada. Se sintió como Perséfone en el inframundo, con las semillas de granada reventando entre sus dientes y el jugo deslizándose sobre su lengua, y cuanto más ingería, mayor era su ansia. Sintió como si su piel estuviera ardiendo por dentro, su cuerpo se estremeció con una sensación exquisita.

La fascinación por el vampiro queda además adecentada por los continuos comentarios de los personajes secundarios que continuamente hablan acerca de las bondades de la noche eterna. Tanto que incluso vivir en una ciudad sin ley, suministros, comida, agua ni protección de ningún tipo, merece la pena a cambio de tener la pequeña oportunidad de unirse a sus filas.

Y luego, está Gavriel, un vampiro extraño y ancestral que se comunica y habla como un príncipe de las hadas y que tiene muy superado el dilema moral de alimentarse de otros humanos. Gavriel, que aparece al comienzo de la novela encadenado y que va como un alma libre, cuyo gran atributo es comportarse, para ser un monstruo, con mucha más empatía y autocontrol que prácticamente ningún humano de la novela.

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El chico había asegurado que sería como un eclipse de sol y la luna en el celo, un enlace de todas las cosas claras y oscuras.

Una historia de paralelismos monstruosos y un toque de amor

A pesar de lo dicho anteriormente, Gavriel es un contrapunto romántico interesante. No solo no abusa de sus conocimientos centenarios ni la trata con un paternalismo condescendiente, sino que respeta todas sus decisiones, la apoya en sus cruzadas aunque no esté de acuerdo con ellas, la protege incluso de sí mismo y no la recrimina cuando esta toma alguna que otra decisión estúpida.

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Tana se mordió la lengua. Se la mordió con fuerza. El dolor atravesó sus terminaciones nerviosas y se convirtió por obra de alquimia en algo similar al placer. Cuando abrió la boca para recibir la de Gavriel, estaba inundada de sangre acumulada.

Él gimió al paladearla, sus ojos rojos se desorbitaron con un gesto de sorpresa y de algo parecido al miedo. Le sujetó los brazos mientras presionaba su cuerpo sobre la pared de ladrillo, dejándola inmovilizada.

Y, al mismo tiempo, existe una correlación divertida entre Tana y este Gavriel enajenado: que ambos empiezan a reírse a carcajadas en una especie de escena que parece salida de una mezcla entre el manga de Hellsing de Kohta Hirano y el de Soul Eater de Atsushi Ohkubo. Ambos pecan de esperar siempre lo mejor de todo el mundo (como con Lucien o Midnight) y se comportan con el resto como les gustaría ser tratados en todo momento.

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En conclusión ¿merece la pena embarcarse en este viaje a una Coldtown?

Si nos referimos a leerse el libro, definitivamente sí. Si bien tiene toques juveniles, está claro que Holly Black sigue sabiendo cómo crear universos atractivos de los que te enganchas y que hacen que la experiencia de leerte 500 páginas sea una auténtica delicia.

Puedes o no sentir empatía por la protagonista o conectar más o menos con la relación romántica que subyace como telón de fondo en La chica más fría de Coldtown. Sin embargo, si de algo estoy completamente segura, es que se trata de una novela que te apasionará si uno de tus placeres culpables fue ver Crepúsculo en su momento y soñar con la idea de pasarte el resto de tu vida sin temor a que esta algún día acabe.

Estoy deseando que salga la segunda parte. Supongo que, mientras tanto, siempre nos quedará revisitar la Saga de los habitantes del aire.

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