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El violeta: un cómic sobre cómo era ser homosexual en la época franquista

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - El violeta: un cómic sobre cómo era ser homosexual en la época franquista

Nadie recuerda lo que fue, nadie recuerda lo duro que debió ser (y que en algunos casos y países sigue siendo), tener que mentirte continuamente por haber nacido de forma diferente, tener que fingir delante de la gente y mantenerte en un estado de continua guardia, simplemente porque temes que toda tu vida se vaya al carajo por culpa de una sociedad injusta e intransigente.

Nadie recuerda lo que era ser homosexual en la época franquista. Menos mal que existen obras como El violeta para recordárnoslo.

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La historia que cuenta El violeta

El violeta nos introduce en la vida de Bruno: un joven que acaba de cumplir los dieciocho años y que acude al cine Ruzafa en la sesión de noche donde espera encontrarse con otros hombres homosexuales como él. Pero, lamentablemente, la policía secreta de Franco le tiende una trampa, lo arrestan, le pegan una paliza y lo encarcelan.

A partir de ese momento, el cómic de El violeta nos permitirá ver en primera persona cómo es vivir en una sociedad franquista e intolerante y tener que fingir y mentirle a todo el mundo para poder adaptarte. Bruno será violado, torturado y sodomizado en varias ocasiones para que delate a otros “violetas” como él. Cuando su padre regresa a por él y lo saca de prisión, Bruno tendrá que hacerle frente a una dura decisión: o se mantiene fiel a sus principios y a quién es él, o decide seguirle la corriente a la sociedad para poder vivir a salvo.

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Una obra maestra capaz de levantar ampollas

Lo primero que te llama la atención de El violeta es el estilo costumbrista y campechano que se muestra en las primeras viñetas y que a mí, personalmente debido a su colorimetría, me recordó en mucho a Don Barroso, la genial obra de Zarva Barroso. Pero esto no durará demasiado tiempo.

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Marina Cochet, encargada del dibujo y la ilustración de El violeta, realiza un magnífico trabajo al desaturar por completo cada viñeta y cada escena, transmitiendo la opresión y la falta de emociones que se viven en una España franquista donde debes sospechar de todo el mundo. Sin libertad para amar, la vida carece de colores y de esperanza y eso es precisamente lo que transmiten sus numerosos fondos negros y oscuros, sus trazos sucios y emborronados y sus rostros continuamente asimétricos, como si los personajes estuvieran sometidos siempre a una presión que les hiciera sufrir un dolor crónico.

Antonio Mercero y Juan Selpúveda son los encargados del guión en un historia que no se queda con lo superficial, no busca solamente el drama fácil o sacar sangre de un asunto pasado. El Violeta realiza la imprescindible tarea de recordar que en España también hubo campos de concentración para homosexuales, que estos también fueron sometidos a torturas, violados, ninguneados y que hubo un brutal exilio por parte de hombres y mujeres cuyos únicos crímenes fueron amar a todos como ellos.  

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La obra, aunque no está basada en hechos reales, pero sí que cuenta con algunos elementos reales y, además, una profunda documentación basada en informes médicos, policiales y testimonios de expresos que durante años fueron sometidos a torturas o a un trato vejatorio y que la cárcel sacaba su lado más animal.

Sin embargo, hay dos elementos inspirados en personajes y localizaciones reales: la turronería en la que trabajaba Bruno al principio de la obra y la anciana y adorable Tía Julia, que aparece junto a su primo Enriquito en un compendio de fotografías al final del cómic.

Sobre los escenarios y Tefía

Cuando empiezas a leer El violeta es normal que te rechine el estilo artístico de Marina Cochet o la forma que tiene de apelmazar las viñetas, que en ocasiones pierden su orden de lectura convencional al intentar incluir más diálogo y contenido del que cabría en una página. En ese sentido sí que he echado de menos viñetas más grandes, que se variara de vez en cuando los tamaños de las escenas para ofrecernos una panorámica de las cárceles o de los momentos más intensos debido a su contenido.

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Lo que está claro es que El violeta no se modera nada en absoluto al enseñarnos los horrores de la represión franquista contra los homosexuales. Su lenguaje es violento y directo, las torturas por parte de la policía y sus mensajes cargados de odio escuecen tanto en los dedos del lector que sujeta el cómic como en el rostro del propio Bruno.

Uno de los espacios más aterradores de toda la novela, comparable a las reconstrucciones de los campos de exterminio de Auschwitz, es el campo de trabajo de Tefía: un lugar desértico donde los capataces y policías se comportan con una inhumanidad de la que veríamos incapaces de ejercer a nuestros vecinos y que, sin embargo, está siempre presente. En ella, amparados por la llamada ley de Vagos y Maleantes y la posterior ley de Peligrosidad Social, los policías torturaban a los presos hasta romperles las rodillas o les hacían trabajar bajo las inclemencias del sol hasta matarles.

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Para poder escenificar correctamente tal infierno, Juan Selpúveda se inspiró en la historia real de Octavio García, superviviente del campo de Tefía creado en España en 1952 mientras que Marina Cochet opta por contrastar con fuerza el cielo y el mundo del resto de España, desaturado y gris, dotándolo de un tono degradado naranja y amarillo que quema las retinas y transmite el ardor del sol.

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¿Merece la pena este cómic? ¿Merece la pena prescindir de una parte de lo que somos para vivir mejor?

El violeta me ha sacudido las entrañas, y solo lamento no haberlo tenido en mis manos antes y no haber podido predicar lo necesario que es en una España que no supera la quemazón de la Guerra Civil y la época franquista y a la que parece molestarle que se saque el tema de las exhumaciones, que se pinte sobre la tumba de un dictador o que se salga a la calle para reclamar los derechos de la comunidad LGTBI.

-¿Y por qué los heterosexuales no tenemos nuestro día? - Preguntan muchos.

El violeta es un magnífico ejemplo de por qué los heteros no tienen un día del orgullo hetero: porque en España en ningún momento fueron los discriminados por sus preferencias sexuales, ningún “bizco” les sodomizó por orden de la policía y no recibieron injustas penas de 3 a 5 años de cárcel solamente por estar sentados en el banco de un parque “presuntamente” homosexual.

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El violeta es un acierto en todos los sentidos: desde el diseño de Bruno, un muchacho desgarbado y extremadamente delgado que rezuma su introversión y su culpabilidad en cada escena, hasta la construcción de Maricruz: una muchacha inteligente y sumamente buena atrapada en un matrimonio de conveniencia con un hombre secretamente gay que se debate entre el odio que le profesa su hijo, la decepción que siente su mujer hacia su vida y el desprecio que siente él mismo hacia él. Y además, algo que simplemente me encantó, es que también retratan a los propios homosexuales corruptos dentro de la cárcel que pagan a los guardias por violar a un compañero o someterlo por la fuerza, evitando caer en el saco de “todos los gays son buenas personas y los heterosexuales son unos intolerantes”. Las generalizaciones son odiosas, y en este caso no caen en ella.

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Pero… al fin y al cabo… él tiene una buena vida ¿no es cierto? ¿No tiene acaso un trabajo remunerado en una época de carestía, una mujer feliz y contenta y un hijo inteligente? Lo cierto es que la decisión que debe tomar Bruno, renunciar a una parte tan importante para él mismo como es su sexualidad y su preferencia hacia los hombres lo mantiene en una constante depresión mezclada con ira que lo convierten en una bomba de relojería.

Y a pesar de todo, a pesar de todo el dolor y sufrimiento al que Bruno es sometido, de alguna forma permanece fiel a sí mismo. Porque desde el principio hasta el final, sigue siendo una buena persona.


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