Tana vive en un mundo en el que existen ciudades amuralladas llamadas Coldtowns. En ellas, monstruos y humanos coexisten de un modo decadente en el que tan pronto eres depredador como presa. Y una vez cruzas sus puertas, jamás puedes salir.
Una mañana, tras una fiesta en apariencia bastante normal, Tana se despierta rodeada de cadáveres. Solo hay otros dos supervivientes de la masacre: su insoportablemente entrañable exnovio, infectado y al límite, y un misterioso chico que carga con un terrible secreto. Para salvar sus vidas, a Tana no le va a quedar más remedio que ir directa al opulento y cruel corazón de la mismísima Coldtown.
La sangre del vampiro dejaba un regusto a tardes sombrías, a limaduras metálicas, a lágrimas que vibraban y corrían por las gruesas raíces de las venas para luego gotear con la lentitud del sirope, cubriendo la boca, los dientes y la mandíbula.
Sintió como si su piel se hubiera prendido fuego. Se había convertido en papel de encender, que se achicharraba y estaba a punto de quedar reducido a humo negro y ceniza.
Puede que no seamos más que nosotros mismos, presas de un ansia incontenible; los mismos individuos de siempre, con un par de asesinatos accidentales sobre nuestras espaldas. La humanidad despojada de los ruedines de la bici, bajando en picado por una colina empinada. La humanidad dotada de poder y liberada de las restrucciones de las conscecuencias. La humanidad alejada de todo cuanto nos hace humanos.
La noche es joven y tu amigo está muy cansado. Deberíamos confeccionarle un lecho… «y una corona de flores y un sayo,, todo ello bordado con hojas de mirto».
[…] bebió su sange, un caldo añejo y macabro, producto de alguna bodega olvidada. Se sintió como Perséfone en el inframundo, con las semillas de granada reventando entre sus dientes y el jugo deslizándose sobre su lengua, y cuanto más ingería, mayor era su ansia. Sintió como si su piel estuviera ardiendo por dentro, su cuerpo se estremeció con una sensación exquisita.
El chico había asegurado que sería como un eclipse de sol y la luna en el celo, un enlace de todas las cosas claras y oscuras.
Tana se mordió la lengua. Se la mordió con fuerza. El dolor atravesó sus terminaciones nerviosas y se convirtió por obra de alquimia en algo similar al placer. Cuando abrió la boca para recibir la de Gavriel, estaba inundada de sangre acumulada.
Él gimió al paladearla, sus ojos rojos se desorbitaron con un gesto de sorpresa y de algo parecido al miedo. Le sujetó los brazos mientras presionaba su cuerpo sobre la pared de ladrillo, dejándola inmovilizada.