Ninguna estrella arde para siempre.
En 1912, Edwin St. Andrew busca una nueva vida en la colonia británica de Columbia al ser exiliado por sus ideas políticas.
En 2020, Mirella busca a la responsable de la muerte de su marido.
En 2203, Olive Llewelyn, autora de éxito, viaja por la Tierra para promocionar una novela que, aunque ella no lo sabe, será profética.
En 2401, el detective Gaspery-Jacques Roberts recibe el encargo de investigar una anomalía en el tiempo. Pronto descubrirá que sus acciones pueden cambiar el rumbo de la historia.
Y a todos ellos los une una melodía de violín, tocada en una terminal aeroespacial, y un arce milenario que trascienden ambos el espacio y el tiempo.
El mar de la tranquilidad es una novela sobre los universos paralelos y sus posibilidades, que juega con la propia línea que debería seguir el tiempo, y que habla sobre el arte, el amor y las relaciones humanas.
El mar de la tranquilidad es la obra perfecta para aquellas personas que se ven de alguna manera sometidas a la marejada interminable de exigencias, desafíos y problemas en su día a día. Es una obra que, acompañada de un espacio de paz diario como el que yo me reservé para leerla, ofrece esa sosegada descripción de acciones y paisajes de los autores consagrados que no necesitan impresionar para vender y que a veces solo encuentras en las novelas clásicas, mezclado con la frescura de la ciencia ficción.
Es cierto que, en mi caso, ante el dilema filosófico de si vivimos o no en una simulación, esperaba quizás un final abierto, menos precipitado, menos ágil a la hora de narrar sus conclusiones, pero la conclusión general ha sido más que positiva. Después de empezar cuatro libros y abandonarlos tras leer menos de cien páginas, incapaz de empatizar ni conectar con ninguno de ellos, El mar de la tranquilidad me ha aportado exactamente lo mismo que prometía su título. Quizás el mundo sea una simulación… pero si es así, qué suerte que esta historia se haya colado en ella.