El fin del mundo no es silencioso y, al contrario de lo que nos han mostrado las series de televisión y los cómics, tampoco es árido ni oscuro. El año del diluvio, la segunda parte de la trilogía ‘Maddaddam’ escrita por Margaret Atwood, nos traslada a un amanecer rosa y esponjoso con nubes de colores apetecibles; a grandes valles cargados de hierbas altas, cerdones expectantes y cabras de colores de fantasía que asoman por encima de las vallas antaño electrificadas.
El final de una era, la catástrofe vírica que acabó con la vida de millones de seres humanos en menos de un par de meses ya forma parte del pasado. No queda ni un alma que recuerde el llanto de los que se quedaron solos, el tiempo se ha convertido en un ridículo constructo y la vida se vacía de sentido. Nadie esperaba que el final del día del hombre, tan cerca de alcanzar la divinidad como para poder crear su propia especie, les pillara en mitad de un tratamiento de belleza o bailando sobre el escenario de un local de diversión masculina.
Nadie, excepto una secta obsesionada con el final del mundo llamada Los Jardineros de Dios. Llevan toda la vida preparándose para el Diluvio Seco. Y este, por fin ha llegado.
Argumento de El año del diluvio
Al otro lado de la venta en centro de InnovaTe en el que se ha refugiado Toby no queda nada. Después de que la pandemia acabase con prácticamente la totalidad de la raza humana, una mujer intenta mantenerse viva encerrada en un antiguo centro de belleza, cultivando verduras en el jardín y manteniéndose ocupada para no perder la cabeza.
Conforme pasan los días, Toby recordará cómo fue su vida después de la muerte de sus padres cuando era solo una niña. Cómo la pobreza y el miedo la hizo acabar en las plebillas más sucias y peligrosas y cómo acabó uniéndose a una secta ecologista como último recurso para sobrevivir.
Al lado de los Jardineros de Dios, Toby aprenderá a reciclar, a dejar de consumir animales y a desaparecer debajo de los harapos de un colectivo. Compartirá estos momentos con otros jardineros sin saber que Ren, una de ellas, también ha sobrevivido al conflicto vírico.
A Ren el brote de la pandemia le pilló en cuarentena: después que un cliente arrancase su biotraje una noche en el prostíbulo en el que trabajaba, su jefe le exigió hacer los quince días obligatorios de descanso encerrada en una sala. Será desde allí, atrapada, cuando esta comprenda lo que le ha pasado finalmente al mundo exterior.
El año del diluvio o cómo los negacionistas escaparon del final del mundo
Publicada originalmente en el 2009 y ganadora del Scotiabank Giller Prize, El año del diluvio se extiende frente a nosotros en poco más de 500 páginas de una crudeza enternecedora y claramente inspirante que giran alrededor de la vida de dos mujeres que sobreviven al fin del mundo orquestado en Oryx & Crake. Su supervivencia no tiene nada de mérito ya que una de ellas había sido advertida del final de los tiempos mientras que la otra, solamente tuvo suerte.
Estructurada en 77 capítulos, la novela acompaña a Toby, una mujer rescatada por los Jardineros de Dios de una situación de pobreza y esclavitud sexual en las plebillas donde se veía obligada a malvivir; y de Ren, la de una niña arrastrada por su madre a una secta vegana y ecologista obsesionada con el fin del mundo.
Ambas mujeres coincidirán en el mismo núcleo religioso con Adán Uno, el líder de la secta que promueve, en un ambiente de consumismo sin barreras éticas ni morales, una vida de reciclaje, respeto a la naturaleza, veganismo y profundo desprecio por la vanidad del mundo externo. Los Jardineros de Dios se presentan así, como una forma de vida alternativa despreciada por todos debido a su rechazo por la tecnología, las ropas coloridas y los modelos de consumo de una sociedad que tolera de forma abierta el consumo de carne humana en forma de hamburguesas.
Margaret Atwood abre cada uno de los capítulos con un discurso de Adán Uno, el líder del núcleo religioso (o trufa, como lo llaman ellos, para hacer referencia a una palabra más natural y por tanto amigable para ellos) y una de las canciones que entonan en comunidad los Jardineros y que sirven, evidentemente, para imprimir las ideas en las cabezas de aquellos que participan en el cántico. Y es que los Jardineros de Dios son una religión muy inteligente y bien estructurada: al igual que muchas doctrinas actuales, ocultan sus verdaderas intenciones de los seguidores y feligreses comunes y solo comparten sus dudas y complicaciones sobre los dogmas de fé que han creado y las paradojas teológicas con su élite, los que ellos llaman “Adanes” y “Evas”. Su forma de vida se basa en la observación de una serie de preceptos religiosos y en el apoyo a la comunidad y para asegurar el sentimiento de pertenencia de sus miembros emplean una estética y un vocabulario diferenciado del resto de los habitantes de las plebillas y corporaciones.
Adán Uno, líder carismático por excelencia, se presenta siempre como un personaje amigable, empático y cercano mientras retuerce los principios de la ciencia y las leyes físicas para que estas se ajusten a su propio lenguaje. Esta forma de generar híbridos de palabras (tan propio de las corporaciones y los productos que venden), que apesta a capitalismo publicitario desmedido, se puede ver también dentro de los propios Jardineros de Dios a lo largo de los flashbacks en los que asistimos al pasado de Toby y de Ren. Así, estas no temen alimentarse de sojardinas y dentro de su propio culto utilizan la palabra exfernal, mezclando “externo + infernal” para referirse a cualquier cosa que se mantenga fuera de su núcleo como Jardineros.
Las palabras son importantes para los Jardineros de Dios. Así, muchas de sus doctrinas rozan la paranoia, recordando en muchos de sus principios a grandes distopías literarias como 1984 de George Orwell y lo increíblemente preocupado que estaba Smith porque alguien encontrase su diario.
Escribíamos en pizarras y había que borrarlas al final del día, porque los Jardineros decían que no podías dejar palabras sueltas donde nuestros enemigos podían encontrarlas. Además, el papel era pecado porque estaba hecho de la carne de los árboles.
Esta falta de honestidad y transparencia es la que hace que Toby, posteriormente llamada Tobiatha ponga en duda la fé de los Jardineros de Dios y de Adán Uno, mientras ve cómo su líder y guía espiritual retuerce la verdad para adaptarla a sus propios dogmas y para guiar a un rebaño poco crítico y que tiende más a menudo de lo que le gustaría a seguir este dogma por desesperación y falta de oportunidades más que por convicción o una fé reales.
Y es que los Jardineros no son en absoluto un culto sin defectos: a diferencia de los habitantes de las plebillas o los complejos, dentro de los Jardineros la supervivencia y el bienestar de la comunidad es tan importante que el individuo deja de tener importancia. Por eso, los líderes pierden su nombre, los niños carecen de ropa o elementos diferenciadores y las enfermedades mentales o los conflictos simplemente se dejan en “barbecho”.
Una novela que huele a campo y vinagre: Margaret Atwood desborda talento con El año del diluvio
El año del diluvio, aunque comparte setting con Oryx & Crake, es una obra muy diferente a su predecesora. Mientras Hombre de las Nieves / Jimmy se nos presenta en la primera novela como un ser patético y borracho que va recordando su pasado a trozos y que lamenta enormemente su soledad, la perspectiva de Toby y de Ren es mucho más agradecida, culta y sobre todo, hermosa.
La obra, construida a dos voces, acompaña la visión apocalíptica y sobre todo narra el pasado de dos mujeres completamente indefensas en un mundo corrupto y cruel dominado por las grandes corporaciones, SegurMort y hombres violentos y poderosos. Estos dos narradores, aunque similares en contexto y hasta reacciones, realmente presentan dos puntos diametralmente opuestos de ver la vida tras un apocalipsis ya que Toby, la mayor de ellas, tiende a reflexionar y procesar el mundo exterior sin preocuparse por sus sentimientos mientras que la más joven, Ren, solo piensa en sí misma.
A diferencia de Oryx & Crake nos encontraremos con una narración mucho más ordenada en la que el pasado de Toby y Ren se dispone de forma lineal en lugar de ir saltando entre hechos y recuerdos como ocurría con Hombre de las Nieves. Al mismo tiempo toda la narración está impregnada de la forma de ver el mundo tanto de Toby como de Ren / Brenda.
Así, la primera página de El año del diluvio marca un contundente impasse en la narración, mostrándonos una forma de ver el mundo completamente diferente a la que nos tenía acostumbrada Hombre de las Nieves. Toby, amante de la naturaleza, Jardinera desde joven, es al mismo tiempo una mujer con una fuerte sensibilidad por la belleza, una paciencia y resiliencia envidiable y un gran conocimiento de las plantas, y todo ello empapa la narración en primera persona que nos introduce este sobrecogedor Diluvio Seco. La mujer, incapaz de congraciarse con su pasado, es un compendio de contradicciones que se traslucen en sus descripciones del entorno: primero realiza siempre una apreciación negativa al observar la catástrofe que ha dejado atrás la megalomanía de Crake, para luego endulzarnos con una bellísima descripción del paisaje que ya era capaz de generar esa sensación de sinestesia y que tanto me enamoró en Oryx & Crake.
El aire huele un poco a quemado, a caramelo y alquitrán, arrastra un tufo rancio de barbacoa y el olor a ceniza pero graso de una hoguera de contenedor después de la lluvia. Las torres abandonadas en la distancia son como el coral de un antiguo arrecife: exangües, descoloridas, desprovistas de vida.
No es de extrañar por tanto que los capítulos de Toby, motivados en parte por su formación reinventando objetos producto del capitalismo para servir a propósitos eco-naturales, estén cargados de símiles que comparan la vegetación y la vida animal con elementos industriales.
Los buitres, posados en postes eléctricos, despliegan las alas para secárselas, las abren como paraguas negros.
Asimismo, la narración en primera persona trasluce el enorme conocimiento de Toby por la naturaleza la cual se abre ante el lector no como el antro lleno de insectos y peligros que era para Jimmy en la primera parte, sino como una extensión de las bondades de un dios bondadoso que provee para aquellos con suficiente conocimiento.
El césped ha crecido, la hierba está alta. Se aprecian pequeños montículos irregulares bajo la hierba carnicera, las asclepias y la acedera, y algún que otro trozo de tela, un brillo de hueso.
Este doble punto de vista nos permite realizar al mismo tiempo una comparación triple entre los caracteres no solo de de Toby y Ren sino también de Jimmy en extensión: cómo se enfrentan a la idea de una inminente muerte, a la falta total de comunicación con otros seres humanos o a la irónica amenaza de los cerdones, los cuales han pasado de ser la presa a convertirse en grupos organizados y vengativos. Es ilustrativo y especialmente reseñable, de cualquier forma, que El año del diluvio no explora tanto conceptos elevados como el individuo, la locura, la culpa del hombre o los males del capitalismo como hacía su antecesora ya que las protagonistas no tardan en encontrar a gente con la que unirse. Sin embargo, el paisaje sonoro de la obra es intenso de forma que el lector comprende rápidamente lo ruidosa que pueda llegar a resultar la soledad.
Por la noche, se oyen los ruidos habituales: los lejanos ladridos de perros, los chillidos de los ratones, las notas como de cañería de los grillos, el ocasional croar de una rana. La sangre que se agolpa en los oídos: katush, katush, katush. Una escoba pesada barriendo hojarasca.
El precio de la ética y la moral contemporáneas
Oryx & Crake ya nos había dejado de piedra cuando Oryx defiende a sus padres, sumidos en la más horrible de las pobrezas, después de que estos la hubieran vendido a un vendedor de flores de la ciudad con conexiones en la industria del porno infantil; y ahora en El año del diluvio nos encontraremos con una situación parecida con Ren en el prostíbulo en el que trabaja. No es de extrañar que, en una sociedad como la que nos muestra Atwood en esta trilogía, en la que ningún valor o límite humano está exento de ser comprado o vendido, que Ren, como prostituta, se encuentre valorada por tener un cuerpo deseable y conseguir sacarle mucho dinero a sus clientes.
El Escamas, local de entretenimiento para adultos, tiene fama de tener a las mejores chicas y a lo largo de la novela no solo los personajes masculinos (que son por lo general despreciables en esta trilogía) se refieren al lugar como si fuera un refugio para la élite de las plebillas, sino también varias mujeres y niñas. Es realmente ilustrativo y un indicador sociológico muy poderoso el hecho de que las niñas deseen ser prostitutas antes que acabar trabajando en un local de comida rápida como es Secret Burguers.
«¡SecretBurguers! ¿A quién no le gustan los secretos?» Los salarios eran ínfimos, pero te daban dos hamburguesas cada día.
Así, Atwood hace una correlación muy poderosa entre capitalismo y misoginia, ya que ninguna mujer es nada en esta trilogía si no está avalada por un hombre. Así, la madre de Ren, se ve obligada a abandonar el complejo en el que vive tras la muerte de su marido y su única salida es la de volver a casarse, mientras que las chicas se exponen como carnaza y material de compra venta disponible para mutilar y hasta asesinar para aquel hombre con suficientemente dinero como para costearlo (y lo que es más triste, es que ni siquiera es caro acabar con la vida de una niña).
El año del diluvio critica brutal y violentamente a los seres humanos que miran a otra parte e ignoran las continuas advertencias que hacen aquellos más preocupados. Avisos sobre el verdadero contenido de la comida rápida, las circunstancias en las que acumulan y amontonan a los animales en las fábricas o la próxima destrucción del planeta. Secret Burguer, patética y dolorosamente próxima a un Burguer King o un McDonald’s común, emplea carne de dudosa reputación (como los Big Kings), pero todo el mundo mira a otro lado porque es más fácil vivir en la ignorancia.
Las picadoras de carne no eran cien por cien eficaces; podías encontrarte algún pelo de gato o un trozo de cola de ratón en tu hamburguesa. ¿No hubo una vez una uña humana?
Mi opinión sobre El año del diluvio
Cuando creía que Margaret Atwood no era capaz de sorprenderme y que Oryx & Crake era de lo mejor que había leído sobre distopías, va y aparece El año del diluvio. Esta segunda parte de la trilogía destaca por su sencillez, coherencia, orden y al mismo tiempo por la forma tan cohesionada que tiene de mostrar un mundo completamente nuevo y de hacer que te lo creas. Pocas segundas partes de trilogías he leído mejores que las primeras.
Sus términos y conceptos se introducen en tu vocabulario conforme lo vas leyendo y notas dentro de ti cómo los preceptos de los Jardineros, su odio por el capitalismo y su obsesión por reciclar acaban abriéndose paso por tu propio subconsciente. Adán Uno es un auténtico genio de la propaganda, y aunque sus canciones e introducciones en primera persona me resultaban monótonos y de relleno, las apasionantes vidas de Ren y Toby hicieron que no pudiera soltar el libro en ningún momento y que lo llevase a todas partes para seguir husmeando en su día a día.
Toby y su paranoia, las abejas y sus secretos, Ren y su obsesión por un amor perdido. Todo ello se junta en una historia menos deprimente que Oryx and Crake, con más ritmo y realismo hasta que su realidad se junta con la tuya. Por un segundo, leyendo esta obra, me convencí de poder ver frente a mí el fin del mundo: uno con sabor a té de setas, olor a miel de abejas y el ensordecedor ruido de los últimos humanos en pie sobre la tierra.
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