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La bruja de Ravensworth: la novela gótica que pocos recuerdan

La Insomne ÚLTIMA MODIFICACIÓN: 24 Febrero 2025
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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La bruja de Ravensworth: la novela gótica que pocos recuerdan

Entre las numerosas novelas góticas que proliferaron a principios del siglo XIX, La bruja de Ravensworth de George Brewer es una de las menos conocidas pero más interesantes para poder abordar en una noche de tormenta. Y es que esta obrita de apenas 196 páginas cuenta con todos los elementos que esperarías dentro del género: un noble sin escrúpulos, una bruja misteriosa, un castillo tétrico y pactos oscuros.

Publicada en 1808, la obra narra la historia del barón de La Braunch, un noble arruinado que, tras volver de las cruzadas, decide que cualquier medio es válido para recuperar su fortuna, incluso si eso significa aliarse con fuerzas sobrenaturales.

Argumento de La bruja de Ravensworth

S. XII. El barón La Braunch, nuestro "héroe" (si es que podemos llamarlo así) regresa de las cruzadas con más cicatrices que honor y más ambición que escrúpulos. Lejos de conformarse con su mala fortuna, decide que la mejor forma de recuperar su estatus es casarse con lady Bertha, una rica viuda que comete el error de su vida al creer en sus falsas promesas de amor.

Lo que podría haber sido un simple cuento de cazafortunas se tuerce cuando, durante el banquete de bodas, una misteriosa bruja irrumpe para maldecir a la novia. Pero el barón, lejos de asustarse como cualquier persona sensata haría, ve en esta bruja una oportunidad de oro. La de conseguir, a través de ella, librarse del hijo de Lady Berta y ser así, él, el único heredero de su fortuna si algo le ocurriera.

Así comienza una espiral de pactos oscuros, pasadizos secretos y ambición desmedida. Todo ello ambientado en un castillo gótico tan tétrico y atmosférico como cabría esperar de una novela de 1808.

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Contexto histórico y cultura de La bruja de Ravensworth

1808. En mitad de un turbulento momento histórico, George Brewer, un misterioso escritor inglés del que apenas se sabía nada (salvo que era hijo de un experto en arte y que pasó por las marinas británica y sueca), publicó esta pequeña obrita gótica. Y es que La bruja de Ravensworth llegó en el momento perfecto: la literatura gótica estaba en su punto álgido gracias a obras como El castillo de Otranto de Horace Walpole o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, que habían abierto el camino a historias donde los castillos tenebrosos, las maldiciones y los pactos oscuros eran el pan de cada día.

No es casual que este tipo de literatura triunfara precisamente entonces. Europa estaba sumida en las guerras napoleónicas (1803-1815), un periodo de absoluta incertidumbre política donde la sociedad se transformaba a pasos agigantados por la Revolución Industrial. Las fábricas empezaban a dominar el paisaje urbano, las ciudades crecían sin control y la miseria se extendía entre la clase trabajadora. En medio de tanta confusión y cambio, la novela gótica ofrecía el escape perfecto: historias donde el verdadero enemigo era sobrenatural y los miedos podían enfrentarse desde la seguridad de un sillón junto al fuego.

Brewer supo aprovechar este momento y añadió su propio toque al género: una bruja como protagonista activa de la trama, algo poco común incluso para los estándares de la época. Si bien las brujas ya aparecían en la literatura gótica, solían ser personajes secundarios o simples elementos decorativos para aumentar la atmósfera tétrica. En La bruja de Ravensworth, sin embargo, esta misteriosa mujer no solo desencadena los acontecimientos, sino que se convierte en una pieza clave para explorar temas como la ambición desmedida y la corrupción moral. Una decisión que, vista desde nuestra perspectiva actual, hace que la obra destaque entre sus contemporáneas.

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La retama del páramo estaba en plena floración y sus cabezuelas amarillas conformaban un paisaje bello y pintoresco que recibía un segundo matiz de los rayos de sol que descendían hacia el horizonte. 

El verdadero poder en la sombra: las mujeres de Ravensworth

Uno podría esperar que en una novela gótica de 1808 las mujeres no fueran más que un trofeo o un elemento decorativo más del castillo tenebroso. Sin embargo, La bruja de Ravensworth esconde bajo su aparente simplicidad una deliciosa ironía: todas las figuras femeninas de la obra ostentan un poder que demuestra que el barón de La Braunch no es más que un titere.

Un títere movido por sus bajos instintos pasionales, glorificado por una sociedad que le ha otorgado el honor del nacimiento y el renombre de sus glorias pasadas en Tierra Santa a las que se hace referencia por encima y que solo busca complacer sus más bajos instintos. De esta forma, movido por la arrogancia que le confiere su título y su masculinidad, el barón de La Braunch cree tener el poder y el control de cuanto sucede en su castillo y no hace falta introducirte demasiado en la obra para darte cuenta de que para nada es así.

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Y es que esto se puede ver desde la presencia de sus sirvientes: un alcohólico y un matemático que se escaquean continuamente de su trabajo, demostrando la incapacidad del barón por llegar a derechas su hogar. Sin embargo, donde realmente radica la magia interpretativa de La bruja de Ravensworth es en la presencia de las mujeres. Todas y cada una de ellas son dueñas de su destino, lógicas, inteligentes y cuentan con, en realidad, todo el poder dentro de la obra.

Desde la bruja, a la que el barón cree manipular para sus propios fines, sin comprender que es él quien está siendo manipulado y quien recibe continuamente las órdenes (cuándo se ejecutarán los hechizos, cuándo y cómo puede ir a visitarla, cuál es el pago en cada caso), hasta la propia Lady Bertha quien, lejos de ser la típica víctima gótica, demuestra una fortaleza moral que contrasta con la debilidad de carácter de su esposo.

Incluso en la aparentemente humilde casa del leñador, es la mujer quien realmente sostiene las riendas del poder doméstico. Brewer, quizás sin pretenderlo, nos entrega una obra sorprendentemente moderna en su retrato del poder femenino: no como algo explícito y desafiante, sino como una fuerza silenciosa, pero imparable, que opera en las sombras mientras los hombres se jactan de un control que realmente no posee.

El teatro de la brujería: cuando la magia es puro espectáculo

La bruja de Ravensworth esconde un secreto a voces: su autor, antes que novelista, era dramaturgo. Y vaya si se nota. Cada aparición de la bruja está cuidadosamente coreografiada como si de un espectáculo de magia victoriano se tratase, repleta de efectos visuales y sonoros que cualquier ilusionista de la época reconocería como propios y que, ante los ojos del lector, hieden a teatrillo barato de mago.

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Sabía que debía usar sus recursos: sabía que tan solo la bruja podía ayudarlo, que lo haría solícitamente por la animosidad natural que le tenía al bien. 

No es casualidad que en los momentos más críticos de la trama, justo cuando la bruja lanza una de sus proféticas maldiciones o hace una promesa importante, el aire se llene de truenos, el viento azote con furia o las velas parpadeen misteriosamente. Son trucos escénicos básicos, sí, pero tremendamente efectivos a la hora de crear atmósfera que aterran al aristócrata y que, de alguna manera, tan bien parecen quedarle a la bruja. Incluso las visitas del barón a la choza siguen un patrón teatral: la bruja siempre aparece en la misma pose estudiada, como una actriz que conoce exactamente su marca en el escenario y que, de forma deliberada, recrea la imagen popular de una bruja satánica en su choza malvada.

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Está claro que en las actuaciones y en la aparición de la bruja hay trampa y cartón. Para empezar, por su inclinación a ayudar al barón sin casi recompensa. Para seguir, porque una mujer capaz de conectarse con los demonios más poderosos no viviría en un estado de ruina absoluta, y para seguir porque cuenta con una verborrea y un discurso poético extremadamente complejo y elocuente que despliega en mitad de su choza del bosque, haciendo que te preguntes si es un defecto en la construcción de la obra o una pista sobre la realidad.

Todo en ella es puro teatro: desde sus risas histéricas hasta sus bailes frenéticos, pasando por esos cánticos que parecen extraídos de un libreto dramático. Brewer demuestra que antes de dominar la pluma, dominó las tablas, y convierte cada escena de brujería en un espectáculo donde la magia negra y las artes escénicas son una misma cosa.

La bruja como arquetipo: entre el cuento de hadas y la novela gótica

La bruja de Ravensworth destaca por ser una de las primeras novelas inglesas en centrar su narrativa en la figura de la bruja como personaje principal, adelantándose incluso a obras posteriores como The Lancashire Witches de William Harrison (publicada en 1848). A diferencia de esta última, que se inspiraba en hechos históricos, Brewer opta por una aproximación puramente fantástica que bebe directamente de los cuentos de hadas tradicionales.

De cualquier forma, es importante señalar que la bruja de Brewer no es una simple hechicera. Mientras las hechiceras en la literatura de la época podían moverse en una escala moral ambigua, practicando tanto magia benéfica como maléfica, la bruja de Ravensworth encarna la depravación moral en su estado más puro: devora niños, practica el vampirismo y mantiene pactos directos con fuerzas infernales.

 

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Esta caracterización se refleja en su descripción física, que sigue fielmente los arquetipos de los cuentos populares: ojos pequeños y hundidos, nariz ganchuda, y un aspecto general que inspira repulsión. Su morada actúa como una extensión de su propia naturaleza corrupta: alejada de toda civilización, rodeada de hierbas venenosas y envuelta en aires pestilentes. Hasta los elementos típicos como la escoba o sus animales familiares se presentan como símbolos inequívocos de su conexión con el infierno. Así, podemos ver cómo las influencias de los cuentos de los hermanos Grimm se hacen evidentes, especialmente de historias como Hansel y Gretel o Rapónchigo, donde la bruja devoradora de niños es un elemento central. Sin embargo, Brewer va más allá del simple arquetipo y construye un personaje con una agenda propia y una inteligencia que la eleva por encima del mero antagonista sobrenatural.

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[…] el más rebelde de los sometidos al diablo es el hombre 

La bruja de Ravensworth: fantasía gótica disfrazada de historia medieval

Es tentador clasificar La bruja de Ravensworth como una novela histórica de terror, pero al analizarla más detenidamente, el calificativo se desmorona. Aunque Brewer ambienta su obra en el pasado y utiliza referentes históricos como el rey Eduardo el Mártir y el príncipe Etelredo el Indeciso, es evidente que estos elementos no son más que decorados prestados para enriquecer la atmósfera gótica. La acción tiene lugar en el siglo XII, pero las menciones a Eduardo y Etelredo, figuras del siglo X, son anacrónicas y revelan que el autor no pretendía lograr fidelidad histórica. Más bien, se trata de una estrategia narrativa para evocar un aire de leyenda y tragedia, características comunes en el género gótico.

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La falta de rigor histórico de Brewer podría explicarse por la influencia de otras novelas góticas populares de la época, como El castillo de Otranto de Horace Walpole, en la que la verosimilitud histórica también pasa a un segundo plano. Brewer utiliza elementos medievales no para explorar el pasado de manera realista, sino para sumergir al lector en un escenario donde la superstición, la violencia y el misterio sobrenatural son los verdaderos protagonistas.

En este sentido, la novela parece más interesada en ofrecer una atmósfera cargada de simbolismo que en adherirse a una cronología precisa. La bruja de Ravensworth es, por tanto, más una fantasía gótica que una novela histórica, utilizando un marco temporal vago para crear un telón de fondo atractivo y evocador. Su foco no está en representar la vida o los eventos históricos de la Inglaterra medieval, sino en explotar sus clichés para subrayar los temas de ambición, decadencia y corrupción moral.

Entonces… ¿vale la pena adentrarse en La bruja de Ravensworth?

Si bien La bruja de Ravensworth no es una obra que vaya a revolucionar tu forma de entender la literatura ni un imprescindible que recomendaría a todo tipo de lector, tiene su lugar como curiosidad dentro del panorama de la novela gótica. No es un texto que destaque por la profundidad de su narrativa ni por lo emocionante de su guion. De hecho, comienza de manera apresurada, con un desarrollo que parece atropellarse en su urgencia por plantear el conflicto central, y culmina con un deus ex machina tan desmesurado como espectacular, que encaja dentro de los arquetipos narrativos de la época pero que, leído hoy, se percibe un poco como si el autor hubiera hecho trampas.

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Dicho esto, la obra tiene valor como pieza cultural y literaria, especialmente para aquellos interesados en las figuras de las brujas o en los cimientos de la literatura gótica. Es un buen ejemplo de cómo el género comenzó a explorar personajes femeninos más activos y cómo las supersticiones y atmósferas medievales se utilizaban para construir relatos llenos de simbolismo y moralidad. Desde este prisma, Brewer ofrece una obra que amplía los horizontes culturales y enriquece el conocimiento sobre las primeras incursiones literarias en estos temas, pero desde ya te aviso que tampoco te va a apasionar.

En definitiva, La bruja de Ravensworth es una obra para quienes disfrutan explorando los inicios de la novela gótica o para aquellos fascinados por el tratamiento literario de las brujas a lo largo de los siglos. Para los demás, quizá sea mejor mantenerla en el estante de las curiosidades, como un eco lejano de las sombras y supersticiones que tanto definieron los miedos de épocas pasadas.

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