
Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...
¿Cómo es posible que la idea de que toda nuestra realidad sea una simulación produzca tal sensación de paz y plenitud? Hay un capítulo específico de El mar de la tranquilidad en la que un personaje secundario le comenta a Olive, autora, que su libro es una concatenación de capítulos aparentemente inconexos sin clímax evidente, y es evidente que Emily St. John está haciendo referencia a su propia obra.
El mar de la tranquilidad es una novela atípica de ciencia ficción que empieza con el tercer hijo de una familia de nobles y que acompaña a personajes que parecen no tener nada más en común que la visita de un extraño personaje llamado Gaspery-Jacques. Lo fascinante de esta obra es cómo se enclava, de una manera difícil de explicar, en uno de estos libros cuya columna vertebral la constituye una forma suave de narrar que se desliza por tus ojos con la suavidad de, vaya, de un mar de tranquilidad.
Argumento de El mar de la tranquilidad
Edwin Sr. Andrew es una desgracia para su familia. O, al menos, eso creen ellos, que lo exilian fuera de las islas una vez este se atreve a oponerse abiertamente a la presencia de la corona en la India. Esto lo llevará por accidente a la Columbia británica, donde se topará, sin pretenderlo, con una alteración extraña de su realidad.
Mirella busca a cualquiera que sepa algo de su mejor amiga después de que esta haya desaparecido, dando con un artista pagado de sí mismo cuyo vídeo promocional muestra a una joven en un bosque siendo testigo de un extraño evento.
Olive está cansada de la gira que se ha forzado a realizar por la Tierra. Nada le gustaría más que volver a su casa en la Colonia Lunar, donde su marido y su hija la esperan. Sin embargo, tiene la sensación de que una amenaza se cierne sobre la humanidad, de que quizás haya una terrible enfermedad a punto de extenderse.
Gaspery-Jacques es un joven de la Colonia Lunar 2 cuya máxima aspiración llega a trabajar como guardia de seguridad en un hotel, hasta que de pronto su hermana Zoey le da la oportunidad de conocer más por dentro el Instituto del Tiempo.
Todos ellos están conectados sin saberlo por esa anomalía extraña que ha aparecido en sus vidas en algún momento. ¿Es posible que sea una prueba de que el mundo que vivimos y todo lo que tocamos, no sea más que una simulación que se autorregula continuamente?
Una narración que fluye como el tiempo, sin grandes subterfugios.
Mientras me refugiaba en mi butaca gris a la hora de aventurarme en El mar de la tranquilidad, me di cuenta de que es una novela que tiene que encontrarte en el momento idóneo. Su estructura de capítulos cortos que se interrumpen, fluyen, se cortan, y se ensamblan unos con otros, le otorga a la lectura de una musicalidad que exige en el lector un ejercicio de fe, te pide que sueltes el control.
No es una obra trepidante, cargada de acción y giros de guion, y aunque ha sido comparada continuamente con El atlas de las nubes, la narrativa de St. John difiere en que, de alguna forma, sus capítulos hablan del placer que supone alejarse de lo conocido y familiar, dejar atrás, aunque sea temporalmente, tu familia y todo cuanto es exigido y demandado en tu día a día. Los capítulos de Edwin (mis favoritos), nos señalan con un impecable acierto el sosiego que hay detrás de sentarte detrás de una ventana y no hacer nada; tener vacaciones y vagar, como si el tiempo ya no fuera un lujo sino algo que se tiene en tanta abundancia que se puede emplear en sentarse debajo de un árbol entre las matas y mirar al oscuro e inmenso cielo que nos cubre.
Edwin es capaz de actuar, pero es propenso al reposo.
Olive Llewellyn: la autoficción pandémica y el cansancio de contar historias.
Olive LLewellyn, la escritora, es uno de los personajes con más carga dramática y más espacio en la novela, por no decir que es casi la protagonista por encima incluso de Gasperty. Su gira a lo largo de la tierra para promocionar su libro, repitiendo una y otra vez un discurso sobre las pandemias y las enfermedades hasta la extenuación, hace que de alguna forma sus capítulos sean pedacitos que flotan en su conciencia disociada.
Emily St. John es capaz de trasladar, a lo largo de estos episodios, no solo el agotamiento propio de la que convierte una historia en un modo de vida, sino también las exigencias de ser una mujer en el entorno laboral. A través de las conversaciones con conductores de aeronaves, entrevistadores y público en general, vemos cómo, los mismos que admiran su obra, critican su elección a la hora de viajar lejos para hacer la gira de Marienbad o trabajar en lugar de quedarse en casa, cuidando de su hija. Estas mismas personas son las que, después de obtener una firma de la autora, menosprecian su presencia allí a la hora de halagar a su marido por quedarse en casa cuidando de su hija, como si esos deberes pertenecieran únicamente a las mujeres.
Si es tan incómodo de leer sus capítulos es porque realmente funcionan. Emily St. John nos habla desde la autoficción a través de su alter ego literario, ya que fue durante la pandemia cuando concibió esta obra y empezó a jugar con la idea de la autoficción. Así, al igual que la propia Olive Llewellyn, St. John declaró que se encontraba a menudo sumida en la extrañeza de estar constantemente en tour, hablando de su libro a audiencias desconocidas e incluso podemos ver a Olive citando una charla sobre Station Eleven, otra de las obras de la autora.
Esta elección de convertir la autoficción personal en un personaje de ciencia ficción permite narrar el trauma pandémico de forma distanciada y reflexiva, pero emocionalmente auténtica. Olive representa ese espacio intermedio donde la literatura del “qué pasó” se funde con la pregunta sobre por qué seguimos contando historias, aunque sepamos que quizás vivamos en una simulación.
—Lo que quiero decir es que siempre hay algo. Creo que, como especie, tenemos el deseo de creer que vivimos en el clímax de la historia. Es una especie de narcisismo. Queremos creer que somos los únicos importantes, que estamos viviendo el final de la historia, que ahora, después de todos los milenios de falsas alarmas, es por fin lo peor que ha pasado, que por fin hemos llegado al fin del mundo.
El tiempo como forma de rendición (pequeños spoilers en este punto)
Es difícil hablar de El mar de la tranquilidad sin hablar a su vez de la forma en la que se trata el tiempo en esta novela, aunque para mí es un pequeño spoiler hablar de ello. Y es que sin lugara duda la obra se apoya dentro de la idea del determinismo, donde el tiempo no es lineal, ni justo, ni siquiera libre. Así, conforme vas leyendo la obra, comprendes que todas las acciones de los personajes, aunque parezcan improvisadas, realmente forman parte de una línea temporal que hace lo posible por regularse a sí misma.
Este determinismo, que además impregna con cierto desaliento las páginas de los capítulos de Olive, empapa de alguna manera también la ética del propio Instituto del Tiempo, que insisten en que los investigadores no deben cambiar los sucesos tal y como estos están documentados en sus fichas. El mandato de no tocar nada suena muy limpio en papel, pero la obra nos opone esta idea planteándonos un caso de manual del dilema del observador: si tuvieras en tu poder la capacidad de hacer que una desgracia no ocurra, ¿no lo harías?
Entonces, ¿recomendaría El mar de la tranquilidad?
El mar de la tranquilidad es la obra perfecta para aquellas personas que se ven de alguna manera sometidas a la marejada interminable de exigencias, desafíos y problemas en su día a día. Es una obra que, acompañada de un espacio de paz diario como el que yo me reservé para leerla, ofrece esa sosegada descripción de acciones y paisajes de los autores consagrados que no necesitan impresionar para vender y que a veces solo encuentras en las novelas clásicas, mezclado con la frescura de la ciencia ficción.
Es cierto que, en mi caso, ante el dilema filosófico de si vivimos o no en una simulación, esperaba quizás un final abierto, menos precipitado, menos ágil a la hora de narrar sus conclusiones, pero la conclusión general ha sido más que positiva. Después de empezar cuatro libros y abandonarlos tras leer menos de cien páginas, incapaz de empatizar ni conectar con ninguno de ellos, El mar de la tranquilidad me ha aportado exactamente lo mismo que prometía su título. Quizás el mundo sea una simulación… pero si es así, qué suerte que esta historia se haya colado en ella.
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