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El vellocino de oro, opinión de la mejor versión de la historia de los Argonautas que vas a encontrarte

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Imágen destacada - El vellocino de oro, opinión de la mejor versión de la historia de los Argonautas que vas a encontrarte

Nunca es fácil aproximarse a una obra clásica. O, al menos, no lo es si te lo planteas como Robert Graves. Este rebelde autor inglés heterodoxo que encontró su muerte en Mallorca ha decidido desvestir el cuento de Jasón y los Argonautas y realizar una aproximación histórica, apasionada, fidedigna y cuanto menos, plausible, al viaje que estos héroes realizaron hace años de Yolcos hasta Cólquide en busca de una reliquia sagrada.

A lo largo de sus 672 páginas, El vellocino de oro deslumbra por la clarividencia de su discurso, por la manera tan veraz que tiene de contar los salvajes sucesos que planteó la expedición, las sangrías y matanzas, las canciones de Orfeo, el encuentro con decenas de civilizaciones tan diferentes de la nuestra y por hacer relucir el culto a la Triple Diosa sagrada en una época en la que los aqueos empezaron a imponer un culto patriarcal entre un mundo de reinos, poblados y aldeas poliamorosas, matriarcales y dominadas por rituales que hoy en día nos suenan del todo extraños.

Leer El vellocino de oro es aproximarse a un pedazo de nuestra historia olvidada hace mucho, perdido en las profundidades del mar y soterrado bajo historias de dioses celosos y doncellas cazadoras. Y, lo mejor de todo, es que Robert Graves lo aborda de una forma absolutamente maravillosa. Déjame que te cuente cómo ha sido para mí la experiencia de leer El vellocino de oro.

Argumento de El vellocino de oro

Hace mucho, mucho tiempo, el pequeño Anceo dio con sus huesos en una isla del Mediterráneo poblada por Los Hombres Cabra: adoradores de la Triple Diosa, veloces, matriarcales y asesinos. Allí, el anciano será conducido hasta Deiá, donde una sacerdotisa, curiosa, escuchará su historia: la de cómo se embarcó con otros héroes notables e hijos de dioses en una misión sagrada por recuperar una reliquia sagrada de Cólquide y cómo esto no trajo más que sufrimiento para los que sobrevivieron.

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Esta es la historia de cómo el hijo de un rey sin poder, Jasón, fue criado por el Clan Adorador de los Caballos, conocidos más tarde como los centauros, y cómo, en una artimaña urdida por su tía, el usurpador al trono, se ve obligado a embarcarse en una misión suicida: atravesar el mar para hacerse con una reliquia sagrada conocida como El vellocino de oro custodiada por una civilización hostil conocida como Cólquide.

Así se echa a la mar el Argo, una tripulación capitaneada por un joven cuyo único don es la belleza y acompañado de grandes héroes de todas las partes de Grecia en busca de su momento de gloria y fama.

La aproximación realista del autor a la historia de los argonautas **

La historia que Robert Graves teje no es una aventura al uso: si estás buscando acción trepidante, harpías malvadas y una serpiente marina atacando un barco, quizás te lleves una decepción, porque precisamente lo que el autor realiza es una meticulosa y entretenidísima labor de reconstrucción histórica. Su aproximación a El vellocino de oro es el resultado de una exhaustiva investigación en la que ha consultado a autores como Sir James Frazer en obras como Totemismo y exogamia, a Valerio Flaco en Argonáutica, y a Ovidio en una de sus Epístolas, entre otras muchas referencias culturales fascinantes que amplía en el epílogo de la obra.

Esta tarea de documentación titánica incluye no solo un estudio sobre la posibilidad de que hubiera aves migratorias en una isla específica del Mar Negro en la época en que los Argonautas estaban por la zona y que determina si incluir o no el famoso episodio de las aves del Estínfalo, sino también una meticulosa aproximación al hecho de qué personajes realmente formaban parte de la tripulación de los Argonautas. A lo largo de los siglos, varios clanes y reinos proclamaron que sus antepasados participaron en la legendaria búsqueda del Vellocino de Oro, un acto que buscaba otorgarles honor y heroísmo a sus casas. Este fenómeno ha hecho que la historia de los Argonautas se expanda y se enriquezca con una variedad de héroes y hazañas, algunas de las cuales son más fruto de la imaginación y la propaganda que de la realidad histórica, obligando al autor a cuestionar si personajes como Orfeo realmente formaron parte de la tripulación y si Hércules y su hijo Hilas también estuvieron presentes.

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Siguieron navegando y el sol calentó a los durmientes, favoreciendo su sueño. Costearon la planta del pie de Palene y divisaron las montañas de la frondosa península de Sitonia, que termina en una colina cónica llamada Colina de las Cabras. El pequeño Anceo y Orfeo dormían ya, pero Jasón despertó a los otros para que desayunaran, y vieron cómo la tercera península, la de Acte, aparecía al nordeste. La península de Acte es escabrosa y está toda surcada por barrancos; a su pie se alza el monte Atos, un gran cono blanco ceñido por oscuros bosques. Allí decidieron desembarcar para buscar agua y para darse el gusto de andar en tierra firme, pero no pudieron quedarse mucho tiempo porque Corono, conocedor del tiempo, miró el cielo y anticipó que el viento no duraría mucho más.

Graves aborda estos desafíos con una notable maestría. No se limita a recopilar datos, sino que los entrelaza en una narrativa coherente y apasionante, dotando de vida y profundidad a cada uno de los personajes. Su habilidad para combinar elementos históricos y mitológicos proporciona una experiencia de lectura enriquecedora, que trasciende la mera aventura para ofrecer una reflexión sobre la naturaleza del mito y la historia.

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El culto a la Triple Diosa: el origen de los Olímpicos y el conflicto religioso subyacente en las motivaciones del viaje

Por más que pudiera parecer lógico que la historia de El vellocino de oro comenzara con Jasón recibiendo el encargo a menos de su tío Pelias, Robert Graves dedica el comienzo de la novela a desgranar el tipo de culto que existía en Europa en aquella época hacia la Triple Diosa, un sistema de creencias profundamente arraigado en una sociedad matriarcal. Este culto otorgaba una posición central a las mujeres, situándolas como pilares fundamentales de la sociedad y creando todo un sistema ritual basado en el poliamor, las orgías rituales como forma de fertilización de los campos en primavera y, en ocasiones, el aparentemente necesario sacrificio y desmembramiento humano.

Todo esto cambia cuando los aqueos y minias llegan y conquistan varios reinos del sur, imponiendo en su lugar un culto olímpico y una sociedad totalmente patriarcal donde la virtud de las mujeres empieza a ser algo que deben salvaguardar y donde, de alguna manera, las religiones son incapaces de convivir, ya que presentan una forma de organización política y social totalmente opuesta. Así, El vellocino de oro dedica al menos las 150 primeras páginas en explicarte este brutal cambio religioso, social y cultural y cómo se llegó a un consenso en un concilio religioso por fragmentar a la Triple Dios y relegarla a deidades femeninas subordinadas a figuras masculinas del panteón olímpico, como Hera, Perséfone y otras, con la notable excepción de Artemisa, cuya castidad iba en contra de la adoración previa a la Triple Diosa, que celebraba la fertilidad y la maternidad.

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Eurínome continuó viviendo en la tierra, el mar y el cielo. Su ser terrestre era Rea, con aliento de flor de aulaga y ojos color ámbar. Un día, bajo su aspecto de Rea, fue a visitar Creta. Del cielo a la tierra hay una gran distancia, la misma, en efecto, que separa la tierra del mundo subterráneo, la distancia que recorrería un yunque si se desplomara por el espacio durante nueve días y nueve noches. En Creta, sintiéndose otra vez sola, Rea formó, con sol y aire, un dios-hombre llamado Crono para que fuera su amante. Para satisfacer sus anhelos maternales, dio a luz cada año, a partir de entonces, un hijo del Sol en la cueva de Dicte; pero Crono sentía celos de los hijos del Sol y los mataba, uno tras otro. Rea ocultaba su disgusto.

Este choque cultural se hace evidente cuando el pequeño Anceo, en Deià, Mallorca, relata a una sacerdotisa cómo los griegos consideran que los hombres son el verdadero pilar de la sociedad. Anceo explica que, en Grecia, los hombres toman a las mujeres en matrimonio y les impiden mantener relaciones sexuales con otros hombres, una práctica que contrasta drásticamente con las sociedades matriarcales adoradoras de la Triple Diosa, donde las mujeres gozaban de una mayor libertad sexual y social. Sin embargo, a lo largo del viaje de los Argonautas, nos encontraremos continuamente con este choque cultural y religioso conforme los minias (de nacimiento o adoptados) se van encontrando con diferentes pueblos con sus fascinantes ritos funerarios, prohibiciones alimenticias, historias pasadas, tradiciones y mucho más. Así, conoceremos a las mujeres de Lemnos que, ultrajadas por el intento de sus maridos por imponer a las deidades olímpicas, acuerdan asesinarlos a todos mientras duermen y fundar una isla solamente femenina; o los cólquides que prohiben enterrar a los hombres bajo tierra o cremarlos y que los cuelgan de los árboles para que los pájaros se alimenten de ellos.

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En Mirina iba a celebrarse un gran festival en honor de los dioses olímpicos. Al llegar el día del festival, la gran sacerdotisa envió espías, quienes, al anochecer, lo informaron de que los hombres ya estaban tendidos en la plaza del mercado, completamente borrachos. Y ocurrió que las mujeres, que habían enloquecido por haber masticado hojas de hiedra y haber bailado desnudas a la luz de la luna, bajaron corriendo a Mirina al amanecer y mataron a todos los hombres sin excepción y también a todas las mujeres tracias. En cuanto a los hijos, perdonaron a las niñas, pero cortaron la garganta de todos los varones, sacrificándolos a la diosa doncella Perséfone, para evitar que en años futuros pudieran realizar actos de venganza. Todo esto se hizo en un éxtasis religioso, y volvieron a establecerse los antiguos ritos del culto en el santuario del promontorio.

No hay arpías, monstruos marinos ni apariciones divinas.

Y es que Robert Graves tiene claro que los monstruos que acompaña el cuento de los Argonautas no son más que malas interpretaciones de los grabados pictográficos con los que se registró la historia y producto de la imaginación colectiva. En un momento en el que las creencias religiosas eran uno de los motores del avance y el conflicto histórico, Graves le da un sentido real a la presencia de los centauros (hombres del clan del caballo igual que Hércules era del clan del león), las harpías son buitres gigantes, etc.

De esta forma, cualquiera que pueda infundir temor o confianza en su discurso apelando a una orden divina es capaz de cambiar el curso de la historia. Esto puede verse no solamente con algunos argonautas, cuando afirman poder hablar con Zeus, sino también a través de Medea y otras mujeres ligadas a un supuesto poder divino, que emplean la superstición y la devoción para guiar la voluntad de los hombres.

En este contexto, El vellocino de oro no solo narra una epopeya heroica, sino que también ofrece una reflexión profunda sobre la naturaleza del mito, la religión y el poder, mostrando cómo las antiguas creencias y los nuevos dogmas chocaban y se entrelazaban en el tumultuoso mundo del Mediterráneo antiguo.

Una tripulación llena de personajes memorables

Una de las grandes virtudes de El vellocino de oro es la capacidad de Robert Graves para construir una historia en la que cada uno de los Argonautas, al menos los más importantes, gana su propio protagonismo. Graves logra que el lector recuerde no solo a los famosos Orfeo, Jasón, Hércules y Atalanta, sino también a otros personajes cuya profundidad y humanidad resuenan más allá de las páginas.

Por ejemplo, Meleagro, con sus celos y conflictos internos, se presenta como un personaje complejo y lleno de matices ya que su profundo amor por Atalanta está condenado al no poder consumarlo para no ofender a la diosa cazadora. Idas, con su falta de respeto y machismo, añade un toque de realismo a la dinámica del grupo, mostrando que no todos los héroes eran necesariamente honorables. Castor y Pólux, los espectaculares boxeadores, destacan por su fuerza y habilidades, pero también por su lealtad fraternal. Periclímeno, con sus poderes mágicos, y Linceo, con su vista aguda, aportan elementos de lo sobrenatural que se entrelazan con la realidad cotidiana del viaje.

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Pero Atalanta había atrapado una liebre y la estaba comparando en tamaño y peso con el pez que había pescado Melampo, cuando se oyeron unos tremendos bramidos del otro lado de la colina y vieron a Hércules bajando con paso airado por la montaña, demasiado tarde para obtener el premio, con un oso joven que luchaba entre sus brazos.

Hércules se disgustó al descubrir que el concurso ya había finalizado. Después de hacer saltar los sesos del animal contra el costado de la nave, mostró su disgusto comiéndose crudas las partes más tiernas, sin ofrecer ni un solo bocado a nadie excepto a Hilas. Arrojó lo que quedaba del animal muerto al mar una vez reanudaron el viaje.

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Al mismo tiempo, Robert Graves no se corta a la hora de desmitificar a Jasón. A lo largo de la novela, se nos presenta a menudo como un mal líder, incapaz de reaccionar adecuadamente en situaciones críticas, cobarde ante el conflicto (como la decisión de dejar atrás a Hércules para evitar su ira tras la desaparición de Hilas) y cuyo único talento es su belleza. Sus decisiones son a menudo cuestionables, y su falta de dirección y firmeza provoca conflictos dentro del grupo, teniendo que salir siempre otro a calmar las aguas o propiciar que Orfeo los distraiga con su lira y sus canciones. Las discusiones, peleas y diferencias de opinión entre los Argonautas son frecuentes, reflejando la realidad de un grupo de individuos con fuertes personalidades y ambiciones propias.

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—[…] Jasón es un arquero experto, pero no puede igualarse a Falero o a Atalanta; tira bien la jabalina, pero no tan bien como Atalanta o Meleagro o incluso yo mismo; sabe utilizar la lanza, pero sin la habilidad y el valor de Idas; no entiende nada de música como no sea la de la flauta y el tambor; no sabe nadar; no sabe boxear; ha aprendido a manejar bien el remo, pero no es marinero; no es pintor; no es mago; su vista no es superior a la normal; su elocuencia es inferior a la de cualquiera de los presentes, exceptuando a Idas, y quizás exceptuándome a mí mismo; tiene mucho genio, es desleal, malhumorado y joven. Sin embargo, Hércules lo eligió como capitán y lo obedeció. Y vuelvo a preguntar: ¿por qué lo hizo?.

Esta representación realista y honesta de los personajes, que no los edifica sino que los muestra como seres humanos con virtudes y defectos, es una de las razones por las cuales El vellocino de oro destaca entre otras obras sobre Jasón y los Argonautas. Al humanizar a los héroes y mostrar sus conflictos internos y externos, Graves ofrece una visión fresca y auténtica de una historia mítica, permitiendo al lector conectar de una manera más profunda con los personajes y la narrativa.

En conclusión, ¿merece la pena leer El vellocino de oro?

El vellocino de oro de Robert Graves no es un libro hecho para aquellos que buscan acción constante y sin pausa. Aunque contiene muchos momentos de acción trepidante en los que realmente temes por la vida de los Argonautas, la verdadera magia de esta obra radica en su profundidad y su riqueza histórica y cultural. Graves ha creado una narrativa que se debe saborear con calma, permitiendo que cada página, cada cita y cada descripción cobren vida en tu mente y puedas volver a ella, subir un story con una foto y reenamorarte de las historias clásicas griegas.

El epílogo, en particular, es una joya que no tiene desperdicio alguno, ofreciendo una lección magistral sobre cómo se debe abordar una obra histórica, ya sea basada en un mito o en una historia real.

Es decir, que El vellocino de oro es una obra imperdible para cualquier amante de la historia, la mitología y la literatura bien construida. Graves nos lleva de la mano a través de un viaje no solo físico sino también espiritual e intelectual, mostrando la verdadera esencia de una época en la que el mito y la realidad se entrelazaban de maneras fascinantes y complejas. Uno no debe temer embarcarse en este viaje. Creedme a mí, que Mopso me dijo que los pájaros y los dioses bendecían esta lectura, y ¿cómo va a equivocarse un emisario de Zeus?

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